unlugar

Lucha a muerte entre maragatos y bercianos

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Mi padre iba a su pueblo en Vespa durante los años sesenta, antes de la aparición de los SEAT 600. Eran trescientos y pico kilómetros de una carretera que ni me imagino cómo sería. Recuerdo la ruta de los años setenta, cuando ya estaba inaugurado el túnel de Guadarrama. Aunque nosotros jamás cogíamos el túnel, para ahorrarnos el peaje, siempre subíamos el Puerto de Los Leones (El León dicen que se llama, los esnobs de mierda). A principios de los ochenta dejamos prácticamente de ir a León. La familia de mi padre no nos quería por allí y en verano comenzamos a ir primero a Galicia y después a Valencia, donde no teníamos raíz alguna.

maragatos2Pocas veces he vuelto a visitar el pueblo. He pensado muchas veces en ir con un bidón de gasolina a quemar la casa, lo digo muy en serio, pero la memoria de mi padre me lo ha impedido hasta ahora. Una espada de Damocles se cierne siempre sobre la cabeza de mis “familiares” sin saberlo, soy un hijoputa capaz de matar o achicharrar. Este año me entró el gusanillo de volver a la zona. Hace unas décadas la Maragatería y el Bierzo eran lugares semiabandonados y despoblados, pero ahora los piojos puestos de limpio, los progres, los peregrinos y los esnobs han revitalizado la región para peregrinar a Santiago o para descansar su gilipollez en medio de esos parajes frescos y todavía no demasiado desvirgados. Miramos en internet y, tras escandalizarnos de lo chorizos que pueden ser todos los tipos de hosteleros, reservamos una casa rural con piscina cerca de BemBibre. Lo de la piscina es un decir, porque sé de buena tinta que allí sólo puedes bañarte a la intemperie veinte días al año.

Tomamos la carretera de La Coruña hacia el Norte. Cogimos el túnel, la chorizada del túnel, porque nos hemos vuelto unos julays. Trece Euros creo que nos cobraron. El trayecto por la Submeseta Norte se hace hoy en día muy corto. Mi madre, que ahora tiene la memoria medio borrada, se acordaba de casi todos los nombres de los pueblos. Ataquines. Tordesillas. Benavente, La Bañeza... Pasamos cerca del lugar donde se ahogaron los niños del autocar en el río Órbigo. Enseguida apareció Astorga. Allí mi abuelo materno, antes de que mi madre conociese a mi padre, estuvo en la cárcel. Era una cárcel donde en invierno la gente se congelaba, literalmente en las celdas. Decidimos no parar y comernos el bocadillo en el pueblo de mi abuela mientras veíamos la casa. No  diré el nombre del pueblo, póngan que se llama “Hijosdeputa” en la actualidad.

Es un pueblo metido en un valle a aproximadamente mil cien metros de altitud junto al Puerto del Manzanal y desde el que se divisa el monte Teleno. Recuerdo una vez cuando era niño que en una semana santa viajamos hasta allí a pasar cuatro días y tras la primera noche nos volvimos a Madrid del frío que hacía. Dormimos con la ropa puesta bajo un montón de mantas en aquellos colchones de lana que parecían un sarcófago a no sé cuántos grados bajo cero. Recuerdo todo aquello, también el día en que en la puerta me hicieron una foto en la que yo era rubio del todo y que aquella foto me la robó una novia que luego debió quemarla cuando me mandó a tomar por culo.

maragatos3Nos sentamos en un banco y deglutimos las viandas observando la casa. Hicimos algunas fotos de ella, quizás para realizar algún vudú al respecto. Hablábamos bajo porque, aunque hace siglos que nadie me ve el pelo por allí y el pueblo está casi despoblado cuando no es julio o agosto, sé que estas gentes detectan a los suyos no por la vista, sino por el olor, el olor a rancio que yo también emano. Vi el río donde los mozos hacían una poza para bañarse en verano, un aprendiz de riachuelo, y paseamos un rato por los montes aledaños requemados mil veces y replantados. Le conté a mi acompañante cómo cuando asfaltaron la carretera en los ochentas salieron restos de cerámica romana. Restos de cuando los de la X Legio Gémina hacian racias por los alrededores para follarse aldeanas, aunque las maragatas, aparte del característico y ya citado hedor corporal, son feas como pegar a un padre con un braguero.

De alguna chimenea salía humo y vimos a un par de personas por la calle. Partimos hacia Bembibre. La casa rural se encontraba en un pueblo cercano, de esos que yo recordaba despoblados. Llegamos y todo tenía muy buena pinta. La industrialización del turismo en la zona gracias al camino de Santiago y a otros pazguatos viajantes ha tenido su efecto. Era la típica casa grande de pueblo, como la de mi abuela, con una cuadra habilitada como comedor y unas habitaciones de muros gruesos y suelo de madera. Después de instalarnos bajamos a Bembibre con la esperanza de encontrar algún supermercado donde comprar alcohol para poder pasar la noche. El alcohol es el mejor compañero del viajero. Mis recuerdos de lugar no distaban mucho de la realidad actual: un pueblo minero feo siempre invadido por una pátina de eterna crisis y abandono. Su topónimo al parecer significa “buen vivir”, sarcasmo quizá. A principio de los años ochenta del siglo pasado en los pueblos se tenía bastante tirria a los mineros, se insinuaba que simulaban la silicosis para cobrar pensiones. Es el típico carácter envidioso maragato.

