a propos

Thomas Bernhard

Hay escritores cuya apabullante grandeza arruina el porvenir a toda una multitud de debutantes. Se trata de autores cuyo estilo es de un tal magnetismo que genera ejércitos de imitadores que, incapaces de aproximarse al nivel del modelo, permanecen por siempre jamás sumidos en la amargura. Mas no en la suficiente amargura como para que se conviertan en unos Thomas Bernhard. Entre los más conocidos culpables de este delito literario figuran el inevitable García Márquez, el preciosista Kundera, el inalcanzable Borges y, en la provincia llamada Italia, Italo Calvino. Y hoy me entero de que también existen imitadores de Paulo Coelho.

Pocos, sin embargo, tan peligrosos como lo fue y lo sigue siendo Thomas Bernhard. En los 'fabulosos' años '80 ya se insinuaba la moda de leer sus últimas novelas; a decir de la crítica, las más conseguidas y maduras. Esos monólogos suyos hipnotizantes, sin punto y aparte; esa austropatía característica en la que basta sustituir su propia nación de pertenencia; todo esto apareció de golpe como una potente y desgarradora liberación. Bernhard es un 'libertador' de consciencias. Sobre todo, de la consciencia burguesa que él criticaba. Esa misma consciencia que empuja a seguir las modas literarias, por ejemplo. Del mismo modo en que Fellini es adorado por la burguesía democristiana de la postguerra porque denuncia con soñadora elegancia sus defectos y sus contradicciones; de igual modo que Nanni Moretti es idolatrado por la burguesía conservadora que quiere ser bohemia y de izquierdas porque parodia sus tics, así nos regala el Gran Austríaco todo el hastío que nos provocan las sofocantes convenciones sociales, en especial si vivimos inmersos en el humillante ámbito político-periodístico-artístico-cultural que de sobra conocemos.

¡Pero cuánto habría odiado estas palabras Thomas Bernhard! ¡Y cuánto y con qué brío habría destruido a su autor, con la precisión característica de su inmisericorde y, por ende, lúcida mirada! Reavivemos, pues, su memoria.

El mayor insulto para Thomas Bernhard era recordar su nacimiento, un 9 de febrero de 1931, en Heerlen, Holanda. "Odio los libros y los artículos que empiezan con una fecha de nacimiento. Detesto con toda el alma los libros y los artículos que adoptan una aproximación biográfica y cronológica; esto me parece del peor de los gustos y, a la vez, el procedimiento menos intelectual que exista."

thomas2Así que, para seguir siendo displicentemente cronológicos, la primera cosa que deben Vds. saber es que el apellido Bernhard, como recuerda Gitta Honegger en su bien documentada biografía, fue el primer accidente que alejó a Thomas de su familia, en vez de aproximarlo. Su verdadero abuelo era un escritor de nombre Johannes Fraumbichler. Su abuela, en realidad, se había casado con Karl Bernhard, pero tuvo de Fraumbichler una hija a la que di huye en 1940 a Alemania donde se suicida inhalando gas.iezaja a la que diumbichler. Su abuela, en realidad, se habcumentada bioó el apellido de su cornudo y legítimo marido. Herta Bernhard, hija pues ilegítima, se fue a trabajar a Holanda como señora de la limpieza y fue allí donde, en 1931, dió a luz a Nicolaas Thomas Bernhard, hijo ilegítimo también de un carpintero que no lo reconoce y que huye en 1940 a Alemania donde se suicida inhalando gas. En 1936, la madre de nuestro Thomas se casa y tiene dos hijos. Así que Thomas es el único de la familia que se queda con el apellido de la madre puesto que su padrastro se niega a adoptarlo y a cederle el apellido. Con el tiempo, el conflicto madre-hijo se intensifica. Mandan, entonces, al niño a un colegio para 'niños difíciles' de Turingia y, posteriormente, a un hospicio católico para chicos en Salzburgo.

