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Yoga

Cae la tarde en el interior de una alquería abandonada, en medio de un lugar perdido de la mano de Dios del levante español. Pentáculos, esvásticas y manchas de meado adornan las paredes, seguramente restos de alguna rave clandestina pasada. Entre la penumbra y el chú chú de un breve Lumigás, un grupo de personas forman en círculo ataviadas con sotanas blancas confeccionadas con harapos del mercadillo. El centro de tan fantasmal compaña lo ocupa un tipo de mediana edad que hace las veces de improvisado sacerdote. A sus pies descansa, tumbada en el suelo, una moza que no supera los dieciséis, que expulsa como una perra rabiosa o en celo espumarajos por la boca. “El poder de cristo te obliga, el poder de cristo te obliga”, chilla el iluminado animando al resto a imitarle. La muchacha sigue vomitando restos de lo que parecen Mentos con Coca Cola. En un momento dado de la ceremonia, el jefe del cotarro llama a MJ aparte, y le dice solemnemente: “sigue tú, que ya estás suficientemente preparado, la dejo en tus manos. Yo voy a descansar, que estoy agotado psíquicamente”. MJ se emociona, llega al éxtasis, se le saltan las lágrimas, al fin una respuesta, un premio, el final de un camino. Su vida pasa delante de sus ojos en un flash-back borroso, las drogas ingeridas aceleran su mente hacia el pasado, que brota como un torrente entre la herrumbre del cerebro.
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yoga2MJ nació llamándose R en Getafe, un infecto pueblo perdido justo en el centro geométrico de la península Ibérica. Desde pequeño destacó entre la masa como un niño introvertido, huraño y mal encarado, pero para sus padres era un angelito rubio. Sacaba buenas notas en el cole, casi todo sobresalientes, algún notable, muy pocos bienes y ningún suficiente. Cuando le llegó la edad de merecer, R empezó a dejarse el pelo largo y a hacerse heavy del metal. Se parecía físicamente a Joaquín Cortés, y sus compañeros le apodaban Joaquín Corteza. Más tarde, se dio cuenta que ese era un camino, tanto en el terreno del musical como en el de la danza, erróneo. Al acabar el BUP, R fue impulsado por su familia a cursar los estudios de económicas. Durante dos años no le fue mal, pero se aburría como una mona al estar rodeado todo el puto rato de tanto niñato subnormal engominado y de tanta pija tonta gilipollas, se sentía un extraño entre aquella maraña de mierda. Aquella no era la senda, estaba claro. Un día, de repente, se salió de una clase que impartía Peces Barba, el puto gordo marica Peces en persona, y ya nunca más volvió a la universidad. También intervino en aquella decisión de deserción que tenía retortijones de tripa y necesitaba ir al excusado. Después de mucho pensar en qué coño hacer con su vida, R conoció a L, una jovencita ligera de cascos amiga de unos heavys amigos suyos de cuando veraneaba en Alicante con sus padres. L se había pasado por la piedra ya a los dos conocidos de R, que eran hermanos mellizos, y no hizo ascos en ningún momento a la ocasión de fornicar con R, aunque ella era más bien de las de calentar sin quemar en aquel entonces.

R y L se hicieron inseparables. Iban de acá para allá siempre juntos, siempre en comandita, daban un poco de asco. Se apuntaron juntos a yoga. R comenzó a ver un sentido a la vida en aquello. Tenía mucha elasticidad, le gustaba el misticismo recalcitrante y gritaba el ohm como ninguno, lo tibetano iba a ser lo suyo. Se empapó de la cultura oriental mediante libros y videos, asistió a charlas y clases de los mayores expertos a un módico precio y dejó de hablarme cuando le dije que el Dalai Lama me parecía un dictador religioso sodomita de extremo oriente. R pasó el examen de maestro en yoga sin dificultad, y se convirtió de repente, gracias a su desaforada energía espiritual, en un nuevo ser, en MJ. Renació de sus cenizas. Se hizo ovolactovegetariano al instante, comenzó a mirar al resto del mundo como si fueran escoria, tiró a la basura sus discos de Iron Maiden y compró todos los de George Harrison. L quedaba maravillada cada vez que el ahora MJ intentaba levantar tres ladrillos atados con una cuerda con la única fuerza de su escroto. Vale, esto último son sólo imaginaciones mías, pero no lo descarte el lector. El nuevo ser ahora llamado MJ propuso a L trasladarse juntos a un pueblo en el que habitaban unos compadres de espíritu suyos, el lugar ideal donde podrían dar rienda suelta en libertad a su amor y montar juntos un centro de yoga y encauzamiento de las energías mentales. L flipó ante una idea tan maravillosa, alejarse del mundanal ruido en brazos de su espídico galán, ya que Madrid les parecía a ambos un nido de banalidad y fútil porquería, una mierda, vamos.

yoga4L y su celestial MJ llegaron al pueblo y alquilaron un local enorme por tres duros. Cubrieron el suelo con esterillas compradas en los chinos y se afanaron en colgar por las calles carteles que rezaban “Escuela tibetana MJL”. La gente les señalaba por la calle, porque los forasteros suelen levantar la murmuración y animan el intrascendente cotarro pueblerino, sobretodo si tienen pinta de no lavarse mucho. La escuela de nobles artes del Transhimalaya se llenó con facilidad hasta la bandera de marujas buscando elasticidad post embarazo y de pseudo modernos de aldea a la caza de pillar cacho con las gachises asistentes. El negocio marchaba viento en popa. Las lugareñas, embelesadas por aquel profesor melenudo que siempre vestía de blanco, corrían a pedir consejo a MJ hasta para saber cómo mitigar mejor los dolores de regla.

Pasa el tiempo, ese hijo de puta con forma de reloj. Navidades. MJ se comió cuatro trozos de roscón, dos con nata y dos del seco, casi sufrió una alferecía rosconera. Su familia política le miraba anonadada. Los preceptos religiosos del ovolactovegetarianismo no le impedían comerse toda la masa azucarada que le saliese de los cataplines. El hermano de L le regaló a su cuñado dos camisetas estampadas con enormes ohms sobre el pecho, una verde fosforito y otra naranja butano, muy vistosas. El padre de ésta, su suegro, le obsequió con un reproductor de MP3 de un giga, para que pudiera abstraerse del mundanal ruido escuchando a Raví Shankar o a George “qué pacífico soy” Harrison. Después del café y el orujo, MJ bajó a la perra a mear a la calle y aprovechó para fumarse un petardo; siempre es bueno guardar las apariencias, a los padres no suelen gustarles las drogas; se tiró un buen rato sentado en un banco del parque tomando el fresco y haciendo tiempo, ya que convivir mucho rato con una familia que no es la de uno suele convertirse en un coñazo insoportable. El resto de la tarde, transcurrió relajada. Cuando el sol iba a ponerse L y MJ se despidieron y pusieron rumbo al este, hacia el reborde de la cloaca mediterránea. Durante las cuatro horas que duró el trayecto casi ni cruzaron palabra. Él conducía abstraído en la infinitud mientras ella dormitaba o liaba porros, los encendía con desgana y se los pasaba al chófer. Hacía tiempo que su comunicación era más bien plana, el sexo también. Fornicaban mecánicamente de pascuas a ramos, MJ necesitaba eyacular poco gracias al yoga, al menos en presencia de ella. Los últimos meses él se había dedicado a esquivar lo máximo posible la compañía de su partenaire, que le hastiaba, le aturdía, le encocoraba. L se sentía como una mierda seca, la casa se le caía encima, todo el día sola, tumbada en el sillón viendo la tele mientras MJ se dedicaba a frecuentar a sus discípulas.

