estela

La búsqueda

Había oteado la gorra roja a lo lejos, en la acera de enfrente, y en seguida había cruzado la calle para ir tras ella, sin siquiera haberse parado a pensarlo.

Estaba seguro de que era la misma gorra, aquella que día tras día se ponía siempre su padre cuando salía a la calle.

Él era bastante pequeño cuando lo abandonó, apenas tenía diez años, pero recordaba perfectamente la gorra.

Su padre, a pesar de ser todavía muy joven en aquella época, tenía un algo más que ligero problema de alopecia. El mismo problema que él mismo había recibido en herencia. La diferencia es que él lo llevaba bastante bien, incluso se sentía atractivo cuando se miraba al espejo, mientras que su padre siempre había estado profundamente acomplejado, por lo que cada vez que salía a la calle se tapaba la cabeza con esa estúpida gorra.

Su madre la odiaba profundamente, y no soportaba aquella absurda prenda de vestir que no servía más que para tapar las ridículas inseguridades de su marido.
Pero lo que realmente le desesperaba es que se la pusiera siempre, continuamente, en cada ocasión en la que salía de casa.

Ya podía ir en chándal, en traje, informal, arreglado, salir a pasear o a trabajar, ir solo o acompañado de su familia, vestir con tonalidades que encajaran con ese rojo intenso, o ir dando el cante con los colores, que fuera primavera, verano, otoño o invierno...Siempre lucía la misma gorra y nunca, jamás, quiso comprarse otra, o cualquier otra prenda que le ocultara la calvicie con más estilo.

Esa gorra era continuamente objeto de discusión entre sus padres, pero él, desde su mentalidad de niño, lo veía todo con otros ojos.

Pensaba que si su padre llevaba siempre la misma gorra, y no quería ninguna otra, era porque esa gorra roja era mágica o le traía suerte. O ambas cosas.

gorra66En su imaginación infantil, veía a su padre como un superhéroe que ocultaba su verdadera identidad bajo esa gorra. Por eso nunca salía de casa sin ella. Y nadie, salvo él, sabía quién era en realidad. Ni siquiera su madre, por eso siempre se enfadaba tanto cuando le veía con la gorra.

Pero todo cambió el día en el que desapareció.

Se fue de su vida. Así, sin más.

Sin una mísera explicación, sin una mísera despedida. Un buen día se despertó y ya no estaba allí. Y nunca le volvió a ver.

Su madre tampoco supo darle ninguna explicación. También a ella le había cogido por sorpresa.

A pesar de todas sus discusiones, por la maldita gorra, y por cientos de cosas más, jamás se hubiera esperado ser abandonada de aquella manera.

Se quedó completamente hundida, por lo que él, a su escasa edad, tuvo que hacerse cargo de la situación y tirar del carro.

A duras penas consiguió levantar el ánimo de su madre, pero finalmente, con el tiempo, juntos, fueron capaces de superar la situación, y llegaron a vivir como una familia normal.

Todo lo normal que podía ser la familia sin su padre, del que ya nunca quisieron volver a saber nada.

gorra2Hasta aquel día, hacía un par de años, en el que había vuelto a ver la gorra roja.

Nunca había querido buscarlo pero, al ver pasar bastante cerca de él a un hombre que portaba una gorra idéntica a la que siempre usaba su padre, no se lo pensó dos veces y lo siguió.

No sabía por qué lo hacía, por qué había sentido el impulso de ir tras él...Quizá, en su interior, sentía que necesitaba la explicación que se le había negado hacía ya doce años...Quizá tenía la necesidad de recriminarle lo que les había hecho, o de restregarle lo bien que estaban sin él...

El caso es que fue detrás de aquel hombre, le siguió durante varios metros...Hasta que se dio cuenta de que se había equivocado de persona.

La gorra era la misma, el mismo color, el mismo modelo...Pero el hombre que se ocultaba bajo ella no era su padre.

