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Argentinos y cantautores

cantautores1

Sobre el cenicero de cristal descansaba un humeante porro tamaño trompeta. Juan Moro jugaba a la Play-Station con los altavoces de la tele a punto de estallar, de estruendo en estruendo ensordecedor.  La buhardilla entera rezumaba olor a hachís por sus cuatro puntos cardinales. De vez en cuando, de la boca del Moro salían algunos improperios dedicados a los personajes del juego y su rechoncho cuerpo, mezcla de hinchado culturista y joven farlopero, votaba con indignación sobre el asiento. ¿Cómo habría ido a parar ella a allí? Era algo tan inexplicable y delirante como la Teoría de Cuerdas. ¿Cómo una persona de gustos y sensibilidad tan refinados descansaba en ese momento sobre la cama de aquel joven camello de medio pelo?

-Juan. Juan. JUAN. ¡JUAAAAAAAAAANNNNNNNNNNNNN!.

Gritar no era suficiente. Juan no escuchaba, era imposible, la insoportable musiquita de aquel engendro de diversión se lo impedía. Amparo, en pelotas sobre el lecho no conyugal, se estaba indignando por momentos ante la falta de atención de su amante bandido. Sobre la mesilla, junto la enorme cama de dos por dos metros con espejo perpendicular sobre el techo, su bolso reposaba confiado. Amparito se retorció hasta engancharlo, rebuscó dentro de él y sacó del fondo un ejemplar de “Le Monde Diplomatique” requetedoblado. Se puso a hacer que leía con cara de concentración y mala hostia, pero no consiguió concentrarse en la lectura, no se sabe si por la indignación ante la ausencia de cariño, por el ruido ensordecedor o por lo insoportable que suele resultar esa especie de estomagante diario cultureta que trataba de escudriñar.

Tras el sonido de una explosión que removió hasta los cimientos del adosado, una frase metálica emitida a tres mil decibelios por los bafles de la tele (“GAME OVER. YOU´RE DEAD, MOTHERFUCKER”) dio por finalizada la partida. El silencio se hizo. Entonces  Juan Moro se levantó del sillón y se dirigió enfilado, como circulando sobre raíles, hacia la mesilla de noche. “¿Qué tal, preciosa?”. Amparo no hizo ni puto caso a la frase zalamera, ni levantó la mirada del papel. Juan abrió el cajón más bajo y sacó una cajita metálica con la tapadera imitando al nácar. De su interior extrajo una especie de cucharilla y con ella, escarbando como un escarabajo pelotero sobre la hez, rascó una miajica del polvo blanco de los dioses que habitaba en el fondo del receptáculo. Su hábil mano moldeo sobre la mesilla tres suntuosas lonchas con forma de pimiento morrón dispuestas como ambrosía. “¿Quieres, cariño?”. Como no hubo respuesta a la pregunta el puto “moro” no tuvo miramientos en insuflar por su nariz mediante tres certeros sorbetones toda aquella cara maravilla. Cuando terminó de ponerse, corrió hacia el otro extremo de la habitación, donde había una máquina semiprofesional de pesas sobre la que se sentó y comenzó a hacer espasmódicos ejercicios para fortalecer pectorales.“Uno dos, ufffffffffffff, ufffffffffffffff, uno dossssssss, arrrrrrrrrrffffffff”. Al cuarto de hora de esfuerzo sobrehumano se cansó y, sudando como un pollo, dejó la máquina de tortura y tomó dirección hacia el catre. Cogió de nuevo la cajita y sacó con la uña un par de bolitas blancas que se introdujo una por cada agujero de la napia; remató la jugada frotándose las encías con el polvillo sobrante. A continuación, con un gesto atlético, se lanzó sobre la cama ejecutando un salto con gran estilo Foxbury-Flop; al caer sobre la mullida superficie provocó que Amparo rebotase un palmo por encima del colchón como si fuese la niña de “El exorcista” en plena levitación. Juan apoyó la cabeza sobre su mano, con el codo recostado sobre el colchón, y se quedó mirándola con una sucia sonrisa sobre la cara.

-¿Qué tal preciosa? ¿Te diviertes?

Amparo dejó el sesudo periódico y contestó a tan filosóficas cuestiones con gesto de encontrarse francamente molesta.

– Juan, tío, llevo aquí una hora tumbada y tú ni puto caso. ¿Vas a parar en algún momento? Tío, es que es como hablar con una pared.
– Follar con una pared, diría yo, jeje.
– No me hace gracia.
– No creo que sea para tanto, coño, te quedaste transpuesta y a mí me es muy difícil estarme quieto más de cinco segundos seguidos, ya sabes. Hazte un porro, anda…
– Juan, no; no voy a fumar más de esa mierda. Parece que no te das cuenta de que te estás matando poco a poco. Tienes la cabeza vacía.
– La vida es así de dura, pequeña, jeje.
– No sé qué estoy haciendo aquí contigo, siempre es lo mismo. Ayyyyy, y no me toquessss la cara, estás sudando como un cerdo, qué ascooo… Es que no te entiendo, ¿a ti sólo te importa jugar a esa mierda y meterte rayas hasta explotar, ¿es que no te preocupa nada más? ¿Es que te suda los cojones lo que yo piense o lo que haga con mi vida?  ¿Te importo algo? Responde…
– Tienes un culo estupendo, cariño…

cantautores2Amparo, “amparanoica” para los amigos (nótese la malvada vuelta de tuerca que algunos le dieron al nombre de la cantante clónica imitadora de Manu Chao),  nació y se crió en Aranjuez como una niña rara, rara, rara. Ciento cuarenta y nueve en los test de inteligencia del colegio y, sin embargo, gilipollas. Creció con un buen culo, con unas buenas tetas, con bella carita de princesa rubia, con muy buenas notas, todo sobresalientes, matrículas y algunos notables; una hembra con grandes aspiraciones, pero por el contrario no había en este mundo un ser humano capaz de aguantar a una niña tan mamahuevos, pedante y respondona. Amparo, “amparanoica” para los amigos, nunca destacó por su simpatía, sí por su dislexia, su desprecio por el prójimo y su mala leche. Amparo contaba a quien quisiese escucharla que los niños de su clase la apedreaban porque no jugaba con ellos y se dedicaba a leer en el patio; se devoró toda la colección “Barco de vapor” durante aquellos años de ostracismo mientras le llovían risas y mamporros. Los demás se descalabraban en sus juegos infantiles y ella soñaba con hadas y países encantados de pacotilla, en ser la salvadora del mundo. No era capaz de mezclarse con los humanos de su alrededor, pero no por diferente, sino porque se creía tocada directamente por la mano de los dioses, pensaba que era superior al resto de aquella infecta especie humana, los miraba con desprecio y repugnancia desde su pedestal, conectaba su walk-man y se abstraía de tanta vulgaridad escuchando las preciosas tonadas de los Hombres G que tanto la gustaban. Mirándose al espejo podía observar a una elegida para la gloria entre toda aquella cuadrilla de energúmenos, un diamante en medio de aquella descomunal mierda; jamás, se juró a sí misma a los once años, jamás rozaría su piel con ninguno de aquellos seres inferiores. Sin embargo, la contradicción y la aporía humanos son y, desde que tuvo la primera regla, comenzó a necesitar imperiosamente la presencia de un macho junto a ella, para dominarlo y manipularlo, no para follárselo, que era algo aparentemente demasiado primitivo para su intelecto, sino más bien para joderle la existencia en venganza hacia su especie. Desde muy niña le contaba sus penas a un psicólogo sobre cuyas zarpas la condujo su madre, que era una profesora de primaria neurasténica obsesionada con lo mala que era la televisión para los niños. Amparo se volvió adicta a esa especie de alcahuetes fingidores especialistas en escuchar poniendo cara de salvapantallas interesado. Algunos de estos nobles profesionales hacían dibujitos en sus cuadernos mientras escuchaban los delirios de grandeza de tan excelsa criatura. Y cuando fue creciendo sus terapeutas pensaron en varias opciones de tratamiento para ella: unos deseaban matarla mientras asfixiándola con una bolsa de plástico la sonreían, , mientras otros se hacían pajas por las noches fantaseando con su cuerpo desnudo empalado.

