a propos

Mi ruta hacia John Cheever

Es posible que no tengas ni puta idea sobre John Cheever, que sea la primera vez que lees su nombre. De hecho, no conozco a nadie de mi alrededor que conozca a este señor. Entonces, estas lineas que escribo comienzan a sonar, desde el principio, a la típica charla del gilipollas que se hace el listo hablando sobre lo bien que sienta leer mientras se defeca bien sentadito en la taza. Hay gente que, simplemente, lee más que el resto porque hace caca varias veces al día, quizás porque lee a Paulo Coelho le sucede lo de  hacer tanta caca, algunos afirman que cheever2ese tipo tan melifluo produce un efecto laxante instantaneo, que es leer una cita suya y ya les entran retortijones, sin necesidad de comer yogures con Bífidus activo y de beber garrafas de Evacuol. Bueno, a lo que iba, a John Cheever. ¿Cómo llegué hasta este señor? Pues voy a tratar de contarlo sin insultar a nadie, de paso, ni irme por las ramas, al menos lo intentaré...

John Cheever es un ser poco recomendable, porque crea adicción casi instantánea. Mi ruta hasta él comenzó creo que en “Short Cuts”, me refiero a la película. Robert Altman era un tío con bastante mala leche y, llevando al celuloide la obra de Raymond Carver, rizó el rizo de la ironía. Se le daba bien tocar los cojones a sus congéneres humanos con su fina ironía. Ahí yo, indirectamente, fascinado por esa película, llegué hasta el alcohólico de Carver. Éste señor era un tipo genial que tuvo la desgracia de morirse cuando había alcanzado la cresta de la ola, escenificando la eterna tragedia humana: ahogarse en la orilla cuando te has deslomado nadando. Carver estuvo lampando algunos añitos hasta que le pegó tremenda hostia un cáncer de pulmón, a una edad todavía temprana para fenecer. Pobre genial desgraciado. ¿Desgraciado? Había fumado, bebido e incluso me atrevería a decir que esnifado por un regimiento. Carver había compuesto una colección de relatos de esos que hacen sangre en lo más hondo a la sociedad estadounidense.

Reiros, reiros de la puta sociedad yanki. En realidad vosotros, vuestra cultura, sois hijos putativos de ella. Renegad, renegad todo lo que queráis de lo americano, de esa sociedad-Belcebú, de ese cáncer mundial cheever4norteamericano que los telediarios pintan tan absurdo y ególatra. Yo también renegué de mis orígenes bastardos,  fui prosoviético durante mis años mozos, sí, una forma adolescente de “matar al padre” y, aunque sigo guardando una fascinación idólatra por el camarada Stalin, me he acabado dando cuenta de que mis verdaderos orígenes están en ese imperio decadente del otro lado del océano, esa masa humana a la que Carver da hostias por un tubo, a diestro y siniestro. en sus relatos. Carver abrió brecha en nuestro puto país en los noventa del siglo pasado, vendió algunos libros, es relativamente conocido, por cuatro o cinco al menos. Yo lo devoré. Era un tipo triste, y muy muy oscuro, con los pies permanentemente hundidos en el barro, un consciente, un lúcido Sí, ese estilo que caracteriza a mis ídolos, casi todos muertos, por cierto, antes de llegar a ellos.

Demos otro salto mortal hacia delante. Continuemos siguiendo la pista de Cheever. Michael Chabon, en sus “Wonder boys” relataba la vida tragicómica de un autor caótico supuestamente imaginario. El libro de Chabon es genial, si vuestra necedad os deja, leedlo, por Dios. Sus personajes, mucho más que en la posterior película (un mal menor Michael Douglas protagonizándola...) basada en él, son unos cabrones de los que dejan huella en tu cerebelo. Pero, el protagonista de la novela resulta que no es tan imaginario. Me enteré de ello después. El hijo de puta de profesor universitario borracho, vago y fornicador está basado en un señor bigotudo con todas esas “cualidades”, Chuck Kinder. Chuck Kinder, el compañero de borracheras preferido en la vida real por Carver. Las borracheras debieron ser enormes por lo que se deduce de “Lunas de miel”, la obra tocacojones e imprescindible de Kinder, que también me causó adicción instantanea, porque es imposible no engancharse a este tipo cuando te gusta degustar a los hijos de puta de pura cepa. Lamentablemente, Kinder no tiene ningún texto más traducido al castellano. Porca miseria.

En “Lunas de miel”, Kinder, personificado en un superyo llamado Jim Stark (tócate los cojones con el nombrecito Jamesdeanesco que se autocoloca), habla de forma despectiva algo así como del “viejo carcamal” de John Cheever. Pienso que esa forma de blasfemar representa la máxima admiración, es como cheever5cuando yo llamo hijo de puta a algún amigo, es el grado sumo de cariño que puedo expresar hacia un ser humano, al decirle la verdad sobre su origen. Yo había escuchado hablar de John Cheever en algún programa sobre libros de la tele, de esos programas que ya no existen, y que yo veía no sé por qué leches, pues eran un coñazo. Recomendaban ahí sus “Diarios”, los cuales saqué de la biblioteca (libro gordo, caro y difícil de encontrar), pero no llegue a poder meterles mano, porque empezar por ese negrísimo libro del señor John era empezar el curso de buceo para idiotas principiantes metiéndote a cincuenta metros de profundidad.