Y es que una  sus yogalumnas miraba con ojos especialmente golosos a MJ. Era una chiqueta joven y risueña, de contorneadas caderas y grandes tetas turgentes. MJ comenzó a observarla con ojos de carnero degollado por Buda. Estaba muy buena. Le encantaban su karma desenfadado y su culillo pinturero. L ya no le satisfacía sexualmente por aquel entonces. Follaban de pascuas a ramos del calendario hindú, y de mala manera, ya que ella lo hacía siempre con una irritante desgana. Y la mansión de los Plaf de la pareja se caía a cachos, y no sólo anímicamente. MJ nunca había mostrado gusto por hacer las tareas del hogar, y L, sumida en aquella depresión no coital, no estaba por la labor de fregar. Además, los muros de aquella prisión necesitaban una urgente capa de pintura, el otrora palacete del yoga lucía ahora desconchones por todas partes, metáforas del desastre marital que se les venía encima. L le había dado una tarde un ultimatum: o adecentaba la choza o ella no aguantaría más allí. Pero MJ, altivo y orgulloso, respondió a sus exigencias marchándose a pintar el despacho de “la psicóloga”, su citada yogalumna “favorita”. Llegó, le propinó dos capas de brochazos beige sobre las paredes y otras dos blancas en los techos; luego se fumaron un porro king size juntos y charlaron amigablemente sobre el karma hasta las dos de la mañana. Esa noche MJ decidió que aquello tenía que cambiar.

yoga5Pero seguimos en ruta post-navideña. La tarde-noche del día de Reyes no iba bien. Llegaron al pueblo, un punto perdido en medio del levante español en mitad del triángulo de las Bermudas que forman Elda, Petrer y Villena, cansados y aturdidos por el hachís. Era ya noche cerrada y L se dispuso a meterse en el catre sin mediar palabra, como siempre, sin paja ni coito, ni nada de nada. Pero, sorpresa sorpresa, sin anestesiar y en frío el hasta entonces mudo MJ le dijo que nada de irse a la piltra, que tenía que hablar con ella. Se sentaron en dos raídas sillas de paja de la cocina y le soltó aquella perorata que L todavía recuerda frase a frase. “No quiero que sigas siendo mi pareja, quiero olvidarme de los roles tradicionales, vivir la vida yo sólo, sin ataduras, quiero que te marches, sin rencores, sin resentimiento. Sigue tu camino y sé feliz”. “Eres un hijo de la gran puta…”, contestó L, que se encerró dando un portazo en la habitación. “Yo creo que deberías marcharte a buscar tu destino, sin rencores, sería mucho mejor para ti”, le gritó desde MJ desde el otro la de la puerta, después se encendió un porro para relajarse. La noche fue de aupa. MJ durmió en el sillón, y L no pegó ojo sumida un mar de lágrimas de frustración. A la mañana, siguiente hicieron una repartición rápida de objetos y bienes, . MJ tenía prisa. Él se quedaría con el coche, un Citröen Xsara nuevecito que el padre de L les había sacado a precio de saldo del concesionario en el que trabajaba. Ella se haría cargo de la perra, ya que a MJ se le hacía muy dificultoso bajarla a cagar cuatro veces al día a causa de sus apretados horarios laborales. Los dos gatos, Shiva y Visnú, permanecerían con su padre putativo humano, los gatos son compatibles con el yoga porque cagan en casa. L metió en la maleta dos pares de bragas de cuello alto que había comprado en el mercadillo de Villena, dos sujetadores talla melón temprano muy usados, un par de sucios jerséis de hippie dados de sí, tres o cuatro fotos y salió por la puerta rumbo a la estación de autobuses. Miró hacia atrás, pero no vio la silueta de MJ en la ventana. El viaje se hizo eterno. Ponían “El club de los poetas muertos” en el video del autocar y el trayecto fue especialmente insoportable en compañía del gilipollas de Robin Williams haciendo el idem. L cogió carretera y manta hacia casa de sus progenitores. Dos días más tarde una nueva joven, la levantina AR, se plantó con su atillo en casa de MJ y tomó posesión como nueva ocupante del catre del gurú del pueblo.

Cuando L llamó al telefonillo de su casa su padre respondió flipado al escuchar su voz. Al verla subir por las escaleras con aquella cara desencajada se quedó mirándola como si viese a un espectro del más allá. “¿Qué coño haces aquí, L?”. La hija rompió en una tremenda rabieta sobre los brazos de su progenitor y casi se desmayó. Cosas de chiquillos, pensó él. A cuatrocientos kilómetros de aquella escena, en ese mismo instante, MJ lamía con pasión el culo en pompa de “la psicóloga” y la juraba amor eterno; ambos pensaban que sus karmas estaban unidos por el destino a través de las reencarnaciones. “La psicóloga”, hasta la fecha, sólo follaba sistemáticamente con argentinos y cantautores, pero había decidido que desde aquel instante se uniría a tan selecto club de fornicadores la figura de los profesores de yoga.

AR era pasiva agresiva. Enseguida MJ se dio cuenta de que era una mosquita muerta, que de las aguas aparentemente mansas me libre Krisnha, que de las bravas ya me libro yo. En vez de dejarle la libertad deseada ella le hacía un marcaje estilo Gentile para que no arrimase cebolleta a sus conciudadanas. Si a MJ se le escapaba una miradita furtiva hacia algún culo durante una sesión de yoga MJ le montaba un pollo de cojones. De los dichos a los hechos, AR comenzó a insultarlo cada día con mayor fiereza mientras le daba pescozones y bofetadas, lo acusaba de infiel, de cabrón y de malparit. Una noche le partió un shitar que había costado cien mil pesetas de las de antes en la cabeza. Durante una cena con sus discípulos, AR se presentó de improviso en el restaurante y le arreó una patada en los huevos a MJ que demostró a las claras a sus correligionarios que él no era un ser con ilimitada resistencia física al dolor como ellos hasta entonces creían. AR le perseguía día y noche, mañana y tarde, como una lapa, como polla al culo, desenfrenada y enfermizamente enchochada. Una tarde MJ salió a echar gasolina al carro. A su regreso encontró la casa revuelta y destrozada. Su ropa había sido lanzada a una acequia, y el televisor reposaba en la acera después de salir como un Sputnik por la ventana. Horas más tarde la policía local le hizo una visita con una denuncia por maltrato psicológico en la mano. AR pidió una orden de alejamiento, lo que dio un respiro a MJ, pero ésta le llamaba por teléfono una media de doce veces al día pidiéndole perdón o chillando, y se presentaba a horas intempestivas aporreando la puerta berreando a veces que le amaba o a veces que iba a pagar a unos moldavos amigos suyos para que lo matasen.

yoga6Ay amigo, qué cabrón es el destino. Llegó, como pedo en el viento, la explosión inmobiliaria, la gran burbuja de gas mostaza ladrillero. Todo lo construido comenzó a cotizarse por las nubes en la Comunidad Valenciana, hasta en los huertos donde crecía alegre la bachoqueta se hicieron chalés adosados. Los dueños del local y el piso de alquiler de MJ le subieron la renta el doble. Después de un tiempo, como efecto resacoso de tanta ambición, explotó la pompa de jabón constructora y sobrevino la puta crisis inmobiliaria. Al mismo tiempo, en un efecto dominó desconcertante, los alumnos perdieron repentinamente el interés por el yoga. Los mozos y mozas del pueblo, impulsados por sus problemas monetarios, recuperaron viejas tradiciones que en el pasado les mantenían en forma, sustituyeron al caro yoga. Para mantener las carnes prietas nada mejor que correr delante del toro embolado o lanzarse carcasas de petardos a la cabeza unos a otros, eso si que atrae al buen karma. MJ no cubría gastos. Dejó el local y llegó el momento en el que no pudo continuar pagando la casa. Sólo dos chicos gays y el tonto del pueblo seguían acudiendo a sus clases; la pobreza, como una no deseada vendedora a domicilio de Avón, había llamado a su puerta. Se vio obligado a pedir asilo en casa de unos amigos que había conocido impartiendo su elástica disciplina, unos alumnos ejemplares y creyentes como pocos en el mundo de la espiritualidad. En cuanto llegó a su choza se sintió arropado. B y ML eran muy buena gente, allí se respiraba buen rollo. Le llevaron con ellos a unas sesiones de tantra blanco, luego a unas de tantra rojo, y le presentaron a todos sus amigos con los que habían constituido la comunidad Gaya, destinada a transmitir la energía positiva y a librar de lo negativo al mundo. Limpiaban casas de poltergeist, ahuyentaban fantasmas, echaban fuera al mal que habitaba en estado puro en los cuerpos humanos. MJ comenzó a darse cuenta de que el camino del yoga estaba equivocado, que él en realidad era otro elegido por las fuerzas telúricas para guiar a los habitantes de la tierra hacia la luz. B y ML le dijeron: “muy bien MJ, ahora sientes lo que nosotros sentimos, el brillo resplandeciente de Gaya, bienvenido al club”. MJ fue borrando los oscuros recuerdos pretéritos gracias a la meditación, al ayuno y a los excesos con el hach. La felicidad invadía al fin todos los poros de su cuerpo. La libertad absoluta reinaba ebria en su alma como Juan Carlos I en el palacio de la Zarzuela.