Los test de inteligencia fueron inventados por los sesudos ingenieros del ejercito de Estados Unidos para encontrar soldados perfectos, para separar el grano de la paja y hallar al más rápido en reaccionar ante el peligro, al que montase el fusil con los ojos vendados y a quien siguiese órdenes sin pensar que para ello tenía que destripar algún que otro humano de rebote. Amparo resolvía los estúpidos de estas pruebas como si fuesen sencillas sopas de letras, poseía una gran rapidez mental, una sobresaliente habilidad con el razonamiento abstracto y absoluta incapacidad para todo lo demás. Su pensamiento más habitual era lo imbéciles que eran sus amigos, su familia y conocidos por no poder resolver los sudokus tan supersónicamente como lo hacía ella. Tener un cociente intelectual alto alimenta mucho el ego y jode la vida de muchas personas cuyas existencias transcurren creyendo las mentiras fabricadas por otros. Amparo, “amparanoica”, era la reina de las flores. Competía con su hermano a ver quien leía más rápido un libro. Su record está actualmente en devorarse en un día “Las partículas elementales” y “La posibilidad de una isla” de Houellebecq, de un tirón y sin comer. En su casa se sentía como un pájaro enjaulado, tenía que ver mundo. Se puso a trabajar de peluquera para ganarse unas perras mientras estudiaba en la universidad su gran pasión: la carrera de psicología. Quería especializarse en comportamiento infantil. A los diecinueve se marchó a vivir con un pobre chaval. Duraron juntos casi un lustro. Ella era celosa hasta la extenuación. Él era un cantautor argentino charlatán que se ganaba la vida en la madre patria repartiendo flyers por la zona de Huertas los fines de semana. Le vigilaba como una perra en celo, espiaba a escondidas sus llamadas y mensajes del móvil. Si salían y él apartaba la vista de su culo, ella se ponía hecha una furia al llegar a casa y le decía a voces, para que se enterara todo el vecindario, que era un cabrón, un hijo de puta y un maltratador psicológico. Hasta cinco veces le echó de casa, pero al poco tiempo le pedía que volviera, le decía que no podía vivir sin él. Durante la última de aquellas dolorosas separaciones, en la que ella le acusó de mirar a otras sin su consentimiento, Adrián, el ínclito novio, tuvo que mudarse por unos días a casa de su mejor amigo. Aquellas noches le contó toda aquella tortura a Víctor, el compañero de fatigas oriundo de Mar del Plata que le acompañaba con el contrabajo cuando cantaban por algunos garitos del centro a cambio de unas migajas de euro. Vic se ofreció a mediar en aquella disputa con Amparo, prometió que quedaría con ella para explicarla que Adri era un tipo fiel y de fiar como ya quedaban pocos, que no debía preocuparse por todas aquellas zorras que les rondaban por la noche buscando guerra, que podía confiar en él. El jueves de la semana siguiente Adrian acudió a su domicilio conyugal a recoger algo de ropa interior, porque después de una semana expulsado por la vía rápida de aquel “Gran Hermano” que vivía con la “psicoloca” ya no le quedaba ni un calzoncillo limpio. Entró sin hacer ruido y cuando abrió la puerta del dormitorio rumbo al cajón de su ropa interior se sorprendió al encontrar dos personas en pelotas sobre el catre. Una de ellas era Amparo, la otra Víctor. Amparo comenzó a gritar presa del pánico y a negar la mayor, diciendo que aquello no era lo que parecía, mientras que Adrian golpeaba con el canto de un cajón del aparador la cabeza de Vic, que sangró profusamente por la frente hasta que media hora después una ambulancia escoltada por dos policías municipales consiguió evacuarle de aquel infierno en la tierra.

Amparo terminó la carrera en la Universidad Autónoma con un sobresaliente de media. Acto seguido se presentó a unas plazas para psicóloga de instituto que se habían convocado por comunidades autónomas. Estudió y estudió mientras se follaba a una decena de argentinos y de cantautores, o de argentinos cantautores, daba igual el orden de las palabras, eran las únicas personas lo suficientemente sensibles para entenderla. Además, por alguna extraña razón, eran con los únicos que se le mojaba la entrepierna. Y decidió poner tierra de por medio respecto a su escoria de familia y amigos, con dos ovarios. Se presentó a las oposiciones por la Comunidad Valenciana. La muy puta obtuvo una de las cinco mejores calificaciones de la promoción de loqueros. Eligió la plaza que ofrecía un instituto de enseñanza secundaria en Villena, un pueblo precioso y tranquilo cerca del mar y apartado del mundanal ruido, o al menos ella construyó esa imagen bucólica del lugar en su mente. Allí de nuevo vio la luz: conoció a Giusepe, un cachas profesor de gimnasia nacido en Buenos Aires de madre española y abuelos italianos que había emigrado a España gracias a la doble nacionalidad huyendo de la crisis y el corralito. Fornicó con el menda musculitos una temporada de forma cansina y hastiada, hasta que él se largó un jueves por la mañana sin decir ni pío y no volvió. Ella le dejó mensajes en el móvil rogándole que volviera, asegurándole que era el hombre de su vida. Para frenar la depresión del post amor se apuntó a clases de yoga en un centro cultural. Rápidamente, casi sin darse cuenta, se quedó prendada del gurú profesor, un tipo alto, con una preciosa melena rubia llena de largas rastas y que siempre vestía de blanco inmaculado. MJ era una especie de mezcla entre Bob Marley, Raví Shankar y el Dalai Lama, pero mucho más demagogo si cabe que estos tres personajes juntos, todo un record. MJ la sorbió el seso con facilidad, también el sexo, se folló a la psicóloga en los servicios del centro cultural después de una clase. Los chillidos que ella pegaba los escuchó hasta el conserje. Luego al profesor de yoga le tocaría finiquitar su relación de tres años y medio con L, un asunto algo más éticamente peliagudo para un buenrrollista como él. Le contó el sermón, a sabiendas mentiroso, de que había llegado el momento de ser independiente y no tener roles de pareja. A ella se le cortó la regla en aquel mismo instante de la impresión.

MJ se mudó dos días más tarde a casa de Amparo, que todavía no era “amparanoica” para él. Tras las tres primeras semanas de coitos salvajes, Amparo comenzó, a la chita callando, a controlar la vida y aspiraciones de MJ. Empezó a criticar el estilo de vida del profe de yoga y a calificar de putas descerebradas para arriba a sus alumnas. Le decía que aquello era una mierda, una gran mentira, que no era más que gimnasia de mantenimiento para putas y que él sólo usaba su elasticidad para ejercer el poder mental sobre las pueblerinas con la intención de cepillárselas. Amparo dejó de frecuentar sus elásticas clases y le montaba pollos cuando regresaba a casa. Más tarde comenzaron los insultos aderezados con rabietas histéricas. A la octava semana le lanzó un cuchillo de cocina de punta a la cabeza. Una tarde de noviembre MJ terminó sus clases y se dirigió hacia su cubil. Al doblar la esquina de su calle pudo ver cómo de su ventana salían objetos voladores no identificados. Sobre la acera descansaba casi toda su ropa de colorines hippys hecha girones,  su ordenador portátil desvencijado y su shitar partido por la mitad. Removió aquellos bártulos con estupor y pena mientras los vecinos le miraban desde las ventanas. Preso de la ira subió las escaleras de tres saltos hasta el segundo piso, abrió con fuerza la puerta, era el momento de pedir explicaciones a aquella pirada. Ella salió de la cocina y se abalanzó sobre él a grito pelado diciéndole que era un pedazo de hijo de la gran puta cabrón de mierda. MJ esquivó un puñetazo, pero una segunda hostia le impactó en un pómulo, y Amparanoica aprovechó su aturdimiento para golpearle con una figurita de buda de bronce sobre la coronilla y para morderle con fuerza canina en el brazo con que él intentaba parar los golpes. Una ambulancia se llevó a MJ al centro de salud y un coche de la policía municipal a Amparo al cuartelillo de los pitufos. “No había quien sujetase a esta hija de la gran puta”, comentaba muy serio uno de los agentes del orden dentro del automóvil patrullero. La noticia corrió como la pólvora por el pueblo y alrededores. MJ fue catalogado como un puto líder espiritual entre los lugareños de la zona, mientras que a ella la consideraban una zorra loca de atar. Amparo cogió un tren, sin avisar ni en el trabajo ni a sus caseros, y partió de regreso hacia dónde se cruzan los caminos y el mar no se puede concebir, retornó fugitiva a la ribera del Manzanares con las trompas de Falopio entre las patas.

cantautores4Amparanoica tardó en levantar cabeza. Sus amigos no daban crédito a su tan temprano retorno desde aquel destino campestre soñado. Muchos se reían a sus espaldas y se alegraban de que fuese tan desdichada; los progres gafapastas de los que ella se rodeaba suelen ser especialmente crueles y envidiosos. Amparo decidió que tenía que probar cosas nuevas. Pensó que lo más lógico después de todas aquellas vicisitudes con los cabrones de los hombres era hacerse lesbiana. Empezó a autoconvencerse de que la atraían las mujeres. Curiosamente había encontrado un trabajo escribiéndole los discursos a una secretaria de estado del Ministerio de Igualdad, todo era una premonición. Una noche salió por Chueca con dos de sus compañeras de trabajo y, tras media docena de copas, acabó en la cama con ambas. Los daiquiris y mojitos comenzaron haciendo aquello soportable para su estómago, a pesar de que aquel par de leñadoras estaban en totalmente en contra de la depilación. Se autoconvenció de que era una experiencia maravillosa y pudo poner la lengua sobre la entrepierna de su primera partenaire, que se estremeció de placer. Las dos bollos no se habían visto en semejante hito en sus putas vidas, nunca habían tenido a una tía sumamente buenorra sobre su cama. Al arrimarse a las inglés de la segunda Amparo se dio cuenta de que lo suyo no era el conejo con tomate, ni el blody Mary. Salió corriendo y vomitó sobre la tapadera del water todos los daiquiris y la escalibada con castañas de la cena, no le dio tiempo a abrir el ojo de buey fecal. Se vistió a toda velocidad y se largó sin dar explicación dejando sobre el inodoro todas aquellas hieles malolientes. Amparanoica fue la comidilla de todo el gabinete ministerial, aquel par de zorras contaron el incidente hasta al conserje. Ella dejó de frecuentar Chuecaa, que tampoco era lo suyo, y regresó a sus tiempos del Buho Real y el Café Libertad.