No nos sorprende, entonces, que, rodeado por tanto odio y siendo considerado como 'el bastardo', para Bernhard, el auténtico núcleo de su familia sea y será siempre su verdadero abuelo, aquel soñador, anárquico y bisexual Johannes Fraumbichler que se pasó la vida buscando el éxito y fracasando en su intento de convertirse en un gran escritor (y ello a pesar de una exitosa opera prima). Los pocos años que Thomas pasó en su compastrofe para quien lesulta ser siempre una catntes de raumbichler) y sobre el que Bernhara exitosa y rdadero abuelo, aquel soñadoñía se le antojan una especie de paraíso de la memoria.

Casi todos los escritos de nuestro autor, como sostiene Tim Parks de NY Review of Books, tienen como eje un personaje monomaníaco obsesionado por el triunfo (algo que recuerda a Fraumbichler) y sobre el que Thomas Bernhard modela su propio carácter. Ya sea en lo que se refiere a la perfección intelectual de El Sobrino de Wittgestein como en lo que atañe a los paralizantes fracasos de La Caldera, el protagonista resulta ser siempre una catástrofe para quien se acerca a él y lo acaba siendo para sí mismo.

Thomas deja abandona la escuela a los dieciséis años para hacer de mozo en una tienda de alimentación, lo que no le impide apuntarse a clases particulares de canto (quizá inspirándose en el duende artístico de su abuelo). Los sueños de convertirse en tenor se ven abortados a sus dieciocho años por una tuberculosis que tardará dos años en curarse en un hospital. Y mientras que Bernhard está a punto de morir, los que fallecen de verdad son su madre y su idolatrado abuelo. Esto lo sume en una profunda y larga depresión de la que consigue emerger decidido a recobrar plenamente la salud. Y a conquistar el mundo... con la ayuda de una nueva amiga que tiene treinta y seis años más que él.

thomas9Durante sus paseos nocturnos prohibidos en el hospital, Bernhard conoce a su protectora y futura pigmalión: Hedwig Stavianicek, viuda heredera de una famosa marca de chocolate. La millonaria presenta, pues, a la más encopetada sociedad austríaca a nuestro joven de diecinueve años, frágil, determinado y con la cara llena de granos. Éste empieza luego a colaborar como crítico cultural en dos periódicos de Salzburgo y se convierte en una auténtica piedra en el zapato de una sociedad que refutaba o eludía su papel en el Holocausto. A través de una crítica teatral rayana con el histerismo se gana su primer pleito por difamación y, de paso, conquista la fama. Ahora los periódicos hablan de él. Una vez abandonado el periodismo cultural, explora la interpretación teatral y descubre su mejor papel: el de viejo cascarrabias. Es en este momento cuando acaba por integrarse completamente en la vanguardia austríaca. Seduce por igual a hombres y mujeres (aunque no sexualmente, a lo que parece) pero provoca algún que otro estrago emotivo aquí y allá. Cada vez que se pone fea la cosa, se refugia en casa de la 'tía Stavianicek'. Odia a Austria pero en esto es en lo que más austríaco resulta ser (uno de los pocos puntos en común entre austríacos e italianos). Algunos paisanos lo acusan de ser un Nestbeschmutzer, un 'ensucia-nidos'.
"El pasado del Imperio de los Augsburgo es lo que constituye nuestra identidad. En mi caso, esto quizá sea, incluso, más visible que en otros y se manifiesta en una relación de amor-odio por Austria. Ésta es la clave de todo lo que escribo."