L atravesó una época terrible. En los dos últimos años de su vida había perdido todos los amigos y las raíces que en el pasado tenía en la ciudad. Su odiado Madrid era ahora una puta mierda aun mayor en soledad; el túnel del tiempo hacia el pasado que vivió en ese momento le hizo pensar incluso en el suicidio. En más de una ocasión intentó tragarse un frasco de Clonazepán entero, pero siempre le había sido muy difícil introducirse incluso medio Gelocatil por el gaznate, le daban arcadas y acababa potando la cena. También sopesó la opción de cortarse las venas, pero, imaginando el dolor que aquello debía producir, finalmente decidió dejárselas largas. Su hermano le buscó un trabajo temporal en la fábrica de John Deere de Getafe, ensamblando tractores. Ella siempre había sido muy hábil en los trabajos manuales, la seleccionaron enseguida. La cadena de montaje era una ocupación ideal para no pensar, y pagaban un buen sueldo. Los empleados se comportaban como autómatas, ocho horas seguidas apretando tornillos durante las que paraban cinco minutos de cada dos para mear o fumar. En aquellos breves recreos L comenzó a conocer en profundidad al lumpen proletariado que habitaba por aquellas latitudes. La mayoría eran tipos y tipas prisioneros del sistema de hipotecas y préstamos bancarios, jóvenes nihilistas dedicados a vivir la vida a veinte por hora con la sensación de que lo hacían a cien; formaban un ejército de sombras aparentemente vivas que luchaban por sobrevivir sin saber por qué, como si poblaran una kafkiana película con ramalazos industriales de Peckimpah. En los servicios de la fábrica había más restos de cocaína que durante un fin de semana en la puerta de un after. Los machos del lugar comenzaron a tirar los tejazos sobre L como si fueran Napalm. “¿Por qué no?”, pensó ella mientras se tiraba en su coche a un rudo mozalbete cuya pierna derecha lucía un decorativo tatuaje con una esvástica en el centro. Follar con descerebrados era la mejor manera de limpiar la mancha de la mora que le había dejado MJ. Poco a poco se acabó pasando por la piedra a media cadena de montaje, incluso picó alto haciéndoselo con dos de los encargados, uno de ellos cuarentón, casado en segundas nupcias y con dos hijos adolescentes. Ellos le contaban sus infectas vidas mientras se fumaban el cigarrito de después del casquete, les encantaba que L escuchase sus penas con atención. Los miembros de aquella piara se pirraban por un revolcón con L, porque tenía doble premio, sexual y psiquiátrico, todo de una tacada, era la mujer perfecta. Pero no sabían, incautos, que ella lucía la sonrisa en la boca y los ojos de interés como un salvapantallas protector; mientras mantenía las apariencias, en el post apareamiento pensaba en lo mierda que era la puta existencia y en lo maravilloso que sería que un día, de repente, el sol explotase y abrasara aquella bola de estiercol y oxígeno que es el planeta tierra.

yoga7El contrato de seis meses de tractorlandia se acabó, pero prometieron que volverían a llamarla muy pronto si la economía iba bien. El infecto tiempo, el que todo lo mata y todo lo cura, pasó como un zurullo flotando rápido sobre un río. L tuvo que buscarse la vida. Hizo un curso de masajista CCC y otro de profesora de pilates intensivo de diez días, y en un mes envió mil doscientos curriculums por todo Madrid y alrededores. En una clínica de Orcasitas que funcionaba con licencia de peluquería le hicieron una prueba. Dio un masaje linfático al dueño-jefe e impartió una clase de pilates a tres mujeres premenopáusicas del barrio en una sala multiusos clandestina que tenían en el sótano. Al día siguiente, firmó el contrato de ochocientos diecisiete euros brutos mensuales a cambio de cuarenta horas semanales. Los días continuaron su marcha inexorable. Una tarde se presentó un cliente peculiar, un profesor de esquí por horas de la estación de La Pinilla al que le molestaba una contractura muscular en el nervio ciático que se había hecho cortando jamón en casa de su madre. Chus entró a la salita, se bajó los pantalones, se quitó zapatos y calcetines y se lanzó sobre la camilla como un fardo. L pudo observar que le faltaban dos dedos centrales del pié derecho y  el pequeñín del izquierdo. Además, su cuerpo atesoraba más cicatrices que un ecce homo; una era claramente de una operación de rodilla y otra, sobre el costado, parecía de un transplante de riñón clandestino de lo fea que era. Hablaron por los codos durante aquella cita laboral. Chus, Chuchi para los amigos, se dio tres sesiones más de masaje y pidió que fuesen infligidas por las manos de L. Había una extraña conexión entre los dos y quedaron clandestinamente aquel fin de semana. Chus la invitó a una excursión con raquetas de nieve en Navacerrada. Fue un fácil trayecto, pero el profesor de esquí y montañero resbaló mientras se lanzaban nieve en un ventisquero y se produjo un esguince de tobillo de grado 2. L acudió a su casa a darle un masaje gratuito sobre aquella malograda extremidad, se puso sus mejores galas para tal evento, pero no hubo sexo, sólo charlaron de montañas.

Chuchi era un gran amante de la naturaleza y de las novelas de Stephen King. L soñaba con liarse con él y comer perdices, con tener tres hijos juntos y llamarles Montaña, Río y Árbol. Quedaban para desayunar, comer y cenar, y para hacer excursiones, pero no conseguía follar con él. L dejó de fornicar compulsivamente con otros, ya no la ponían en absoluto otros machos. Gracias a unos ahorrillos que fue amasando con los masajes, todo a base de gastarse menos que un ciego en novelas, invirtió tres mil euracos en una promoción de pisos en Berzosa de Lozoya. Pensaba todos los días en una vida en común con su montañero sobre las faldas de la sierra de Guadarrama, al calor de una chimenea. Una mañana acudió al Centro de Terapias Sport Relax a trabajar y se encontró un precinto de sanidad que bloqueaba la puerta. Llamó por teléfono durante una semana al dueño, pero de éste no se volvió a saber nada. El muy cabrón adeudaba a sus empleados mensualidad y media cuando sanidad le echó el guante. La crisis planetaria comenzó a ser galopante y en John Deere se fabricaban muchos menos tractores; los beneficios de la fábrica bajaron un diez por ciento, por lo que sus bienintencionados directivos planificaron un ERE en el que despidieron a un veinticinco por ciento de la plantilla. Por supuesto nunca volvieron a llamar a L para trabajar con ellos. Se le estaba acabando el paro y no encontraba nada en el mercado, las colas en el INEM eran kilométricas. La constructora de la urbanización Berzosa de Lozoya Resort and Golf quebró y dejó a sus inversores con un palmo de narices y una patada en los huevos o los ovarios, según el caso; el dueño del chiringuito inmobiliario emigró a un país desconocido de América Latina con los beneficios de aquellos terrenos que, en realidad, nunca dejaron de ser rústicos.

