estela

Muñeca rota

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Sabía perfectamente que se lo tomaría así de mal.

La veía llorar desconsolada y no era capaz de compartir, ni de comprender, aquella pena tan desgarradora que sentía. Pero no le extrañaba lo más mínimo su reacción.
En el momento en que se le cayó la muñeca al suelo, rompiéndose en mil pedazos, supo que su mujer le montaría una escena de este tipo cuando se enterara de lo que había pasado.

Adoraba esa muñeca. Se la había regalado él hacía poco más de un año para su cumpleaños.

Ella siempre había querido tener una de esas muñecas japonesas completamente articuladas de cabeza y ojos grandes, color de pelo imposible y vestidos con todo tipo de detalle. Pero eran excesivamente caras para su modesta economía, por lo que se tenía que conformar con ver fotos de esas obras de arte por internet o verlas en vivo en ferias diversas...Nunca pensó que se pudiera permitir tener una.

rota4Hasta el día en que él, después de muchos meses de ahorro sabiendo la ilusión que le haría, se la compró.

Era la más bonita (aunque no la más cara) que encontró y a ella la encantó nada más verla. Tanto que, para su desconcierto, desde el primer momento la trató como si se tratara de su hija.

Todas las mañanas, antes de ir a trabajar, se acercaba a la vitrina del salón donde descansaba la muñeca, le daba un beso de despedida y le acariciaba con dulzura la cara, cosa que a él, por otro lado, nunca le hacía.

Cuando volvía a casa, lo primero que hacía era coger con mimo a su muñeca, desnudarla con cuidado y meterla en agua en el lavabo, donde la aseaba, haciendo especial hincapié en el pelo, que cuidaba como si fuera el suyo propio, echándole todos los productos que ella misma utilizaba. Después la peinaba con cuidado y la vestía con ropa distinta a la que le había quitado antes, que iba a parar al cesto de la ropa sucia.

A él le parecía algo enfermizo y llegó realmente a arrepentirse de habérsela comprado, porque su mujer parecía haber enloquecido con ella pero, sobre todo, porque ese pedazo de plástico inerte no solo lo había relegado a un segundo plano, sino que, además, se había convertido en un recurrente motivo de discusión.

Ella cada vez adoraba más a aquella muñeca y él cada vez le tenía más manía. Ya no veía la hermosura de aquel juguete de coleccionista que lo había cautivado, incluso a él, en un primer momento. Ya solo veía sus defectos.

-Tiene una mirada perversa, parece que fuera una muñeca diabólica. Yo diría incluso que me odia - le decía a menudo a su mujer, que ignoraba una y otra vez ese cruel y absurdo comentario.

Era cierto que la muñeca poseía una mirada impactante, con sus grandes ojos de color morado, perfectamente perfilados de negro, que le daban a su semblante un aire algo siniestro que se acentuaba cuando la vestía totalmente de negro.

Pero eso era, precisamente, una de las cosas que más le gustaban a su mujer, que aprovechaba para burlarse de él.

-Seguro que está planeando tu asesinato, para así poder quedarse sola conmigo -le decía.

rota2A pesar del tono jocoso con el que pronunciaba esas palabras, a él no le resultaba nada gracioso. No era que pensara que la muñeca podía llegar a hacerle algo, sabía perfectamente que solo era un simple juguete, excesivamente caro pero un juguete al fin y al cabo, sin sentimientos y, por lo tanto, no podía odiarlo.

Aunque él sí que sentía que la odiaba un poco.

Pero de ahí a romperla...Jamás se le hubiera ocurrido hacerlo.

-¡Lo has hecho a propósito! -le reprochó su mujer entre lágrimas, mientras recogía todos los pedazos -. Siempre le has tenido celos.

¿Cómo hacerla entender que no había sido así? Que simplemente se le había caído mientras limpiaba el polvo a su alrededor con un plumero y no le había dado tiempo a evitar que chocara contra el suelo...Y que era irrisoria la insinuación de la existencia de celos hacia una simple muñeca...

Pensó que sería mejor dejar pasar la noche. A la mañana siguiente la mujer, que ya había recogido hasta el más mínimo pedazo de la muñeca, guardándolos todos en una bolsa de plástico, estaría más calmada y podría atender a razones.

Intentaría arreglar la muñeca lo mejor que pudiera y, si no fuera capaz de dejarla en condiciones, ya la compensaría con una nueva muñeca, aunque tuviera que emplear íntegramente su sueldo de tres meses.

A la mañana siguiente, la mujer se despertó temprano, como siempre, para ir a trabajar.

Se llevó una grata sorpresa cuando vio a la muñeca en su vitrina, completa, sin que le faltara ni un solo pedazo.

Se acercó a ella, la cogió en sus manos y se la acercó más a la cara.

rota5Estaba perfecta. No se le notaba ni una sola unión, como si los cientos de trozos en los que se había partido hubieran sido pegados por arte de magia o por unas manos realmente expertas.

Aún quedaban unos minutos para que sonara la alarma de su marido pero decidió despertarlo para agradecerle, antes de irse, que le hubiera arreglado la muñeca durante la noche.

Él la había roto, sí, pero se había esforzado en dejarla como nueva de manera inmediata. No sabía cuántas horas en vela le habría llevado la operación.
Lo zarandeó suavemente...Pero no se inmutó.

-Vamos, perezoso, despierta -le dijo al oído.

No hubo respuesta, ni signo alguno siquiera de pereza.

Lo zarandeó más fuerte y le gritó más alto. Pero no había manera de despertarlo.

Asustada, acercó la cabeza a su pecho.

rota6Nada...Ni un ligero sonido...El corazón no latía...Quién sabía las horas que llevaría sin funcionar...

Aturdida, sin entender nada y sin saber muy bien qué hacer, se dirigió al salón para coger el teléfono y pedir ayuda.

Fue entonces cuando se dio cuenta.

La muñeca, que la miraba desde su vitrina, no estaba como antes.

Su mirada, aquélla que su marido siempre calificaba de perversa, de diabólica, se había dulcificado visiblemente. Ni siquiera sus ojos eran ya morados, si no de un azul turquesa intenso y en su boca se dibujaba una sonrisa angelical.

Entonces fue cuando sintió cómo su cuerpo era invadido por el terror. Y lo comprendió todo.

Después de haber acusado tantas veces a su marido de tener celos de la muñeca, incluso de haber llegado al punto de romperla adrede, se dio cuenta de que, todo este tiempo, había estado sucediendo contrario.

Había sido la muñeca la que había tenido celos de su marido desde el principio.

Y, desde luego, no le había perdonado que la hubiera roto.

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