Sin embargo, Bernhard es perfectamente consciente de que la escritura no puede cambiar la sociedad que critica sin que ello no entrañe algún tipo de remordimiento. Y piensa, bien al contrario, que el artista es cómplice de los espectáculos de tres al cuarto. "La imaginación es una expresión del desorden; debe ser así", dice el pintor en Hielo.

thomas6En este punto, me limitaré a transcribir el principio de tres de sus novelas, cuyo estilo no precisa de mayores loas:

- "En mil novecientos sesenta y siete, en el Pabellón Hermann de la Altura Baumgartner, una monja que desempeñaba con encomiable esmero su labor de enfermera me dejó sobre la cama Perturbación, el libro recién publicado que yo había escrito un año antes en el 60 de la rue de la Croix de Bruselas. Pero no tuve ni siquiera las fuerzas de asir el volumen, habiéndome despertado como lo hice hacía unos minutos de una anestesia total que había durado varias horas y durante la cual los médicos me habían abierto el cuello para poder extraerme de la caja torácica un tumor como un puño." (El Sobrino de Wittgenstein).

- "Un suicidio largamente premeditado, pensé; no un acto repentino, fruto de la desesperación. También Glenn Gould, nuestro amigo y el mayor virtuoso del piano en este siglo, aguantó sólo hasta los cincuenta y un años, pensé al entrar en la tasca. Sólo que no se ha quitado la vida como Wertheimer sino que se ha muerto, como quien dice, 'de muerte natural'."
(El que sucumbe).

- "Con la que en mi pulmón llamaron sombra, una sombra había bajado de nuevo a mi existencia. 'Grafenhof' era una palabra funesta, en Grafenhof primaban de manera exclusiva y con perfecta impunidad el médico jefe, su asistente y el asistente de éste, amén de las condiciones, tremendas para un joven como yo, de un sanatorio público para tuberculosos." (El Frío).

Los libros de Bernhard tienen un éxito internacional. Y Bernhard gusta ya sea en su faceta de autor teatral como en las de novelista y autor de relatos breves. Es prolífico y acaba siempre por caer en esa contradicción creativa que lo caracteriza y que oscila entre la profunda necesidad de expresarse y la obsesiva pulsión hacia un supremo aislamiento. Es precisamente esta bipolaridad lo que lo convierte en una de las voces más memorables de la literatura europea.

Los últimos días de su vida los pasa aislado, recluído tras los altos setos de un viejo caserón campestre de la pedanía de Obernathal, en Austria. Al otro lado transcurre la provinciana vida del pueblo y los adultos lo utilizan como simbólico espantajo de niños. Él se ríe amargamente de la inutilidad de quien escribe: "¿Por qué aplauden?", se pregunta al comprobar cómo los burgueses disfrutan de sus espectáculos contra la burguesía, pero también contra la 'intelligentsia'; contra todo, al fin y al cabo. El 12 de febrero de 1989, pocos días después de cumplir cincuenta y ocho años, sabiendo que se iba a morir de distintas enfermedades del corazón y los pulmones, se suicida ingiriendo una sobredosis de medicamentos. "Cualquier cosa es ridícula si se la compara a la muerte."

thomas4Leer a Bernhard procura la intensa impresión de ser capaz de saborear, en el escueto y artificiaespacio de unas creaciones literarias irrepetibles, el el verdadero cuadro de las contradicciones que presiden nuestras vidas. El mundo es horrendo y las cavilaciones que dan cuenta de este horror non dejan hueco para el mínimo optimismo. Sin embargo, los mecanismos inventados para transmitir el desastre en el que vivimos no dejan por ello de ser hilarantes.

En esto es en lo que consiste el genio de Bernhard. Escuchen Vds. al viejecito protestón hacer trizas todo lo que vean y conozcan hasta conseguir hacer que desaparezca por completo la gran 'Matrix' que nos rodea.

Al final, "el salto ágil y repentino del poeta-filósofo" (I. Calvino a propósito de Cavalcanti) les hará romper a reír.
Del mundo, de nosotros mismos, de la gran Comedia.