yoga8A finales de octubre, cuando L estaba a punto de desistir de la vida, a un tris de lanzarse sobre las vías del cercanías cuando el tren pasase por la estación de Getafe Centro, vio un anuncio pegado con celo sobre una farola: “Se necesita personal para elaborar cestas de navidad, acudir con DNI o tarjeta de residencia en vigor. Abstenerse personas en situación ilegal”. Aquel mismo día firmó un contrato por obra de seiscientos ochenta y un euros brutos más horas extras al mes. Por la noche había quedado con Chus para cenar en el restaurante chino de los bajos del aparcamiento de la Plaza de España, el mejor comedero cara de limón del mundo. Cuando él se dirigió a mear a los lavabos del aparcamiento contiguo (en ese restaurante no tienen retretes propios), L introdujo unos escasos gramos de speed en la Coca-Cola del esquiador, como el que ataca con todo lo que le queda en el campo durante la prórroga de un partido. Chuchi era radicalmente abstemio de drogas y alcohol, por lo que el subidón fue de tal calibre que tuvo que llevárselo a casa al borde de la taquicardia. Vomitó sobre la alfombrilla de la furgoneta de L todas las empanadillas chinas, los vermicelli y el pastel de año nuevo que había deglutido. Pararon delante de la casa de su madre, pero él no podía subir a su lar, seguía colocado hasta las trancas. L tenía ganas de llorar hasta secarse por dentro. De repente Dios se apareció y Chus le plantó un fogoso muerdo en todos los morros, le metió la lengua hasta la campanilla. Ella no se lo podía creer, condujo a toda velocidad hasta un descampado, pasaron al asiento de atrás y allí consumaron el acto. Costó que él se empalmara, quién sabe si por efecto del alucinógeno, pero ella quedó plenamente satisfecha, su sueño se había cumplido. Los cristales de las ventanillas estaban totalmente empañados. Con las tetas todavía al aire, L se lió un porro para festejar tan deseado evento llevado a cabo. Chus se desperezó poco a poco. Mientras ella apuraba las primeras caladas, su taciturno hombre le espetó, sin anestesiar y en crudo: “el ocho de diciembre me marcho siete meses a escalar a los Andes, aprovechando el verano austral”. L se atragantó con el humo del chocolate marroquí y tosió como una abuela con enfisema a causa de la impresión.
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El ruido de las arcadas de la cría poseída por Belcebú despierta de repente a MJ de ese trance místico, lo aparta al fin de esa oleada de olvidadas imágenes. Abraza fuertemente a la enferma del alma para transmitirla su energía, la coge en su regazo y le susurra al oído dulces oraciones dedicadas a las fuerzas telúricas de la madre tierra. Mientras tanto, el gurú de MJ, el sumo sacerdote de aquel acto salvador, sale del herrumbroso barracón, se aleja unos metros entre los matojos, se baja pantalones de pintor, blancos como la nieve, y se ponr en cuclillas. Enciende un Ducados mientras sus intestinos crepitan y evacuan su contenido a gusto. Paladea el humo saboreándolo lentamente. Luego, agarra una piedra del polvoriento suelo para limpiarse, se sube los pantalones, apura el cigarrillo hasta el filtro y lo aplasta con la alpargata contra el suelo. ¿Hay algo mejor en el mundo que fumarse un cigar mientras se defeca? Tras el relajo, toma rumbo de nuevo hacia la casa. Tararea "My sweet lord" por el caminito. Carraspea en la puerta para aclarar la voz y traspasa el umbral gritando: “Dios es mi señor, y yo te digo, ¡sal fuera de ella, maldito, sal fuera de ella, sal fuera de ella!”. Ahora la chica expulsa por la boca una especie de sustancia mezcla entre serrín y ron miel con gas. Cada minuto que pasa, el olor a porro mitiga más el hedor a orín. MJ, mientras estrecha entre sus brazos a la poseída, no puede evitar excitarse, ni tampoco por unos instantes, asociando inconscientemente una imagen fugaz a esa erección inoportuna, pensar en L. Oh, dulce señor, dulce señor del bien y del mal, oh mi dulce señor.


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Mi amante

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¿El marciano nace o se hace? Esa es la cuestión. La exposición, titulada “Atlas de la mujer africana”, constaba primero de una enorme sala cuyas paredes laterales estaban empapeladas de fotos de keniatas de las que hicimos durante nuestro safari con la ONG. Después, en la pared del fondo colocamos una especie de puerta, que diseñé con forma de vagina gigante, construida mediante capas de madera de teca teñidas, muy realista. A través de esa entrada, cerrada mediante opacos telones negros a modo de labios internos, se accedía a otra sala en la que coloqué mis enormes cuadros abstractos, mis entrañas, mis retazos existenciales, esos lienzos que resumen mi vida y mis ambiciones.

Estaba cabreada como una mona. Entré en los lavabos y abrí la puerta de uno de los wáteres de una patada. La puerta golpeó contra la pared estruendosamente. Me encerré dentro. Tenía ganas de vomitar acompañadas de retortijones de tripa. Me senté en la taza y casi sin esfuerzo evacué unos hilos marrones muy finos, como de terciopelo. Después del alivio, me levanté, di media vuelta y dirigí mi cabeza hacia el agujero para intentar sacar de mi estómago el sushi y los cuatro minisandwiches de pepino que contenía. Entre el sonido de mis arcadas escuché unos pasos. Alguien entró en los lavabos. Reconocí el olor de David casi al instante, ese Armani inconfundible incluso entre los aromas a pis, devuelto y caca de aquella impoluta cloaca.

- Cariño, ¿estás ahí dentro?
- …..sí.
- ¿Qué te pasa?
- ¿Hemos vendido algo más?
- No, pero no te desanimes... te dije que no tomaras tantos cócteles, Conchi..
- Me ayudan a vivir, David, estoy harta. Encima todo el mundo diciéndome que estoy muy guapa, y llega Román Castevet, Manuela se lo dice toda amable, que estoy guapísima y delgada, y él se queda callado aguantando la risa.
- No debería importarte la opinión de ese sujeto, cariño, es una marica mala, y vieja, se mete mucho en el papel, le gusta hacer daño... Estás perdida si te afecta lo que piensen los demás sobre tu físico, y más esa recua con la que te mueves habitualmente. Ay, cuando tengas unos años más te darás cuenta, yo sufrí mucho la crisis a los cuarenta, pero cuando atravesé la de los cincuenta me comenzó a resbalar todo.
- Es que el resto son unos falsos, y sabes que él es quien dicta sentencia sobre un artista, quien lo bautiza o lo mata. Y va y me dice que lo que más le ha gustado de toda la exposición es el realismo de la entrada de la vagina, con flujo y todo, y ahí ya no he aguantado más, porque el flujo era un devuelto que había echado allí Adrián Marcato, ese chapero trepa del departamento de Arte de la tercera parte del Siglo XX , que se ha bebido siete blush de vodka y no se ha podido aguantar a llegar al baño, ha soltado ahí todo el sashimi que contenía su estómago, el cerdo.
- Tira de la cadena, anda, huele un poco mal...anda, sal ya de ese cubículo o tendré que llamar a los GEOS.
- Eres tannnnnnnnnnnnnn, gracioso, DAvid.

amante7Salimos de la galería, ya era de noche. El chófer ucraniano nos esperaba. Atravesamos la ciudad despacio, sus sucias avenidas iluminadas por miles de millones de farolas. Cruzamos un tramo de la circunvalación, desierta a esas primeras horas de la madrugada del jueves, y rápidamente llegamos a la entrada de la urbanización. El guarda de la garita saludó con un guiño al chófer antes de levantar la barrera. Subimos a la zona alta por aquellas calles serpenteantes casi fantasmagóricas y cuando llegamos al chalet la puerta ya se había abierto automáticamente y engulló al Mercedes. Salimos del coche y subimos a nuestro dormitorio en el tercer piso. David se puso el pijama, se metió en la cama y abrió un libro gordo que tenía sobre la mesilla. Yo me desmaquillé en el baño, me desnudé completamente, y bajé a la piscina climatizada. Me lancé al agua de cabeza rompiendo la superficie sin apenas levantar salpicaduras. Dejé escapar un poco de pis y después conecté la máquina de nadar a contracorriente y me hice una serie de quinientos metros a croll a buen ritmo. Luego hice otros trescientos a braza, para relajar y para rematar otros doscientos de croll cerca de mi umbral máximo de pulsaciones. Salí del agua y noté que las nauseas habían desaparecido. Pero no me relajé. Subí al dormitorio de nuevo. David dormía, o se lo hacía, con la luz indirecta del cabecero encendida y un antifaz puesto.

