morgade
  • Home
  • Sonámbulos
  • MISS MORGADO
  • Serán cosas mías

Cándido (III)

- ¿Te encuentras bien?

Cándido abrió los ojos con cuidado, como si temiera que la débil luz de las farolas pudiera causarle un daño irreparable. Cuando al fin logró enfocar a la mujer que estaba inclinada sobre él, volvió a acelerársele el pulso.

- ¿Ii-ii-isabel? ¿Ee-eeres tú dd-de vv-verdad?
- Pues claro que soy yo, Cándido, ¿quién iba a ser si no?
– su voz volvía a sonar tan cálida como las primeras veces.
–Espera, no te muevas.

Sacó una toallita húmeda del bolso y le limpió la cara con esmero, sonriéndole como una madre. Pese al escozor de las heridas, Cándido se sentía el hombre más feliz del mundo.

candido35Isabel le ayudó a ponerse en pie y le sacudió el polvo de la ropa. ¡Qué guapa estaba! En lugar del pijama con el que le había abierto la puerta, ahora lucía un vestido rojo a topos y unos zapatos de tacón muy alto. Hasta se había maquillado un poco. Pero, ¿cuánto tiempo había permanecido inconsciente?

- ¿Nos vamos a tu casa? –preguntó ella con picardía, señalando el coche de Cándido con un suave ademán de la cabeza-.
- Ppe-ppe-pero, ¿y él?
- No te preocupes, acabo de dejarle. Ya estaba harta de que me intentase controlar todo el rato. Lo que yo necesito es un hombre cariñoso que me cuide. Alguien como tú.

El trayecto a casa fue perfecto. Hablar con Isabel nunca había resultado tan fácil: se mostraba de acuerdo con todo lo que él decía, estallaba en risotadas cada dos por tres e incluso acababa algunas de sus frases, como hacían siempre los enamorados de las películas. Si ya sabía yo que estábamos hechos el uno para el otro, pensó Cándido y sonrió triunfalmente.

Solo cuando hubo aparcado, Cándido se acordó de sus fantasmas. ¿Qué harían cuando le vieran entrar en casa con Isabel? Y más importante aún, ¿cómo debía actuar él? Mientras ayudaba a Isabel a bajar del coche, decidió que lo mejor era ignorarles. Claro, esa sería su estrategia a partir de entonces: pasar por alto sus gestos obscenos y sus palabras crueles. Seguro que de ese modo acabarían aburriéndose de él y le dejarían vivir en paz de una vez.

- Pp-pa-pasa al ss-ssa-salón, qq-que yyo pp-preparo algo dd-de bb-bbe-ber.

Pese a su tartamudeo, Cándido creyó que aquella frase sacada de alguna película le había hecho quedar como un tipo sofisticado. Además, así evitaba que ella viera el desastroso estado de su cocina.

- ¿Qué hace esa aquí? – preguntó muy ofendida doña Angustias, haciendo hincapié en la palabra “esa”.
- Yo que tú no me haría muchas ilusiones, muchacho, se te nota a la legua la inexperiencia. – afirmó con rotundidad don Honorato.
- Vamos, que la vas a cagar pero bien – sentenció el niño.
- ¡Vale ya! –se rebeló Cándido dando un puñetazo en la encimera–. “Esa” es Isabel, una mujer maravillosa que me quiere. Y ninguno de vosotros, repito, ninguno, lo va a fastidiar, ¿estamos?

candido38Los fantasmas se le quedaron mirando boquiabiertos. Que Cándido se rebelara y que, además, lo hiciera sin trabarse, era un espectáculo marciano para ellos. Salieron de la cocina en silencio.

- ¿Va todo bien, Candi? – preguntó Isabel desde el salón.
- Ss-sí, yy-ya vv-voy – respondió muy ufano Cándido.