En una máquina expendedora refrigerada abierta a la calle vendían carne y cecina. Manda cojones. Encontramos un supermercado y adquirimos una botella de Paternina, la marca de vino que siempre se ha bebido aquí, curiosamente, y diversos aperitivos basura. También encontramos un bar recomendado en internet donde nos frieron unas hamburguesas a precio económico y nos tomamos unas cervezas para conducir entonados hasta la casa rural.

maragatos4Tras bebernos la botella entera lamentamos no haber comprado otra más, pero su efecto y el de la televisión nos transportó rápidamente en brazos de Morfeo. Desperté sin resaca alguna y puede ver por la ventana el típico día maragato-berciano: fresco y con niebla a pesar de ser mitad de mayo. Bajamos a tomar el desayuno y nos atendió la dueña del establecimiento con un inconfundible acento del lugar. Era una mujer de mediana edad pero que, a pesar de ser inconfudiblemente autóctona, poseía cierto aire cosmopolita. Al escucharla hablarnos sobre la casa, su restauración y conversión en hotelito rústico, no pude evitar recordar a mi tía cuando me acusó ante mis padres de dispararla con mi escopeta de perdigones desde el huerto aledaño cuando ella descansaba en un corredor muy parecido al de esta casa rural. Lamento que aquella anécdota fuese mentira, nos odiábamos y lo seguimos haciendo, debería haberla pegado un tiro de verdad.

A pocos kilómetros de Bembibre está Ponferrada. En mi época infantil la ciudad y el castillo se encontraban bastante abandonados ambos. La fortaleza de los templarios es magnífica, recia, y ahora la han convertido en un museo bastante bonito donde sablear a los peregrinos del Camino de Santiago. Para justificar el pago de la entrada, han restaurado las murallas y han colocado algún que otro atrezzo típico estilo audiovisuales cutres al estilo español y reproducciones de armas de guerra. Al menos hay voluntad de divulgación y es grato trepar por las murallas y desde lo alto ver las vistas que los sodomitas del temple observaban parapetados. A mi acompañante le entra hambre al minuto de salir del castillo.

Y hay que comer algo típico. Mira el móvil y me enseña que hay una casa de comidas recomendada. Miedo me da la comida berciana. Miedo, tengo miedo. Vemos que los restaurantes son muy mierderos y a unos precios que intentan esquilmar los bolsillos de los peregrinos. El museo de Luis del Olmo luce en su máxima ranciedad con una foto tamaño gigante del personaje radiofónico megalómano sobre el dintel de su puerta. Del Olmo, Old rancio school. En la calle en que está el reloj hay dos jipis de mediana edad cantando para ganarse unas perras. Él toca bien la guitarra, pero se parece a George Harrison, así que mi mente se va hacia adquirir una maza medieval y darle con ella en la cima de su pelo-nido, y que se le salgan los sesos. Entramos al restaurante, que está en un primer piso. Es una casa convertida en comedero, con un baño con bañera y todo, un espacio anclado en los años setenta. El dueño es simpático. La comida es casi toda la misma: platos grasientos con pescado rancio no fresco traído de la vecina Galicia y repollo a discreción. Lo que me temía. Recuerdo los repugnantes guisos de mi abuela, sus arroces caldosos sobre los que se podía por una parte navegar y por otra era necesaria un hacha para partir el arroz emplastado. Degluto una especie de sopa con repollo, un mal menor, y de segundo algo grasiento. El dueño nos enseña un bonito patio donde pueden realizarse celebraciones entrañables, un patio anclado en los años cincuenta o sesenta.

maragatos5Discutimos un poco y bajamos la comida dando otro paseo. La ahora ciudad, con incluso un edificio alto a modo de torre moderna junto al Sil, está bonita, se ha hecho una buena labor sobre ella. Siempre han dicho que en el Bierzo hay dinero. Partimos carretera abajo hacia Las Médulas. Por el camino charlamos sobre lo divino y lo humano, me vienen mil recuerdos de cuando todo aquello era virgen. Las minas de oro romanas siempre estuvieron allí desde que yo tengo uso de razón, estaban allí abandonadas al tiempo. Llegamos al pueblo donde han edificado una especie de centro de interpretación. En la puerta intentan unos falsos aldeanos vendernos productos de la tierra elaborados en fábricas a cientos de kilómetros. Nos aconsejan ir a la parte alta y visitar las galerías, ahora previo pago. Siempre fueron gratis, podías entrar a oscuras con tu linterna, ahora te dan un casco con una sonrisa en la boca y te cobran unos Euros. El paseo está iluminado, lo que le quita encanto, y ya no hay barro en los pasillos. Aprovecho para intentar mear dentro, pero mi acompañante me gasta la típica bromita de que viene alguien y me corta el chorro. Ella confiesa que también se está meando y al salir nos desviamos por una ruta senderista para poder vaciar.

Caminamos como un kilómetro por la senda, que nos permite acceder a una zona desde la que se divisan los picos rojizos de la montaña devastada y demolida. Los romanos utilizaban sistemas de agua a presión para dinamitar a su manera el terreno, legaron un paisaje surrealista como de otro planeta. Decidimos desandar nuestros pasos hacia el coche. Chispea y hace un fresco que me hace rememorar los tiempos en que en verano paseábamos por estas tierras. El paraje está desierto, ni un alma en un kilómetro a la redonda. Nos circundan matorrales impenetrables crecidos sobre el terreno mil veces arrasado y calcinado. De repente, miro hacia el lateral de una profunda vaguada paralela que acompaña rectilínea al camino, y diviso a dos animales que caminan uno detrás de otro. Puedo ver sus cabezas, su cuerpo canoso. Van en fila india. Son unos segundos. Dos lobos, uno detrás de otro. Es muy difícil, casi imposible, verlos. Mi padre me contó que vio una vez uno en el pueblo, que se quedaron mirando el uno al otro y que desapareció en el bosque. La única vez que vio un lobo en su vida. Magia.