- ¿Ya te has desfogado, cielo?
- Veo que no estás dormido.
- No, pero estoy muy cansado, amor.
- Sólo un cuadro... por lo menos hemos vendido uno, no como otras veces, pero no hay manera, ni con las menciones en la prensa, ni mandando invitaciones a media universidad, esa panda de esnobs,...
- …. no debería importarte el vender, ni el dinero...
- No es por el dinero...
- Ya lo sé.
- Por lo menos hemos vendido uno, ¿quién habrá pagado los ocho mil Euros? Lo bueno es que han comprado el que menos me gusta, me he deshecho de él.
- Ya...
- ¿Cómo que “YA”?
- …..
- David....
- Vale, cariño. Confieso que la culpa es mía. Lo puse yo como vendido, para llamar la atención a la clientela.
- No puedo más. NO PUEDO MÁS.
- Te lo digo siempre. No vas a sacar nada de ese círculo de gente, Conchi, por mucho que te esfuerces en agradarles y en triunfar a tu manera. Convéncete que los homosexuales no son mi más sensibles ni más inteligentes que el resto, ni desde luego mejores éticamente, un noventa y nueve por ciento de ellos son como el resto de los mortales, cariño, prescindibles, escoria, inmundicia, bichos malos que no ven más allá de su nariz y que van a lo suyo a sangre y fuego. Por cierto, el sábado he quedado con Manuel para despedirnos, y no volveré hasta el lunes por la tarde. No te cabrees.
- David, el miércoles nos vamos....
- Pero ya está todo empaquetado y enviado, no te preocupes, lo tengo todo atado y bien atado. Llama tú a Pelayo, para despedirte...
- No me apetece ver a esa bola de billar con piernas, es un baboso.
- ¿Estás molesta? Quedamos en que no te importaba...
- No me importa, pero es que pasas más tiempo explorando tu nuevo mundo que conmigo, David.
- Ay, no te pongas melodramática. Verás como allí nos va a ir estupendamente, cambiar de aires es lo mejor que nos podía pasar.

El miércoles nos levantamos temprano. Me puse algo cómodo y llené un pequeño trolling con mis cuatro cosas de valor sentimental. El chófer nos esperaba en la puerta y nos condujo hasta el aeropuerto. Hacía una mañana fresca, con algo de atasco. Embarcamos sorteando a las personas que hacían cola en la sala de espera, esa especie de chonera, mientras ellos nos miraban con no muy buena cara. El piloto encendió los motores y subimos al cielo. Me tomé un ron con limón servido por una amable azafata rubia para acompañar al Prozac, y rápidamente conseguí entrar en un sueño profundo del que me sacó David justo antes de aterrizar en Halle.

Salimos los primeros del avión. Tras las puertas de seguridad nos esperaba un chófer con un cartel en el que rezaban nuestros apellidos. Nos saludó servicial pero evidentemente falso, parloteaba un español sin “erres”. Arrancó el coche y comenzamos a atravesar autopistas bajo un cielo plomizo. No llegamos a entrar a Leipzig, nos desviamos hacia el este. .

- Verás lo bien que vamos a estar, cariño.
- ¿Y el alemán, qué?
- Si es bajito y se deja, cariño, jajaja. No te preocupes, ya te he dicho que vamos a instalarnos en la que llaman la zona de los españoles, dentro de esa parte de la urbanización no hay más que gente hispanoparlante que no controla el alemán, no hay por qué relacionarse con los cabeza de patata. Encajaremos perfectamente.  

Enseguida llegamos a la urba. Atravesamos dos barreras entre las que había una garita con dos tíos calvos con cara de perro dentro. Un laberinto de calles serpenteantes nos condujo hasta la puerta de un enorme chalet, los de alrededor también eran gigantescas construcciones modernas rodeadas de exuberante vegetación. Nos apeamos y el chófer se despidió. Abrimos la puerta y pudimos ver dos coches negros aparcados en la puerta del garaje.

- Vaya por Dios, les dije bien claro que no quería Audis, que sólo Mercedes, y mira, en toda la frente un A6. Qué desfachatez, y el otro es un BMW de los pequeños, esa mierda... me van a oír.
- David, no tiene importancia. Yo creo que ni lo voy a usar.
- Ya, pero las condiciones del nuevo contrato son las que son, si me pongo a transigir al final acabamos en una cochiquera.

amante9Entramos en la casa. Estaba decorada exactamente como la nuestra, los mismos muebles y electrodomésticos, incluso los mismos cuadros, los mismos sillones. Subimos a nuestro cuarto, abrí el armario y allí estaba la ropa, exactamente la que habíamos encargado que comprasen, los mismos zapatos, incluso en los cajones los mismos objetos prácticos, habían hecho realidad todos nuestros deseos y caprichos. Bajé a ver la piscina interior, y sí, allí estaba la máquina de nadar a contracorriente, una bici de spinning y diversos aparatos de musculación. Entré al pequeño water anexo a la piscina y hasta los azulejos eran iguales que en nuestra casa. Me senté satisfecha en la taza, me relajé, y conseguí hacer caca sin esfuerzo alguno. Al terminar estaba un poco mareada, me di la vuelta y vomité una pequeña cantidad de un líquido entre marrón y verde oscuro.

Pasé al salón de la planta baja, donde David descansaba tumbado en un sillón negro igual igual que el de nuestra casa mientras se tomaba un vaso con un líquido amarillento con burbujas.

- ¿Qué estás tomando, David? Quiero uno.
- Nada. Vamos a estar muy a gusto aquí, cariño. ¿Has visto el jardín? Te puedes perder en él. Y en la terracita cubierta se puede comer o cenar sin pasar frío alguno. Hace cinco bajo cero fuera, pero la temperatura aquí dentro he ordenado que sea de unos constantes veintiseis grados por el día y veintiuno por la noche.
- Y lo otro...
- Tranquila. Dentro de unos días estará todo montado. Han alquilado una antigua nave enorme en la Katharinstrase, una de las calles principales, y han prometido que montarían todo exactamente como en la otra exposición. Y aquí hay mucho dinero, cielo, seguro que encuentras compradores.
- Luego no irá nadie, nadie nos conoce...
- De eso también nos hemos encargado. Colgarán carteles por todo Leipzig, por Halle e incluso en Frankfurt y Berlín, tu exposición será un éxito. Y yo me encargaré personalmente de hacer un buzoneo por toda nuestra zona de la urbanización, para que venga toda la colonia española y sudamericana, y son todo gente de pasta, cariño....
- David, sé bueno y ponme una copa como la tuya, anda...
- No bebas.
- Pues hazme el amor...
- Estoy muy cansando del viaje, cariño.
- Házmelo como a ti te gusta si quieres, como tú prefieras, me es igual...
- De verdad, Conchi, no tienes bastante con nada. Lo siento, pero estoy fatigado.

Al día siguiente, David se incorporó al trabajo en nuestro nuevo país. Volvió muy contento por la noche, cuando yo ya estaba en la cama. El viernes se marchó a Praga, tenían que reestructurar personal y él era el hombre más adecuado para hacer rodar cabezas, siempre lo había sido. Regresó el sábado por la noche. El domingo descansamos casi todo el día en la piscina. El servicio que habían contratado era eficiente y silencioso, y los restaurantes nos servían una comida exquisita y variada. David se marchó el lunes a Berlín y luego tenía que pasar por Wroclaw y por Dresde. No volvió hasta el sábado siguiente por la tarde. El domingo descansamos de nuevo en la piscina. Salimos a desayunar a la terracita acristalada. Se podía ver el jardín contiguo, y nuestro vecino paseaba por él.

- Mira, ese es Jonás Aguirregomezcorta, el vecino, y ese es Óscar. Jonás es del consejo de administración de DHL, que tiene la sede central aquí. Me lo crucé al llegar ayer, en la puerta, le hablé de tu exposición, y me ha dicho que no faltará a la cita, y que se lo dirá a toda la gente que conoce de la zona.
- Llevamos un par de semanas aquí y apenas se ve a nadie por la urbanización, sólo coches que entran y salen de las casas.
- Pues como en casa...
- Sí, pero aquí hay un silencio aun mayor, debe ser por el frío. Sólo se escucha a lo lejos el rumor de la autopista.

amante6

Llegó el día de la exposición. Nos recogió un chófer que nos bajó a la ciudad. Entré a la sala. Estaba bastante llena. Unas camareras chinas con trajes ceñidos de licra paseaban en patines con cockteles que llevaban en bandejas de plata resplandecientes.

- David, no es muy adecuado lo de estas camareras, mi tema es la explotación de la mujer, choca un poco.
- Mira, no lo había pensado, pero a mi si me parece adecuado, mujeres explotadas marcando cuerpo en patines...
- Ya, pero la exposición es sobre la mujer africana...
- Bueno, un fallo lo tiene cualquiera, mañana llamo a la ETT y ponemos unas negras.

No entendía ni una palabra de lo que la gente hablaba, eran todo teutones altos y rubios con sus señoras de casi dos metros y aspecto de travestís. Allí no había españoles ni sudamericanos por ningún lado. Entonces vi aparecer a Jonás con Óscar por la puerta. David se acercó a Jonás y me hizo una seña para que me acercase.

