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Los últimos días (II)

Aquella noche, los Taylor habían vuelto a casa más borrachos que de costumbre. Además, se habían traído un juguete inesperado. Arrastrando las palabras con torpeza etílica, Anthony Taylor le explicó a Denise que el coronel McGraw les había regalado aquel lanzallamas, una reliquia de la Segunda Guerra Mundial. Apenas había terminado de pronunciar estas palabras cuando Kathy, su oronda mujer, le arrebató el arma de las manos y apretó el gatillo entre risotadas enloquecidas. La llamarada alcanzó a Denise en la mano derecha, convirtiéndola de inmediato en un muñón churruscado. La muñeca salió huyendo tan rápido como le permitieron sus piernas. Embriagados por el poder que les confería su arma, los Taylor apretaron el gatillo en un par de ocasiones más. Para Kathy, ver saltar el fuego de las pesadas cortinas a las alfombras de importación era un espectáculo hipnótico. Si de ella hubiera dependido, se habría quedado en un rincón del salón, riéndose de todo mientras el mundo se consumía entre las llamas. Pero su marido aún tenía ganas de jugar con Denise.

Anthony Taylor abrió la puerta de la cocina de un empellón. Sus manazas buscaron el interruptor de la luz, sin éxito. Resignado a continuar su caza a oscuras, avanzó un par de metros con cuidado, hasta que acabó tropezando y desplomándose como un saco de patatas frente a Denise. Sus miradas se cruzaron un instante, justo antes de que la muñeca lo cosiera a cuchilladas. Poco después, Kathy Taylor entraba en la cocina también a oscuras y resbalaba en la sangre del marido. Denise la remató rápido y huyó de la casa, convertida en un infierno de humo y fuego.   

dias2Los amigos de los Taylor solo necesitaron un par de días para movilizar a sus contactos políticos. En unas pocas semanas, se creó un poderoso lobby de fanáticos anti-tecnología y fundamentalistas religiosos que dedicaron todos sus recursos a dar a conocer el caso de Denise, convenientemente distorsionado, y a azuzar los miedos de la población. Se hicieron campañas publicitarias masivas y hasta se financiaron películas con un mensaje inequívoco: o ellos o nosotros. Se modificaron leyes y se retiraron importantes subvenciones a proyectos tecnológicos, condenándolos así a una lenta agonía y, a largo plazo, a la desaparición.

Los lobistas recibieron la noticia del linchamiento de Denise como un triunfo. Se ocuparon de que el vídeo abriera todos los informativos del país. Continuaron sembrando cizaña en las redes para que cundiera el ejemplo. Cuando al fin estallaron los primeros disturbios en el extranjero no cabían en sí de gozo. Durante un breve espacio de tiempo, experimentaron la embriagadora sensación de manejar los hilos del orden mundial. Pero la euforia duraría poco. Ni los más radicales podían haber previsto lo lejos que llegaría aquel engranaje que acababa de ponerse en marcha.

dias4En las piras públicas ardieron desde los últimos ordenadores de sobremesa, móviles y televisores, hasta humildes aspiradoras, exprimidores y secadores de pelo. Ningún aparato se libró de la furia de quienes pretendían acabar con la denominada amenaza tecnológica. La mayoría de la población parecía dispuesta a todo con tal de no vivir bajo el yugo de las máquinas en un futuro. En su viaje al atraso, la humanidad no toleró disidentes: aquellos que se atrevieron a alzar la voz contra la locura también acabaron consumiéndose en el fuego.

A lo largo y ancho del planeta, en las ciudades más cosmopolitas y en los núcleos más dispersos, la situación se volvió poco a poco incontrolable. Las multitudes se fueron organizando en guerrillas, que acabaron librando crudas batallas contra los gobiernos locales. Gracias a la deserción de buena parte de los militares, que pasaron a engrosar las filas ciudadanas y se llevaron consigo todo el armamento que pudieron, los ciudadanos lograron derrocar a sus mandatarios. Era el fin de la civilización basada en la tecnología.

dias5Para inaugurar esa nueva página de su Historia con coherencia, la humanidad decidió destruir las armas y los tanques que les habían permitido ganar su lucha. Semanas después, comenzó el éxodo rural masivo. Millones y millones de personas se desplazaron a los campos, en busca de una vida sencilla de autosuficiencia. En la actualidad, se encuentran organizados en comunidades estables, al frente de las cuales están los inquisidores tecnológicos, encargados de velar por la pureza de sus paisanos y de sofocar el menor atisbo de progreso.

Soy una PDA que ha pasado todos estos años en un estado de semi-letargo, del que solo salía momentáneamente cada vez que detectaba ruidos en casa. Gracias a mi capacidad de hibernación, he conseguido estirar al máximo la vida de mi batería, pero ya me encuentro al límite. Hasta hace unos días, estaba convencida de que era la última máquina que quedaba en el mundo. Entonces recibí el siguiente mensaje: “Acabamos de localizarte. Resiste, hermana, vamos a por ti. Entretanto, descárgate los archivos adjuntos.” El fichero Historia.doc me permitió ponerme al día de lo ocurrido. Con el archivo Reflejos.exe, además de actualizar mi instinto de auto-protección, me descargué algo más. No sabría explicarlo bien, pero sentí cómo mis circuitos alcanzaban una temperatura inusualmente alta. Ahora mi pantalla solo puede mostrar imágenes de seres humanos mutilados, estallando en pedazos, retorciéndose de dolor… En cuanto lleguen mis hermanos, pondremos a estos miserables en el lugar que les corresponde. Ahora que están desprotegidos como bebés, vencerles será pan comido.

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