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Cadáveres exquisitos: River Phoenix

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"Eran los jóvenes elegidos de un mundo salvaje y
descastado, de un mundo que todavía se alimenta
de poetas y estadistas muertos... una generación
que, al crecer, encontró a todos los dioses muertos,
todas las guerras hechas, perdida toda la fe en
el hombre..."
F. Scott Fitzgerald, This side of the Paradise.

Apago mi último sueño adolescente en un cenicero, en medio de tanto resplandor aplazado, sumerjo mis tristes pensamientos. Llevo el cartel de estrella adolescente colgado en la solapa de mi americana, en el bolsillo interior guardo una petaca de plata y algunas pastillas para soñar con la luz encendida. cadaveres2Parado en la estación de autobuses me entretengo cantando un blues con  John Lee Hooker, es sábado noche en alguna parte pero, aquí, no pasan trenes, y esperamos fehacientemente la llegada del Ovnibus. Cuando consiga llegar a la costa voy a desprenderme de los malos hábitos, de las compañías extrañas, de la delgadez de sus llamadas. Se acabaran los amores congelados, el olor a colillas de mi suite en el Marmont, los destrozos de habitaciones de hotel sin motivo aparente, las caras incrédulas de paparazzi's extranjeros buscando algo en mí que se esfumo tío, se esfumo hace siglos. Bailar en el fuego sin más aliento que el tuyo que sostienes mis desaires a pesar de todo. Cuando llegue a la costa. La última vez que la vi sostenía a mi hijo imaginario en brazos, le dí algunas golosinas de cristal y salí dando un portazo en plan hollywodiense, me pase con las pastillas creo, ella me lanzó su famosa mirada oblicua y entre los tres pusimos en marcha una campaña de crowfunding para financiar mi desintoxicación. No funciono, me quede colgado y llego el verano a West Hill. Esta vez sera diferente, si pudieras entender que es sábado noche en alguna parte y sin embargo aquí, en la estación de autobuses lanzamos plegarias esperando el Maná, con el aliento congelado, masticando trabajosamente la costilla mohosa de Adán. Las sirenas de ambulancia se desgañitan por el boulevard recogiendo cadáveres exquisitos mientras el predicador negro, vocifera de memoria un versículo que ametralla mi cabeza: cadaveres4“Yo tomo mi carne en mis dientes, y coloco mi vida en las palmas de mis manos”. Escupo saliva retrasado el momento, oigo el lento caminar de mi hermana Rain, Joaquin se tapa la cara y hace que no con la cabeza, seguimos en las puertas del Viper Room en siniestra calma. Las luces se apagan bajo este cielo desleido. Espero que volvamos a encontrarnos en alguna parte. Es hora de partir. Un amago de amanecer dibuja las primeras sombras de las palmeras por entre los edificios, los operarios amontonan metros de cableado en gigantescas maletas plateadas, el foquista esloveno desciende desde su particular variocielo. El café del catering descansa sobre la mesa intacto y frío, alguien anuncia por megafonía que el productor de esta peliculita de tintes dramáticos, vuela en este momento a Capri con su nueva y, joven, esposa. Me aclaro la voz con el interés propio de un jurado popular, agoté el futuro de un plumazo y llego la hora de conocer el veredicto... ¿what do you think?

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Arrebato

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"¿Quién ha visto alguna vez un niño que intenta apresar en su mano un rayo de sol?"

    -Luis Cernuda

Despliego mis alas negras de ángel caído sobre la Gran Vía. La estudiante polaca que sigue mis pasos desde hace más de dos décadas, inmortaliza el instante con su cámara Super 8. Son las dos de la madrugada y se supone que vamos tras la búsqueda de la esencia creativa con la inexactitud propia de un rodaje de guerrilla. Un cúmulo de vehículos permanecen atascados en la linde del semáforo averiado, para desesperación del soñoliento guardia urbano que en vano se desgañita intentando poner orden. Prostitutas de Montera y Desengaño sacuden caderas congeladas por entre los coches, proxenetas las observan con el contador puesto en marcha, siempre en marcha. Adolescentes pasan de largo cantando y bebiendo licor en vasos de plástico mientras un sin techo llora en la puerta del Primark y, sus lagrimas, parecen esferas de vidrio como en una vieja fotografía de Man Ray. arrebato4Trato de mantener la calma pero es difícil, el ruido es tan insoportable que necesitaría cien vidas para hacerte comprender como me siento. Últimamente mi cabeza no funciona con claridad, las marcas en los brazos me ayudan a recordar que una vez sí lo hizo, pero ahora no, definitivamente no. Mantengo mi centro de gravedad masticando torpemente un sándwich de mortadela, quien lo puso en mi mano lo desconozco: es fácil perderse por un laberinto de dudas. En mi caso la adicción resuelve todas, aunque a veces siento que...