¿Qué podía servirle a su invitada? Quitando la balda de los platos precocinados, en el resto de la nevera no había más que un yogur de frutas de medio litro, medio limón momificado y tres huevos. Estaba buscando algo de picar en un cajón cuando le pareció oír una risa proveniente del salón. Pero no, no podía ser porque Isabel estaba sola. Bueno, quizá Félix había decidido abandonar su cuarto en busca de mimos. Llenó dos copas con el cava de la última cesta de navidad, las puso en una bandeja junto al bol de los panchitos y salió de la cocina.

- ¿Y cómo pronuncia tu nombre? ¿Ii-ii-i-sabel? ¿Y cómo anda? Que parece que lleva los brazos pegados al cuerpo…

candido34En medio del salón, el niño estaba imitando la forma de andar de Cándido de manera dolorosamente certera. Se le veía en su salsa, crecido por las carcajadas de Isabel que, de tanto reírse, había acabado sobre la alfombra despeinada y con el rímel corrido. Doña Angustias y don Honorato se disputaban la atención de la recién llegada con anécdotas humillantes sobre Cándido, creando entre todos una algarabía insoportable. Ahora que Cándido se fijaba, los ojos de Isabel tenían un brillo diferente, algo duro y desafiante que él no le había visto nunca. ¡Un momento! ¿Cómo era que Isabel podía ver y oír a sus fantasmas? Por mucho que a veces se le aparecieran en lugares públicos, nadie había reparado jamás en ellos. A no ser que…

- Bb-bu-bueno, yy-ya ee-está bien. Vv-vá-monos, Ii-ii-sabel.
- Nn-no-no qq-qquiero, tt-tt-tartaja –Isabel volvió a reírse como si estuviera borracha-.  Si se ríe de ti toda la oficina, con esa cara de lechuguino y esos chalecos que huelen a viejo. ¿Pero en qué mundo te iba a hacer caso una tía como yo?

Dándose por vencido, Cándido salió del salón con la bandeja en las manos. ¡Vaya suerte la mía! -se dijo-. Como si antes tuviera poco con tres…

Imprimir

Cándido (II)

Cándido dejó caer el ramo de flores al suelo del ascensor nada más entrar. Mientras apretaba el botón, no pudo evitar verse reflejado en el espejo. Aquel corte de pelo, apurado en los laterales y largo en el centro, estaba bien para los jovencitos de la tele, pero a él le sentaba como un tiro. Sentía la gomina goteándole por la frente. Además, tenía los ojos rojos por las lentillas y las ganas de llorar.

- Vaya ridículo has hecho, hijo mío. Y ahora estarán todas esas fulanas riéndose de ti como locas. Tenías que haberte buscado una chica decente, de su casa, y no una pelandrusca de las de ahora.

- Nnno-no-no lo entiendo. Sss-si-si Isabel siempre me habla cuando me la encuentro en la mmm-mmá-quina del café. Úuu-úultimamente no me sonríe tanto, pp-pero…

- Un hombre que se respeta a sí mismo jamás se vestiría como un mamarracho. Hay que ver qué corte de pelo y qué pantalones, con rotos y todo. Por no hablar de la colonia – Don Honorato arrugó la cara mientras abanicaba el aire con la mano.

candido22- ¿Ppp-ppor qué habrá hecho ccó-ccómo que no me conocía? Es que ha ssi-sido llegar yo y cambiarle la cara. Y nn-no sé por qué se reían todos.

- Vaya careto… La tía se ha quedao pilladísima –se burló el niño maligno– Y tú ahí venga a repetir “sss-ssson pp-ppara tt-tti”. ¿Qué lo has dicho, seis veces? ¡Tres palabras de mierda y tartamudeas en todas! Yo es que me parto contigo.

Aquella noche, ya en su habitación, Cándido intentó digerir lo ocurrido. ¿Por qué había salido todo mal? Él creía haber interpretado las señales correctamente: a diferencia de sus compañeras, Isabel siempre le respondía cada vez que él intentaba entablar conversación frente a la máquina de café, le saludaba con un leve gesto de la cabeza cuando se lo cruzaba por los pasillos y hasta una vez había ido a su mesa. A pedirle un informe para el señor Peralta, de acuerdo, pero había ido ella en persona, ¿no?