Amaparo dijo de nuevo: “buenos días tristeza”; aunque, gracias al Dios de Hegel, al de Spinoza o al de Marx, el invierno pasa pronto para los ingenuos mortales. Aquella primavera se enamoró perdidamente del cantautor Juan Felipe Silva, un lanudo y bardudo cantante que formaba gracioso dúo cómico asincopado con el guitarrista uruguayo afincado en Alcobendas Mauricio Lavado. Mauri la odiaba, pensaba que era una pedante insoportable. Ella admiraba hasta caérsele la baba a Felipe y odiaba al destripaterrones sudamericano. Amapro pidió una y mil veces a Felipe que se fueran a vivir juntos, que iniciasen un proyecto vital en común. Quería ser feliz a su lado y comer perdices. Intentó, con añagazas, quedarse preñada de él, pero era demasiado listo con la marcha atrás. Amparanoica comenzó a odiar a las tías que iban a verles actuar, a esas borregas que les aplaudían con cara de imbéciles. Un día le tiró una copa encima a una, otro llamó zorra voz en grito en medio del Libertad a otra. JuanFe no podía más y la dijo que no quería verla más, que era perjudicial para él. Amparo le dejó cuarenta y tres mensajes en el buzón de voz del móvil llorando y diciéndole que volviese a su lecho, que iba a cambiar. No obtuvo respuesta. Encolerizada se vengó tirándose a Mauri Lavado en los lavabos del Buho Real un jueves que él acompañaba a la guitarra al pedazo de hortera insoportable de Tontxu. Éste se lo contó todo a JuanFe aquella misma noche y, tras el primer estupor, ambos rompieron en una sonora carcajada. “Cacho puta”, le dijo Juanfe. Mauri consiguió el año pasado una plaza de conserje en el ayuntamiento de Buitrago de Lozoya. Juanfe continúa trabajando como ingeniero de producción en Repsol. Mauricio Lavado hace meses que no toca la guitarra, mientras que a Juan Felipe Silva, en una revisión médica rutinaria de empleados de su empresa multinacional, le fue detectada una hepatitis C en fase avanzada y se encuentra a la espera de un donante de hígado que le salve la vida.

(PRIIIIIIIIIIIIIIIIII, PRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII—– PRI, PRI, PRI,—- PRI, PRI, PRI, PRI—- PRI, PRIIIIIIIIIIIIIIIIIII). El pito del portero automático, dirigido por el dedo esquizofrénico de una persona que reclamaba que le abrieran urgentemente la puerta del chalet, entonaba esa musiquita acompasada que anima desde las gradas al Real Madrid, esa cancioncilla que acaba con un sonoro grito de: ¡¡¡¡¡¡¡¡MADRID!!!!! Un segundo después sonó (PRI, PRI- PRI, PRI PRI. ) esa tonada cuyos acordes acompañan a la simpática letra de la coplilla: hi-jo-de-puuu-ta. Pero Juan no se dejó desconcentrar de la faena, pegó un par de empujones espasmódicos más y sus huevos explotaron como en un torrente. Tomó aire, descabalgó de aquellos cuartos traseros, escupió un potente salivazo sobre el cenicero y se fue con los huevos colganderos hacia el telefonillo, que seguía tronando.

-¿Quién essssss?
-Juan, soy yo, vengo a por lo mío.
-Vaya momento, coño, Norber; espera que te abro.

El Moro pulsó el botón de abrir la puerta del patio de su adosado. Norberto entró y le esperó junto a los escalones del interior sentado en una sillita de jardín. Juan se puso unos pantalones cortos de thai-boxing y bajó a la cocina. Retiró una tabla del rodapié de debajo del fregadero y sacó un paquetito requeteenvuelto en cinta de embalar. Al abrir la puerta blindada vio allí fuera a aquel puto madero escolta de Urdangarín, vestido impecablemente con traje de Armani y corbata, aguardándole mientras se fumaba un peta.

-Te dije que vinieras mañana, Bertín.
-Lo siento tío, es que me han llamado y salimos muy temprano para Estados Unidos. Y Bertín se lo llamas a tu puta madre, jeje.
-Bertín Osborne. ¿Adónde os marcháis, otra vez a Nueva York?
-No, me han dicho que a Aspen, a no sé que rollos de una fundación de niños de no sé  que hostias podridos por la enfermedad. Luego el cabrón aparecerá cinco minutos y se irá a esquiar. Y se deja aquí a la parienta y a los niños del maiz, qué morro tiene.
-Que me aspen, qué lejos te llevan tus jefes, cabrón. Él a esquiar y tú a hacerte nevaditos ¿Y te vas a llevar todo esto, mamón?
-Tranquilo, a nosotros no nos registran, no pasamos ni aduana ni hostias en vinagre.
-Siempre os la podéis meter la farlopa en el orto, pero no dejes que te la huelan los cabrones de los perros. ¿Vais los tres? Con esto tenéis para un regimiento…
-Viene conmigo el Rogelio y Andrés, seguro que no va a sobrar, el Andrew no puede vivir sin meterse unas lonchas, si lo supieran en la brigada…

-¡Ehhhhhh, Manolo, no te salgas, vuelve padentro, cabrón!

Manolo, el perro pitbull (todos los perros se parecen a sus amos) de Juan Moro, aprovechaba cualquier resquicio para escaparse, y en cuanto observó la puerta del patio entreabierta vio el cielo abierto para salir a aterrorizar al vecindario. Juan salió tras él a la calle, descamisado y descalzo. Norber le siguió riéndose al observar tan pintoresco cuadro. En ese momento doblaba la esquina un coche de los municipales. El Moro los saludó al pasar y ellos le devolvieron efusivamente el gesto por la ventanilla. Cuando desaparecieron por el fondo de la calle Juan se tocó los huevos con la mano en señal de desprecio hacia aquellos facinerosos guardianes del orden.

-¿Y estos hijos de puta no te dan la lata de vez en cuando?
-Qué va, tío, son buenos clientes, y yo les hago un buen precio. Reciprocidad creo que lo llaman, hoy por ti mañana por mí. Son unos hijos de puta, pero el negocio es el negocio.
-A mí me dan asco los pitufos, son la puta escoria de la humanidad. Bueno, tío, yo me piro, que te vaya bonito.
-Que no te detengan con eso, que te llevan a Alcatraz con tu jefe.
-Descuida. Te haré propaganda en el cuerpo de marines maderos.
-Gracias por la propaganda amigo.

cantautores5Juan se despidió lanzándole un besito con la manita extendida como si le enviase un soplido de amor. Encerró en el garaje al cabrón huidizo de Manolo y subió las escaleras dando botes por los escalones hasta la buhardilla. Allí estaba Amparo, desnuda, recostada de medio lado sobre el catre, fumándose un porro de maría y fingiendo que veía muy interesada un capítulo de “Redes” en la tele. Habitualmente no comprendía la mayoría de las cosas de las que hablaba Punset con aquella cuadrilla de pirados a los que visitaba, pero lo que importaba por encima de todo era proclamar a los cuatro vientos que le gustaba aquel programa tan científico y maravillosamente gafapasta. Además, a ella le ponía mucho el chinito Miguel Jo-Lee cuando hacía sus inefables intervenciones dando noticias chorra sobre supuesta ciencia.

Juan se acercó y la acarició los cachetes del pandero como muestra de amor y comprensión.

-¿Dónde lo habíamos dejado, cariño?
-Juan, esto no puede seguir así.

Una lágrima de cocodrilo brotó del ojo de Amparito, había que hacer notar cierto perenne descontento existencial. Al mismo tiempo, otro líquido comenzaba a chorrear despacio entre los finos carrillos de su culo. Se limpió ese caldo de la vida con la sábana mientras gimoteaba. Juan cambió de canal la caja tonta y puso una cadena de videos musicales cutres, subió el volumen hasta que retumbaron las paredes y simuló un baile sexy delante de ella. Después se preparó una raya, y le siguió otra, y otra, y otra, y se fumó un porro, y otro, y otro. Y al rato volvieron a follar, y ella se volvió a correrse mientras él le pellizcaba los pezones hasta hacerla daño. Y luego ella lloró otra vez. ¿Qué coño estaba haciendo allí con aquel tipo que ni tocaba la guitarra ni tenía acento porteño? ¿Qué se le había perdido a ella en aquel infecto pueblo de Valdemoro?

-Juan, quiero tener un hijo.
-Y yo tres.
-Es mi reloj biológico, que marca la hora.

Juan Moro se tiró un pedo. Le gustaba el olor de sus propios gases. Buenos días, tristeza. Buenos días, tristeza. Buenos días, tristeza.