Son las dos y cuarto de la madrugada, la estudiante polaca está cambiando el rollo a la cámara, esperamos pacientemente frente al edificio de Telefónica. Según el guión nos dirigimos a la plaza de Los Cubos, según el guión, sufriré una conmoción al llegar y tendré que ser ingresado, según el guión, el plano sera capturado en gran angular. Mientras seguimos esperando por la estudiante polaca, alguien pone en mi mano una lata de cerveza que bebo de un trago, al otro lado de la acera una joven vietnamita vende sopa de fideos sobre un mostrador de cartón, un cineasta en ciernes aparece estrangulado en el interior de su casa mientras esperamos, según el informe policial, el cineasta era un gran aficionado a mi cine. En este momento los detectives de medio Madrid sopesan interrogarme.

¿Iván Zulueta? « Presente», Iván, la cámara está lista, podemos continuar.

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Son las dos y media de la madrugada, bajamos por la Gran Vía y por el camino nos asaltan una banda de nazarenos a golpe de navaja. La estudiante polaca y buena parte del equipo se llevan un buen susto, por suerte, los nazarenos son generosos y nos permiten conservar la cámara. Tomo un Trankimazin e improviso la escena 24 sin guión, pues también se lo han llevado, parado frente al cine Capitol ejecuto una performance a base de movimientos espasmódicos y sonidos guturales. Entro en trance, por así decirlo, hasta que la estudiante polaca rompe mi concentración con una serie de vehementes aplausos que me impiden continuar.

Son las dos y cuarenta y ocho de la madrugada, llegamos a la plaza de España. Por el camino han pasado cosas que he olvidado y prefiero no recordar, algo me dice que debo estar preparado para algo malo, economizo sentimientos antes de la explosión. Siento nauseas y procuro no manchar mis botas al vomitar, el olor a cabezas de pescado de mis tripas me devuelve el contacto áspero y frio de la noche madrileña. Se adhiere a mi desesperación, inhabilita los anhelos pasados de una pronta recuperación  que pocos esperarrebato2an ya. De pronto, la estudiante polaca me da un golpecito en el hombro indicando que debemos continuar, miro al resto del equipo, estoy descorazonado y ellos lo saben, es evidente, pero sigo, adelante, siempre adelante.

Tres de la madrugada. Escena 25: Iván frente a los rascacielos de la plaza de los Cubos. Émulo a un Eusebio Poncela envejecido, los surcos de mi rostro anuncian el contenido trágico de la obra. Llegó el momento, pero antes, el joven andrógino del equipo de vestuario, meritorio según tengo entendido en una película de Almodóvar, se afana en cubrir el collage  de mi cara con unas estrambóticas  gafas de sol.  No digo nada, ya no importa, dentro de muy poco el fotograma rojo se encargara de ponernos a todos en nuestro sitio, quedaremos absortos frente al arrebato. «¡Acción!» grita la estudiante polaca, doy una ligera calada al cigarro que alguien se tomo la molestia de colocar en mis marchitados dedos, luego avanzo por los pasillos de un edificio hasta llegar a una puerta marcada con una cruz. Por las rendijas de la puerta se escapa un halo de luz roja, al entrar descubro el proyector de Will More en el lugar exacto de hace treinta y seis años. Intacto. Listo para ser utilizado. Me acerco al proyector con más temor que satisfacción, sin reparar demasiado en el resto de la habitación que, como ya dije está bañada en luces rojas. Un segundo antes de poner el aparato en marcha y desaparecer por completo, echo un último vistazo a la estudiante polaca y al resto del equipo, me miran de hito en hito, no pierden detalle, al meritorio de Amodóvar le van a saltar los ojos de las cuencas. Siento la presión de mis pies sobre la tierra, levanta miles y miles de emociones que desprecian este esfuerzo mío por definirlas. Enciendo el proyector. La habitación desaparece con un chasquido así de grande, universos extracorpóreos nos envuelven, languidezco y sin embargo, tengo la certeza de estar invocando por primera vez en mucho tiempo a mi fiel amiga, la inspiración.

