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Escondido

Empezaban a entumecérsele las piernas por mantener tanto tiempo aquella postura, con todas sus extremidades encogidas. No sabía cuanto rato llevaba escondido, había perdido ya la noción del tiempo.

Quizá hubiera pasado ya media hora, o más. Por fortuna, hasta el momento, no le habían encontrado.

Todo había sucedido muy rápido.

Estaba cayendo la noche, y estaba con unos amigos en la calle, hablando y riendo. Hacía mucho que no se lo pasaba tan bien. De hecho, últimamente, debido a las circunstancias bajo las que todos ellos vivían, no se divertían demasiado.

Sin embargo esa tarde estaba siendo distinta. Estaban todos relajados y estaban pasando un buen rato.

De repente, casi sin tiempo para darse cuenta, se había visto corriendo lo más deprisa que le permitía su cuerpo, al igual que habían hecho todos los demás. Todos habían tenido que salir huyendo y esconderse, con la absoluta certeza de que, si eran atrapados, todo se acabaría para ellos.

En mitad de la huida, él había visto casualmente ese armario, tirado junto a una pared. Los demás no habían reparado en él, quizá porque en medio de la ya incipiente oscuridad no se distinguía muy bien, debido a su pequeño tamaño y su color oscuro...Lo que lo convertía en un escondite seguro.

escondido6No se lo había pensado dos veces y se había introducido en el pequeño armario, para lo que tuvo que poner todo su empeño en encogerse lo máximo posible.

Una vez cerrada la puerta, se quedó esperando, aguzando el oído. En la situación en la que se encontraba, no podía hacer otra cosa más que esperar y ver, o más bien intuir, como se desarrollaban los acontecimientos.

Desde allí podía escuchar todo lo que pasaba fuera.

Oía los pasos, algunos rápidos, los de aquellos que huían, y otros más lentos, más fuertes, que marcaban profundamente las pisadas, incluso recreándose en ellas.

Cuando esos pasos se acercaban al armario donde estaba escondido, su respiración se paraba. No quería que el más mínimo ruido delatara su presencia.

Pronto comenzó a escuchar gritos, y más pisadas. Todas rápidas, todas parecidas, pero él podía distinguir perfectamente las que pertenecían a la persona que huía y las que pertenecían a la persona que perseguía. Era una habilidad que había desarrollado con el tiempo.

Tras unos segundos que se le hacían eternos las pisadas se detenían. El huido había sido capturado.

Así fue pasando. Uno tras uno todos sus compañeros iban cayendo. Algunos se resistían, intentaban huir...Otros se daban por vencidos rápidamente. No les quedaban fuerzas para seguir luchando.

Él lo escuchaba todo desde su escondite, donde rezaba pidiendo no ser encontrado. Y al parecer esos rezos estaban surtiendo efecto.

Los minutos fueron pasando lentamente en la oscuridad de aquel pequeño armario.

Empezaba a sentir el aire de dentro algo viciado. Comenzaba a costarle respirar.

Le dolía ya todo el cuerpo. Pensaba que, cuando saliera de allí, le iba a resultar difícil volver a moverse con normalidad.

Intentó estirar mínimamente sus articulaciones para desentumecerlas, pero apenas tenía espacio para hacerlo. Logró rotar un poco las muñecas y los tobillos, lo que alivió un poco el dolor que ya sentía en ellos.

Fuera de su pequeño cubículo seguía escuchando gritos y pasos acelerados.

Muchos de sus compañeros, si no todos, debían de haber sido ya descubiertos o atrapados en plena huida. Podía escuchar sus gemidos de lamento y la satisfacción en la voz de quien los encontraba. Lo sentía muchísimo por ellos, no le gustaría estar en su lugar.

escondido2Aunque no dejaba de estar intranquilo, puesto que la situación que estaba viviendo no era para menos, se sentía ya algo aliviado de estar allí metido. Si no le habían podido encontrar hasta el momento, seguramente nunca lo hicieran.

Se relajó un poco y esa fue su perdición, porque al moverse para intentar cambiar de postura dentro del espacio reducido en el que se encontraba, hizo que el armario se tambaleara, lo que provocó un pequeño ruido, que sin duda fue escuchado desde fuera.