Alucino con haber conseguido ver un lobo. Dudo incluso de mi vista. Los había escuchado aullar en Soria, pero muy de lejos. Bajamos al pueblo de Las Médulas de nuevo y, aunque quedan menos de dos horas de sol, decidimos tomar una ruta por la parte baja de las minas. Como el día está plomizo, amenaza lluvia y hace fresco los visitantes han desaparecido. Atravesamos los senderos que conducen a grandes agujeros abiertos en la montaña entre un paisaje fantasmagórico de preciosos castaños centenarios muertos y semiasesinados por el tiempo, árboles que han adoptado las formas de monstruos y humanos, o de humanos monstruosos, que parecen sombras de los espíritus de los esclavos que excavaron la zona. Los romanos esclavizaron a autóctonos o los trajeron de lejos. Se follaron a sus mujeres y a las de los aldeanos de las tribus celtas e ibéricas y procrearon estas sucias razas mestizas de bercianos y maragatos.

Leemaragatos6mos los bonitos letreros en los que cuentan cómo trabajaban los esclavos. Y cómo morían. Bajamos el camino mientras cae la noche. Cogemos el coche y volvemos a Bembibre a toda prisa para intentar pillar el supermercado abierto para comprar más alcohol. Respiramos porque todavía no han cerrado. Un transexual simpático despacha en la caja con una sonrisa. En estos lugares pienso que lo ha debido pasar mal con su sexualidad, las gentes del lugar siempre han sido criticonas y retrógradas hasta la médula. Paramos en el bar del día anterior y nos tomamos unas cañas rápidas, para ir abriendo boca. La grasa consumida en la comida necesitará que ingiramos mayor cantidad para que haga efecto. Compramos vino a discreción, chocolate, aperitivos y algún embutido industrial. Llegamos al hotelito, lo consumimos todo y al rato caemos rendidos y algo, al menos, borrachos. La tele hace el resto. Echan el festival de Eurovisión. Nos reímos de los concursantes un rato. Luego pongo un canal temático mientras mi acompañante ronca. Al día siguiente iremos a Astorga. Allí siempre siento tensión, la vibración familiar siempre me resulta negativa.

Despertamos con cierta resaca. Una pena no haber podido fumar algún porro para descansar mejor, pero nos hemos hecho viejos y ya no viajamos con drogas encima, por si algún picoleto hijo de puta nos para. Desayunamos en la antigua cuadra de la casa. Hay una pareja con niños en otra mesa, de esos  que se hacen los guays llevando a sus hijos al campo a que se aburran. Gafapastas de extrarradio venidos a más. Tomamos la carretera general en vez de la autopista. Pasamos por la zona de la N-VI antigua junto al desvío del pueblo de mi padre. Recuerdo cuando el camino era de tierra. Hay una foto de mi padre montando en una bici BH de paseo de mi hermana justo antes de caerse, recuerdo que se dio tremendo hostión bajando la cuesta. Afortunadamente la grasa abdominal que adquiría en verano en el pueblo paró el fuerte golpe.

Llegamos a Astorga. Han puesto un disparatado precio por entrar en la Catedral. Los hijos de puta de los curas, como siempre, jodiendo la marrana. Vocifero en la puerta para que me oigan insultar la clero, como es menester. Hacemos fotos del palacio de Gaudí, ese señor tan meapilas pero tan gran artista. Es bonito, pero dentro recuerdo que no había nada o casi nada. Bajamos a la muralla. En Astorga el tiempo se ha detenido. Han arreglado los jardines tras el recinto amurallado y empedrado las calles, pero todo sigue casi igual, igual de rancio. Antes al menos vendían un pan de hogaza que duraba quince días. Ahora sólo encuentras cecina industrial a precio de casera. Recuerdo cómo sabía la mantequilla en el pueblo, y cómo olía el armario del queso de cabrales. Era repugnante, pero rico. Las mantecados sabían también muy bien, pero se secaban muy pronto. En Madrid había un bar de maragatos donde todos los días vendían hogazas de Astorga. que les traían los camiones que venían de Galicia. Era en la esquina de Juan de Olías con Bravo Murillo. Pero los dueños hace tiempo que murieron y traspasaron el negocio.

maragatos7A mi acompañante se le antoja un cocido maragato. Afortunadamente le describí cómo elaboraban el botillo y le dio suficiente asco como para que no se le antojara también comer unas patatas grasientas con ese conglomerado dentro. Discutimos dónde comer. Los restaurantes son caros para lo que dan: grasa con garbanzos. Discutimos. Discutimos. Me voy por una calle y dejo de divisar a mi antagonista. Me encamino hacia la casa de los Panero. Siempre escuché comentar en el pueblo cosas sobre ellos, siempre negativas. A mí me cayeron muy bien. Han muerto todos. Un fin de raza que defecó en la cabeza de toda esa gente tan repugnante de Astorga, esa chusma reaccionaria que los veía como perros verdes y degenerados. Hace años que los idolatramos tras ver “El desencanto”. Hace décadas que tanto Astorga como el mundo me desencantaron también. Como no llevo móvil, voy al coche y me reencuentro con la persona que tantos dolores de cabeza me da y que tanto alcohol consume conmigo. Lloriquea. Sí, soy un hijo de puta, y un rata. No quiero gastar dinero en comer y eso da motivo a conflictos variados. Entonces se me pone en los cojones y vamos al restaurante con mejor pinta donde ofrecen cocido. Al final accede. Se negaba ya a a comerlo, por despecho gastronómico, para joderme, la muy puta, pero yo sabía que era con la boca pequeña. Entramos y nos dan la última mesa. Varios platos de carne y embutido grasiento después casi no podemos levantarnos del sitio. Terminamos muy tarde de comer. La sopa se sirve lo último. El dueño, y su hija, que está de buen ver aunque tiene pinta de llevar bragas de cuello vuelto y un cepo en la puerta del chocho, nos saludan efusivos, porque somos los últimos en marcharnos. Se sienten atraídos por nuestro aspecto de especie de letrados indigentes que gastan dinero alegremente en comida grasienta. Son amables, algo falsos, pero amables. Al menos amables, en esta gente hay gente pero que muy borde, como mi padre o como yo, aunque mi eterna sonrisa falsa de maragato abre aquí todas las puertas.