Imprimir

Javier Krahe

El otoño pasado, cuando en Madrid todavía se podía pasear por la noche en mangas de camisa, caminábamos atravesando la hiperiluminada Puerta del Sol a media noche y, en ese momento, casi mágico, en sentido contrario le vimos aparecer a lo lejos, resplandeciente, como un ectoplasma inmaterial en medio de este mundo de carne y hueso (“spirit in the material world”, como la canción de The Police hecha materia). Caminaba ese flaco Quijote imperturbable entre la masa, con sus vaqueros claros y su camisa blanca a rayas finas azules, esa que utiliza como infalible capa de invisibilidad. La gente no le ve, pero Krahe brilla en la oscuridad, como fluorescente, como un Cristo cocinado a fuego lento, redentor irredento. Atravesó la plaza mimetizado como un elemento arquitectónico más del paisaje, haciendo sombra con su estrecho talle a la estatua de Carlos III y se diluyó por la calle Carretas, seguramente hacia Huertas a trasegar líquido venenoso en algún bar y a fumarse (sospechamos por la tos crónica que fuma bastante) unos cuantos cigarritos, alguno de ellos “de la risa”.

Krahe está curtido en mil batallas y ha ganado, gracias al tiempo, un millón de guerras. Insulta mejor que nadie a los poderosos y se ríe de lo sagrado a mandíbula no vatiente, casi sin que se le note el sarcasmo. Es el más irónico y el más escéptico homo sapiens que puebla esta ciudad permanentemente adormilada tras una sonrisa Profidén. Se ganó sus galones de mariscal de campo entre los cínicos al ser vetado en televisión por el pedazo de mierda de Felipe González, el megalómano y traidor “Señor X”, con el que Cuervo Ingenuo nunca firmará la pipa de la paz por mucho oro y moro que se le ofrezca. Luego quisieron quemarle en una pira por aquel divertimento de “Cocinar un Cristo”, pero pelear contra esos asquerosos para Krahe es sólo cuestión de echarse un poco de desodorante por las mañanas para apartarlos como a fantasmas.



Javier Krahe es una estrella del rock. Él es el rock and roll, y puede mirar de frente a Keith Richards y a Chuck Berry sin pestañear, y si se pintara la cara de negro podría codearse con los músicos del Cotton Club, sin desmerecer. Es Brassens y Moustaki reencarnado, “Le métèque” de hueso y piel. Él es Madrid como pocos lo son. Sólo a él le he visto actuar un número de veces que no puedo contar, todas como si fuese la primera, a él y a Burning, los dos pilares de lo “nuestro” que nos quedan vivos. Si lees ésto y no te gustan los que cito vete a vivir a otra ciudad o, mejor, suicídate, nos harías un favor.



Las grabaciones perpetradas por el buen cabronazo de Javier se quedan cortas para que alguien se haga una idea de la verdadera dimensión del personaje. Él es de esos que se crecen hasta agigantarse en el escenario, es un actor genial del método (“método Krahe patentado”) un histrión de tal calibre que cuando nació se rompió el molde, y un bailarían que supera con creces a Nureyev en cuanto le da la gana de mover los pies. Los diez Euros que se pagan en el Galileo por verle son una miseria que se entrega más que pagarse, Krahe no necesita ni quiere ganar dinero, que le den al sucio metal, va sobrado. Hay tristes espectáculos por doquier en Madrid, de vergüenza ajena, por los que no se cortan en pedir 20 pavos al personal. Pedidle crowdfunding a vuestros siete padres, amiguitos. Krahe es un espectáculo minimalistas puro por el que pagaría mucho más de lo que él, displicente ante el money money y el artisteo, pide. Krahe es el “Circo del sol” él sólo.

krahe2Y “él” son también “ellos”, son cuatro. Sobre el escenario, durante la ópera “Krahe”, constituyen la banda perfecta, sin ruidosas Stratocaster, Telecaster o Lespaul, sin orquesta sinfónica, no hace puta falta, porque son artesanos de los instrumentos y de la voz a la antigua usanza, no necesitan estridencia para ser músicos de rock, ni chaqué para ponerse clásicos cuando lo desean. Javier López de Guereña y Fernando Anguita son el perejil perfecto para todas las salsas cínicas de Krahe, se mezclan con él como peces bomba en el agua aportando hasta los cantos de las sirenas si se tercia en los coros. A ellos se suma Andreas Prittwitz, el flautista de Hamelin. No suelen gustarme los barroquismos de viento pero, en este caso, el músico aporta un toque sutil único al conjunto.