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Velocidad

velocidad1

Jose Antonio Romerales, Romerales para los amigos, conduce su moto a 160 por la carretera de Andalucía. 170, 180, la puta moto no da para más. Una Honda 500 es poca burra para Romerales, pero no se puede comprar otra porque tiene que dar de comer a las bocas de tres mierdas de hijos, tres mil euros de pensión cada mes que sirven también para alimentar los vicios de la zorra de su ex mujer. En la recta que va desde Valdemoro hasta el cruce con la siempre vacía autopista de San Martín de la Vega, “de la verga” para los amigos, Josean sería capaz de adelantar incluso a Valentino Rossi, a Kevin Schwantz o a Randy Mamola, se conoce al dedillo desde los baches hasta las cagadas de paloma que esconde el asfalto de la zona. En el bolsillo de la chaqueta lleva doscientos pavos en cocaína y sesenta en hachís que Juan Moro le ha despachado amablemente en su adosado de Valdemoro. Además, el joven deeler le ha invitado, como a todo buen cliente, a unas lonchas de escama buena y a unos petas ricos ricos durante las tres horas que ambos han pasado jugando juntos como posesos a la Wii en la choza de Juan, ciento ochenta minutos pegando raquetazos ficticios al aire con las mandíbulas desencajadas. Cuando era joven a Josean le iba mucho más la mescalina, aquella adicción resultaba mucho más asequible para el bolsillo que la actual, pero en cuanto uno pasa de los treinta se aburguesa, y no digamos a los cuarenta y tres, que son las vueltas alrededor del infecto sol que lleva dadas el señor Romerales. velocidad2La edad ablanda los gustos y el cerebro al más pintado. Antes escuchaba a los Pistols y a The Damned a todas horas, ahora sólo sintoniza los programas culturetas de Radio 3, sus preferencias musicales se han refractado irremisiblemente hacia la putrefacción. A Romerales le espera en casa “la flaca”, Mamen, y es posible que con una sartén en la mano para darle de hostias, instrumento que maneja tan diestramente como el violín con el que imparte clases en la escuela de música de Aranjuez. La media hora que Josean le pidió para comprar tabaco como permiso penitenciario en su relación  se ha convertido en una tarde-noche entera de farra. Cuando Romerales sale a la calle a agenciarse cualquier cosa suele suceder que regresa horas más tarde con los ojos colorados, pero el se excusa diciendo que ese aspecto sospechoso es porque arrastra una conjuntivitis crónica, no vayan a pensar mal. Aunque a “la flaca” esos retrasos ya no la pillan de susto, no puede ocultar que la cabrean como a una mona en época de apareamiento. Un día de éstos cogerá sus cuatro bragas y sostenes requeteusados, preparará su atillo y el mamón no volverá a verla más el pelo, ni el de la cabeza ni el del pubis. La extraña pareja vive en amor y compañía en un adosado de San Martín, bien equipado con piscina comunitaria, garaje y Termomix. A Josean le gusta mucho la comida cocinada en ese aparato inservible e inexplicable, hace tiempo que se ha vuelto casi vegetariano, come más hierbajos al cabo del mes que un conejo de monte, lo que le provoca un constante flato y gases intestinales suficientes como para rellenar el Hindemburg y tres zeppelines más si se pone a ello. Mamen está hasta el toto de deglutir verde. Si no fuera porque es tan bueno en el catre le iba a aguantar su puta madre, pero es que, además, no va mal armado que digamos. “Vaso de tubo Romerales”, dice que le apodaban los de su barrio, por razones obvias, pero para su desgracia en los sex-shops no venden el molde de su pene en silicona como hacen con el de Nacho Vidal, las reproducciones de su polla no son, injustamente, las primeras en la lista de ventas de los cuarenta principales del consuelo solitario femenino. Josean se dedica al trabajo artesanal de cerrajería y forja, lleva desde que tiene uso de razón dándole mazazos al hierro como le enseñó su padre, y ya empieza a tener el lomo encorvado de tanto cargar quincalla sobre las espaldas. El médico le ha dicho que como en lo sucesivo no se cuide va a acabar caminando como Quasimodo, ya que los discos vertebrales entre la L1 y la L2 los tiene más aplastados que una mierda debajo de un zapato. Doce horas diarias currando como un mamón, jodiéndose la vida y la salud, para que todo el chorro de dinero que labran sus hábiles manitas se vaya al sumidero como si fuera agua corrompida, sin disfrutarlo.

“Joder, joder, joder, joder, joder….” Tremendo frenazo, la rueda de atrás se levanta, la de delante se clava en el asfalto, gracias Dios que inventaste los frenos de disco. A la entrada del pueblo los cocodrilos se esconden, en plena bajada, apostados entre la maleza, como si la carretera fuese el río Nilo en las cercanías del lago Victoria. Romerales los huele, huele a la pasma desde chico, no en vano se crió en Villaverde Alto corriendo delante de las fuerzas del orden, y es capaz de frenar la moto en un baldosín, como si bailara un chotis sobre dos ruedas, cuando los intuye. Durante su adolescencia se juntaba con algunas malas compañías, con esas jóvenes promesas que robaban coches por el barrio y los conducían a toda leche hasta estamparlos contra una farola o quemarlos en cualquier descampado del extrarradio matritense. Si su padre le pillaba frecuentando aquel selecto círculo de amistades le medía el lomo con tres correazos bien dados para que entendiera que aquello no era plan. De esos compañeros de correrías pocos sobreviven hoy. Unos se hicieron yonquis, otros choros a secas, otros aluniceros, algunos simples chaperos y los más camellos de baja estofa. La esperanza de vida era notablemente inferior en el Villaverde de los ochenta que en Vietnam del Nortre en los sesenta, y eso que en el sur de Madrid los B-52 no bombardeaban con NAPALM y el único tóxico “Exfoliante naranja” que la CIA habría podido esparcir allí era la maloliente agua que reptaba sinuosa por el Manzanares. A Josean le pusieron a trabajar a los catorce en un taller de coches, y ahora puede desmontar un motor pieza por pieza como quien lava. Le gustaba mucho arreglar bugas, pero su progenitor pronto lo fichó a la fuerza para la cerrajería, y se jodió el invento. Uno no puede hacer siempre lo que le viene en gana en esta vida, le dijo papi. A cambio, le enseñó a ser uno de los mejores artesanos de Madrid en lo suyo, a malear el hierro como si de goma de mascar se tratase. Si no fuera por su cabezita loca, con esas manos de artista Romerales sería un millonario respetado de La Moraleja. Josean si que es un buen compañero del metal, no los momias de los eisidisi ni los mamones de los aironmaiden.

Un sargento de la benemérita le da el alto. Brum, brum, la moto se para tras dos ruidosos acelerones que Josean vierte en la cara de su amigo de verde. Los bastones reflectantes de los picoletos deslumbran bajo esta noche sin luna del fin del verano. “Buenas noches, esto es un control rutinario de documentos y alcoholemia. ¿Me permite los papeles de la motocicleta?, por favor. Gracias. Perfecto. El carnet de conducir, por favor. Muy bien. Gracias. Señor Romerales, venía usted un poco deprisa, pero no tenemos radar aquí, se va a librar por esta vez, pero no debería conducir así por su seguridad y la de todos. velocidad4A ver, coja aire todo el que pueda y sople por el tubito hasta que yo le diga. Le advierto que el caramelo de menta que acaba de meterse en la boca no hace nada para disimular la alcoholemia, que es pura leyenda eso de que reduce el índice en sangre. A ver, sople, sople, sople, sople, no pare, no pare, vaya, ha parado antes de tiempo. A ver…, dos con cuatro. Le voy a pedir que repita la prueba porque está usted justo en el límite y no ha soplado del todo bien”. Josean siempre había odiado a las fuerzas del orden público, quizás por ser símbolos de autoridad, esa autoridad que él se pasa por sistema por el forro de los cojones. De joven, en los años de la movida madrileña, Romerales fue un punky de los que iban al Rockola a ver a los UK SUBS. Rock and roll, alcohol, gachises y mescalina por un tubo eran la salsa de su vida. Su careto sale de fondo en algunas fotos de García Alix, con su perenne sonrisa de colgado. Una vez los rockers de Malasaña casi lo matan de una paliza gratuíta de esas que daban a los “guarros” sólo por ser “guarros”; le rompieron tres dientes y le patearon el culo hasta jartarse. Gajes del oficio, no guardaba rencor de los del tupé. Pero sí un visceral e innato odio a la pasma, eso es lo que siempre había sentido, y al ejército, y a los pitufos, y a los picoletos, y hasta su puta madre en pelotas.

Uniformes, uniformes, odiaba todos los uniformes, le traían malos recuerdos. Recuerdos de aquella mañana que hacía un frío del carajo en el patio del Conde Duque. El sorteo de la mili, los quintos de aquel puto año ochentero. Acudió a esa pantomima con el Satur, el tío más hábil del mundo haciendo puentes en los coches (fallecido en un accidente hace un par de años al caerse su vehículo desde el paso elevado del Puente de los Franceses), en un coche chorado. Se fumaron un par de porros delante de la puerta, sin desayunar. Le habían contado a Josean que a un noventa por ciento de los que entraban en caja les tocaba destino en su región militar. No había miedo a irse lejos, a ser secuestrado durante un año por aquellos hijos de puta con gorra, no fear, no future, good save the queen. El bombo dio varias vueltas y una mano inocente sacó una bolita. Repartieron octavillas con los destinos asignados. Por orden de la autoridad militar competente debería marcharse a Ceuta a mediados de marzo del año siguiente a una sección especialmente dura de Infantería de Marina. Un punko en infantería de marina, ¿sobreviviría? Le habían dicho que había mucha droga en Ceuta, y putas moras muy baratas. Algo es algo, dijo un calvo. Su padre se alegró nada más conocer adonde le enviaría la madre patria, iban a hacerle un hombre de verdad, a meterle en vereda.

