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La historia de la noche (XIV)

14. Rock and roll animal.

Las primeras manchas de sangre tiñeron mis bragas apenas cumplidos los 10 años. Yo vivía en un mundo de hombres donde mi madre se había convertido en un animal inseguro, callado, incapaz de comunicarse ni siquiera con nosotros, y no entendía nada. Acudí a una maestra del colegio, que me miró compasiva y me explicó que me había convertido en mujer. Así, al parecer, de sopetón y sin previo aviso, pasas de niña a mujer, como en la canción del mamahuevos de Julio Iglesias, pero sin gilipolleces. Cojonudo, la vida me sorprendió con un bonito regalo para mis siguientes... ¿cuarenta años? Que te jodan, vida.

Era la pequeña de tres hermanos, la única chica. Con ellos construí una relación fortalecida por una mezcla entre el frío y el miedo. Crecimos como potros salvajes en los descampados, cada uno se defendió como pudo durante un tiempo en aquella familia encabezada por un padre segurata algo hijo de puta y una madre inculta y débil. Después, el trasiego forzado por otras familias postizas, de esas que nunca entiendes sus gracias, esas familias que en realidad no eran la mía, siempre a solas, aislada del resto. Casi mejor sola que mal acompañada. Para sobrevivir, en realidad, nunca necesitas a nadie, porque en el fondo sólo estás tú.

Un recuerdo entre la niebla de las neuronas. Carmen y Elena están frente a mí, las veo en la distancia del tiempo con los párpados inflamados y rojos y los ojos llenos de lágrimas. A Elena le escurre un moquillo transparente que le alcanza la comisura de los labios. En el colegio me obligaban a relacionarme con otras niñas. A pesar de ser una solitaria, durante un tiempo establecí algo parecido a una relación con otras dos chicas de mi misma edad. Aquello no podía durar. Ellas me miraban con recelo, como si no pudieran entender que una chica tuviera ese aspecto desaliñado y sucio, que pasara de los juegos femeninos, de los vestiditos pulcros, de las muñecas, las cocinitas y demás zarandajas. A mí me gustaban los juegos sucios, tirarme por el suelo, jugar a las chapas y a las canicas, pelearme por el balón con los otros niños, correr, correr todo el tiempo. Mis piernas estaban llenas de marcas y costras, nada típico de una señorita. No, lo mío con ese par de marcianas no podía durar. Y no duró.

Yo tenía las de ganar porque era más fuerte que ellas. Había tenido que serlo. Lo había aprendido en casa donde fui un niño más. Los niños no lloran, los niños no utilizan el chantaje emocional. Los niños se pegan, se dan de hostias, solucionan sus problemas y luego se olvidan, sin falsas sonrisas. Ellas intentaron joderme con sus cosas de niñas, haciéndome de menos, intentando ridiculizarme y haciéndomelo notar, pero a mí me daba igual. De hecho, me hicieron un favor. Cómo podían ellas siquiera imaginar la mierda que yo tragaba a diario. Yo ya tenía cayo, a golpe de vacuna de dolor me hice más fuerte y podía más. Tenía más armas que dos tetas, más aguante que las dos juntas. Intentaron joderme con juegos de niñas y yo les devolví la pelota con golpes de verdad. No estaban a mi altura, nunca habían besado el suelo. Pobres, llorando como las nenazas que eran, de rabia y de impotencia, no comprendían nada. No me distéis nunca pena: ¡espabilad y que os jodan! Esa fue la cima de mis relaciones de amistad con mujeres, punto y final.

Tuve dos hermanos una vez, ya casi los he olvidado por completo. Cada uno hizo lo que pudo, las cartas que les tocaron a ellos fueron peores que las mías, al fin y al cabo yo era una niña, alguna ventaja tenía que tener. Pedro, el mayor, acabó muerto de una sobredosis en un portal de la calle Pez, al final de los años 80. Había entrado en aquel festín feliz de alcohol y drogas, como tantos otros, pero él se pasó de frenada. Quizás deliberadamente fue su forma de escapar de todo, de mandar a la vida a tomar por el rasca.

