unlugar

Malasia

Son las 20:00 h cuando aterrizo en Kuala Lumpur. Después de un largo viaje, somnolienta, entreabro los ojos para ver a través de la ventana qué lugar tan diferente me voy a encontrar al día siguiente. Lejos de mis estereotipos, la ciudad es comparable a cualquier ciudad europea en cuanto a desarrollo industrial, densidad de población, limpieza, organización de sus calles, y su corazón, centro neurálgico presidido por las Torres Petronas, se alza como símbolo nacional de modernidad.

malasia2Se trata de una construcción faraónica que finalizó en el año 1998 bajo unas consignas de resistencia a efectos sísmicos a gran escala. Para conseguir mayor estabilidad, las torres están unidas por un puente a media altura, en el piso 41, dejando una pasarela para turistas, y otra para los empleados de Petronas.

Me gustaría compartir la sensación que tuve al subir arriba de las torres gemelas más altas del mundo. No era claustrofobia, puesto que el espacio era amplio, ni vértigo, pese a lo impresionante de tener una vista completa de la inmensidad de la ciudad. El número de personas en el ascensor era limitado y en un instante se hizo el silencio. De repente me entró el pánico al pensar en cómo salir de ahí frente a cualquier eventualidad. Inconscientemente, me resistía a alejarme del ascensor. Miré hacia abajo desde aquella estructura de hormigón y cristaleras y pensé en la impotencia de las personas que se quedaron atrapadas en las torres gemelas.

malasia22Tuve la oportunidad de intercambiar esta impresión con un trabajador desde hace más de 10 años, cuya oficina ha estado entre los pisos 63 y 68, que contaba cómo los días de viento se notaba la vibración de los cimientos, incluso el tambaleo de la luz. No trabajaba allí en el momento del atentado pero, por encima de cualquier religión o fenómeno natural, su filosofía es la de no vivir constantemente bajo el miedo. Si no, estarías dejando escapar la vida sin quererlo remediar.

Efectivamente, la entidad estatal Petronas es el motor económico del país, basado en un desarrollo industrial del sector petroquímico que favorece la mejora de las condiciones sociales de la gran masa de población respecto a otros países vecinos que, por otro lado, no condiciona la desigualdad social frente a la opulencia de los sultanes de los 9 estados peninsulares, cada vez más alejados de su origen religioso.

Sin embargo, el desarrollo industrial no elimina déficit estatal. Por ello, para paliar sus efectos, a partir del mes de abril se ha introducido el tipo impositivo de un 6% que afecta al conjunto de la población y que, con toda previsión, será motivo de malestar y el origen de futuras revueltas sociales.

malasia4Lo más atractivo del país es, sin duda, el mestizaje de culturas que da pie a su carácter propio y original. Aproximadamente la mitad son malayos, de religión musulmana y cultura malaya local, personas comedidas, metódicas y siempre sonrientes. Junto a ellos, una población de descendencia china de segunda o tercera generación marca el carácter constante, luchador y emprendedor, además de quienes proceden de India, principalmente de origen tamil, estado del sureste del país de origen. Durante los últimos años, el país se está convirtiendo también en crisol de etnias procedentes del sudeste asiático o de los países del golfo. El idioma común, herencia de la época colonial británica, es el inglés.

Todos ellos se concentran de forma más numerosa en la zona peninsular, dejando los Estados de la isla de Borneo, marcados por su riqueza natural, como destino vacacional. Entre todos éstos destaca el de Sabah que me he quedado con muchas ganas de conocer.

Malasia es un país de impresiones, un lugar donde comer con palillos frente a una chica con el pelo cubierto, degustar nuevas frutas tropicales, disfrutar de masajes orientales y sesiones de acupuntura o saborear los más exquisitos vinos de Francia o Australia bajo un sistema islámico.

malasia5En una ocasión en la que participé en un evento organizado por un grupo de descendencia china pude constatar que las prohibiciones religiosas tienen un precio. Después de una cena en la que no faltó cerdo, vino, whisky y licores en cantidad, una persona que no hablaba inglés se acercó a mí de improviso y me acompañó amablemente hasta el taxi que me llevó a casa sin dejarme despedirme de nadie. Al día siguiente, me contaron que continuaron la fiesta en un local en el que no era decoroso que fueran mujeres y para lo que hablar en inglés les suponía un gran impedimento de goce sensorial. En Malasia es posible disfrutar de todo lo prohibido de forma más habitual de lo que cabría esperar.

Imprimir

lanochemasoscura