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Ilegibles rostros de muñeca

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En las últimas semanas, por estas casualidades de la vida que te llevan a pensar que todo funciona por rachas (rachas de catástrofes naturales, rachas de muertes de famosos, rachas de personas que conoces que se casan, etc.), me he topado con varios casos de cambio radical, bisturí y bótox mediante, de varias mujeres más o menos conocidas.

En todos los casos, me sorprendieron sobre todo dos aspectos: la juventud de esas personas (ninguna de ella pasaba de los treinta) y el profundo grado de retoque.  Me pregunto qué te lleva a decidir, siendo tan joven, que no hay nada salvable en tu rostro. No sé si es un conjunto de complejos o bien de “ya ques”, como llama un tío mío, aparejador de profesión, a todos esos cambios que los clientes no tenían pensado acometer, ilegibles2pero que acaban realizando una vez metidos en faena. Es decir, que “ya que” te retocas la nariz, te afinas los pómulos y te quitas las bolsas, te pones un poco de colágeno en los labios, qué caramba.

Llegados a este punto, debo aclarar que no estoy hablando de personas desfiguradas por un mal cirujano. En todos los casos, me parece que se trata de clientas satisfechas que han obtenido el cambio que deseaban. Sin embargo, creo que la suma de los ojos perfectos, más la nariz perfecta, más los labios perfectos, etc. no da como resultado final la perfección total. Más bien al contrario: provoca una sensación de extrañeza, que se hace aún más patente cuando dichos elementos se combinan para realizar algún gesto y la piel acaba doblándose por sitios poco naturales, dando como resultado muecas poco creíbles. Pero, si se pierde expresividad en los grandes gestos, ¿qué cabe esperar de las microexpresiones faciales? Debe de ser muy extraño sentarse a conversar con una persona con eterna cara de póker, cuyos rasgos petrificados no delaten las verdaderas intenciones de sus palabras. Por mucho que al ser humano le atraiga la simetría en los rostros ajenos, creo que siempre necesitará un punto de imperfección que le indique que se haya ante un igual y no ante una bella muñeca tan inescrutable como una esfinge.

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