Abandonamos el restaurante casi en estado de coma. Noto cómo la grasa se asienta en mis arterias. La hostalera nos ha dicho esta mañana que visitemos un pueblo llamado Colinas del Campo. Tomamos una carretera de montaña hasta que se acaba. En lo profundo de un valle se encuentra la aldea, con todas las casas reformadas para el turismo guay. Recuerdo aquellos poblachos cuyos habitantes se iban por las noches a defecar y  orinar (cagar y mear) a las eras y a los pajares derruídos. Se encontraban todos cuando caía el sol apretando y limpiándose el rasca con piedras, porque hasta bien entrados los años ochenta doy fe de que no había retretes dentro de las casas, con lo que aquello suponía para el aroma interior sobretodo en invierno tras el invento nefasto de los orinales. Todo el pueblo tiene los tejados de pizarra, muy bonito, y hay un puente sobre un riachuelo salvaje y una especie de campanario en la plaza. Está desierto, paseamos por sus calles. Simulo que voy a hacer una ruta de senderismo de diez kilómetros cuesta arriba aunque ya queda sólo hora y media de sol, todo para que mi acompañante, con la tripa hinchada como un balón por el kilo de garbanzos consumido, proteste iracunda. Notamos analmente que las legumbres van haciendo su efecto, así como el repollo a quintales que hemos devorado, aunque no me gusta el repollo. Los pueblos ya no huelen a mierda de vaca como antaño cuando nos llevaban a la era a trillar y del trillo tiraban dos vacas que cagaban a discreción mientras un aldeano les recogía la hez del culo con una pala. Ya no huele a mierda como antaño, y mira que ese olor no me resultaba, por familiar, nada desagradable.

Mi padre me contó que una vez escucho una especie de santa compaña cuando llevaba a pastar a las vacas con su primo. Estad tranquilos, porque tardó en morir casi sesenta años más tras la visión agorera. Son tierras mágicas, estos infectos territorios del bierzo y la maragatería. Tierras mágicas pobladas por personas oscuras y malencaradas con el extraño, el extraño de dentro o el de fuera. Los maragatos practicaban la covada y follaban todos contra todos en los pueblos, los primos fornicaban entre sí sin rubor porque no había otra gente en la que meter o ser metido en caliente. Así luego los descendientes hemos conseguido a pulso portar enfermedades hereditarias. Yo tengo piedras en el riñón dicen que por ello. Cuando era pequeño vi a un viejo del lugar morir por gangrena en un pie. Decían que trepaba a los árboles y que se le había clavado algo por andar descalzo. Una forma romántica de morir, pero puedo dar fe que el pie daba un poco de asco. “El tío Juan”, lo llamaban. Un recuerdo para el tío Juan, no sé si merecido o no. Ahora a estos pueblos van a follar con amor pijos de las ciudades. Algunos se follan a sus hijos o sobrinos, pero esa ya es otra historia, no berciana o maragata. Los gafapastas también pueden ser violadores pederastas.

Compramos de nuevo alcohol en el supermercado y prometemos no beberlo todo esa noche, dejar algo, porque al día siguiente tenemos que partir para Madrid y no resulta conveniente tener resaca. Pero no cumplimos la promesa. Paternina banda roja. El cocido maragato no nos permite apenas cenar nada, sólo bebemos. Caemos rendidos y en un flashforward como el de “2001 una odisea del espacio”, se me cae la botella de vino de la mano como a un mono borracho, nos despertamos, hacemos la maleta y bajamos a desayunar. Tenemos que despedirnos, hacer el check-out y volver a ir al pueblo de mi abuela a hacer una última intentona sentimental de quemar la choza de mi tía. La hostalera nos despide amable aunque no efusivamente, se nota que es del lugar, aunque nos cuenta que ha vivido muchos años en Barcelona, lo dice con la boca pequeña porque nunca se sabe si puede recibir gran rechazo haber vivido en la capital de esa república. Nos dice que está ampliando la casa con más habitaciones, y que en julio abrirá la piscina para aprovechar los diez días en que te puedes bañar al aire libre en estas tierras. Tomamos la antigua Nacional VI hasta el desvío del pueblo de mi abuela. Bajamos por el valle que habitaron iberos, celtas, romanos y maragatos, todos juntos y revueltos. Paramos en el mismo lugar que el día anterior y, tras vigilar que no hay nadie por los alrededores, damos un paseo. La casa está ahí, delante de mí. Mi padre me dice desde el purgatorio que no la prenda fuego, que lo haga por él, por su memoria. No he traído, una vez más, gasolina. Mi acompañante subraya lo hija de puta que le parece mi tía y su historia, pero que no se queda corta en hijoputismo mi abuela cambiando el testamento a favor de la susodicha sin razón ninguna. Sueño con que no apunto mi escopeta hacia su cabeza desde el huerto mientras duerme en su mecedora. En el último momento se despierta y me ve apuntar, aprieto el gatillo y le reviento la cabeza de un tiro. La vida es sueño. No sé si ella habrá muerto ya, espero por una parte que sí, pero por otra que se reconcoma la cabeza el mayor tiempo posible.