Nadie fue a despedirle al tren camino del sur. Se llevó tres mudas limpias, un bocadillo de caballa y un huevo gordo de hachís que olía a culo de moro regalo de sus colegas. Se rapó la cabeza al cero como le habían aconsejado para no tener problemas con el rasurado del cuartel. Aun así nada más llegar un peluquero gordo con pinta de maricón le volvió a pasar la maquinilla a capón. Compartiría camareta durante trescientos sesenta y cinco días con nueve tíos cerdos, todo un plato de gusto para cualquiera. Enseguida comenzó la instrucción, con el Zetme arriba y abajo todo el puto día ya hiciese frío o calor. Pero Romerales era un máquina. Corría como un gamo, reptaba como una serpiente, saltaba como un chimpancé asustado. Sus superiores se quedaban con la boca abierta. Batió todos los récords en la pista americana de entrenamiento de la base casi sin despeinarse, como si fuera un Richard Gere carabanchelero en “Oficial y caballero”, y todo ello a pesar de que era uno de los que más porros, alcohol y speed consumía dentro del lóbrego cuartel. Cuando a los demás se les salían los pulmones por la boca del esfuerzo Josean aun trotaba gozoso, sin aparentar cansancio alguno, como cochino talaverano disfrutando del barro de su chonera. “Pollardales”, le llamaban muchos en su compañíaa, por la enorme polla de la que hacía gala en las duchas colectivas. Era una fuerza de la naturaleza en todos los aspectos, saltaba a la vista. Pronto se hizo el recluta predilecto del teniente Horcajada Schwartz. Siempre le colocaban el primero de la fila del destacamento para desfilar, le asignaban las mejores raciones del rancho, e incluso se rumoreó que iban a presentarlo a los Campeonatos Europeos de Atletismo Militares. Horcajada le invitaba a sentarse a su mesa en el comedor con los suboficiales, se mostraba con él paternal y campechano, no tan sumamente cabrón y bastardo sádico como con los demás. Aquel veterano militar de porte distinguido al estilo Millán Astray le decía sin rubor a Romerales que admiraba su portentosa planta de atleta, que si por él fuera le recomendaría para entrar en la academia de oficiales cuando acabase la mili, ya que su fuerza y actitud serían un gran ejemplo para el ejército español, tan de capa caída en aquellos decadentes primeros años de la democracia. En septiembre se llevaron al regimiento de maniobras a Zahara de los Atunes, harían un ejercicio de desembarco. El día D por la mañana saltaron como ladillas en celo de las pasarelas de las lanchas y estuvieron correteando por las playas todo el día, gastando munición de fogueo hasta aburrirse emulando a los aliados al abalanzarse contra las defensas hitlerianas del muro Atlántico. Pero aquello no eran ni la ventosa Normandía ni las sangrientas arenas de la mítica Omaha. Cuando cayó el sol, la tropa se retiró a unas raídas tiendas de campaña a planchar la oreja sobre el duro suelo. velocidad5Por suerte Josean, gracias a su ganado rango de mesías hercúleo de la infantería, tendría el privilegio de dormir en la tienda del teniente sobre un desvencijado colchón, pero al menos era un colchón. Estaba cansado y pronto se entregó a los brazos de Morfeo. Soñó con mujeres desnudas y coches veloces, como siempre. Pero, de repente, una extraña sensación le despertó sobresaltado. Alguien se había tumbado en la cama a su lado, sentía el calor húmedo que desprendía y un hedor mezcla de sudor y aliento a coñac en el cogote. ¿Sería aquello un sueño? No, no lo era, y tampoco era Raquel Welch la que estaba empezando a besarle en el cuello y a tocarle el mugriento culo. Romerales reunió fuerzas, se dio la vueltacon un giro brusco  y lanzó de un patadón a aquel bulto sospechoso fuera de la cama. El cuerpo de su visitante de catre cayó al suelo produciendo un estruendo como el de un fardo de estiércol cuando estrella sobre tarima flotante Quick Step. Encendió su linterna y, al apuntar hacia el misterioso individuo, pudo ver que era el teniente Horcajada, que se levantaba del suelo dolorido y jurando en arameo. “No es lo que parece, coño”, decía. Romerales se vio invadido por un arrebato de cólera homicida. Pasó los seis sucesivos meses cautivo en una prisión militar, encerrado en la celda de uno de aquellos temidos castillos para reclutas díscolos. Lo de vivir a pan y agua no era broma, allí ni se comía ni se bebía otra cosa, y mear y cagar no se hacía fuera del tiesto, sino en un cubo. Fractura de pómulo, de los huesos propios de la nariz y tres incisivos superiores arrancados de cuajo; esguince cervical y desprendimiento de dos costillas. Ese fue el parte médico que el hospital militar hizo público en el juicio contra Josean. La cara del teniente había quedado peor que la de Chet Baker después de negarse a pagar la heroína a su camello. Romerales pasó de héroe militar de pacotilla a licenciarse con deshonor. “Me cago en la puta que parió a la patria y al color rojigualdo”, afirmó Romerales mirando desafiante al cielo el día que salió del humillante presidio.Enrique Horcajada Schwartz falleció en 2003 de cirrosis hepática complicada por varices esofágicas sangrantes. A la cremación del cadáver no asistieron ni su mujer ni ninguno de sus seis hijos. Los operarios del tanatorio sacaron parte de sus cenizas del horno para meterlas en la urna de turno, seguramente mezcladas con las de otros difuntos, porque el horno se limpiaba de pascuas a ramos, luego las empaquetaron en un caja y se la entregaron a unos empleados de SEUR. Dos días más tarde, otro operario de la misma empresa llamó a la puerta de una casa. Romerales abrió la puerta. Le entregaron una carta certificada y el paquete. Romerales tiró la caja directamente a un contenedor. Romerales se compró la moto con los Euros que le dejó en testamento Horcajada, aparte de unos cuantos gramos de coca. También le dejó una casa en Benidorm, pero los hijos del teniente pleitearon contra la decisión de su padre y todo el legado volvió a su cauce familiar.

Josean, mientras espera, tararea para sus adentros, en lo más recóndito e inaudible para los demás de su cerebro: “mescalina soy feliz, cuando estás dentro de mí. Y siempre que me besas, en la boca o en la nariz, haces que me vuelva loco, no puedo parar de reír . Mescalina, mi amor”. “A ver, vuelva a soplar, sople, sople, sople, no pare, sople, sople, pare, gracias…. Bien, dos con cuatro. No supera el límite. Pero tenga cuidado, está usted a punto. Aquí tiene sus papeles, gracias por su colaboración. Por cierto, el seguro le caduca dentro de veinte días, recuerde su renovación. Hasta luego, caballero”. (“Que te den, gilipollas”). El amoto arranca. 20, 30, 40, Josean se desvía por la rotonda junto a la cementera, los picoletos le pierden de vista. 90, 100, 120, 140, velocidad7callejeando por San Martín como si fuese Ángel Nieto por las curvas de Assen. La semana pasada cambió las pastillas de freno en el garaje de casa y al salir a trabajar por la mañana  casi se mata en la primera rotonda, en el desvío hacia Arganda; las pastillas nuevas hay que calentarlas antes de darle gas a la puta burra. Las putas rotondas, todo son rotondas, quién coño inventaría las rotondas.140, 140, 150…no va más la mierda de moto. Frenazo en la puerta del adosado, quemando neumático, levantando la rueda de atrás otra vez, mañana sin falta hará un caballito cuando se pire al taller. La mandíbula parece que se le va a desencajar, la cabeza va a mil por hora, entra por la puerta y “la flaca”, que no es tonta, huele que va puesto a una legua. Le pega unos gritos a Romerales, “¿qué horas son éstas, mamón de mierda? Seis horas esperando. Un día cuando vuelvas te vas a encontrar tu puta casa ardiendo y a mí no me ves más, cabrón”. Es una suerte que en el vacío no se propague el sonido, el craneo, cuanto más vacío, mucho mejor, por un oído entra, por el otro sale,  es una de esas cosas simples que te hacen la vida más feliz. Romerales se quita la ropa, toda la ropa. Abre la puerta de la cocina que da al patio interior, también la reja antichoris que hay detrás, y del patio sale por un pequeño portillo a la piscina comunitaria, en pelotas, qué más da, son las dos de la madrugada, nadie va a estar mirándole la tremenda minga a esas horas, y el que lo haga que disfrute. “La Flaca” observa la escena, en silencio, desde el umbral de la madriguera adosada. Hace un agradable fresco, corre una ligera brisa que agita los huevos colganderos de Romerales. Venus brilla al fondo como un farol medio fundido, y en la lejanía se escucha al camión de la basura que pone rumbo por enésima vez hacia la incineradora de Rivas. Josean se lanza de cabeza al agua desde el borde de piedra marronacea, emulando a Ramón San Pedro sobre la roca, bucea durante unos metros y segundos después saca la cabeza de las profundidades abisales como una nutria del Lozoya. Se pone en pié dentro del agua, tambaleándose quizás por la fuerza de las olas. “Está muy buena el agua, cariño, tírate, coñíoooo….”. Mamen le hace un gesto con el dedo medio extendido. Junto a Romerales brotan del agua unas burbujas  que, cuando explotan sobre la superficie, huelen a gas metano. Las judías pintas guisadas en la Termomix mezcladas con porros pudren las tripas a cualquiera. No fear, no future, fucking god save the queen…

<<La llanura infinita y el cielo su reflejo.
Deseo de ser piel roja.
A las ciudades sin aire llega a veces sin ruido
el relincho de un onagro o el trotar de un bisonte.
Deseo de ser piel roja.
Sitting Bull ha muerto: no hay tambores
que anuncien su llegada a las Grandes Praderas.
Deseo de ser piel roja..>>


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Niu Yor, Niu Yor

niuyor1

– Si me tocase la lotería compraría un castillo con una gran finca alrededor, donde cupiesen todos mis amigos y los familiares a quien quiero. Después construiría una gran cúpula de cristal alrededor y lo aislaría del mundo exterior herméticamente. En tercer lugar lanzaría tres mil bombas de neutrones sobre el resto del planeta y exterminaría a todo el resto del personal, sin tocar ningún objeto ni paisaje, eso sí, todo matar a la gente, a secas….
– Pues yo creo que no es eso lo que harías… sí, comprarías un castillo enorme, pero no lo llenarías con tus amigos y familiares, sino con putas. Putas blancas, negras y amarillas, de todos los colores y tallas, tías con grandes tetas y pequeñas, unas pocas con culos king size y otras  con respingones traseros, también con algún travelo para aderezar, pero sobretodo muchas putas, putas, putas… y luego tirarías la gran bomba y todos a tomar por el culo, incluso tu mujer y tus mellizos. Todos muertos con dolor, mucho dolor. Y muchas putas todo el rato durante el resto de tu puta vida, putas…
– Rogelio, eres un hijo de puta, gracioso, pero un hijo de puta en resumidas cuentas….
– Anda, duérmete y deja de taladrarme con chorradas. ¿Qué te has tomado hoy? O, mejor: ¿cuánto te has tomado, cabrón?