- En mis tiempos sí que sabíamos hacer estas cosas, no como ahora. ¿Y sabes por qué? Porque todo iba poco a poco, con respeto y decoro. Había miradas, mensajitos, detalles… pero todo dentro de unos límites y…

¡Claro, eso era! Doña Angustias tenía razón. Cándido decidió que, a partir de entonces, le demostraría a Isabel su amor en la distancia, sin agobios. Comenzó a dejarle  pequeños detalles en su mesa antes de que ella llegara a la oficina: pequeñas poesías copiadas de una antología, cajitas de bombones, jaboncitos de colores… Pero nada. Cada vez que pasaba a su lado, Isabel evitaba mirarle a la cara y apretaba el paso.

- ¡La tienes en el bote, pringao! Ya solo te falta llamarla al teléfono jadeando como un salido, jajaja –las risas del niño gordo sonaban como ronquidos de animal-.   

Esa misma tarde, después del trabajo, Cándido llamó a Isabel desde una cabina. Aquella sería la primera de muchas llamadas. Él nunca decía nada. Se conformaba con escuchar la voz suave, ligeramente rasposa de Isabel, preguntándole una y otra vez “¿diga?”. Entonces colgaba. Al cabo de unos meses, ella dejó de cogerle el teléfono.

candido24Un buen día, Isabel no se presentó al trabajo. Cándido sintió que le faltaba el aire. Se armó de valor y fue a preguntar a Remedios que, como buena recepcionista, estaba siempre al tanto de todo. Con una dureza inusual en ella, Remedios le espetó que vergüenza debería darle, que si Isabel había decidido marcharse de la oficina era por su culpa, que no se podía acosar así a la gente.

- Espero que esto te sirva para centrarte más en lo que debes, ¿eh? –le aleccionó aquella noche Don Honorato–. Me refiero, naturalmente, a tu trabajo. A partir de ahora, céntrate en los contratos, las bajas, los despidos…

¡Los despidos! ¡Claro, aún era posible volver a ver a Isabel! Podía conseguir su dirección consultando su expediente en la oficina. Fue lo primero que hizo la mañana siguiente.

- Hay que ver la perra que te ha dado con esta chica. ¡A mí no me hacías tanto caso! –farfulló doña Angustias desde el asiento trasero del coche-.
- Nada, nada, campeón, ¡tú a muerte! Si va a salir todo genial –al niño le brillaban los ojos de pura maldad-. 
- Esto es un despropósito. Pero al menos hoy te has cambiado de ropa –comentó, lacónico, don Honorato-.

Con el corazón latiéndole furioso, Cándido se encaminó hacia la puerta de la casa de su amada. Isabel se quedó plantada frente a él, con los ojos como platos.  

candido26- ¿Pero… pero qué haces tú aquí? – preguntó desencajada.

Antes de que Cándido pudiese empezar a tartamudear una respuesta, vio aparecer a un hombre detrás de Isabel. Tenía pinta de jugador de rugby y parecía muy, muy cabreado.

- ¿Este es el gilipollas del curro? ¿Eh, eh? ¡Ven aquí, que te vas a enterar!

El hombre apartó a Isabel con brusquedad y agarró a Cándido por la pechera. El puñetazo lo derribó instantáneamente.

No sabía si habían pasado minutos u horas, cuando la voz familiar de una mujer le hizo recobrar la consciencia…

Imprimir

Cándido (I)



Cándido colocó la lasaña en su plato. Aquella plasta palpitante poco tenía que ver con la foto del envase, pero Cándido no era precisamente un gourmet. Sorteando las copas y los cubiertos con pericia felina, el curioso Félix se acercó a olisquear la cena de su dueño.

- Siempre igual. Yo no sé para qué sigues poniendo la mesa todos los santos días, si ya sabes que nosotros no comemos. Y aunque comiéramos, no probaríamos esa porquería ni por todo el oro del mundo. – los crueles ojos de doña Angustias lo fulminaron como solían hacerlo en vida.

candido2- Yo, desde luego, me moriría de hambre en esta casa. Bueno, y de asco. –Don Honorato, que era como Cándido llamaba a aquel señor con pinta de notario decimonónico, pasó el índice por encima de la mesa con repugnancia-.

