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Monos

La vieja cafetería seguía ahí, bajo el edificio de estilo modernista que albergó la sede de la Caja Layetana en aquellos años virados hoy a sepia de mi adolescencia. Me pareció un gracioso retruécano del destino el encontrarme allí, justo en el lugar en que tantas confidencias había compartido en mis años de estudiante. De todos los rincones de mi niñez, aquel se me antojaba el más adecuado para sostener una animada charla con un viejo amigo. Me había encontrado a Andrés en un pub de la Calle Monreal, y aunque estaba algo desmejorado había creído reconocer en él al bromista recalcitrante con el que tan buenos ratos pasé durante el instituto. Así que nos acomodamos en aquella vetusta barra tachonada en cuero que no parecía notar el paso de los añós y de los borrachos, pedimos unas cervezas belgas y nos dispusimos a llenar los huecos en nuestras respectivas vidas. Yo, al menos, lo intenté. Le hablé de mi matrimonio fallido, de mis hijos chupasangres, del trabajo de contable que no había variado en veinte años (más IPC, más IVA...), de fútbol y finalmente noté que su participación en la conversación se había reducido a monosílabos y murmullos, así que le pregunté:

- Bueno, tío, y ¿tú qué has hecho en estos años, eh? ¿Alguna historia divertida o lo mismo que yo?

Noté lo incómodo de la pregunta en cómo se arrebujó en la chaqueta y pareció encogerse  unos centímetros. No parecía la misma persona que yo había conocido. Hay personas a quienes la vida les marca de tal forma que dejan de ser ellos mismos. Me pregunté que tipo de trauma podía haber afectado a mi antiguo compañero de aventuras, qué experiencia vivida podía haber sumido en el mutismo al antaño alegre y espontáneo jóven. Así que me propuse indagar en su secreto.

- ¡Venga, hombre! ¡Andrés! Soy yo, hombre, a mí me puedes contar lo que sea... ¿Un divorcio difícil? ¿Perdiste a un hijo? ¿Qué puede haberte cortado la locuacidad, tío, si tú a todo le sacabas punta? ¿No me puedes decir nada? Venga, que te invito a otra...

Empezó a divagar sobre un viaje al oeste, varias universidades diferentes, un año echado en balde en un piso de un pueblo de la meseta sin hacer nada... le notaba inconexo y no dudaba de que esquivaba el tema principal de la pregunta. Algo le hacía no querer hablarme. No soy persona de importunar a los demás sin sentido, tan solo me había picado la curiosidad, por lo que no tardé en despedirme y acompañarle hasta un taxi. Habíamos bebido unas cuantas cervezas y no quería dejarle caminar hasta casa sumido en tal estado de depresión. En el último momento le di mi número de teléfono, por si algún día podíamos quedar a tomar algo. Lo anotó mecánicamente, con los ojos perdidos y vidriosos. No pude reprimir un escalofrío al notar el vacío en esos ojos que yo había visto llorar de la risa.

*

mono2Volví caminando hasta la vieja casa que fuera de mi familia y que ahora permanecía solitaria tras la muerte de mi tía Fermina, la última que quedó en el pueblo tras el éxodo familiar. Me había instalado allí temporalmente mientras decidía si volver a la capital o arriesgarme a montar una asesoría en algún lugar más pequeño. El pueblo de mi infancia parecía el mejor lugar para replantear mi vida tras el fracaso de mi matrimonio. Aquellos muebles cubiertos de sábanas ponían un toque de nostalgia adicional a mi momento personal. Llevaba una semana en la casa y solo había hecho vida en la cocina y el cuarto que fuera de mi abuela, sin fuerzas para poner en orden todo lo demás. Dejé el teléfono y las llaves sobre la encimera de la cocina y me acosté con la ropa puesta en el viejo colchón que se hundía hasta envolver todo el cuerpo. Estaba empezando a dormirme cuando me sobresaltó un ruido en la cocina. Tardé unos segundos en darme cuenta de que era mi teléfono vibrando contra la formica. No pude pensar más que en mis hijos, así que me levanté precipitadamente, casi cayéndome al enrollarse la sábana entre mis piernas, y me lancé hacia el aparato lleno de preocupación.