Nuestra madre se atracó a pastillas tras la muerte de Pedro. Su agonía fue lenta. La recuerdo como un vegetal despeinado y luego en la camilla de una ambulancia. Nosotros dos nos quedamos solos con él. Aquel invierno hacía mucho frío en casa, desde hace meses no teníamos ni para calefacción. Él se fundía casi toda su paga en los bares y en casa nos manteníamos a duras penas con lo que Miguel trapicheaba por la calle y lo que nos pasaba mi pobre tío Julio “el maricón”,el apestado del barrio y de la familia que nos salvaba el culo como podía cuando tenía algo de parné. Un día mi padre llegó como una cuba a las tantas de la madrugada, haciendo mucho ruido, apenas sin tenerse en pie. Recuerdo oír como intentaba, una y otra vez, abrir la puerta con su llave. Miguel y yo nos miramos. Ninguno se movió. Consiguió abrir la puerta y arrastrarse hasta el salón. Cayó como un fardo sobre el suelo, vomitando, regurjitando por la boca su existencia. Cogí a mi hermano de la mano y salimos de allí, dejándole envuelto en su propio vómito. No quiero olvidarlo, nunca. El asco y la ira me dieron fuerzas para seguir, fueron mi gasolina. Cuando tengo que disparar, pienso en él y se acabaron las dudas. Pobre hijo de puta.

Cerca de nuestra casa había unos viejos chalets abandonados y un colegio cerrado. Era nuestro territorio. Mi hermano, sus amigos y yo nos perdíamos allí del resto del mundo. Me aceptaron entre ellos, aunque era más pequeña, como a una mascota. Hacíamos todo lo que se supone que no debíamos hacer delante del resto del mundo. Allí me fumé mi primer cigarrillo, mi primer porro, bebí por primera vez alcohol... Y allí comencé en el sexo precoz, sexo sucio, sexo curioso. Estoy escondida tras los matorrales del patio de casa con Iñaki. Él tiene libros en su casa y es un poco raro, dicen que es marica, pero es guapo, me pica la curiosidad por él. Todos los días nos escapamos para que nos dejen leer en paz. Compartimos un enorme libro ilustrado que reposa sobre nuestro regazo. Noto una suave caricia sobre mi tripa. El dedo de Iñaki empieza un concienzudo descenso hacia el interior de mis bragas. Yo ni siquiera pestañeo, ni le miro. Sigo con mi mirada sobre el libro, como si nada estuviera ocurriendo. Iñaki tampoco dice nada, tampoco levanta su vista de las ilustraciones mientras su dedo sigue descendiendo. Intento contener mi respiración, mientras una extraña y desconocida emoción me embarga. Oigo la voz de mi hermano llamándome desde casa y no contesto. Espero y deseo que el dedo de Iñaki llegue rápido allí donde mi cuerpo me dice que tiene que llegar, un lugar preciso cuyo nombre desconozco pero que parece hambriento de caricias. Oigo a mi hermano salir de casa y sigo con la mirada centrada en el libro, mientras mi cuerpo explota. Salimos de nuestro escondrijo justo a tiempo. Miro a Iñaki sonrojada, mientras mi hermano me agarra de la mano y me arrastra hasta casa.

El sexo es como una tabla de salvación, es un túnel para escapar de la cárcel del cuerpo. En ese mundo de hombres que ya conocía yo jugaba con ventaja, con una moneda de cambio exclusiva. Tenía mi cuerpo de mujer, una zorra más, pero me movía como ellos, pensaba como ellos. De una forma natural le supe sacar partido. Y también se convirtió en una droga, una que no destruye, que no mata. Supe que si sabía separar el sexo de lo emocional, saldría ganando, aunque esa es una asignatura muchas veces imposible de aprobar.

Aún era joven, fue en una de mis primeras escapadas de verano a solas. Recuerdo a aquel tipo que conocí una noche de copas en un puerto de la Costa del Sol. Ya estaba hasta los ovarios de sevillanas, rumbas y faralaes, ese flamenco de pega me da ganas de vomitar. El tío me miraba como alucinado, supongo que por mi cara de mala leche. Tampoco parecía ser de allí, o quizás sí, qué más da. Ya estaba saliendo de aquel maldito local cuando me entró con una mandanga. Algo en sus ojos me recordó a mi hermano así que me lo llevé a aquel apartamento de mala muerte alquilado para el verano. Rompimos su cama follando y supongo que quedó alucinado. Me largué por la mañana y esa misma noche supe que ya no podría volver a salir tranquila. Allí estaba siempre, como un perrito faldero, esperando algo de mí que yo no pensaba volver a darle. Escapé sin mirar atrás, volví a Madrid antes de lo previsto. Madrid es lo que tiene, te follas a alguien y, con un poco de suerte, no te lo vuelves a cruzar nunca más. Gracias Madrid, por ser tan cabrona.