Krahe cruza con más estilo que nadie Nuñez de Balboa para ir a comprar sellos de Nigeria a la Plaza Mayor. Y algún día escalará el Everest mientras se fuma un cigarro hablando con su amigo el Yeti. Y continuará explicando la Odisea de Homero en apenas tres minutos a su auditorio, con bastante más gracia que el puto griego aquel. Aunque él sabe de sobra que es un mentiroso redomado, que en realidad todo en este mundo sí que se reduce a follar, por mucho que lo niegue.


Imprimir

Charrière y leer

Yo no leo por encargo, no puedo. Ni he sido nunca capaz de leer por divertimento, simplemente por pasar el rato, me es imposible, mi mente es muy obtusa, siempre imagino cosas que van más allá de lo que se cuenta. Ya sé que esto suena a gilipollas (soy un poco gilipollas, es cierto), pero no puedo contarlo de otra manera, leo por impulsos, por algo ligado a lo emocional que hay dentro de mí, algo que no sé cómo definir. Leo, más bien, por una necesidad que me lleva a escarbar dentro de las personas, me interesa casi todo lo que veo, pero más en la medida que lo relaciona con las motivaciones y los sentimientos ajenos. La intuición, algo que siento, me llama a buscar a esos autores, a oler sus tripas. Soy incapaz de leer cuantitativamente, de dar una calificación, en el cine me sucede lo mismo. Leo cualitativamente, en horizontal, bajo la superficie del agua de las páginas, buscando lo abisal. La vida es una cuestión de gustos.

charriere2Aprendí a leer relativamente pronto. Me enseñó, como a casi todo, mi madre. Ella nunca fue al colegio. Aprendió a hacer cuentas y a leer en casa de una señora que explicaba esos menesteres a la gente previo pago. Luego, cuenta que fue a un colegio cuando llegó a Madrid del pueblo, pero que al poco tiempo lo abandonó. Mi octogenaria progenitora lee, aún hoy, más deprisa que yo, tiene un don especial para ello, igual que lo tenía para hacer cuentas de varias cifras de cabeza, sin apuntar, aunque esta capacidad se le ha desvanecido. En sexto de EGB leí el primer libro propiamente dicho. Nos sentábamos de dos en dos en los pupitres y un profesor, del que no voy a citar el nombre, un hombre entre majo e hijo de puta, nos forzó a leer “Papillon”, de Henri Charrière. Todos los días quedábamos impactados por las andanzas de este peculiar sujeto violento privado de libertad, por sus salvajadas y sus fugas, por su vida al límite de lo legal, por su continua búsqueda no se sabía de qué, casi siempre condenada al fracaso. A principios de los ochenta del siglo pasado éramos bastante salvajes, Charrière se parecía bastante a nosotros, nos identificábamos con él. El colegio era un presidio de trabajos forzados, y eso que todavía no había conocido a los hijos de puta de los curas, esos seres que me enseñaron a odiar. Hoy en día sería impensable que se permitiese leer algo como “Papillón” a niños de once años, sería un escándalo, meterían al profesor en la cárcel. Afortunadamente, nunca me obligaron a leer nada relacionado con lo infantil y juvenil, eran brutos los profesores y el sistema, pero no se la cogían con papel de fumar. La colección “Barco de vapor” siempre me ha provocado nauseas, cuando veo esos engendros de papel en las estanterías son para mí síntoma inequívoco de que detrás de ese niño hay o hubo un padre gilipollas profundo. En séptimo de EGB, el mismo tipo que en el curso anterior, nos hizo comprar “Requiem por un campesino español” de Ramón J. Sénder, un libro mucho más sencillo y corto. La ideología que trataba de inculcarnos ese profesor, en plena transición “democrática” española (lo de democracia entre comillas queda mucho más exacto), era más que evidente. Más tarde, un poco por obligación, también fuimos leyendo, por capítulos y con bastante lentitud, “El quijote”. Hasta que décadas más tarde conocí a Unamuno no fui capaz de comprender de verdad la novela de Cervantes, que a ratos resultaba insoportable, pero cuya grandeza he sido finalmente capaz de ver.