En seguida se dio cuenta del grave error que había cometido. Se quedó completamente inmóvil, sin atreverse siquiera a pestañear.

No entendía cómo había podido ser tan inconsciente. Solo esperaba que no se le hubiera escuchado desde fuera.

Pero sus esperanzas pronto se vieron truncadas cuando escuchó unos pasos que se dirigían hacia donde él estaba.

No se movía, no respiraba...Ni tan siquiera temblaba, a pesar de que el pánico le recorría desde la cabeza a los pies.

Los pasos eran cada vez más fuertes, cada vez más cercanos.

Ya no había vuelta atrás. Había cometido un error que ya no podía enmendar. Ya era demasiado tarde. Había sido descubierto.

Según se acercaban los pasos, su corazón latía más y más rápido, tan fuerte que estaba seguro que se podía escuchar desde fuera del armario. Un paso, un latido. Otro paso, otro latido.

Se estaba acercando el momento en el que tendría que reaccionar.

Tenía dos opciones, darse por vencido y dejar que le atraparan, o seguir resistiendo hasta el final, hasta que se lo permitieran sus fuerzas.

Por supuesto la segunda opción era la ideal, la que todo aquel que estuviera en su situación elegiría...Pero no estaba seguro de que sus extremidades, entumecidas tras haber estado tanto tiempo encogido, le responderían como necesitaba.

Los pasos ya se oían a pocos centímetros. Ya no tenía escapatoria.

De repente, la puerta del armario se abrió bruscamente.

Tras ella apareció una figura que no era fácil de distinguir en la oscuridad de a noche. Era alto, pero no más que él. Quizá su forma física, y su apariencia, con ese cabello rubio y esos ojos azules, y sus ropas oscuras perfectamente planchadas, dieran la apariencia de que, en una carrera, le ganaría sin duda.

Pero él, a pesar de su delgadez, sus ropas sucias, su pelo negro revuelto y sus articulaciones entumecidas, no iba a dejarse atrapar tan fácilmente.

Durante unas décimas de segundo los dos se quedaron quietos, mirándose.

escondido4De repente, él echó a correr y aprovechó los segundos que su oponente tardó en reaccionar para sacar una pequeña ventaja.

Le dolía todo el cuerpo. En cada paso que daba sentía como miles de cuchillos se le clavaban en las rodillas y en la cadera. Sus fuerzas estaban más allá del límite, pero no pensaba parar de correr, aunque sentía como a cada zancada su perseguidor iba recortando centímetros en la distancia que los separaba. El miedo a ser atrapado le daba motivos suficientes para seguir.

A lo lejos los vio. Todos los que habían sido atrapados estaban allí, agolpados, de brazos caídos y con gesto de resignación.

Habían tirado la toalla pero, cuando le vieron correr, escaparse de su captor, recobraron los ánimos y, a pesar de su mala situación, no pudieron evitar jalearle, encomendándole la misión de no pararse, de seguir adelante, de lograr lo que ellos no habían conseguido.

Fue determinante para que siguiera esforzándose, a pesar de no poder más, y apretara la zancada.

Su perseguidor se fue alejando poco a poco, mientras él corría más rápido, con más ánimos, y con la fuerza que recibía de los demás.

Ya no le cabía la más mínima duda. Era capaz de conseguirlo, lo sabía. Y lo iba a conseguir.

Haciendo un último esfuerzo, alargó el brazo, ese que había tenido encogido durante tanto tiempo, y que ahora parecía extenderse más allá de su manga, y con la palma de su mano tocó la pared que había ante él.

-¡¡Por mi, por todos mis compañeros, y por mi primero!!

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El gueto

El niño jugaba junto al muro. Esa mañana, aunque todavía era muy temprano, sus padres le habían dado permiso, ya que parecía que los soldados que normalmente lo protegían estaban de buen humor. Parecía que habían tenido buenas noticias esa madrugada...Aunque nadie a ese lado de la pared sabía de qué se trataba.

Si no hubiera sido así, si hubieran estado de mal humor, como pasaba bastante a menudo, no le hubieran dado permiso para hacerlo.

Y al niño le gustaba jugar junto al muro, aunque todo el mundo lo odiara, ya que representaba cruelmente la opresión a la que les tenían sometidos aquellas personas extrañas que habían invadido sin ningún derecho las que antes eran sus tierras, sus hogares, los hogares de sus antepasados, sus ciudades, su país...