- Cariño, Jonás y Óscar, viven en el chalet de al lado, ya te conté.
- Encantado, Conchi, a sus pies.
- Gracias por venir. Se agradece escuchar un poco de español, esta gente habla muy raro, y muy simpáticos tampoco parecen.
- Jajaja, son un poco cerrados de mollera, y a veces algo bruscos, viven en su propio planeta, pero son la locomotora de Europa, o eso se dice. Perdona, David, podrías conducirme al baño...
- Claro Jonás, ven por aquí.

David cogió a Jonás del brazo y al rato volvió sonriente.

- Muy majo este Jonás. Ha ido a empolvarse la nariz.
- David, lo que nos faltaba.
- Tranquila, ya sabes que yo no me meto de esas cosas. Oye, por cierto, el lunes me marcho a Minsk, hay problemas graves en la planta y es posible que la desmantelemos para enviarla a Bangladesh, los sindicatos bielorusos están incontrolables. No volveré hasta el viernes.
- David, estoy empezando a estresarme, esto se está convirtiendo otra vez en una cárcel.
- Conchi, ahora puedes bajar todos los días a la exposición si quieres y recibir al público.
- Sólo hablan alemán...
- Pues mañana te mando a un intérprete, ¿qué prefieres, hombre o mujer?

amante2David se marchó rumbo al este. No me apetecía mucho bajar a la ciudad. Desayunaba en la terracita. De vez en cuando veía a los vecinos pasear por su jardín. Pasaba las mañanas en la piscina interior nadando contracorriente y viendo la tele vía satélite. A mediodía pedía sushi, me tomaba tres o cuatro copas de vodka, y mezclado con el Prozac no tenía problemas para dormir la siesta, Luego nadaba otro poco y cenaba fruta, unos cóckteles y me dormía enseguida. Durante la mañana del jueves me puse un plumas y salí al jardín a hacer ejercicio. El silencio sólo se rompía por el sonido lejano de la autopista. Entonces escuché un ruido en el seto que nos separaba del chalet de al lado. Aparté los aligustres un poco, era Óscar. Jonás no estaba. Lo llamé. Me miró. Por un lateral atravesó el seto. Hice que me siguiera hasta la casa. Subimos la escalera. Me quité la ropa. Me puse a cuatro patas sobre la cama. Le hice los gestos pertinentes para que se subiese al colchón. Me penetró con fuerza agarrándose a mi cintura, rítmicamente, espasmódico. Me corrí y entonces él se vino dentro de mi con un gemido. Me puse el batín morado. Bajé por las escaleras para comprobar que no hubiese nadie del servicio merodeando. Llamé a Óscar, al que indiqué que saliera al jardín, y él sólo se introdujo por el mismo hueco por el que había entrado en nuestra casa para volver a la suya.

David llamó para decirme que no volvería hasta el sábado por la tarde. Cogí el Audi para bajar a la galería. Puse el GPS para no perderme. Eran las siete de la tarde. Las autopistas apenas tenían tráfico el viernes por la tarde, ni la circunvalación, y aquella preciosa ciudad tenía un aspecto fantasmagórico. Recorrí la Glosse Fleischer Strasse y la avenida Brühl, donde se situaban la mayoría de los restaurantes. Apenas había un alma. El termómetro marcaba nueve grados bajo cero fuera del coche. Aparqué en la puerta de la galería. Las puertas estaban cerradas a cal y canto. Regresé a casa. Paré en un Mcdonalds que había junto a la circunvalación. Estaban cerrando, pero puede pedir un macmenú para llevar. Me lo comí en el aparcamiento, dentro del coche. Cuando llegué al chalet entré al water y lo vomité, las patatas de plástico salían casi enteras de mi esófago. Luego me senté en la taza, hice pis y caca. Me desnudé completamente y bajé a la piscina interior. Enchufé la máquina de nadar a contracorriente. Hice quinientos metros a croll y cien a braza. Después me tomé un vodka con limón y media pastilla de Prozac y me metí en la cama.

Desperté a las doce del día siguiente. Me levanté. Me vestí. Desayuné un poco de sushi que había en la nevera. Salí al jardín, hacía un frío que pelaba. Escuché un ruido, era Óscar. David regresó por la tarde. Descansamos todo el domingo. Salimos a comer a un restaurante al centro donde David sabía que uno de los camareros era mexicano y podíamos entender algo. El lunes por la mañana David se levantó temprano y se marchó a Poznan, después iría a Gdansk, no volvería hasta el viernes. Estuve nadando y luego pedí a nuestra empleada filipina que hablaba español que me trajeran el sushi del restaurante, y fruta del Carrefour de la circunvalación. Al rato subí al comedor acristalado ella lo había servido todo colocado como si fuera un perfecto bodegón. Comí un poco. Luego nadé un rato a contracorriente hasta que me mareé y vomité.

amante4La semana transcurrió sin incidentes hasta el jueves. Todas las tardes salía al jardín a la misma hora y llamaba a Óscar, que me esperaba detrás del seto. El jueves lo busqué antes de comer. Comimos juntos, a él no le gustaba el pescado, así que pedí que le pusieran un chuletón de buey enorme poco hecho. Le encantó. Le dije a nuestra criada que podía tomarse un par de horas libres si quería, le di cien Euros como gratificación por su buena labor diaria. Ella se marchó dándome las gracias. Haciéndome reverencias. Subí con Óscar al dormitorio. Me desnudé, me puse a cuatro patas. Él me montó con más fuerza que nunca, culebreando incansable como una máquina, entonces yo me corrí y el eyaculó, pero algo raro noté. De repente el soltó un gemido al tratar de separarse de mi. No podía sacarla. Con todas mis fuerzas intenté que saliera su pene de mi vagina, pero no había manera, estaba como enganchado. Le daba culetazos, pero sólo provocaba dolor en ambos. Empecé a desesperarme, pasaban los minutos y no había forma de separarle de mi trasero. Me entraban sudores de pensar que la empleada podría volver y al escuchar gemir a Óscar entrase y nos pillara así. Vomité de puros nervios. Entonces abrí el primer cajón de la mesilla izquierda, la de David. Allí estaba, siempre la tenía allí. La cogí con mi mano derecha, la apunté por detrás de mi cuello sobre la cabeza de Óscar y apreté el gatillo. El balazo apartó el cuerpo de Óscar del mío en el acto, cayó al suelo. Me levanté aturdida, la sangre brotaba de su cabeza y estaba formando un charco. Me senté en la cama y lloré, pero no había tiempo que perder. Bajé a la cocina y saqué una bolsa de basura negra y grande de debajo del fregadero. Volví a la habitación. Con todas mis fuerzas moví el cuerpo sin vida de Óscar. Debía pesar unos treinta kilos, como una tele vieja. Lo metí en la bolsa y la cerré con un nudo fuerte. Soy pequeña, pero fuerte, así que me dije: “Conchi, hay que dar el todo por el todo”, y agarré en brazos el cuerpo embolsado, que estaba quedándose inerte, y lo bajé al garaje. Abrí el maletero del Audi y lo metí dentro. A continuación, cogí los utensilios de fregar de la filipina, subí al dormitorio y fregué a conciencia el charco de sangre. Hice la cama. Guardé la pistola. Esperé a que se hiciera de noche. La empleada aun no había vuelto. Salí de la urbanización a la autopista. Me desvié por una vía de servicio por la que no circulaba nadie y busqué un contenedor de basura. Cuando vi uno, paré el coche, abrí el maletero, saqué la bolsa, lancé el cuerpo dentro del contenedor y cerré la tapa.

Volví a casa a toda velocidad. Estaba con los nervios de punta. Bajé a la piscina y me hice unos cientos de metros. Luego pasé a la cocina y me comí unos trozos de sushi. Eran las diez de la noche y de la criada no había ni rastro. Me tomé tres blush de vodka, un Prozac entero y me metí en la cama.

David llamó para decir que no volvería hasta el sábado por la tarde. Hasta que no llegó, sobre las diez de la noche, apenas salí del dormitorio para nadar y poco más, casi ni comí. Pasamos el domingo descansando y viendo la tele. Me tranquilicé un poco. David me dijo que el lunes se iría a Kaunas, porque la producción había bajado mucho allí y tendrían que reducir por lo menos en doscientas personas la plantilla lituana. No volvería por lo menos hasta el jueves.