Pues bien, tras el tremendo impacto que causó en mi “Lunas de miel”, no tuve más remedio que acudir a la fuente original de todos ellos, a su pater familias, a su big-bang, a su progenitor, a su Zeus que devoraría a sus hijos si tuviera ocasión. Otra cosa que no viene a cuento. Recuerdo que le presté “Lunas de miel”, que todavía conservo en papel, a un gilipollas que creí amigo hace tiempo, uno que ahora se autodenomina a sí mismo “redactor jefe” de un períódico. Tardé más de una década en darme cuenta de que este tipo era un soplapollas. Tiempo antes de “ver la luz” sobre su persona, gracias a este libro me percaté de que el imbécil en cuestión sólo leía de los libros los primeros párrafos de los capítulos y de ellos sólo las primeras lineas. Así se hacía una idea del tema que trataban y podía posturear diciendo que leía muy rápido. Yo me quedé maravillado con la prisa que devoró “Lunas de miel”. Su anterior mujer, casualidades de la vida, era una histérica como la protagonista del engendro de Kinder, Alice-Anne, gudardaban cierto parecido en cuanto a su nervioso comportamiento (calificándolo suavemente), quizás debido al Prozac mezclado con alcohol que consumían a la par. Sobrevivió a duras penas a ella. Ahora ha encontrado otra mujer menos pasivo-agresiva, pero a cambio bastante más gorda y fea. Aprovecho para decir ésto por si alguno de ellos leyera este texto y se diese por aludido, o los dos, trato de aprovechar este escrito para matar dos gilipollas de un tiro, o tres, la mayor aspiración humana en realidad es no malgastar balas con idiotas así. ¿Suena suficientemente presuntuoso? Espero que sí.

Estoy enamorado de esos nuevos ricos de Shady Hill, o de Bullet Park, esos petimetres que viven en urbanizaciones a las afueras a las que regresan después del trabajo en atestados trenes de cercanías. ¿Os suena de algo este escenario? Yo creo que os resulta sospechosamente familiar. Me fascina toda esa panda de alcohólicos aparentemente sanos que habitan en chalets de semilujo, que soríen mucho en las fiestas y en las cenas de sociedad, pero que en petit comité se sienten desgraciados y frustrados. Todos esos hombres que se empalman viendo las pantorrillas de las esposas de otros, o las pantorrillas mismas de los otros hombres, que se hacen pajas siempre en el silencio de sus cuartos de baño; todos esos tipos que van de vacaciones en familia a Italia a posturear, que cuentan ufanos lo maravillosa que es la Toscana, que navegan en cheever7balandros desvencijados a punto de hundirse, que se tiran a sus secretarias a espaldas de sus mujeres para después despedirlas. Y no, esto de lo que hablo no es de donde tú vives, no me refiero a tu idílica casita-cárcel de las afueras de tu ciudad, no es tu puta cueva, ese adosado con garaje para tres coches en el que tu marido se ha tirado varias veces a alguna de tus amigas (mientras tú veías la tele en la planta superior). No, no hablo de tu puta sociedad, sino de una sociedad como la tuya, de la que nació la tuya, estúpido, que comenzó a fraguarse en Estados Unidos después de la segunda guerra mundial, y en la que  tú vives ahora, o al menos lo haces en un sucedáneo si cabe más ruin, pero que te encanta, al menos eso es lo que dices, imbécil. Sospecho que, cuando te sientas en tu inodoro a defecar y te paras por unos minutos a rebuscar en tus meninges no te sientes tan realizado.

Cheever pintó un monumental cuadro de Hopper enmarcado por un “estado de bienestar” artificial que perdura en el “mundo occidental” (menuda expresión...) hasta nuestros días. El cabrón de él plasmó como nadie a toda esa recua que pulula en la eterna búsqueda de la felicidad impostada, esa panda que en realidad sois también todos vosotros, con vuestros maravillosos trabajos en oficinas tristes siempre bajo la espada de Damocles del despido y la hipoteca que pagar, con vuestras casas diseñadas por arquitectos de postín a las que les salen goteras, con vuestras familias idílicas que repueblan el planeta por imperativo social, con vuestro sentido vital trascendente plagada de caminos rectos y torcidos, de buenos y malos, de muerte disfrazada de vida eterna.  ¿Os habéis creído vuestro papel? Pienso que sí. Pero John Cheever no se creyó nada de ésto, le veía el cartón, la carne y el hueso están edificadas de eso, de barro y de cartón. ¿Lucidez, divino tesoro? Casi mejor es vivir ciego, o aparentar ceguera, ¿verdad, amigo?

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