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Placeres no tan culpables

Me gustaría poder afirmar que mi mente es un templo y que solo consumo productos culturales de calidad. Que en mi casa solo entran las series más aclamadas de la HBO y los libros con mejores críticas. Que, de filtrarse algún día mi expediente de entretenimiento, no tendría motivo para agachar las orejas y musitar eso de “lo siento mucho, no volverá a suceder.”

Pero me temo que no es así. Como consumidora de contenidos culturales, me confieso casi omnívora. Por hacer una analogía bastante gráfica, podría decir que mi carrito del entretenimiento incluye productos gourmet, ofertas del súper y, ejem, “curiosidades” de los chinos.

placeres4¿Pero para qué comprar chóped pudiendo comer solo jamón de jabugo?, podrían objetar algunos. En mi caso, por dos razones. En primer lugar, porque creo que hay momentos para todo. Aunque es importante contar con referentes culturales de calidad que revisitar cuando uno necesita un poco de magia, no siempre se tiene la lucidez necesaria para apreciar las complejas tramas de Los Soprano o la enrevesada prosa de Saramago. A veces, después de un día agotador, lo único que te apetece es desplomarte en el sofá y ver qué tal les va la vida a las Kardashian o dejarte engullir por ese bucle sin fin de programas de vestidos de novia cubiertos de brilli-brilli. Considerémoslo un ejercicio de descompresión mental necesario para la paz de espíritu. Vamos, que a mí esto me relaja más que el yoga o el tai chi.

placeres2La segunda razón por la que consumo cultura de saldo es simplemente porque me hace feliz. O, dicho de otro modo, no sería feliz reprimiendo mi vena más petarda solo por mantener una imagen tan intachable como falsa. En este sentido, estaré eternamente agradecida a programas como "Pekín Express", "Alaska y Mario" o "Un príncipe para Laura" por las risas del durante y las bromas del después. Porque esa es otra de las ventajas de este tipo de productos: que son todavía más divertidos si se ven en compañía. Los lazos que se forjan amando u odiando colectivamente a ciertos personajes o riendo por las mismas tonterías son inquebrantables. Palabrita.

Ahora bien, debo aclarar que yo también tengo mis límites. Que una es frívola, pero que no todo vale. Por ello, debo decir que a mi casa no entra nada que huela remotamente a "Gran Hermano", tronistas o niños cantantes. Que una cosa es aprovechar las ofertas y otra, comprar productos que ya huelen a podrido en la tienda.


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