Pero él, debido a su corta edad, no recordaba cómo había sido su existencia antes de la reclusión de su familia, de su pueblo, tras esas sombrías paredes.

gueto2Había sido muy pequeño cuando todos ellos se vieron cercados en ese espacio rodeado de hormigón y alambradas, y apenas tenía recuerdos de lo que había sido su vida cuando ese muro no existía y todos se podían mover con libertad en aquella zona, por lo que le gustaba imaginarse cómo sería la vida de las personas que se encontraban tras esas altas paredes, y se pasaba horas y horas fantaseando sobre ello.

Solía pensar que al otro lado del muro la gente no era tan pobre como ellos. Los niños tendrían muchísimos juguetes y unos colegios enormes llenos de lápices y cuadernos, y los mayores tendrían trabajos importantes, por los que ganarían mucho dinero, con el que comprar más juguetes a sus hijos.

Las familias saldrían a pasear por las tardes, vestidas con sus mejores galas, y acabarían el día con una gran cena en la que comerían hasta que les doliera el estómago antes de irse a unas camas calientes y mullidas.

Su vida sería tan diferente al otro lado de ese muro....Pero él no podía vivir allí.

Aunque era un niño, no era para nada tonto y, a pesar de que ningún adulto se lo hubiera explicado, sabía por qué vivía tras ese muro: porque la gente que vivía al otro lado lo había construido expresamente para meter a su pueblo tras esas paredes y no tener que compartir su espacio ni su vida con ellos.

Esa gente, él lo sabía, los odiaba. Odiaban a su pueblo, a los que eran como él. A los que compartían su cultura y sus creencias, la cultura y las creencias que había tenido su familia desde tiempos ancestrales. Odiaban sus rasgos, odiaban su idioma, odiaban su religión...

El niño no podía entender de donde venía ese odio tan cruel. Quizá si su pueblo les hubiera hecho algo en el pasado....Pero no era así. Es más, habían sido ellos los que habían invadido su país, sus ciudades, las tierras donde vivían, y les habían impuesto sus normas, su gobierno...Y habían terminado recluyéndolos tras esos gruesos muros grises.

gueto7Quizá algún día los mayores le explicarían todas sus dudas. A lo mejor cuando fuera mayor entendería por sí mismo los pensamientos de aquellas personas, aunque ahora no entendiera ni siquiera su idioma...

Realmente tampoco estaban literalmente recluidos tras esas paredes. A los mayores se les dejaba ir a trabajar al otro lado del muro.

Tanto su padre como su madre atravesaban las puertas de la muralla para ir cada día a su lugar de trabajo.

El niño les había pedido una y mil veces poder ir con ellos, pero nunca le habían dejado.

Siempre le daban los mismos motivos para que no les acompañara: era muy pesado atravesar ese muro.

Por lo que le contaban, casi siempre tenían que esperar mucho rato, a veces incluso horas, para que les dejaran pasar al otro lado, y en cada momento estaban rodeados de soldados armados que no les quitaban los ojos de encima.

Cuando por fin les dejaban pasar, les cacheaban insistentemente y les pedían un montón de papeles para cerciorarse bien de quiénes eran y de a dónde iban.

Estaban convencidos de que no sería algo agradable para él.

Sin embargo, ese día le habían dejado aproximarse al muro. Decían que aquellos soldados extranjeros que les tenían retenidos en su propia patria estaban, no sabían por qué, de buen humor.

Quizá era el día, quizá hoy le dejarían ir con ellos.

Se alejó del muro y se fue hacia su casa. Tenía que intentarlo.

Primero se dirigió a su madre, de quien recibió, como siempre, una negativa. No podía acercarse a esas puertas. No lo iba a pasar bien si lo hacía.

Sin embargo, al dirigirse a su padre, su suerte cambió.

- Dejemos que se venga con nosotros -le dijo a su madre-. Tarde o temprano tendrá que enfrentarse a la realidad en la que vivimos. Mejor será que sea de nuestra mano.

Su madre no estaba nada convencida, pero al final accedió.

El niño dio saltos de alegría. Por fin dejaría de imaginarse lo que había al otro lado del muro y lo vería con sus propios ojos.