rock4Madrid, cielos abiertos sin final. Todos los días salgo a correr, por un parque cualquiera o por lo que queda de los descampados de esta ciudad. Algo me empuja a correr y correr, me ayuda a volar. Correr hasta morir. Empecé a correr en el Instituto, junto a un compañero que luego se hizo profesional, a él no me lo follé, sólo correr. Todos los días necesito canalizar mi rabia, no siempre se puede sacar el lado oscuro a pasear, entonces hay que correr. Y las armas no me dan miedo, mi padre, algo bueno tenía que tener, nos enseñó a disparar a todos, con su pipa reglamentaria y una escopeta que escondía debajo de la encimera de la cocina. Aprendí que las armas es mejor tenerlas de tu lado, cerca, que en tu contra. Aprender a tirar de hierro si es preciso y a correr lejos para esconderte, dos cosas que resultan muy útiles en la vida.

Me acaricio la cicatriz de mi ceja izquierda. Me gusta porque me recuerda quién soy y de dónde vengo, que he sobrevivido, que la puta vida no ha podido conmigo, al menos por ahora, hija de puta vida. Una vez me corté el pelo al “1” y me tatué en la espalda "Perra vida". A mi tía, con la que vivía durante esa temporada, casi le dio un infarto, rezó unos cuantos rosarios por mi alma de puta descarriada. El diente mellado me lo arreglé hace unos años, pero la cicatriz sigue ahí, presidiendo mi frente. Me acostumbré a vivir con cicatrices, de esas que al cabo del tiempo se te hacen imprescindibles, a estar sola y a depender de mí misma. Leía y corría para olvidar, o para recordar. Necesitaba estar centrada para no volverme loca y no echar un saco de antrax en el pantano de El Atazar. Entré en la academia contra todo pronóstico, yo era una de las pocas tías, y la que tenía más pinta de puta y de yonki. Me follé allí hasta al apuntador, a casi todos, menos a Juan. Joder con Juan Sans.... A algunos les cogí cierto afecto. Así les conocí.

Aguinaga nos reunía en un gimnasio de Ávila, cerca de la academia, para hacer sesiones de yoga kundalini. Para él, en aquella época, era como una religión, el tío colgado. Luego se retiraba a aquel piso junto a la muralla en el que como único mueble tenía un jergón. Argote y Sans me esperaban en la puerta del gimnasio, con el coche en marcha para irnos de farra todas las noches. Aguinaga siempre trataba de darme aliento para seguir, para que buscase un camino:

— Niña, tú tienes que darte de hostias con alguien. Toda esa mierda que llevas dentro solo va a salir a base de golpes. Follar como una coneja está muy bien, pero no te va a servir de nada en esta vida... búscate dentro, sueña...
Me quedé mirándole un instante sin contestar. Mientras me volvía para dirigirme al coche le espeté:
— ¡Que te den por culo, cabrón!
— No caerá esa breva, Candela, —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja. No pude evitar una carcajada.

Aún hoy no sé cómo he llegado, pero estoy aquí.

Mi padre despertó con la boca pastosa, se levantó de la cama encorvado, siempre le dolían los riñones. Había dormido vestido. Notaba algo mojado en los pantalones. Se dio cuenta de que se había meado encima. Abrió el mueblebar y pegó un trago largo a morro de la botella de Terry. Sacó la escopeta de debajo de la encimera. La montó con calma y la cargó con dos cartuchos de postas para jabalíes. La envolvió con una chaqueta vieja. Bajó a la calle. Recorrió el barrio durante un par de kilómetros, hasta llegar al primer descampado, donde los edificios se acababan, donde Madrid se funde todavía con los secos campos de la meseta. Se sentó en una piedra. Ese día hacía un sol pleno, sin una mancha blanca o gris, el cielo de Madrid estaba limpio de nubes, impoluto, azul eléctrico. Apuntó al cielo y disparó al aire contra algún pájaro imaginario o algún ángel hijoputa. Con el segundo cartucho preparado, se metió el cañón en la boca y apretó el gatillo. Pum.
….................................................................