El miércoles me levanté tarde y me puse a desayunar algo de sushi en la terracita acristalada. De repente, vi salir a Jonás pasear por el jardín contiguo, y llevaba un nuevo acompañante. Bajé corriendo las escaleras y le llamé a través del seto. Nos dirigimos hasta el recodo por el que se podía cruzar, traspasé la vegetación y nos encontramos.

- Hola, Conchi, ¿qué tal estás?
- Pues muy bien, ¿cómo estás tú, Jonás?
- Te noto nerviosa....
- No, no pasa nada, un poco estresada...
- ¿Con la exposición, claro?
- Pues sí, es un mundo muy complicado el del arte...
- Pues yo estoy un poco fastidiado también.
- ¿Y eso?
- Pues que Óscar desapareció la semana pasada. No sé dónde ha podido ir. Llevábamos cuatro años juntos, era mi fiel compañero, mi dulce lazarillo, me ayudaba mucho. Y de repente no estaba en la casa, se había esfumado, estuve esperando que apareciera, pero nada, ha sido un duro golpe. Mira, te presento a mi nuevo compañero. También se llama Óscar, no he querido complicarme la existencia. Se parece mucho a él, sólo que parece ser que es negro, jaja.
- Una pena, Jonás, lo siento.
- Bueno, así es la vida. Ya he tenido unos cuantos compañeros, me he ido acostumbrando al cambio. En la Fundación son muy eficaces, en veinticuatro horas te envían uno nuevo. Sólo espero que al anterior no lo haya atropellado algún coche en la carretera, o esté vagabundeando por ahí hambriento. En fin.
- No te preocupes, trata de recordarlo con cariño, dicen que vives mientras alguien te recuerda.
- Ya... pero era tan...
- Ya.

amante11David sí que volvió aquel viernes por la tarde. Bajamos a la galería y resulta que vi que se había vendido un cuadro de mi exposición, el más caro, setenta y ocho mil Euros, un abstracto completamente negro de cuatro por tres metros con un mancha roja en el centro que me representaba a mi. David me miró con cara de cordero degollado.

- David...
- Sí, lo he comprado yo, cielo. He pensado que así atraeríamos clientes, dinero llama a dinero, cariño.
- Vete a la mierda, David....
- Esta semana me quedaré en casa. Por cierto, Manuel va a venir a la ciudad, se pasará a visitarnos el miércoles, prepararé una fiestecita en el centro para él, si quieres puedes venirte.
- No me gustan esas fiestas, David.....
- Te presentaré gente, cariño.
- No me va esa “gente”, David....
- Llama tú a Pelayo, invítale a pasar unos días.... Oye, por cierto, ¿qué has hecho con la pistola? Faltaba una bala....

Presentamos el montaje de mi exposición a la Bienal de Bremen y a la Muestra de Arte de la Mujer de Dresde. En Bremen conseguí una mención honorífica, sin dotación económica, y en Dresde el tercer accésit del apartado “Nuevas voces femeninas”, también sin dotación económica, pero que te aseguraba colgar un cuadro durante seis meses en su colección temporal itinerante. Cuando ese plazo de tiempo se iba a acabar y debíamos pasar a recoger el cuadro, me llamaron para decirme que se había vendido por el precio estipulado, setenta y cinco mil Euros. David me miró con cara de cordero degollado y se disculpó, como siempre. Subí al wáter. Hice caca, unos finos hilillos oscuros como chapapote, me limpié el ano con un kleenex, me di media vuelta y vomité una especie de masa blanca y verde. No apunté bien, cayó un poco fuera de la taza. Cuando terminé nadé quinientos metros a croll.


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Rock this town

No recuerdo qué día de la semana era, sólo que fue a principios de abril. Me despertó el insufrible timbre del teléfono a la una del mediodía. Salté de la cama con la boca seca como una alpargata vieja; la cabeza me daba vueltas como si viajara en una máquina centrifugadora del tiempo y casi me caigo al suelo a causa de un repentino mareo. Ataviado sólo con unos raídos gayumbos del Alcampo muy poco a la moda salí al pasillo y descolgué aquel teléfono que echaba chispas. Al otro lado del auricular una nerviosa voz, rasposa y jadeante, esperaba con ansiedad mi respuesta:

- Síiiiiiii????????????….
- Hola tío, ¿has leído el periódico? Se ha muerto Kurt Cobain. Tío, me he quedado helado cuando lo he leído, dicen que se ha suicidado, que se ha pegado un tiro, no me lo puedo creer tío…
- Pues creételo, coño, pero no hables tan a gritos o me desmayaré…
- Me he quedado helado tío, helado…
- Pues deshiélate. Joder, yo estoy hecho una puta braga, me voy a morir también, como el Kurt, vaya jodida resaca que tengo, cago en Dios…
- Si potas hazlo para otro lado, no me manches. ¿Estuviste ayer con el cabrón del Cule?
- Sí, al salir de clase. Menos mal que tú te fuiste a buscar a Mamen, hiciste buena elección para tu salud. Estuvimos hasta las cuatro y media por los bares de Moncloa, de lo sucedido después tengo una nebulosa mental y acabo de despertarme en mi cama, no sé cómo coño he llegado hasta aquí, pero de algún modo regresé a mi puta casa…Pufff, tengo unas ganas de potar tremendas, me he contenido de hacer el volcán en la cama varias veces…
-Joder, qué puto asco das, ¿Y El Cule?
- Pues no sé, tío, en algún momento de la noche el hijo de puta despareció, como hace siempre, creo que cogió un taxi que pasaba y me dejó despidiéndose a la francesa.
- Pues yo le he llamado a su casa y no ha aparecido todavía.
- No te preocupes, hoy curraba, seguro que cuando me dejó se marchó al puticlub y luego ha empalmado con el trabajo, se iría directamente al bar sin pasar por su puta casa, ya sabes cómo es el cabrón.
- No creo que las negras le hayan dejado quedarse más que una hora en la cama, hora y cuarto como mucho, a esa hora están petadas de clientela y al bar no entra hasta las ocho.
- Pues habrá hecho tiempo por la calle, no sé.
- Espero que aparezca hoy por clase, tiene que traerme el trabajo que le dejé de Gótico y mañana es la fecha límite para entregárselo a la puta de La Coja, me cago en la puta madre que la parió.
- Si no se lo damos mañana no creo que ya nos lo coja la puta Coja, nos tiene un asco que no nos puede ni ver. Jeje, espero que el Cule no lo haya copiado al pié de la letra, como hace siempre, porque como note que son iguales el tuyo y el suyo te veo en septiembre o matriculándotela otra vez el año que viene.
- No me fío de ese cabrón, es capaz de todo, luego sube al despacho de la tía como otras veces y se pone a llorar pidiendo y yo me tengo que aguantar la puta risa en su cara. Y el hijo de puta sale partiéndose el rabo porque le han creído las súplicas y se fuma un porro tan campante, pero a mí me hace pasar el acojone por su culpa como siempre. Hijo de puta.


El Cule, el Míguel y yo compartíamos equipo de fútbol en la liga de la universidad, Los Mascarrajas. El Cule era un enano cabrón con gran toque de balón, un experto en el uno contra uno. Yo ostentaba el record de expulsión más rápida en la historia del torneo. En un duelo contra nuestros eternos rivales, Los Discípulos de Sodoma, tras el saque de centro inicial  recibí el balón y un bigardo garrulo de aquella infame escuadra futbolera intentó quitármelo dándome una patada. El esférico salió fuera de banda. Efectué el saque manual entregándole el balón a sus pies, me miró sorprendido ante tal regalo, pero tras recibirlo me abalancé sobre él a ras de suelo y lo derribé con un barrido estilo Bruce Lee en “El furor del dragón”. Sólo habían transcurrido treinta segundos de juego. El árbitro me expulsó y salió corriendo del campo. El Cule salió tras él pero no pudo darle caza. El tipo al que yo había lesionado se retorcía sobre el suelo, mientras a uno de sus compañeros otros tres tíos le sujetaban como niñas para que no intentase partirme la cara. Aquel campeonato conseguimos clasificarnos entre los cuatro primeros para jugar el play-off final. En la primera eliminatoria quedamos emparejados con el equipo de los chicos que dirigían el club deportivo de nuestra facultad. Nos frotamos las manos, demasiado bonito para ser cierto, nos caían como el puto culo, teníamos unas ganas tremendas de matarlos. Eran las tres de la tarde de un jueves del mes de mayo, y saltamos a la cancha como barracudas oliendo la sangre de una presa. Las primeras dos entradas fueron asesinas. A los cinco minutos El Miguel marcó un golazo desde fuera del área y lo celebramos haciendo gestos obscenos con nuestras entrepiernas a los suplentes del equipo contrario. Faltando tres minutos para el descanso El Cule se enciscó con uno que le había robado el balón, le persiguió por la banda y le pegó una hostia tremenda por detrás haciéndole añicos el peroné. El chaval estuvo tres meses escayolado. El Cule fue expulsado, tuvimos que sujetarle entre cuatro para que no currase al árbitro y en la segunda parte nos metieron cinco chicharros como cinco putos soles. Se nos quedó cara de gilipollas y esa noche nadie folló con ninguna animadora, en realidad no teníamos animadoras.