Se arregló junto con sus padres, esmerándose en el peinado, y se dirigió al cajón donde sabía que se guardaban los documentos de toda la familia, aunque su padre le paró.

- Yo llevaré los tuyos-Le dijo-No quiero que los pierdas. Sin ellos no sé qué sería de ti...Aunque en realidad tampoco nos sirven de mucho tras estos muros...

Aunque vivían bastante cerca de las paredes, la puerta por la que podían pasar al otro lado estaba algo alejada, por lo que tuvieron que andar largos minutos hasta que al fin llegaron.

Una vez allí, se pusieron al final de una cola, junto a todos los demás.

Todos eran como ellos, de su misma raza. Todos de su mismo credo y condición. El niño se sentía entre familiares, aunque a la mayoría solo les conociera de vista, a algunos ni siquiera eso.

A su alrededor había varios niños, no muchos, pero los suficientes para hacer que sintiera algo de rencor hacia sus padres por no haberlo querido llevar nunca a ese lugar.

Lgueto4e impresionó bastante ver a los soldados, vestidos como si fueran a entrar en batalla en esos momentos, y armados con un fusil de tal tamaño que debían de estar muy fuertes para soportarlo continuamente entre los brazos.

La verdad es que sentía algo de miedo al observar a aquellos hombres armados, hablando entre ellos en un idioma que era completamente desconocido para él.

Estuvieron al menos media hora esperando, sin que la cola se moviera lo más mínimo, hasta que uno de los soldados les indicó que ya podían pasar.

El niño se entusiasmó, pero la alegría le duró poco al ver lo lento que avanzaba la gente. Al parecer, aunque aquel día los soldados estuvieran de buen humor, los registros seguían siendo igual de exhaustivos que siempre.

Cuando llegó su turno, le hicieron quitarse la chaqueta y descalzarse. Hacía un poco de frío para andar así, pero por fortuna en seguida le devolvieron su ropa, tras lo cual, su padre le dio sus papeles, ya que la última etapa para pasar al otro lado consistía en enseñar la documentación a uno de los soldados que les esperaban sentados, con cara de pocos amigos.

El niño le echó un ojo a los papeles que le había dado su padre.

Uno de ellos era un libro pequeño, de apenas unas pocas hojas, en cuya tapa se podía leer la palabra “pasaporte”. En la primera página aparecía su foto, junto con su nombre, su dirección, y demás datos, entre ellos, su nacionalidad.

- Pa-les-ti-na -leyó el niño, tal y como le estaban enseñando en el colegio-.

En el colegio también le habían explicado lo que era Palestina, su país, su pueblo, y todo lo que había supuesto para ellos la llegada de los israelíes.

gueto6También le habían dicho que una vez, hace mucho tiempo, fueron los israelíes los que habían sido obligados a vivir tras grandes muros...Pero él no se lo creía, porque nadie que supiera lo que era la vida en un gheto sería capaz de condenar a otras personas a pasar por aquel castigo.

Le enseñó el librito al soldado, que lo miró con desgana y le indicó que pusiera su dedo sobre un cristal.

- Es para leerte la huella dactilar -le dijo su padre-.

Por fin estaba al otro lado. No sabía lo que le esperaba allí, pero estaba ansioso por conocerlo, ver si era cierto que la gente al otro lado era tan despreciable como le habían dicho siempre.

A lo mejor conseguía que alguien le explicara por qué les habían quitado su país, las tierras donde siempre habían vivido sus antepasados, y les habían obligado a vivir tras unas paredes increíblemente altas. A lo mejor le explicaban por qué les odiaban tanto.

Solo esperaba que a la vuelta, el regreso a su lado del muro no fuera tan pesado como lo había sido para salir de él.

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La Torre Eiffel

-El catorce. Uno, cuatro. El veintidós. Dos, dos. El cuarenta y siete. Cuatro, siete.

Diana tachaba con ansia cada número salido del bombo que coincidía con los que estaban en sus cartones.

Llevaba algo más de tres horas en aquella sala, tachando un cartón tras otro...Y todavía no le había tocado absolutamente nada. Siempre se le adelantaban a la hora de cantar línea o bingo.