Norber giró la cabeza hacia el otro lado para no ver el careto de Rogelio y cerró los ojos. Los asientos comenzaron a vibrar mientras aquel aparato alado corría por la pista de Barajas, hasta que el piloto tiró de la palanca adecuada y el pájaro de metal se elevó hacia el infecto cielo gris.  Aviones plateados rozando los tejados. Mujeres en pelotas comiéndote las idem. El valium mezclado con White Label hizo efecto a conciencia. A los pocos minutos de despegar Norber se entregó a un placentero sueño, mitad violento, mitad  pornográfico, como eran todos sus sueños cuando estaba dormido o despierto. Una turbulencia le despertó en lo mejor, justo cuando en su calenturienta mente penetraba con el cañón de su pistola a una mujer con la cara de Elena Anaya y el cuerpo de Carmen Electra. Miró su Rolex de imitación y, maldición, todavía quedaban más de dos horas de vuelo. A su lado Rogelio roncaba con la boca abierta, babeando. En la fila de delante se podía ver, brotando como una seta sobre el reposacabezas, la testa de pepino del bigardo Urdangarín, su objetivo a proteger. Había una azafata  rubia y otra morena. La rubia era una nórdica con cara de pasa estreñida; pero a la morena, uffffff…la morena, se le adivinaban unas tetas bien gordas debajo del traje azulón de chaqueta. Norber observó los culos de ambas mientras circulaban por el estrecho pasillo cerrando las portezuelas de los equipajes y empujando el carrito de la comida. El pandero de la rubia no estaba mal. Pensó en penetrarlas por detrás hasta que chillaran como perras. Miró otra vez el reloj, maldición: todavía una hora y cuarenta y cinco minutos para llegar al puto aeropuerto John Fitzgerald Kennedy de Nueva York, y sin poder fumar. Sacó su Ipod del bolsillo de la chaqueta y se colocó los cascos. Continuó escuchando el audio-libro de “El señor de los anillos”:

  -“los horcos observaron cómo Frodo y su gordo criado ataban a Golum a un árbol y lo violaban; luego llegó Gandalf, que primero se escandalizó ante tal escena de sexo interracial, pero que acabó cascándosela sobre el pobre desdichado en plan bukake….”

(“La literatura es siempre un puto coñazo, escrita o hablada, embrutece al más pintado”), pensó. Se levantó del asiento y tomó rumbo hacía el baño. En la zona de servicio, junto a los mingitorios, la azafata rubia le miraba con una sonrisa sobre el rostro más falsa que un duro de madera.

– Senioor, pergdone, le recuerdo, como ya le dije a su compañego, que no se puede fumarrr en los lavabos, senioor. Está prohibido, perdone senioor.
– No te preocupes, seré bueno, sólo voy a hacer mis necesidades. Estaré dentro, por si me necesitas para algo…
– Grasssias seniorrr…

La servicial rubia hablaba cristiano con el mismo acento que David Beckham. Norberto entró en el baño, cerró la puerta y se sentó sobre la tapa cerrada del inodoro. Rebuscó en un bolsillo y sacó una cajita. Hurgó un poco dentro de ella y extrajo el maravilloso polvo blanco. Con la uña del dedo índice se introdujo un tirito en cada fosa nasal. Repitió la operación un par de veces. Luego se levantó, alzó la tapa, se bajó la bragueta y echó una mínima meada de color rojizo. Escupió un gargajo, tiró de la cadena y el líquido se evacuó por el agujero con un ensordecedor ruido, hacia el espacio infinito. Al abrir la puerta la puta azafata seguía allí, con aquella sonrisa de cartón, esperando a que saliese; al ver que no brotaba humo del cagadero le miró a los ojos con satisfacción. Norber sacó el paquete de tabaco de su bolsillo.

-¿Tienes fuego, rubia?
-¿Pergdón, seniorr?
-Nada, era una broma. ¿Me podrías llevar un White Label doble y un vaso de agua al asiento dieciocho, por favor?
– Naturralmente seniorrr.

Como estaba muy acelerado y no sabía cómo matar el tiempo, volvió a encender el Ipod con el audio-libro de Tolkien:

-“… Sauron estrechó a Legolas entre sus brazos y se fundieron en un beso con lengua. Pero cuando el señor oscuro desnudó completamente al elfo descubrió que éste no tenía pilila, sino una estrecha y placentera rajita…”.

Después de tres lingotazos dobles y dos incursiones más al angosto baño, el avión comenzó a descender hacia tierra. El aterrizaje se produjo sin novedad. Los pasajeros yankis, como es hortera costumbre, aplaudieron cuando el avión posó sus ruedas sobre la pista. Cuando el aparato se detuvo del todo, los integrantes de la comitiva del duque salieron los primeros por el pasillo, a toda prisa, como si fueran un desfile de maniquíes de Emidio Tucci y Ray-Ban.

– Adíos seniorrrr, adíos seniorrrr..
– Adiós, guapa.
– Adiós rubia.
– Bueno, eso de guapa, Norb…
– Tiene un buen culo, y punto…

Atravesaron las salas de control de inmigración por una puerta lateral para personalidades mientras cientos de personas hacían cola para ser cacheados, interrogados y casi humillados sexualmente por los policías encargados del filtro para guiris. En el aparcamiento VIP les esperaban cuatro enormes coches y una decena de motoristas impecablemente uniformados. El séquito arrancó a toda velocidad apartando el colapsado tráfico a su paso. Al poco rato, a lo lejos, comenzó a vislumbrarse la silueta de Nueva York, esa ciudad adonde los esnobs de medio mundo acuden, como las moscas a la mierda, para sentirse felices y superhombres. Cruzaron uno de aquellos monumentales puentes y se introdujeron por las tripas de Manhattan. Llegaron en un suspiro a Park Avenue, pero no pararon en la puerta del Waldorf Astoria, sino que los coches bajaron al aparcamiento subterráneo. Rogelio, Sistach y Norber hicieron una inspección ocular del terreno: todo despejado. Tomaron uno de los ascensores junto al Duque y a Montoro Cuesta, y el resto de adláteres subieron en otro.

El ascensor subió deprisa y frenó en seco. A Norber se le revolvió un poco el estómago. Las puertas se abrieron en el piso dieciséis y todos salieron en tropel por el pasillo. Un botones esperaba en la puerta de una habitación, la abrió y Urdangarín se introdujo raudo por ella. El resto quedó al otro lado del umbral. Montoro Cuesta carraspeó y comenzó la habitual charla:

– Bueno, pues ya estamos. Sin novedad, la cosa va a ir como siempre, ya sabéis. Ahora un turno con dos, Sistach en puerta y Rogelio en el hall de ascensores. Norber descansa hasta por la mañana, que le veo con mala cara. A las ocho y media cambio, acudimos al acto con dos agentes locales de cobertura y Norber. La habitación de descanso está más abajo, es la 1453. Ya sabéis, cincuenta dólares de límite para cada comida en la habitación y la línea de teléfono abierta, podéis llamar a casa sin problemas. Para cualquier incidencia tenéis a Rosa Cueto en el ala derecha de la suite, en la lista tenéis su número. Rosa….

Rosa Cueto, de pie como un poste a la izquierda de Montoro, permanecía escondida bajo su sombrerito verde. Cuando el calvo engominado terminó aquella perorata, ella tomó la palabra:

– Encantada de volver a trabajar con vosotros. Como ya sabéis voy a sustituir otra vez a Blanco Pedersen con el protocolo, estoy a vuestra disposición las veinticuatro horas.
– Muy bien, pues entonces todo claro. Norber, a descansar, toma la tarjeta-llave, vosotros a lo vuestro. A trabajar.

Cada mochuelo se fue hacia su olivo. Rogelio y Norber tomaron rumbo hacia el hall de ascensores con paso cansino.

– Puta gorda inaguantable con sombrero.
– Se cree muy lista la hija de puta. Con lo bien que estábamos con Pedersen protegiendo al puto cojo. Seguro que la lorzas la liará estos días, le dará un bajón de azúcar o un ataque de ansiedad como es costumbre. A ver si se recupera pronto el “Pedorsen” cabrón. Nos ha jodido con lo del infarto, coño…
– ¿Es verdad que la foca te tiró los tejos otra vez?
– Calla, sólo de imaginármelo me dan escalofríos. Esa cerda rompeespinazos, qué asco. Aunque no me extraña que vaya pegando “tiros” por ahí, con el calvo cabrón de marido que tenía la muy puta… por cierto, hablando de cabrones, tengo una cosa para ti.
– ¿Algo de farlopa? Ya tengo, no te preocupes, bendita valija diplomática, le he pillado al puto Moro una nievecita cojonuda, es un carero el cabrón, pero tiene todo muy fresquito y muy rico.
– No coño, no, no es farlopa, es algo mucho mejor. Toma anda, para que no te pase lo de la última vez.

Rogelio le deslizó una tarjetita sobre la mano. Un rectángulo de cartón negro con una silueta de mujer en la parte superior y un texto debajo con el siguiente lema: “Constantinopla. Spanish Escorts. Bellas chicas espanyolas a su hotel hablando espanyol”.