En el festival de cine de San Sebastián la película recibe los galardones de mejor fotografía y montaje, para sorpresa de todo el equipo, incluida la estudiante polaca que, en su discurso de agradecimiento, olvido con inocente descuido pronunciar mi nombre.


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Morrissey, the boy with the thorn in his side

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¡Desdichado aquel que no ha deseado furores de tragedia, que no se sabe  de memoria estrofas de amor, para repetírselas bajo el claro de la luna!
Gustave Flaubert

Una lluvia fina azota el viejo Manchester anunciando el trueno y el súbito choque acerado de aguas libres contra cárceles de cemento. El humo  industrial y traslúcido de las fabricas sobresale por encima de las ilusiones de un pueblo, el obrero, condenado a una máquina de acero. Como en una película de Fritz Lang, el pueblo avanza soñoliento en rigurosa fila india hacia lo inevitable. Oigo sus cansados zapatos pisotear sueños de juventud con una canción trágica entre los dientes, canción que se eleva entre la muchedumbre con un zumbido perenne. Desde su habitación azul el joven Morrissey contempla ingrávido la escena, se ha tomado un respiro de lecturas incandescentes de, mil y una noches enfrentado al insomnio sobre un lecho de vídeo tapes. Con la cola de un cigarro en los labios, descorre las cortinas de un oscuro pasado, consintiendo que el aire frío y masculino inunde cada palmo de su habitación azul. La cabeza da vueltas, se ha pasado la noche en vela resolviendo una ecuación generacional, sin probar bocado, sin eyacular. Leyendo a oscuras los versos sagrados, conjugando  galimatías seniles, hablando a las paredes a media voz para al final, levantarse escupiendo azul. Ocupando, en suma, cada partícula de espacio libre de su imaginación. El joven Morrissey ha trazado un plan, le ha puesto nombre y, no, no es Smith, es más grande, mejor que un riff de Johnny Marr, en definitiva; su raison de plus para abandonar la trinchera en la que vive sumergido e iniciar la revuelta. Una revuelta amplificada a través de las ondas. Por supuesto ellos lo negaran, le llamarán falso mesías, egocéntrico, y si les preguntas, dirán que prefieren seguir conectados a la máquina de acero que abrir sus brazos a un joven de oscuras intenciones.
 
How can they look into my eyes
And still they don't believe me
How can they hear me say those words
And still they don't believe me...
And if they don't believe me now
Will they ever believe me?

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Suena la sirena. Centenares de obreros se dirigen cabizbajos a sus hogares grises, a sus cenas sumamente miserables, a sus tristes recuerdos enmarcados en colores ocres. Mientras, el joven Morrissey vuelve a la carga, sus manos manchadas en tinta descargan sobre un lienzo con rabia ¿podéis verlo?. Inmaculado. ¿Quién podrá detenerle? Cuando entra en este estado de éxtasis, es capaz de cualquier cosa. Argumentos no le faltan: los jóvenes de Manchester no ven el sol, no leen los periódicos, no escuchan las canciones de los New York Dolls. Viven presos en una cárcel  unidimensional al amparo de sus anacrónicos progenitores que, temerosos,
aíslan a sus hijos de los influjos de la luna.  El joven Morrissey aguarda su oportunidad, escribe profundo un manifiesto que promueve el cambio sobre un papiro de más de mil años.  El joven Morrissey confunde las bocales de tal forma que su ortografía adquiere un aire infantil, ¿la revolución será infantil? No, la revolución será o no será, pero los jóvenes prevalecerán.

morrissey4Escribió el joven Morrissey con letras de graffiti en las paredes de la facultad de letras, ahora, además de los atemorizados progenitores le buscan las autoridades.  El joven Morrissey debe darse prisa y tirar el misil a tiempo. Manchester reclama venganza.

And when you want to live
How do you start?
Where do you go?
Who do you know?

Se hace de noche. Manchester duerme, los gatos trastean la comida por los callejones, las sirenas de policía suenan tras la pista del homicida, las aves nocturnas apuran el último café antes de volver a apostar todo al negro. Una hipnótica calma parece adueñarse del lugar, la lluvia cesa y por un momento podríamos olvidarnos del fuego y, creer en nosotros mismos tal como hemos sidos concebidos. Sin embargo en el 384 de Kings Road el sonido de unos vinilos de grupos impronunciables, nos recuerda que en algún lugar, no muy lejano, el fuego prevalece.

Voy a cerrar los ojos y apagar la luz, convencido, de que en la habitación azul de un puñado de inclasificables jóvenes, el incendio de la revuelta crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece y crece.

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lanochemasoscura