maragatos8Echamos gasolina en Astorga. Pedimos factura, pero increíblemente no sabían cómo hacerla. Mi tío una vez vio despachar en una ferretería de Astorga a una persona que lo hacía con diligencia y rapidez y no pudo evitar preguntar si no era de allí. No, era de Madrid la dependienta, lógico. Son lerdos los maragatos tanto como los bercianos, que en realidad son la misma cosa. Nunca supe diferenciar ambos territorios, no hay ni una linea pintada en el mapa, ni una comida grasienta, ni una costumbre sexual grotesca que los diferencie. Ni siquiera el repugnante botillo, que es oriundo de las dos comarcas en realidad. Esta vez no compramos ni mantecadas ni una hogaza de pan para llevárnosla a casa. El camino de vuelta es corto. La Bañeza, Benavente, Tordesillas, Ataquines, Adanero. Subimos el puerto de Los Leones para cumplir la tradición paterna y ahorrarnos el dinero chorizado en el túnel de peaje. Pienso en cuándo volveré a la tierra de mis antepasados, si tardaré mucho, y si compraré entonces un bidón de gasolina, o explosivos, y quién podría ayudarme a tomarme la justicia por mi mano. Puede que os lo pida a ti o a ti y no podréis negaros. O conseguir que hubiera una guerra a muerte, de exterminio, entre maragatos y bercianos, que se devoraran los unos a los otros, Caínes y Abeles, que en realidad son la misma cosa aunque presuman de no serlo. Es una bonita tierra a vista de pájaro, pero todo depende del color de cristal con el que la mires.

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Noruega: bienvenidos al fin del mundo

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Cuando Miguel y yo llegamos al mirador de Dalsnibba, un pico de montaña con vistas privilegiadas del pueblo y del fiordo noruego de Geiranger, tuve el enorme privilegio de… no ver ab-so-lu-ta-men-te NADA. Os preguntaréis qué tiene de estupendo noruega2recorrer 21 kilómetros de carreteras sinuosas y pagar un peaje de 11 euros para ver un lienzo en blanco. Sin embargo, coincidiendo aquel día con el aniversario de mi nacimiento, fue uno de los regalos de cumpleaños más impresionantes que he recibido jamás.

Pero comencemos nuestra historia por el inicio. El recorrido partía del pueblecito a pie del fiordo de Geiranger, una de las localidades más destacadas para el turismo en Noruega occidental. La primera parada obligada tuvo lugar en Flydalsjuvet, mirador clásico desde donde se retrata estupendamente la lengua de agua que llega a Geiranger. Por supuesto, recorrí mi caminito de dudoso acceso para hacerme la foto de rigor. Tranquilos, es totalmente seguro si tienes un mínimo de cabeza (y os habla una cabra loca).

Tras unas cuantas poses y deleites del paisaje, el chiste del día lo encontramos fijado con spray amarillo en la carretera que subía hacia Dalsnibba. Ya tenía el Ohrwurm de los Bee Gees para el resto del trayecto.

Todo esto era muy bonito y estaba muy bien, pero se quedó en nada tras lo que vino a continuación. Sin tenerlo previsto, nos topamos con el Lago Djupvatnet. Por supuesto, el lago llevaba la retorta de años allí, yo fui la ignorante por no conocerlo (qué suerte a la sazón). No fui capaz de procesar la belleza lacustre. Di gracias a Thor, Odín y demás dioses nórdicos, que nos regalaron aquellas nubes plomizas convirtiendo la masa de agua en mi bautizado “lago negro”. Las montañas que lo bordeaban, negro grafito, aquellas motas de nieve blanca en connivencia y una casa grisnoruega4 solitaria, hacían del paisaje un lugar a la par mágico e inhóspito. Di también gracias por haber subido a la montaña en el penúltimo día del verano, sin ningún turista. Una visita privada y muy VIP. Todo mío. Todo para mí en su inmensidad y su silencio. Entenderéis que morí, que parte de mi espíritu se desgajó y se quedó allí para siempre.  Aún hoy me falta el aire rememorando mi lago negro.

Pero teníamos que continuar la ruta hacia el mirador. Así que Miguel me arrancó de aquel lugar al que me había pegado como una lapa y pagamos religiosamente el peaje de la carretera Nibbevegen. El ascenso por aquella carretera lunar ya merecía el precio y aún nos quedaba coronar el recorrido con unas espectaculares vistas del fiordo. Sin embargo, cuando alcanzamos la cima nos encontramos con un concilio de nubes blancas que rellenaban por completo el valle y que no dejaban vislumbrar apenas un milímetro de lo que había 1476 metros más abajo. Había llegado al fin del mundo. Unirse al espectáculo de aquellas nubes majestuosas volvió a robarme otro pedacito de alma.

noruega5Estoy plenamente convencida de que de haber gozado de buen tiempo, tras la borrachera de otras vistas espectaculares durante ese mismo día, la panorámica también me habría gustado; habría proferido unos cuantos “¡oh!, ¡ah!, ¡precioso!”; habría retratado la estampa unas cuantas veces y mi cabeza lo habría archivado en la sección “visto”. Afortunadamente, gracias al tiempo nuboso de aquel día, la experiencia quedó registrada en la sección “Stendhal”, un apartado mucho más exclusivo y permanente.