— El misterio misterioso es que Aguinaga no estaba sólo, aparte de mí, claro. ¿Te contó lo del tío de la urbanización?
— ¿El que tenía que vigilar para los CESIDeros?
— No, el del perro.
— Pues ni puta idea...
— La cabrona de Laura, la tiene muy bien adiestrada, pero una mañana él abre la puerta y la muy puta se escapa a la carrera. La llama a gritos, pero la ve perderse en la urbanización. Y reaparece horas más tarde, con las orejas gachas. No la da de comer ese día como castigo, vengativo con la pobre. A la perra le da igual, claro. Unas semanas más tarde comienza a ver cómo a la muy zorra se le abulta el abdomen. Se caga en su puta madre, nunca pensó que ella se escapara para follar, como si todos tuvieran que ser asexuales como él. Otra mañana aparece un perro macho, un labrador color wengué, por la puerta y empieza a rascar y a ladrar. Aguinaga abre y sorprendentemente Laura no devora al otro perro, sino que le huele el culo, mueve el rabo capado que tiene y le lame una oreja. A continuación, por la ladera ve aparecer al dueño del can, un tipo de la urbanización que ya había observado alguna vez por allí. Deducen ambos que los perros hace tiempo que se conocen, y no sólo por el olor. Charlan, Aguinaga deja por un tiempo el autismo. El tío es un hijo de emigrantes republicanos nacido en Moscú, ahora profesor de filología eslava en la Complutense. Aguinaga muestra debilidad, parece que finalmente es humano. Se hacen amigos, la perra pare tres cachorros. Dos los regalan, el tercero se lo queda Aguinaga y no se lo enseña más que a su amigo el ruso, es un secreto...
— ¿Se ha follado ya al ruso?
— Eso lo desconozco, todo es posible. El ruso sirvió en un cuerpo de élite del ejército soviético en su juventud, luego se vino a España. Aguinaga le cuenta, al menos en parte, su vida.
— Para no asustarle...
— Para no asustarle. Pero el tío parece ser que no es fácil de asustar... Argote me llamó el día anterior al asalto. Me dijo que avisase a Aguinaga, que él iba a seguir su táctica “Urías” habitual, mandarles por delante y que hiciera lo que quisiera “La Trotaconventos” con ellos.
— Ya me conozco la treta, mandar a tu general al frente a suicidarse, la misma que intentó conmigo... Claro, el hijo de puta iba a quitarse de en medio al trepa del hijo de Conrado Segovia...
— Mataba varios pájaros de un tiro, y el no haría nunca nada malo a Aguinaga.
— Permíteme que lo dude....
— César prefiere la “Táctica Duguesclin”, pero no la practicaría con nosotros, en el fondo nos quiere.
— “Ni quito ni pongo rey, pero te follo, Pedro el Cruel, cabrón”. Me cago en la puta, Candela, el pedazo de mierda lo que hace siempre es dar él por culo, no conoce ni a su padre...
— En el catre y en la calle, cierto, dar por culo...
— Claro, como tú lo has probado.
— A tu puta madre la he probado, Juan... Pues esa noche llegué a la urbanización. Le conté la encerrona que preparaban al día siguiente. Se descojonó al enterarse de la panda de ineptos que había en el grupo. Llamó al ruso, que se apostó en el lado norte de la finca con un rifle de visión nocturna, y el tío es un hacha, abatió a dos en cuanto aparecieron. A otro de ellos se lo cargó Laura, porque escapó corriendo al oír silbar las balas, sólo se escuchó un pequeño lamento a lo Roy Orbison oficiando un entierro, la perra le mordió bien la garganta y el cachorro los huevos, lo están entrenando para cuando Laura muera. Los maderos que escalaron por el otro lado se encontraron conmigo y con Aguinaga, a uno le dio tiempo a disparar y me rozó el hombro...
— Es que tienes imán para las balas...
— Y para los cabrones también lo tengo... Aguinaga se cebó con ellos, les rebanó la cabeza y las colgó antes de que llegase el hijo de Segovia, simplemente para que muriera entre horrores, por deporte. Activamos los explosivos, cogimos el mando a distancia y nos largamos campo a través con los perros. Aguinaga se puso los cascos y cuando escuchó por el móvil que había dejado activado que entraban en la casa, pulsó el botón de comienzo de los fuegos artificiales.
— Debieron formarse palmeras en el cielo con rótulos rezando: “hijos de puta maderos, joderos”.
— Algo así. Oye, Juan, entra y pásame la toalla
— Una polla, no entro, cógela tú.
— ¿Por qué?
— Porque no quiero follar, ¿me tomas por gilipollas?
— ¿Qué hora tienes?
— Las Catorce cuarenta y siete...
— Bien, pues a las cincuenta exactas sonará el teléfono fijo, cógelo.
— NO ME JODAS, Candela. ¿Le has dicho a ese cabrón que estamos en el piso franco del Pasaje Bellver? ¿Me vais a meter una bala en el culo?
— Confía en él, joder. Quiere hablar contigo.
— Se folla a mi mujer, y no es de ahora, Candela...
— Tu mujer no es una inocente, Juan, es muy puta...
— Candela...
— Es totalmente cierto Juan... es de las de “a rey muerto, rey puesto...”.