- Pues no sé… mmm-me-me parece natural poner la mesa ccco-como si fuera una cena familiar. Además, hoy me ha pasado una cosa y… -Cándido soltó un suspiro casi inaudible y, por un brevísimo instante, se le dibujó una sonrisilla tontorrona-.

- ¿Te nos has enamorado ahora, Ccca-cca-cándido? -se tronchó de risa el cuarto ocupante de la mesa, un niño orondo con gesto maligno-.

- Eee-es uuu-una chica nueva que se llama Isabel. Tiene 38 años y está separada. Es rubia y tiene una sonrisa bonita. La he visto hoy en la máquina de café y me ha saludado.

- Déjate de golfas. Con quien tenías que haberte quedado era con Mari Salu, la chica de la parroquia. Pero claro, como al señorito no le gustaba, la pobre acabó metiéndose a monja. ¡Menudo disgusto!

- Pppe-pe-pero madre, si estaba medio loca. Si decía que veía a los áaa-áan-ángeles y que quería ser santa.

- ¿Y con ese trabajo de tres al cuarto crees que la vas a impresionar? Si eres el último mono de la oficina y ganas cuatro perras. Si hubieras aprobado esa oposición, ahora tendrías un trabajo como Dios manda. –le espetó, como de costumbre, Don Honorato-.

- ¿Y qué es, ciega? Porque si no a ver cómo se va a fijar en ti, tartaja cuatro-ojos –el niño volvió a estallar en carcajadas-.

En medio del habitual guirigay de risas y gritos, Cándido se levantó de la mesa. Sabía que no tenía que habérselo contado a sus fantasmas, pero no tenía a nadie más con quien hablar. Por otra parte, llevaban tantos años juntos que ya le parecía hasta natural.

candido4Como es lógico, la primera incorporación al grupo fue Doña Angustias. Durante muchos años, Cándido tuvo dos madres: una de carne y hueso que le repetía hasta la saciedad lo inútil que era y que empleaba las artimañas más rastreras para retenerle a su lado y otra fantasma que tomaba el relevo de la primera cada vez que esta se ausentaba. Al menos ahora solo le quedaba una.

El siguiente en llegar fue el niño. Había empezado como una criatura delgada de cara tiznada, con un cierto aire a Raulín, el bruto que solía martirizarle en el colegio. A cada insulto y a cada mofa de aquel abusón y de los que vendrían después, el niño fantasma había ido ensanchando y afeándose. Los ojos se le habían ido juntando en medio de aquella cara porcina siempre dispuesta para la burla.

El día que Cándido por fin se decidió a dar carpetazo a sus cinco años de opositor fracasado, recibió la visita de Don Honorato. Durante media hora, aquel señor tan pulcro y estirado fue desgranando uno a uno todos los fallos que Cándido había cometido en las oposiciones a las que se había presentado, jalonando sus explicaciones con insultos pasados de moda.

Desde entonces, aquellas tres presencias habían permanecido a su lado. En la oscuridad de su dormitorio o en la soledad de un pasillo siempre oía sus susurros, recordándole lo feo que era, lo mal hijo que había sido, lo poco que había conseguido en la vida. No había manera de callarlos. En cierta ocasión, Cándido decidió ir al psicólogo. Al principio todo parecía ir bien pero, en cuanto empezó a hablar de sus fantasmas, a Cándido le dio la impresión de que el profesional escribía más de la cuenta en su libreta y le miraba con suspicacia. Al final de aquella sesión le dijo que no podía hacer nada por él, salvo darle la tarjeta de un colega psiquiatra. Para evitar males mayores, Cándido decidió resignarse y aprender a convivir con sus voces. Su actitud pasota le había permitido sobrevivir decentemente durante los últimos años pero, ahora que Isabel había entrado en su vida, todo tenía que cambiar.

Imprimir

lanochemasoscura