¡Ah, así que era esto? Bonito, ¿verdad?

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En su lugar yo vi esto otro. ¡Aaaaaaleluya!

No podía pedir más a ese ascenso tan especial.  Sin embargo, no sólo las vistas sino también el paseo en coche fue una verdadera atracción, un verdadero privilegio realizarlo con el otoño prematuro del condado. Recorrer sus carreteras mientras el negro cobalto de las alturas de Dalsnibba daba paso a los colores rojizos, pardos y verduzcos que avisaban de la vuelta a la vida del valle. Viajar en soledad en el otoño noruego es una experiencia única y vivamente recomendable.

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Lugares de LNMO para perderse en verano

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Los integrantes de la familia de LA NOCHE MÁS OSCURA os muestran algunos lugares en el mundo en los que perderos este verano. Quién sabe si acudiréis a alguno de ellos y, por suerte o por desgracia, encontraréis la huella de alguno de ellos. Alguna de las sugerencias podrían acarrear consecuencias nocivas para vuestra salud, física o mental:

viajefresno9La palma (de mi mano). El lugar de Mercado Navas

El otro día cayó entre mis manos uno de los suplementos de El País: El Viajero. Fotografías con una definición y un contraste increíbles (superiores a los que percibo con mis propios ojos) y una apabullante y exhaustiva propuesta de actividades. Experiencias para todos los gustos y de todos los formatos imaginables.

Tuve la agobiante sensación de que no queda nada por inventar, por descubrir ni por hacer en el ámbito de una de las más pujantes industrias de nuestro tiempo: el turismo. No nos engañemos: por muy exclusivo y original que pueda parecer un plan, considero que, desde el preciso momento en que se trata de algo confeccionado por otro para que lo disfrute (y lo pague) un tercero, éste último se convierte en un consumidor más, perdiendo su posible condición de viajero por la más venial de turista.

De modo que la única forma que he encontrado de poder leer un poquito durante cada desayuno dicho suplemento ha debido pasar por la íntima convicción de que no compraría ninguna de las ofertas ni me propondría conocer buena parte de los destinos sugeridos, que imagino ya irreversiblemente masificados.

De hecho, es probable que frecuente cada vez menos mis paraísos lejanos particulares pues, víctimas de sus encantos, están siendo cada vez más elegidos por turistas y viajeros. Me tendré que orientar hacia lugares con atractivos más discretos pero igualmente sugerentes. Algo así como los protagonistas de las fotografías de Bleda y Rosa.

Pero como esta colaboración no deja de ser un encargo y como uno tiene a bien cumplir con lo que de aceptable le mandan, les voy a hablar de un sitio al que viajo a pie frecuentemente en compañía de mi perro. Y digo bien viajo porque este esparcimiento cotidiano me ayuda a abstraerme en la contemplación minuciosa de la naturaleza en su tránsito por las distintas estaciones del año.

Así que, si Vds. se avienen a utilizar Google Maps, la finca La Zarzuela del Monte, situada en el término municipal de Alalpardo-Valdeolmos, constituye en buena medida el primer retazo de soto mediterráneo-continental que interrumpe el predominio de la estepa cerealística al Este-Nordeste de la Comunidad de Madrid. Está recorrido por el arroyo Calderón, que suele llevar agua de octubre a mayo. Esta circunstancia posibilita la existencia de un bosquecillo de ribera poblado por fresnos, chopos, sauces, madreselvas y zarzales. Aquí y allá, en el curso medio del arroyo, hay pozas que se me antojan artesianas pues llevan agua todo el año. El pequeño valle por el que discurre el Calderón se va ensanchando a medida que apunta hacia la confluencia con el Jarama. Agüitas arriba, el soto se espesa y se convierte en prieto bosque de encinas.

El ecosistema es refugio de toda suerte de rapaces, alimañas y sus presas. En época de caza, más vale no merodear la zona los martes, jueves y fines de semana. Durante la veda, podremos cruzarnos, muy de vez en cuando y al albur de las temporadas, con algún que otro recolector de setas y espárragos. Gente poco habladora y celosa de los lugares donde creen haber encontrado una exclusividad que sólo yo les permito imaginar.

Les ruego me permitan esta inmodestia pero es que son ya 35 años de viaje, siete de ellos con mi can, algo que me ha permitido considerar el entorno desde otra perspectiva, más animal.

Si algún día se les ocurre dar una vuelta por ahí, sean respetuosos y vayan con cuidado. Al fin y al cabo, estarán Vds. caminando por la palma de mi mano.

viajetombuctu5Tombuctú, Mali. El lugar de Benny del Paso.

Los cruces de caminos alojan nuestras ánimas y nos guardan de nuestros demonios. En una de las puertas del desierto al Sahara, junto al río Niger, en las profundidades de un país, Mali, se erigió la ciudad de Tombuctú. En ella reina el círculo del conocimiento, guardianes del saber e historia escrita de los pueblos africanos y árabes que confluyeron, en algún momento de su historia, en este cruce de caminos. Arte y saber, transmitido y cedido durante siglos por los viajeros y mercaderes que llegaron a la ciudad de la luz divina.

viajeraina6La calle Raiña. El lugar de Daniel Prieto.