El teléfono se iluminaba intermitentemente y zumbaba cuando lo agarré y antes de decir "¿Diga?" me percaté de que la llamada procedía de un número desconocido. ¿Quién podía llamar a esas horas? ¿Qué hora sería? Al principio nadie contestó, solo se oía una respiración al otro lado de la línea de microondas.

- Óigame, sea quien sea, no son horas para bromear, así que deje usted de...

Entonces lo escuché. Un susurro. Mi nombre.

- Oye, ¿quién eres?

Un sollozo contenido. Una voz de hombre.

- Me van a matar...
- ¿Andrés? ¿Andrés, eres tú? ¿Qué pasa, cuéntame, qué te ocurre?
- No puedo hablar...
- ¡Andrés! ¿Dónde estás? Voy ahora mismo a por tí, dime dónde estás...
- No puedo, no, no quiero que tú... no, no podría con ello... escúchame... te llegará algo al correo... no me atrevo a hablar más... adiós.

Y colgó. Traté de llamarle pero salía el mensaje de fuera de línea. Me quedó una sensación horrible en el cuerpo, ¿qué podía haberle pasado? Pobre hombre, si ya en el bar parecía alguien que soportase el peso del mundo sobre sus hombros. No pude volver a dormirme hasta que escuché cantar a los pájaros, abrumado por un mal presagio y preso de la impotencia y de la culpa por no haber indagado más en la vida de mi antiguo amigo.

**

monos3Al día siguiente traté de volver a llamar a Andrés, pero el mensaje de retorno permanecía invariable. Me inquietaba su extraña llamada, pero no podía dejar de pensar en mi familia y mi trabajo, así que pasé la mañana atendiendo reclamaciones de clientes y quejas filiales. Al mediodía me acerqué a la cafetería donde habíamos quedado la noche anterior y pregunté al camarero si había visto al hombre con el que iba. Me dijo que no, y al notar mi insistencia y preocupación, llamó a su compañero y me confirmó que había cerrado al marcharnos nosotros. Decidí echar la tarde indagando, así que me acerqué a la casa de sus padres (aunque sabía que él no vivía allí por algo que extraje durante nuestra conversación) para ver si aún vivía allí algún familiar. No contestaron al timbre, y la vecina que se asomó a cotillear me confirmó que la casa estaba vacía desde que murió la madre, y de eso hacía ya casi diez años. ¿Dónde podía vivir Andrés? Quizá en la urbanización nueva del cerro. La vecina dijo no saber nada de él, aunque le llamó "desaforado" y entendí más o menos que había ido de aquí a allá dando tumbos. Un bala perdida. Me marché con la sensación de haber perdido el tiempo y llamé una vez más para convencerme de que había tirado, perdido o apagado el teléfono.

Durante los dos siguientes días, alterné mis gestiones personales con la búsqueda de mi amigo. Recorrí el barrio de nuestra infancia buscando amigos comunes que no encontré. Indagué en la comisaría por si su nombre había surgido de alguna investigación o suceso reciente, sin contarles lo de la llamada pero sugiriendo que parecía un hombre "acosado" por algún peligro. No me hicieron demasiado caso, pero al menos me quedé tranquilo de que no hubiese aparecido su cadáver en algún lugar. Todo el asunto me parecía demasiado escabroso, y a la luz del día parecía más el delirio de una mente enajenada que algo real. Así que al tercer día y tras realizar la última llamada fallida, decidí olvidar el asunto e inventé una coartada para mí (una excusa para mi conciencia) en la que él se había metido en asuntos de deudas por su mala vida y yo debía preocuparme de la mía si no quería acabar igual. Así que no volví a pensar en el tema hasta que llegó el paquete.