charriere4Está claro que Charrière no cuenta al pie de la letra sus propias andanzas, que copió de aquí y de allí y que utilizó historias de otras personas en su relato. Pero esos detalles no son en realidad lo más importante. Lo bueno se encuentra en el fondo, bajo la superficie. Lo sabroso de la historia es su espíritu, eso que nuestro profesor quería que entendiésemos, aunque sólo lo consiguiésemos con el paso de los años. Yo creo que “Papillon” habla de la empatía, de cómo los oprimidos y los marginados valoran más lo que tienen que los que vivimos cómodamente. Habla del camino incierto que es la vida y del misterio de los hombres, de lo difícil que es para ellos reconocer al prójimo como semejante. Y también habla de la fragilidad de la existencia, que pendemos siempre de un invisible hilo, de lo cerca que permanentemente se está de la muerte aunque se reniegue de ella o se cierren los ojos para no verla, de que lo peor que puede sucederte en este mundo es vivir con miedo y teniendo mucho que perder. “Papillón” llama a confiar, a pesar de todo, en las personas, a no perder la esperanza y a amar la libertad por encima del resto de cosas.

Un día, durante una clase, vi como uno de mis compañeros del pupitre de delante apoyaba su codo sobre mi mesa. Aprovechando la insensibilidad de esa parte del cuerpo, fui pintándole esa punta del brazo con un rotulador negro, hasta que, al cabo del rato, hice que luciera un manchurrón negro como un tatuaje sobre la carne. El profesor, precisamente el que nos hizo leer a Charriere, paseaba con un libro en las manos entre los pupitres. No le vi venir por detrás. Observó lo que yo estaba haciendo, cerró el libro sin hacer ruido sobre una mano y con la otra me sacudió un golpe en la cabeza con el puño cerrado, un capón bastante fuerte. La verdad es que me lo tenía merecido. Al llegar a casa descubrí que, aparte de un chichón, tenía una pequeña costra en la coronilla. Cuando me la estaba observando en el espejo del lavabo llegó mi madre y no puede esconder aquello. Me preguntó cómo coño me había hecho aquello, y yo le conté la verdad. Ni corta ni perezosa, al día siguiente me acompañó al colegio. Espero en la puerta a que llegara el profesor y le dijo algo así como:

- Buenos días. ¿Ha pegado usted en la cabeza a mi hijo?
- Sí, y se lo tenía merecido.
- Seguro que sí, pero...¿sabe usted una cosa? Mi marido es el doble de grande que usted, ¿qué le parecería que por la tarde viniese y le diese con la misma fuerza en la cabeza?
- Señora yo...
- Además, no hace falta mi marido, para pisarle el cuello me basto yo sola... no le aconsejo volver a hacerlo...

Se pitorrearon de mi en clase un buen rato, no estaba bien chivarse a tus padres aunque te dieran de hostias. Aquel profesor nos daba historia y plástica. Yo sacaba siempre sobresaliente en historia y suficiente en plástica. A partir de entonces comencé a sacar solamente aprobado en mi asignatura favorita. El tío me miraba con desprecio, pero no se atrevía ni a rozarme. Decían que era comunista.

Henri Charrière murió en Madrid en 1973, puede que incluso nos cruzásemos por alguna calle cuando yo era pequeño.


Imprimir

lanochemasoscura