Nuestras existencias mundanas no eran edificantes. Vivíamos la mitad del tiempo en el bar de la Facultad y durante la otra mitad de nuestro periodo de formación  universitaria era preferible que no entrásemos a clase, porque dentro no parábamos de hablar, de molestar y de amenazar de muerte a los alumnos que se sentaban en las primeras filas cuando nos chistaban para que callásemos las sucias bocas. Nadie que no fuera de nuestro grupito era capaz de mirarnos a la cara, ya fuera por miedo o por puro asco. Sorprendentemente no suspendí ningún examen durante los cinco años que permanecí en aquel lugar, con el mérito añadido de que nunca estudié más de diez minutos seguidos ninguna asignatura; era una carrera de mentira, inventada para tenernos ocupados un rato, para que las niñas listas se hicieran las sensibles y con el mísero objetivo de que algunos estudiosos de la nada ganasen un alto jornal. Asistíamos a clase borrachos o fumados, nos reíamos a carcajadas en sus caras y no eran capaces ni de afearnos la conducta. En el fondo, el resto de alumnos y profesores eran tan patéticos como nosotros mismos; aunque de forma diferente, todos éramos la misma masa mierdera de chulos y pedantes.

Al Cule le quedaban tres asignaturas para terminar la puta carrera. Como no estudiaba absolutamente nada, tenía el cerebro de mosquito y consumía más alcohol y drogas que los cinco Rolling Stones juntos, parecía imposible que fuera capaz de licenciarse. A Latín de primero, en la que ya iba por la quinta convocatoria, me presenté por él. Sudé mucho durante aquellas dos horas haciendo un examen entre un grupo de personas que sabían perfectamente que yo estaba cometiendo un delito de suplantación de personalidad; me observaban de reojo, pero nadie dijo esta boca es mía. Al segundo parcial de Románico, la única asignatura en la que una vez iniciado el examen no te dejaban a la gente salir del aula hasta que finalizase y te miraban el DNI, El Cule acudió con un auricular colocado bajo las greñas de la oreja derecha mientras nosotros, escondidos en el Citröen AX  del Miguel al otro lado de la ventana, le dictábamos las respuestas mediante un Walkie Talkie. Tras todos aquellos desaguisados a tan inútil personaje sólo le quedaba un obstáculo para concluir la licenciatura: la asignatura de Estética, impartida por el malparido y caradura catedrático Chueca Cromales. El Cule volvió a jugar con fuego al no mirarse los apuntes ni por el forro antes del examen, y en la lista final su calificación fue de un cuatro pelado, suspenso en toda regla. El día de la revisión subimos los tres a la planta 11, donde se encontraba su despacho del señor Chueca. Yo me quedé fuera mirando por una ventana desde la que se divisaba la sierra de Madrid, refulgente desde aquellas alturas de Cuidad Universitaria. A la izquierda, se podía ver también el Palacio de la Moncloa, donde por aquel entonces Felipe González se dedicaba jugar al billar con sus amigotes, a plantar bonsáis y a hundir al país en la crisis económica de principios de los noventa. El Miguel y El Cule salieron al cuarto de hora del despacho. El interfecto suspendedor se limpiaba los ojos, empapados por el llanto, con un pañuelo de tela sobre el que se dibujaban sus iniciales en letras mayúsculas: JC. Mediante el típico gesto de golpearse el canto de una mano con la palma de la otra me encomendaron a darnos el piro. Nos encaminamos a las escaleras y, en pleno descenso desde las alturas del edificio “Caja de cerillas”, comenzaron a partirse el culo de risa. El Míguel relataba jocoso: “tío, qué historia le ha contado al Chueca. El hijo de puta le ha dicho que para presentarse a las oposiciones para Policía Nacional tenía que tener hasta tercero de la licenciatura, que para ello sólo le faltaba por aprobar su asignatura, que aquel suspenso le iba a joder la vida y que sus padres le iban a matar, incluso ha insinuado que iba a suicidarse, que había comprado cinco cajas de Optalidones para tragárselos todos mezclados con whisky. ¿Cómo se puede tener tanto morro? De repente el cabrón se ha puesto a llorar como una magdalena y el tipo le ha dicho que no se preocupara, que le subía la nota a un cinco, que estuviera tranquilo, increíble…” . Increíble pero cierto. Aquel tipo subhumano, el que poco tiempo más tarde fue nombrado por el consejo de ministros director del Museo del Prado, ese gordo sapientísimo con cara de estreñido cuyas clases sonaban a puro paripé y a absoluta tomadura de pelo colectiva, aquella bola de sebo escondía debajo de su capa insulsa superficial  a una buena persona (al mismo tiempo que a un crédulo gilipollas). Llegamos al bar y El Cule se prestó a invitar. Al rato llegó nuestro amigo Nacho Capillas, apodado “Norm Petterson” a causa de su incipiente alcoholismo. Nos bebimos cinco minis para celebrarlo y Norm se quedó después con otra gente para beberse tres o cuatro más. Hace un par de años me enteré que Norm había muerto de un ataque al corazón corriendo la San Silvestre Vallecana.

Kurt Cobain se había pegado dos tiros para no tener que soportar nunca más a la zorra hija de la gran puta de Courtney Love. Fue una decisión a todas luces acertada. El Míguel se hacía pajas viendo el video en el que la viuda de Cobain cantaba “Celebrity skin” mientras se sacaba las tetas del vestido. El Cule siguió trabajando en el bar de su cuñado y frecuentando en compañía de su colega El Samba el puticlub de las negras, que luego fueron sustituídas por ecuatorianas pasadas de kilos en las nalgas y finalmente por chinas enanas amarillentas. El Míguel estuvo saliendo cuatro años con Mamen y lo dejaron después de que él se enteró que ella se estaba trajinando al mismo tiempo a un profesor y a varios alumnos de la facultad de filosofía. El Cule se parecía a Lee Rocker, ahora está calvo. A principios del siglo XXI montó un bar a medias con El Samba, pero a los seis meses dio de quiebra  porque ambos metían mano a la caja; tuvo que volver a currar, con las orejas gachas, en el garito de su cuñado. El Míguel conduce desde hace lustros un taxi a medias con otro tipo, explota la noche de los viernes y el resto de semana las mañanas; libra los miércoles, durante los que pilota el pelas de un viejo que ese día acude a diálisis.

- Te voy a dejar tío, la cabeza me da vueltas. ¿Te vas a pasar luego a la salida por el bar?
– No lo sé tío, igual un rato si me escapo de la clase de La Coja. Pero luego he quedado con Mamen, mis padres están en Galicia y hay que aprovechar…
- pa folgar…
- Uno que puede…Ten cuidado no manches de devuelto toda la alfombra de tu madre como el otro día, jeje.
- Que te den por el miguelito, Miguelito…(clonc, pi, pi, pi, pi)

………………………………………………………………………….

<<Brandy oxidado en un vaso de diamante.
Todo parece estar hecho de sueños.
El tiempo está hecho de miel, poco a poco, dulcemente.
Tan sólo los tontos saben qué significa.
Tentación, tentación, tentación.
Oh, tentación, tentación. No puedo resistirlo.
Sé que ella está hecha de humo.
Pero he perdido  mi camino.
Sabe que estoy sin un duro.
Así que tengo que jugar.
Tentación, tentación, tentación.
Oh, tentación, tentación. No puedo resistirlo.
Rosa holandés y azul italiano.
Está esperándote allí.
Mi voluntad ha desaparecido.
Ahora mi confusión, está muy clara.
Tentación, tentación, tentación.
Ohhh, tentación, tentación.
No puedo resistirlo.>> (Tom Waits)


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