***

monos5Recuerdo que había llovido, y que yo había salido a dar una vuelta por el pueblo para disfrutar del aroma a chimenea y hierba mojada, un olor que me retraía a mi infancia y sus dulces recuerdos. Me sentía en paz conmigo mismo como no me había sentido desde el divorcio, quizá estaba acercándome al punto en el que podría retomar mi vida y hacer frente a las exigencias familiares desde otra perspectiva. Como decía aquella canción: "let it grow for let it know". Todo se movía y yo me movía con ello, en sintonía. Fue casi propiciatorio el llegar a casa y encontrar el mensaje que cambiaría todo, que volvería a sumir mi mundo en la tiniebla y me llevaría a revelar lo que al principio no creí, y que luego al releerlo fui comprendiendo hasta no ver más salida que sacarlo a la luz pública. Una conspiración tan macabra y funesta, y que afecta a toda la humanidad... el que muchos de nosotros seamos sujetos de un experimento a gran escala y con nefastas consecuencias para el que revele la verdad... se lo que me juego al contar ésto, pero no veo otra salida que dar la voz de alarma ante una verdad tan cruel y que ahora comprendo, ha segado la vida de mi amigo y la de tantos otros como él durante décadas... y tras esta revelación, seguramente me cueste la mía y la de mi familia. Soy consciente del sacrificio. Pero juzguen ustedes lo que me fue revelado al escuchar la grabación (en cinta de casette) de las últimas palabras de mi amigo Andrés.

Andrés nunca fue un tipo corriente. Desde niño destacó por su gran inteligencia, que le hacía aprobar todo sin dar palo al agua, y perspicacia. No se le escapaba una. Era de los que pronostican todo y aciertan, por mera observación. No es de extrañar que fuera uno de los elegidos para el experimento, y por la misma razón, uno de los más inestables. Pues el experimento exige que el sujeto no sepa que lo es. Andrés había descubierto que los test realizados a temprana edad a alumnos precoces formaban parte de una campaña de captación de talento a nivel mundial por parte de la élite financiera, de una captación silenciosa y oculta mediante la cual (y reproduzco palabra literales de la grabación): "los sujetos son evaluados según su coeficiente intelectual, y los que superan con creces la media son perpetuamente monitorizados para ser un prototipo de "mente grupal" que sin saberlo tome las principales decisiones a nivel mundial. Ante cada crisis, ante cada fluctuación de los mercados, auge de una nueva superpotencia o pandemia, este grupo selecto de "esclavos mentales" trabaja sin saberlo para ofrecer las mejores soluciones y son de facto el gabinete de expertos sobre el que se apoyan las élites para seguir siendo las élites. Los monitorizados (familiarmente conocidos como MONOS) son el activo más importante del que disponen las élites. Todos los demás seres humanos son prescindibles. TODOS, repito, los seres humanos que no están en el experimento o en la élite son presdindibles. Esta situación solo cambia si un mono descubre que lo es. Desde ese momento, él y todos los que le conocen pasan a ser PELIGROSOS y son aislados para seguir trabajando o, en el caso de que su comportamiento se torne altamente inestable, pasan a ser ELIMINADOS. Los operarios de los monos forman parte de lo que se llama MONOS CIEGOS, son los que no pasaron los test en su totalidad y trabajan en centros para controlar la actividad mental de los que sí lo hicieron, todo ello bajo el más oscuro secretismo." Andrés descubrió que su tiempo no era suyo, que su vida no era suya, que cuando creía dormir exploraban sus sueños, que cada conversación y pensamiento era analizado por comités y sub-comités y que, en definitiva, era un animal de laboratorio dedicado a exprimir sus neuronas y gastar su vida en mantener en su status vitae a los amos. Ellos siempre tuvieron los medios, solo necesitaban apropiarse de la inteligencia. Y se llevaban a los mejores.

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Ahora soy un proscrito. El individuo 348.704.006. Conocí mi número por una orden de eliminación hacia mi familia que pude interceptar gracias a otro "mono" que pagó con su vida el favor. Solo me queda el consuelo de que su avión se desintegró en pleno vuelo y no sufrieron más que un segundo de pánico. Dijo una vez un tipo que "el terrorismo es la lucha de los pobres contra los ricos, y la guerra es la lucha de los ricos contra los pobres". No me considero un terrorista ni un soldado. Ni siquiera soy un mono. Creí tener un compromiso con la verdad, y lo he pagado con creces. No me veréis más. Yo solo paso el testigo, como hizo conmigo un amigo. Andrés. No el magnicida, el loco que atentó contra la cumbre de Davos y mató a varios líderes mundiales. No el mono de laboratorio que salvó y segó vidas sin saberlo. Andrés, mi amigo.


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