La calle Raíña, en donde tuve el privilegio de vivir unos años, es una vetusta arteria de la zona vieja de Santiago de Compostela, esa ciudad universitaria concebida para disfrute de los funcionarios. Innumerables bohemios vivieron allí antes y otros vivirán después. Desde mi ventana veía la catedral, esa maravilla pétrea románica y ominosa. Prisciliano de Ávila nos contemplaba cada noche desde su sepulcro. Una ciudad levítica erigida gracias a una mentira que los trovadores de la lírica galego-portuguesa ya denunciaron con encono en su momento. Los suevos, el Batallón literario, el Pórtico de la Gloria, los muertos de la Quintana... todo quedaba a un paso de nuesto hogar. Le habíamos alquilado aquel infecto piso a un mantrimonio de ancianos que estaban forrados pero que vivían como en la posguerra. Él era mutilado de guerra y cantaba en el coro de la Catedral. Lo oíamos ensayar a veces, descojonándonos de aquella voz beata que nos reclamaba hatsa el último céntimo de las facturas. Su hijo era médico y había sido alcalde de un pueblo cercano. Cagaban dinero, aquellos viejos. Tenían cuatrocientos pisos en Santiago. Pero comían leche mezclada con maíz, las papas de la guerra. Era asqueroso aquel olor, inundando las escaleras. Era un edificio de tres pisos. En el primero nuestros entrañables caseros, en el segundo dos chavalitas a las que espiábamos a ver si las veíamos en bragas y en el tercero mi compañero Samuel y yo. Era un lugar deprimente y maravilloso a la vez en el que llegamos a acoger al propio Andrés Calamaro en una noche memorable de la que él probablemente no se acuerde ni de coña, tras su apoteósico concierto en sui época de Honestidad brutal, probablemente su mejor disco. Manoliño y su coma etílico, bolsas llenas de cazadoras vomitadas del Hospital Xeral, lavados de estómago, coitos fugaces con preciosas caribeñas... muchas historias guardan aquellas cuatro paredes desvencijadas. Teníamos un brasero y una vez nos bebimos una botella de Larios a pelo porque no habíamos compradro refrescos. Juventud, divino tesoro. Esa misma noche descubrí que Samuel era alérgico a los porros; estuvo varias horas temblando sobre un barreño que iba acogiendo sus vómitos... pensé en llamar en serio a un médico pero él me lo impidió en el último momento. Inyecciones de vitamina B12 en el hospital. Muchas viviencias... como aquel día que hicimos lentejas, les escupimos, e invitamos a comer a Moncho, que dijo que estaban riquísimas... Si os pasáis por la Raíña recordad que somos inmortales. Que Samuel y yo estaremos con vosotros mientras bebéis los vinos del bar Coruña, del Central, del Trébol o del Orense... y cuidado con los tigres.

viajetunez7Túnez. El lugar de Lorens Gil.


Muchas son las familias europeas que han optado por este destino de vacaciones durante los últimos años. Descubrir este lugar es conocer un enclave estratégico en la cuenca mediterránea para civilizaciones romanas e islámicas a lo largo de la historia.

Esta afluencia de turismo ha quedado sin embargo paralizada desde los atentados de 2015, suceso a partir del cual los tour operadores dejaron de ofertar este destino.

El panorama a día de hoy es ‘desalentador’. Y lo digo entre comillas porque hoy es el día en el que cuando aterrizas, los taxistas no están en la puerta del aeropuerto a la caza, ni se percibe el ‘acoso al turista’.

Este es el mejor momento para visitarlo en su estado más intenso y real, conociendo la sencillez y el calor de sus gentes, los aromas de sus mercados, el calor de sus playas.  

El argumento terrorista no es sino una excusa socialmente aceptada y extendida por los medios de prensa para cortar una tendencia turística con un incremento progresivo de los precios en el país que si comienza de nuevo se reajustará a la baja. A fín de cuentas, a día de hoy no estamos más a salvo de un ataque terrorista en los países europeos de origen.

viajemalo2Saint-Maló. El lugar de María G. Antúnez.

Ciudad que vio nacer a los corsarios franceses más ilustres, como Jacques Cartier o Robert Surcouf, bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruida fielmente después, Saint-Malo es mi lugar favorito de todos los que he visitado. Daría lo que fuera por pasear ahora mismo por su muralla mientras veo una de las mareas más altas de Europa y, por supuesto, me como una galette bretonne.

Desde este año, gracias al tren de alta velocidad, Saint-Malo se encuentra a solo dos horas y cuarto de París. Un aliciente más para visitar una de las mayores joyas de la costa Esmeralda. Recomendación: disfrutar desde sus playas de los fuegos artificiales del 14 de julio es una experiencia que hay que vivir una vez en la vida. No imagino una postal mejor.

viajeromaEl cielo romano. El lugar de García Cardiel.

Si tuviera que escoger un lugar en el mundo para pasar un solo día, ese sería, sin lugar a dudas, Roma. Qué original, dirán ustedes. Pues no, no mucho, pero qué le vamos a hacer, tampoco es mi intención aparentar. Quizá más de uno se haya dado cuenta del énfasis en ese “un solo día”. Estoy seguro de que quienes lean esto y hayan estado en Roma, en la maravillosa y caótica ciudad eterna, lo comprenderán.