El teléfono sonó. Juan Sans lo dejó sonar dos veces. Candela salió de la ducha en pelotas y se le quedó mirando mientras se secaba el pelo con una toalla. Juan se dio la vuelta y descolgó.

rock6— ….
— Juan, ¿eres tú?
— No, soy tu puta madre.
— No seas grosero, mi madre no tiene la culpa. Tengo una pregunta que hacerte: ¿vas a matarme?
— Paso de matarte, César. Eres un hijo de la gran puta, y si no desmiéntemelo.
— He matado a Manolete y obligado a Di María a fichar por el United, sí, lo confieso, pero te quiero, Juan.
— Tú no quieres a nadie, César.
— Lo dice don sensible. Escúchame. Te voy a mandar unas fotos al móvil y un número de teléfono. Tienes que contactar con un tal Olfo y quedáis con él. Te mandaré más detalles de lo que quiero que hagáis. El tal Olfo ha sido en otra vida Aguirregabiria, y en otra Matías Amat, y en otra... Ahmet El-Azayza... ¿sorprendido?
— Ya no me sorprende nada, César. Olfo... me suena... ¿Bukaneros del Rayo? Pero El Azayza... ese era un infiltrado del CESID...
— Bingo y linea, buen entendedor. Hay que sacarle todo el tema, hay ADN suyo en un calcetín que encontramos puesto en un muñón de uno de los cuerpos, nos vendió la pista uno de los búlgaros, y por cierto... ¿dónde está Martín?
— Martín está tranquilito, no es de tu incumbencia.
— Juan, los búlgaros me han preguntado por él, han rastreado todos los hospitales. Les debe una pasta gansa, lo mismo que a los picoletos, les levantó un alijo y lo revendió, y la droga era también de los del CNI y de alguno de la cúpula nuestra. Y las fotos en pelotas de la mujer del ministro socialista, puf, les cobró el chantaje y luego se las vendió al Interviú, imagínate, fotos de ella follando por el culo en un club swinger con uno del PP. Debe pasta hasta a Cofidis, de hecho éstos han pagado a unos caza recompensas albaneses para buscarle... Es un caso perdido, Juan, es hombre muerto hace tiempo, pasa de él...
— No me sale de los cojones ser como tú, cabrón.
— Al menos que se esté quietecito. Y dile a Aguinaga que ni se mueva del agujero en el que se encuentre, ya nadie está a su favor, han puesto precio a su cabeza y Dupré paga quinientos mil euros por sus manos amputadas al que se las traiga.
— Joder, está cotizada “La Trotaconventos”.
— Es el único ser humano que ha sobrevivido al “Pozo de sarna” de Dupré, nadie sabe cómo lo hizo... te dejo, estoy entrando a la central en Canillejas, te mando las instrucciones por el móvil limpio.

Cuelgan el teléfono. Candela se ha puesto un tanga negro y está sentada en un sillón observando toda la conversación. Se rasca sus partes por encima de la tela. Su cuerpo parece un ecce-homo plagado de cicatrices.

— ¿Cómo coño nos vamos a comunicar con Aguinaga?
— Creo que ya sabes cómo. Sube hacia Garabitas por el camino de las encinas centenarias. Al lado de la más grande, clavas un palo junto al tronco. Al jueves siguiente vuelves. Si el palo sigue allí lo desclavas y miras a ver si hay un papel enterrado debajo de él. Si no hay palo, chasqueas la lengua como él nos enseñó y esperas que aparezca la urraca y se pose en tu hombro. Le pones el papelito en la pata con una goma y la echas a volar.

— Candela, sigo soñando con lo de siempre. El perro, mi padre, el campo abierto... estoy hasta la polla de soñar.
— ¿Y quién te dice que todo esto no es un sueño también, cabrón?
— ¿Cómo en "Los Serrano"?
— No te hacen efecto mis tetas, por lo que veo.
— Ohmmmmmm. Ponte en la posición del loto y levita, así, en pelotas, Candela, hazlo por mi.

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