Cada viernes repetía la misma rutina. Salía del trabajo a la hora de comer. Llegaba a casa y se hacía un sandwich de jamón y queso que se comía frente a la televisión, viendo el programa rosa de turno. Después se duchaba, se vestía y se maquillaba, en lo que empleaba algo más de una hora, se sumergía en colonia y se calzaba unos tacones y salía de su casa rumbo al bingo que había unos metros más abajo de su calle.

Allí se pasaba las horas muertas, hasta que salían los primeros rayos de sol. A veces mucho más tiempo.

Pedía los cartones siempre de cinco en cinco, y los regaba con varias copas a lo largo de la noche.

No era el mejor de los planes de fin de semana, pero realmente no tenía nada mejor que hacer.

El resto del fin de semana, una vez se levantaba de la cama, se lo pasaba fantaseando sobre cómo sería su vida si hubiera tenido más suerte. Si hubiera tenido un trabajo mejor, si tuviera más dinero, si conservara aun a sus amigos, perdidos por el camino, a sus pocos familiares ya fallecidos, a alguno de sus amores pasados que no llegaron a cuajar...

-Noventa y seis. Nueve, seis. Cincuenta y dos. Cinco, dos.

eiffel2Una de sus fantasías más recurrentes era que viajaba a París. En ocasiones viajaba acompañada, pero muchas veces lo hacía sola. No le importaba, puesto que estaba en París, la ciudad que siempre había querido conocer. Solo le hacía falta tener algo de dinero para poder cumplir ese sueño...Pero su trabajo y sus varias deudas que debía pagar con su escasa nómina no se lo permitían. Si al menos tuviera algo de suerte con el bingo...

-Ochenta y cuatro. Ocho, cuatro.

Aunque nunca había visitado la ciudad, la conocía perfectamente. Había leído mucho sobre ella, guías de viaje, libros basados en la ciudad...Y había visto en la televisión muchas películas y reportajes con su ciudad favorita como protagonista, por lo que sabía perfectamente como sería su viaje.

-Setenta y uno. Siete, uno.

Viajaría en avión, en uno de los más grandes. Puede que en primera clase, eso todavía no lo había decidido, pero tampoco era algo que le preocupara demasiado.

Se alojaría en un hotel de cinco estrellas en el centro de la ciudad, en una espaciosa y moderna habitación con vistas a la catedral de Notre Dame, donde cenaría cada noche en el balcón mientras se deleitaba contemplando el monumento iluminado.

-Veintiséis. Dos, seis.

Por las mañanas desayunaría en una cafetería en el Barrio Latino. Tomaría un café con leche en una taza blanca, humeante. Unos días lo acompañaría con cruasanes, y otros con panecillos de chocolate. Mientras, leería la prensa del día que amablemente le ofrecerían en el local. Le era indiferente no saber ni una palabra en francés, con ver las fotos que acompañaran a las noticias le sería suficiente.

-Treinta y cinco. Tres, cinco.

Visitaría el Louvre tres o cuatro veces, todas las que le diera tiempo. Así se lo podría recorrer de arriba a abajo y no dejaría un solo rincón sin conocer.

Quizá visitara también el museo d'Orsay, dependería del tiempo que tuviera.

-Cincuenta. Cinco, cero.

eiffel6Subiría la colina de Montmatre, donde emplearía varias horas en pasear, empapándose del ambiente bohemio y artístico de la zona. Compraría algún lienzo para decorar las paredes de su casa, no muy grande para no tener luego problemas con él en el aeropuerto, y poder llevarlo como equipaje de mano para que no se rompiera durante el vuelo.

Luego bajaría andando hasta el centro de París. Pasearía por las amplias avenidas donde estarían esperándola el Moulin Rouge, la Ópera, el edificio del ayuntamiento...No le importaba las distancias que sabía que había entre ellos, pasearía despacio, disfrutando de todo lo que le ofrecía la ciudad, empapándose de su cultura, su ambiente, dejando que se hiciera de noche para poder ver las calles iluminadas...Ya descansaría luego en el hotel, dándose un baño caliente y relajante, que le haría renovar fuerzas para el día siguiente.

-Sesenta y tres. Seis, tres.