– Rogelio, no me jodas…
– Tranquilo, éstas sí que van a gustarte. Llama, no te van a defraudar, me las ha recomendado el Sistach, que es como el Harry Putter de los burdeles, sabe mucho del tema. Y no tienes que hablar guachi guachi, que ellas dominan el español.
– Espero que sea así…cabrón, paso de guarras chinas, estoy hasta los cojones de orientales con final feliz…
– Vas a disfrutar más que cuando corres tus putos biatlones. Follar con profesionales es mucho mejor que el deporte, desengáñate, coño…

niuyor2Mientras la puerta del ascensor se cerraba, Rogelio se despidió de  Norber con una sonrisita cómplice y el dedo índice de la mano derecha apuntándole como si fuese una pistola. Unas plantas más abajo estaba la habitación 1453. Una habitación simple, con una cama grande, tele enorme, aparato de música para acoplar el Ipod y ventanales desde los que podían divisarse las luces perfectas de Park Avenue. Pero, ¿para qué coño quería él observar Park Avenue? Que le den por culo a Park Avenue, pensó. Abrió el baño y estaba impoluto, blanco como la patena, con una bañera tamaño piscina olímpica. Se quitó la ropa y se quedó completamente desnudo, después se sentó en el water y expulsó una tremenda bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki a la vez, en su mayoría líquida, que manchó toda la taza. Tiró de la cadena, pero ni tocó la escobilla, le daban mucho asco las escobillas. Salió del baño y se quedó mirando su cuerpo reflejado en el espejo de la puerta del armario: completamente depilado, pectorales perfectos, brazos y piernas de acero, polla gorda, todo un macho. Se agachó e hizo veinte flexiones de brazos sobre el suelo, resoplando, ufff, ufff. Luego volvió a mirarse en el espejo tensando el pecho. Se sentó sobre la cama y sacó la cajita de la farlopa. Fabricó dos lonchas sobre la mesilla y se las introdujo hasta el cerebro con un resoplido de búfalo. Abrió el mueble-bar, examinó con atención el surtido y sacó dos botellitas de J.B que se bebió de dos tragos. Regresó al inodoro, le volvieron a dar retortijones, otra vez bomba explosiva. Al salir hizo otras diez flexiones. Puso la tele, cambió de canal hasta que dio con uno que hablaban en mexicano y lo puso a un volumen aceptablemente muy alto. Se metió otras dos pequeñas rayitas rascando con la uña un lateral de la cajita. Intentó hacerse una paja, pero no había forma de correrse, estaba demasiado acelerado y allí no había ni un estímulo erótico festivo que llevarse a la entrepierna. La polla se le ponía enorme, pero como insensible.

De repente, entre el griterío de la tele, sonó el timbre del teléfono.

(PRIIIIIIIIIIIIII, PRIIIIIIIIIII, PRIIIII)
– ¿Sí?
– ¿Qué haces?
– ¿Qué quieres, gilipollas?
– Tío, ha sido plantar mis almorranas sobre la silla y al minuto ha salido Sistach a decirme que la gorda quería verme en el recibidor de la habitación.
– Jo, jo, j o.
– Entro y la puta gorda carasapo me dice a bote pronto que si me gustó el regalo del amigo invisible de las navidades. Y la respondo: “es que no tengo tocadiscos, Rosa”.
– Rogelio, es que en tu “cara A” tienes pinta de intelectual, siempre callado y educado, prudente y servicial. No sueles dejar ver la realidad, que eres un inculto descerebrado, y así te luce el pelo, se te arriman todas las frikis del mundo.
– ¿Para qué quiero yo un disco en vinilo del Lou Reed? No me sirve ni para limpiarme el culo. Y me dice: “entonces no te gustó el <<Teik no Prisoners>>”; subrayé la canción <<Peil blu ais>> en la carátula, por tus ojos…”.
– Te quiere follar, qué le vamos a hacer jojojo, ojitos azules, jojojo. Me parto.
– Quiere invitarme a cenar a su casa, a la guarida del elefante marino, está sola desde que echó a patadas al putero de su marido por follarse a una becaria del periódico.
– Mira, Rogelio, tú te lo has buscado, que te den, y déjame en paz de una puta vez que tengo que dormir. (CLONC)

Colgó el teléfono sonriendo al imaginarse a Rogelio plantado con el auricular en la mano. A continuación volvió a descolgar, sacó la tarjeta que su compañero le había dado y marcó el teléfono que venía impreso en ella. Tras dos tonos una extraña voz le respondió al otro lado de la linea.

– Guud nait, Constantinopla Escorts.
– Ehhhhhhhh, hola.
– Buienas noches cabaierrro. Escorts a su servicios en espanyol.
– Hola, buenas noches, gud nait. Quería que me enviaran a una acompañante al Waldorf Astoria, habitación mil cuatrocientos cincuenta y tres.
– Cuáles son sus gustooss, seniorrr. ¿Blond, brunet, morrena, chainise….?
– No, no, chinas no, quiero una chica que hable español, hispana o española, a ser posible con grandes pechos.
– ¿French, griego, tai, sado?…
– Un poco de todo… pero que hable español.
– Muy bien, seniorrr. Serrán dosientos dolars más forty por taxi. ¿Okey?
– Me parece bien. Waldorf Astoria, habitación mil cuatrocientos cincuenta y tres. ¿Okey?
– Okey, seniorrr, en treinta minits será ahí Dolores. Gracias por contar con Constantinopla, gud bai… (colgó el teléfono).
– Gud bai, zorra…

Pulsó el botón de colgar, y cuando escuchó que volvía a dar tono se puso a marcar otro número. Después de cuatro pitidos alguien lo cogió.

– ¿Sí?
– Hostia, Juan, me he equivocado de número, perdona, he marcado el tuyo por inercia pero quería marcar el de Nuria, como se parecen tanto tu teléfono y el de mi mujer….
– Jajajajajaja, no te preocupes, tío, tranquilo. Estoy en una fiesta chill out. ¿Quieres algo? ¿Ya te has ventilado lo que te pasé? Eres un hacha.
– No, no quiero nada, gracias. Ha sido una simple equivocación. ¿Qué hora es ahí?
– Las dos menos cuarto de la mañana. Joder, por cierto, ¿sabes lo que me ha pasado? ¿Sabes a quién me he follado esta tarde? A la zorra de la psicoloca que me presentaste el mes pasado. Me llamó para pillarme tres gramos y acabamos en su camita. Qué pedazo de guarra, tío. Me ha pedido hasta que la atizara con la hebilla del cinturón. Y tengo la polla irritada de tanta succión…
– No me jodas, qué hija de puta.
– Es que ya sabes, El Moro donde pone el ojo pone la polla.
– Es que la muy zorra no hace más que ponerme excusas para no follar, hasta me metí en su cama hace unas semanas cuando la llevé a su casa borracha, pero no hubo manera…
– Pues ya sabes, traga…
– En fin, gracias tío, y perdona por brasearte…
– Con Dios…

Norberto volvió a colgar y compulsivamente a marcar un nuevo número, esta vez sí el de casa, la neurona de la memoria estaba atascada pero no se iba a equivocar de nuevo.

– Diga…
– Hola, cariño, ¿no estabas dormida?
– Hola Norb, no, no me podía dormir y estaba viendo la tele. Madre mía, ya son casi las dos. ¿Qué tal, todo bien? ¿Habéis ido al final con la gorda?
– Sí hija, sí. La puta gorda. Y está con el chocho que hace ventosa con Rogelio, furor uterino de morsa…
– Ya te dije que le hacía ojitos. Pobre Pedersen, imagino que sigue fastidiadillo. Por cierto, ha llamado Rojas, que le llames si vas a ir al biatlón de Becerril de la Sierra el día 23, dice que va a competir allí toda “Maderolandia”.
– ¿Qué tal los mellizos?
– Puf. Menudo día. Cuando han salido del cole me he dado cuenta de que Alejandro tenía una especie de moratón en un lado de la cara. Me ha dicho que otro niño le había pegado. He vuelto a entrar a hablar con la ticher a ver qué había pasado, la he echado una bronca por no estar atenta, que es la cuarta vez que el niño vuelve del colegio herido. Y va la tía y me suelta que ha sido su hermano quien le ha pegado, que Alejandro le ha vuelto de decir a Nicolás lo de “ay Nicolasa, mira que guasa”, y Nicol le ha soltado un puñetazo que se ha oído el ruido del impacto al otro lado del patio. Ella me ha contado que Alejandro se pasa la vida riéndose de Nicolás con los otros niños, que no le extraña nada que Nico esté harto de su hermano.
– Pues yo no tengo la culpa, tú fuiste la que tuvo la ocurrencia de ponerle ese nombre tan moñas. Y el otro seguro que no es hijo mío, Alejandro es una mariquita mala, mala, mala. Tiene que ser de un espermatozoide de otro, además es tan poco agraciado el mamón… no se parece a mi ni en el blanco de los ojos, moreno, agitanado y feo como pegarle a un padre.
– El que fijo que sí es hijo tuyo es Nicolás, Norber, es el crío más torpe, más necio y más bruto que he visto en mi puñetera vida. Ya podemos ponernos las pilas con él, no va a aprobar ni la religión. Se ha pasado la tarde viendo la misma película del pato Donald en inglés una y otra vez, en bucle, y eso que no entiende una papa del idioma, no ha calado en él el bilingüismo del cole como en su hermano.
– Pero es guapo. ¿Qué llevas puesto?
– Pues el pijama, ¿qué voy a llevar?

Norber comenzó a empalmarse despacio. Empezó a tocarse con la mano izquierda, luego cambió el auricular de mano y se la agarró con la derecha. Aquello iba tomando forma.