Desde entonces le había vuelto a pasar varias veces. Siempre que veía a alguien con una gorra roja en la cabeza pensaba que podía ser su padre.

Pero en todas las ocasiones se equivocó. De hecho, ni siquiera la gorra había resultado finalmente ser la misma que había lucido siempre su padre.

La última vez había sido hacía apenas un mes. Iba en su coche y ante él circulaba un ciclista, que en lugar de llevar casco llevaba una gorra roja.

Recorrió unos metros tras él hasta que pudo adelantarlo...Entonces se dio cuenta de que tampoco aquel ciclista era su padre.

Pero hoy estaba completamente seguro. Al ver aquel punto rojo a lo lejos, su intuición le dijo que esta vez sí que era su padre. Por eso no desaprovechó la ocasión.

Llevaba unos quince minutos siguiéndolo a pocos metros, pero no había tenido ocasión de pararlo. Tampoco sabía muy bien cómo hacerlo.

El hombre caminaba de forma ligera, como si tuviera prisa, pero él tenía buena forma física y le seguía el paso con facilidad.

Finalmente, cuando dobló la esquina detrás de la gorra roja, se encontraron los dos en una calle estrecha, en penumbra, y desierta de gente.

Había llegado el momento.

gorra8Aceleró el paso y en unos segundos se puso al mismo nivel que aquel hombre y, sin darle tiempo apenas para reaccionar a su presencia, empuñó con fuerza el cuchillo que llevaba escondido en el bolsillo derecho de su sudadera y, antes de que el hombre se diera siquiera la vuelta, le propinó una ráfaga de fuertes y profundas puñaladas que provocaron que se desplomara prácticamente al instante.

El cuerpo inerte quedó tendido en el suelo, boca abajo.

Se tomó unos segundos para recobrar el aliento. No dejaba de suponer un gran esfuerzo acabar con la vida de un hombre, por muy fácil que le hubiera resultado la táctica.

Tranquilamente, volvió a guardar el cuchillo en el bolsillo, y se despojó de la sudadera, que había resultado manchada de sangre. Hizo un ovillo con ella de tal forma que no se viera ni una sola gota. Ya se encargaría luego de lavarla a conciencia.

Miró detenidamente a su alrededor. Seguía sin aparecer nadie por esa calle.

Se agachó junto al cuerpo, con cuidado para no mancharse, y le levantó la cabeza.

Un sentimiento de decepción le llenó por completo.

No era su padre. Se había vuelto a equivocar.

Soltando una sonora maldición, golpeó fuertemente la cabeza contra el suelo.

Acto seguido rompió a llorar. No podía creer que se hubiera vuelto a equivocar, esa vez había estado tan seguro...

Despojó al cadáver de la gorra. Indudablemente era el mismo color, pero ahora que la veía de cerca, se dio cuenta de que el diseño no era el mismo que el de la gorra que había lucido siempre su padre.

Guardó la gorra dentro de la sudadera y se alejó del lugar.

Cuando llegó a casa seguía llorando. Lloraba por la rabia que sentía, por la impotencia...Y porque en el fondo, a pesar de que jamás lo hubiera reconocido, echaba mucho de menos a su padre y seguía sin poder aceptar que le había abandonado.

Se dirigió al armario de su habitación y abrió el primer cajón. En él, reposaban una decena de gorras de color rojo. Algunas más grandes, otras más pequeñas, con distintos dibujos, con distintas formas...

gorra4Solo había una que fuera idéntica a la de su padre. La primera gorra que había guardado en ese cajón, dos años atrás.

Desenrolló la sudadera, y cogió la gorra que escondía dentro. La estiró, la guardó con cuidado junto a las demás y cerró el cajón.

Se dirigió al lavabo y se echó agua fría en la cara. Los restos de sus lágrimas desaparecieron de inmediato.

Respiró hondo mientras se decía a sí mismo que no debía preocuparse. Seguro que la próxima vez acertaría.

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