Otro de los días recorrería lentamente los Campos Elíseos. En ocasiones, ese recorrido se lo imaginaba en Navidad, con multitud de puestecillos blancos que ofrecían todo tipo de artilugios para comprar y regalar, además de multitud de ofertas de comida rápida y dulces típicos de la época. Los árboles estarían repletos de luces, y caminaría hacia el Arco del Triunfo dejando que sus pies se hundieran en la nieve.

-Doce. Uno, dos.

Por último, no podía olvidarse del mayor reclamo, al menos para ella, de la ciudad. Subiría a la Torre Eiffel miles de veces. De día para contemplar la ciudad en todo su esplendor, de noche para verla iluminada, al amanecer y al atardecer para apreciar el contraste de los rayos del sol en los monumentos y edificios...

Subiría a la parte más alta, donde dejaría que el viento la despeinara. Luego bajaría a un piso inferior para después volver a subir, porque le gustaría más la visión que tendría desde arriba.

La última noche que pasara en la ciudad cenaría en uno de sus restaurantes, en el más caro.

Sería el último y más bonito recuerdo que se llevaría de la ciudad.

-Cuarenta y nueve. Cuatro, nueve.

-¡Línea!

-Han cantado línea.

Otra vez que se le adelantaban. Tenía uno de los cartones con prácticamente todos los números tachados, pero no había completado ninguna línea.

-Cincuenta y uno. Cinco, uno.

Era inútil fantasear. Sus sueños parisinos eran inalcanzables. Nunca conseguiría amontonar la suma de dinero que le permitiría realizar ese viaje.

-Ochenta y dos. Ocho, dos.

Nunca saldría de aquel bingo, ni daría un aire nuevo a su vida. Estaba condenada a tachar números sobre un cartón para el resto de su vida.

-Treinta y tres. Tres, tres.

Era mejor ser realista y dejarse de imaginar cosas que nunca podrían suceder...¿O a lo mejor sí?

-Sesenta y siete. Seis, siete.

-¡¡¡Bingo!!!-Gritó levantándose de la silla con un fuerte impulso.-¡Bingo! ¡¡Bingooooo!!

Era increíble. Lo había conseguido. Había conseguido un bingo.

eiffel4Se acercó a la mesa donde estaba la encargada del bingo tambaleándose, iba casi como en un sueño. En su cabeza se sucedían los pensamientos: El avión, el café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...Por fin podría realizar su sueño.

Presentó su cartón a la encargada para que comprobara que estaba correcto.

El avión, el café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...

La encargada dio su visto bueno al cartón. Era real, había ganado.

No sabía cuánto dinero sería, pero estaba segura de que sería lo suficiente para poder cumplir su sueño. Llevaba ya varios años pasando las noches de sus viernes en ese lugar, y había visto a muchos ganadores llenándose los bolsillos de billetes.

Esta vez era ella la que se los iba a llenar.

La encargada le indicó que se acercarse con el cartón a una ventanilla, donde podría cobrar el dinero que había ganado, o canjearlo por su equivalente en cartones.

El avión, el café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel.

Se acercó a la ventanilla. Estaba muy nerviosa y la mano, con la que asía fuertemente el cartón, le temblaba muchísimo. Se sentía a punto de desfallecer.

El café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...

La chica de la ventanilla recogió el cartón y le dio la enhorabuena.

-Has ganado mil doscientos cincuenta y tres euros.-Le informó.-Enhorabuena, es uno de los mayores premios que hemos dado nunca.

Sonrió al escuchar esas palabras. Parecía que toda la suerte que se le había negado a lo largo de la vida se había concentrado en ese cartón.

El café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...

-¿Quieres el premio en efectivo, o lo prefieres en cartones?

El café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...

-Si lo quieres en cartones, no hace falta que los cojas todos ahora, te los podemos dar a lo largo de la noche, o darte un crédito para que te lo gastes en varios días.

El café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...

eiffel5-También te podemos dar una parte en cartones y otra en copas.

El café en el Barrio Latino, el hotel con vistas a Notre Dame, el Louvre, el lienzo de Montmatre, la Torre Eiffel...

-Entonces, ¿qué hacemos? ¿En efectivo o en cartones?

La Torre Eiffel, la Torre Eiffel, la Torre Eiffel, la Torre Eiffel, la Torre Eiffel, la Torre Eiffel...

-En cartones...Y en copas, por favor.

 

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