Pero si hay un sitio de Roma en el que me quedaría toda la vida, con una compañía apropiada, se entiende, ese es el Gianicolo. El Gianicolo, o Janículo como lo llamaban los antiguos romanos y continuamos denominándolo los de mi ralea, es un monte que separa el Vaticano y el Trastévere, y que por tanto queda frente al Campo de Marte, al otro lado del Tíber. ¿El Campo de Marte, dije? Me refiero a la zona del Campo de’ Fiori y la Piazza Navona, para entendernos. Lo recorre un agradable paseo ajardinado, bastante empinado bien es cierto en sus dos extremos, pero que merece la pena recorrerse sin prisas. Entre las esculturas y monumentos dedicados a los partisanos y a los luchadores por la independencia hispanoamericana puede uno contemplar las mejores vistas de Roma. Puede uno recrearse en la romántica decadencia de sus ruinas y edificios sin verse subsumido en las riadas de turistas y en el tráfico enloquecido de la ciudad. Puede uno respirar Roma, y acaso alguno de los que me lean me entienda, sin tener que enfrentarse a la otra Roma. No me extraña que César hospedara a Cleopatra precisamente aquí.

Quizá alguno de ustedes conozca el Gianicolo. Para los que no, se lo recomiendo. No dirán que no les doy una excusa para volver a Roma. Regresar a Roma una y otra vez me parece un objetivo vital tan bueno como cualquier otro.

viajejapon4Japón... El lugar de Estela de Mingo.

Lo primero que me encuentro cuando llego a Japón después de 18 horas de viaje es lo que menos me hubiera esperado encontrar: avería en la línea de tren Yamamote, la principal de la ciudad, la que me tiene que llevar a mi hotel.

En Japón no se estropea jamás el transporte público y tiene que hacerlo justo el día en el que necesito usarlo yo.

Inmediatamente nos dimos cuenta de que no había el mayor problema. Hordas de japoneses bien educados estaban dispuestos a ayudarnos. Una chica busca el hotel en su ordenador, nos imprime un mapa, nos señala una parada de metro y nos dice que cojamos el metro que va a llegar en 2 minutos a la estación del aeropuerto y nos bajemos en la séptima parada.

Dicho y hecho, llegamos al hotel sin la menor complicación.

Fue nuestro primer contacto con el país y con la extraordinaria cultura japonesa, donde la buena educación está a la orden del día, traduciéndose, entre otras cosas, en ayuda a los turistas que miran el plano del metro de Tokyo con cara de póker.

Teníamos 13 días por delante para empaparnos de esa cultura que, en ningún momento, dejó de sorprendernos.

La total despreocupación por dejar (valiosos) objetos personales sin vigilancia y a la vista de todo el mundo, sabiendo que cuando vuelvas a por ellos van a seguir allí.

La meticulosidad con la que hacen fila esperando el tren, para luego entrar tranquilamente en orden de llegada al andén.

La facilidad para esquivar cualquier contacto físico, incluso en el paso de cebra más transitado del mundo.

La absoluta puntualidad del transporte público, que hace que moverse por todo el país sea un juego de niños.

La mezcla de la modernidad que se respira en Tokyo, con sus rascacielos, su zona financiera, sus centros comerciales, sus tiendas caras, el manga, el anime, los videojuegos, los Cosplay, los Rockabillies...Con la tradición que irradia Kyoto, con sus miles de templos que bien merecen una visita, sus calles antiguas, el barrio de las gheisas, sus habitantes luciendo kimono...Sin olvidarnos de la increible naturaleza que envuelve todos estos lugares, que alcanza su máximo esplendor en los alrededores del Monte Fuji.

Solo llevas unas horas cuando ya te han atrapado con su cultura. De repente te encuentras despreocupada por llevar la mochila abierta a la espalda, preguntando si a alguien se le ha caído el dinero que te acabas de encontrar en el suelo, haciendo una pequeña reverencia al conductor del autobús que te agradece tu viaje cuando te bajas...

Todo lo que te envuelve te hace sentir como si hubieras viajado a otra dimensión, que esta sociedad de la que te encuentras rodeada es ficticia. Hasta ver la tele es una experiencia increíble en ese país.

Japón no defrauda. Japón te deja con ganas de más. Aún no te has ido cuando ya estás deseando volver.

viajeauvers8Auvers-sur-Oise. El lugar de Bonifacio Singh.

Voy a hablaros de un lugar al que todavía no he ido, pero por el que apareceré este verano. El que quiera podrá encontrarme por allí durante la segunda semana de agosto de este año. Iré hasta allí buscando el trigal con cuervos y las tumbas, una al lado de la otra, de Vincent y Theo. Subiré hacia el norte en mi Delorean hasta alcanzar el norte de París, recorriendo una vez más ese país en el que me encuentro como en casa. Una vez visité Amsterdam y en el Museo Van Gogh pude ver una foto estampada en la pared que retrataba los dos lechos eternos de los hermanos Van Gogh. Leí después su historia, de cómo Theo, el personaje oscuro y no famoso de la familia, había muerto poco después que su hermano, quizás a causa de la tristeza. Allí cerca, Vincent desarrolló sus últimos meses de frenética vida, de locura o de cordura máxima, quién sabe, pintando entre otros ese cuadro que siempre he sentido muy cerca. Vincent vivió como un indigente con el casi único apoyo de su hermano, de cerca y en la distancia. Nunca, ni después de muertos se separaron. Viajaré armado con las cartas que se enviaban y con las películas sobre su vida de Tavernier y Pialat. Acamparemos cerca de sus huesos, y Francia me hará respirar como cada verano, me dará un empujón para intentar mantener el tipo, de pié. Un consejo para todos: coged un coche y cruzad los Pirineos sin rumbo ni alojamiento fijo. Yo llevo realizándolo, casi religiosamente, las dos últimas décadas. Y creo que ya no podré dejar de hacerlo.

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