– ¿Sólo el pijama? ¿Nada más debajo?
– No seas cerdo, anda. ¿Qué estás haciendo?
– Viendo la tele, como tú…¿Puedo pedirte una cosa?
– ¿Qué?
– Hazte una paja pensando en mi.
– Tú estás loco. Yo no hago esas cosas.
– Desnúdate y hazte una paja.
– Que no quiero.
– Métete un dedo.
– Métetelo tú.
– Joder, cómo está el patio.
– Mira, ahora voy a quitar la tele y me voy a dormir…, y tú haz lo mismo. Cuando vuelvas ya te daré lo que tú quieres. Anda. Te quiero, cielo. Vete a la camita.
– Vale, ahora voy.
– Un besito.

niuyor4Ella colgó. El paupérrimo inicio de erección que había conseguido se bajó de sopetón. Norber se preparó una pequeña rayita sobre la mesilla de noche. La absorbió como si su nariz fuese un sumidero a reacción. Continuó frotándose el nabo, pero nada, aquello no subía. Agarró su móvil y miró la libreta de direcciones. Después volvió a descolgar el teléfono de la mesilla y se puso a marcar. Mientras lo hacía le entraron otra vez retortijones, y ganas de vomitar. Dejó el teléfono y se fue corriendo hacia el baño. No le dio tiempo a llegar, vomitó como pudo dentro de una papelera que había debajo de una especie de cómoda-escritorio. La mitad de la papilla se salió fuera. Cuando se le calmaron los sudores y el mareo sacó la funda de la almohada y limpió torpemente el charco que había formado con sus hieles; luego tiró el pobre trapo de satén sobre una esquina de la habitación. Sacó una Coca-cola del mueble bar y se la tomó de un trago. Luego destapó otra botellita de J.B y también la engulló por la cañería de su esófago. Volvió al teléfono y se puso de nuevo en acción.

– Digaaa.
– Que putón que eres.
– Joder, Norber, ¿qué horas son estas? Me has despertado, qué susto. ¿Qué pasa?
– Pasa que eres una guarra.
– Mira, no quiero follar contigo, ni en directo ni por teléfono. Sabes de sobra lo que me ha costado reconocer que soy lesbiana, ahora no hay marcha atrás. Una pena que no tengas tetas.
– Pero si te has follado al puto Juan, al Moro de los cojones, que me he enterado, no me vengas con monsergas, coño. ¿Tiene Juan Moro, ese puto camello de Valdemoro, tetas? Ni lesbiana ni pollas. No me gusta que me tomen el pelo con esos rollos, puedo parecer subnormal, pero no lo soy.
– Mira, tío, déjame en paz, ¿vale? Vete con la culo estrecho de tu mujercita y pasa de mi. (CLONC)

El ruido de colgar de golpe el auricular le llegó hasta el cerebelo y perforó su inservible hipotálamo. Pensó que la psicoloca era una hija de puta, pero que estaba buena y que la próxima vez no se escaparía viva, aunque fuera se la iba a follar a punta de pistola. Subió el volumen de la tele y se puso a cambiar de canal compulsivamente, setenta y un canales de mierda yanki. Se paró un rato en uno de teletienda en el que salía una rubia tetona probando un aparato de gimnasia. Pero al poco tiempo el anuncio se acabó y apareció otro spot con George Foreman anunciando una parrilla eléctrica. En ese momento su corazón debía estar alcanzando los dieciocho de tensión arterial, y así no había manera, quizás fumándose un porro disminuiría la taquicardia, pero en aquella ocasión ninguno de los tres escoltas había comprado ni hachis ni marihuana para el viaje, menuda putada. Qué aburrimiento, qué mierda de vida. Volvió a empuñar el teléfono, aporreó una vez más las teclas con saña hasta casi hacer agujeros sobre ellas con sus dedos.

– ¿Quién es?
– Hola, Mamen.
– Te dije que no me llamaras nunca aquí, y… son las dos de la mañana, joder.
– ¿Te he pillado durmiendo? ¿Está Romerales a tu lado?
– No, no estaba durmiendo. Romerales lleva desde las ocho de la tarde encerrado en el garaje cambiando las pastillas de freno a la moto y al coche, tiene la puerta atrancada y ni siquiera ha salido para cenar. Da gracias que no está en la cama, porque si te pilla llamándome va hasta donde quiera que estés y te revienta la cabeza a palos.
– No lo dudo. Pobre psicópata. ¿Qué llevas puesto, Mamen?
– Déjame en paz, Norber, ya hablaremos. No me llames más a casa que nos la jugamos con este mamón. Si quieres mañana quedamos en el Formula1 de Pinto a mediodía.
– No puedo, cielo, ahora mismo estoy en Niu Yor protegiendo al Duque. Estoy desnudo encima de una cama de hotel pensando en ti.
– ¿Y se empalma el Duque de Palma?
– Ja, ja y ja, qué graciosa eres. ¿Qué llevas puesto?
– Niu yor, Niu yor… eso llevo puesto.
– Oigo unos golpes de fondo.
– No son psicofonías, son martillazos, martillazos a las dos de la mañana. No sé qué coño lleva haciendo ahí dentro cuatro horas. Aunque por lo menos está en casa y no rondando a la muerte o a la cárcel. Cada día que Romerales sigue vivo es como un regalo de Dios…
– Una condena más bien. ¿Llevas bragas?
– Sí, las llevo puestas en la cabeza.
– Tócate un poquito, piensa que estoy aquí, empalmado…
– Espera un momento.
– ¿Qué haces?
–  Voy hacia el garaje con el inalámbrico.
– …..
– Espera, estoy bajando las escaleras…
– Pero, ¿qué coño…?

– (POM, POM POM POM POM). ROMERALES, ABRE, TE LLAMAN AL TELÉFONO.
– …… ¿QUIÉN COÑOS ES? SON LAS DOS DE LA MAÑANA. DÉJAME
EN PAZ, JODER, TENGO QUE ACABAR ESTO.
– ES NORBER, QUE QUIERE HABLAR CONTIGO, ABRE, ABREEEEE.
– DILE QUE LE DEN MUCHO POR EL CULO (POM POM POM POM POM).
– GRACIAS POR TU COMPRESIÓN, CARIÑO (POM POM POM POM POM).

– Ya ves, no quiere hablar contigo.
– Estás loca. Como se entere de algo a ti te descuartiza y a mi me tira al arroyo Culebro con una piedra al cuello.
– Eso te iba a decir, si desaparezco buscad mi cadáver ahí, en el canal del Tajo, o en la explanada de enfrente del campo de tiro de Perales del Río. Va mucho por allí con Juan Moro, yo creo que tienen algo entre manos con el encargado del lugar, con los putos pistoleros.
– Bueno, quítate la ropa, anda, cielo…

(CLONC) Mamen colgó el aparato de golpe. La escasa erección que había conseguido se vino abajo como la torre sur del World Trade Center tras la envestida de Mohamed Atta con su planeador. (prriiiii, priiii, PRIIIIIIII, PRIIIIIII). El timbre del teléfono volvió a sonar a los pocos segundos como un fenómeno paranormal. (PRIIII, PRIIIIIIII, PRIIIIIII) Lo dejó sonar más de veinte veces, pero alguna mente obtusa continuaba insistiendo al otro lado (PRIIII, PRIIII, PRIIIII). Posó el Ipod sobre el lector y seleccionó de nuevo el audiolibro. (PRIIII,PRIIII, PRIIIIII, PRIIIIIIIIIII). Pero el pitido seguía ahí, como un taladro. Descolgó y se quedó en silencio.

– ……………
– Tío….
– Joder, Rogelio, no me dejas descansar, hijo de puta….
– Tío, es que la zorra de la gorda me ha llamado para que vaya a su cuarto….
– No me jodas.
– Sí, acaba de entrar en el baño, te estoy llamando desde su teléfono. Un polvo es un polvo, y la voy a meter la pistola por el culo al mismo tiempo que me la follo.
– Descárgala primero, o mejor no lo hagas y quítale el seguro cuando esté dentro. Eres un terrible ser, Rogelio. ¿Y quién coño está haciendo guardia?
– En los ascensores nadie, Sistach está en la puerta, él me cubre. ¿Te queda algo de farla? Me he dejado la que me queda en el equipaje, y estaría bien untarla el potorro con nieve, como si fuera el Mont Blanc.
– Te he visto asaltar naves ardiendo más allá de la Cañada Real, Rogelio, he visto brillar rayos “C” en la oscuridad cerca de la Puerta del Sol. Todos esos momentos se ven superados, se perderán como el agua sucia en la depuradora de La China. (TOC, TOC, TOC, TOC). Es hora de morir, Rogelio. Están llamando a la puerta, que te den…

(TOC, TOC, TOC) Norber cogió un albornoz del baño y se lo puso, bien atado a la cintura. Abrió la puerta. Se quedó ojiplático, al otro lado del umbral había una china de menos de metro sesenta. Bajo un pequeño, cortísimo y ceñido vestido negro se le adivinaba un liguero y  unas enormes tetas de silicona. La “cara de limón” le sonrió y sacó la lengua pícaramente.

– Jelou. Mai neim is Dolorres. ¿Cómo está ustez? Vengo de agensia, seniooorrr.
– Joder, dije española, no china, coño. Estoy hasta la polla de orientales…. Sistach… qué hijo de puta…. Anda, pasa…

Norber se desató el albornoz y lo dejó caer al suelo mientras ella atravesaba la puerta. De fondo se mezclaban el sonido de la televisión y el Ipod, que berreaba a todo volumen el último capítulo de “El señor de los anillos”.

-” Bilbo Bolsón atravesó bosques y montañas después de la batalla. Llegó a La Comarca y pudo ver cómo sus campos y aldeas habían sido arrasados. Se sentó en la puerta de la que había sido su casa y exclamó mientras se encendía un cigarro: <<qué bien huele el Napalm por la mañana, huele a…VICTORIA….>>”


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