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¡Este ramen está saladísimo!

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Cuando llegas a una nueva ciudad, en ocasiones es difícil encontrar el lugar adecuado para hacer una pausa. Creo que, a medida que viajas, se desarrolla un instinto para encontrar estos tesoros.

Me bajé del autobús en la estación del mercado central con la extraña sensación de que estaba en una ciudad de otro país porque desde el aeropuerto estaba rodeada de extranjeros. Supongo que éste es el ritmo normal de una ciudad turística, aunque para mí, viniendo del interior, siempre me sorprende.

El primer paseo con las maletas hasta que encuentras el hotel es siempre uno de los momentos más incómodos y cansados del viaje. Por ello agudicé el ingenio para poder deshacerme cuanto antes de aquel equipaje y su peso extra.

Iba buscando un hotel pero las luces de una nueva ciudad siempre atraen y cautivan. Además, teniendo en cuenta la hora y el hecho de que empezaba a tener hambre, también puse atención en los locales de tapeo, raciones, restaurantes.

Las luces eran de colores. Se trataba de bares de copas. Parecía la zona de marcha nocturna. "¿Podré dormir esa noche?" me pregunté. Encontré un par de bares de toda la vida, una buena opción.

ramen2De repente me sorprendió un local haciendo esquina con unas luces cálidas acogedoras. No tenía carteles en la puerta, ni carta de menús, por lo que no sabía exactamente si sería un bar o se trataba de un restaurante. Como tenía que cruzar la calle y llevaba la maleta, me guardé el sitio y decidí investigar más tarde.

Una vez resuelto el tema logístico, volví a aquel rincón. Paseé despacio desde la acera de enfrente, crucé y miré por las ventanas. Tenía las mesas preparadas para grupos, era un restaurante. Tenía la idea de comer algo de picoteo y no estaba segura de querer cenar en el sentido formal de la palabra. A fin de cuentas, cenar sólo en un restaurante no deja de ser un tanto melancólico.

Sin embargo, algo me llamó la atención de aquel local. Al fondo se descubría la cocina, visible completamente, brillante y reluciente, y, enfrente, la barra con asientos colocada al más puro estilo japonés. Aparentemente no era un restaurante oriental. Los cocineros eran españoles y la decoración minimalista al estilo occidental, pero como la curiosidad mató al gato, decidí entrar.

El restaurante estaba completo. Miré de nuevo la barra y vi un hueco doble libre en la esquina, al lado de una pareja. "¡El sitio perfecto!"

El menú estaba minuciosamente cuidado para ofrecer una propuesta de comida fusión. Tras las recomendaciones del chef, que directamente atendía a los comensales en la barra, probé unos platos exquisitos. Sin embargo, lo que más destacaría es la delicadeza en la preparación de cada uno, como si de una obra de arte se tratase. Especialmente en el momento en el que llegué, que era el pico de salida de los platos, los cocineros estaban concentrados y enfocados en su ejecución. Realmente, cuando te presentan un plato en la mesa, es muy difícil valorar el esmero que lleva detrás.

La pareja que estaba a mi lado conocía a los camareros y se dirigía a los chefs por su nombre, hecho que se repitió con varios de los comensales cuando se despidieron a su salida, por lo que deduje que era un sitio que se había abierto recientemente.

De repente, ocurrió un hecho totalmente improbable para mí. La camarera trajo de vuelta un plato de ramen pues un cliente se había quejado porque estaba saladísimo.

El chef lo miró, lo probó y por su gesto no entendía por qué lo habían devuelvo. La verdad es que la preparación de este plato anteriormente no me había llamado especialmente la atención. De hecho, lo que más interés me suscitó fue lo que ocurrió después, ya que pude contemplar un milagro, la ejecución de una verdadera obra de arte.

ramen3El cocinero que había preparado el plato anteriormente pidió tranquilamente a sus compañeros que le dejaran un tiempo sin sacar ningún otro plato. A partir de ahí limpió su área de trabajo minuciosamente y comenzó a preparar el plato de nuevo, con un esmero, si cabe, mayor que el que había puesto en todos los platos anteriores. Probó el caldo base del que partía, y se aseguró con todo detalle de que la cocción de la pasta y las verduras estaba en el punto perfecto de sal, cerciorándose constantemente. Pidió una segunda valoración a su compañero a lo largo del proceso, y con una serenidad y cariño pasmosos, preparó de nuevo el plato.

Cuando me fui se interesaron por preguntarme qué me había parecido. Por lo que pude entender, se trataba de un restaurante que había abierto hacía 4 días y era su primer fin de semana en funcionamiento, por lo que para este tirón inicial tiraron de los conocidos para completar el aforo y mi llegada era imprevista.

Sinceramente, desconozco los antecedentes de este equipo, pero estoy segura de que se han adentrado en esta locura empresarial porque tienen la confianza de que saben lo que están haciendo y que haciendo las cosas con cuidado y dedicación tienen la capacidad para triunfar.

En esta sociedad de la robotización y la impersonalidad, cada día es más difícil entrar en contacto con personas que entregan y comparten su corazón en lo que hacen, sea cual sea su profesión.

¡Mucha suerte en vuestro proyecto y que aproveche!

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Punto de partida (Reflejo en el tren II)

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No acostumbro a entrar en lugares vacíos, siempre permanezco rodeado de gente. Allí donde vaya, me siento atraído por la multitud. Disolverme en la masa como un azucarillo en el café ha sido hasta ahora una constante en mi vida. Hoy me subo al que espero sea mi último tren, el que me lleve de regreso al origen. Estoy cansado, me pesa hasta el alma. Hoy necesito paz, silencio, cosas hasta ahora desconocidas para mí.
                                                                                                           
El casi anciano revisor me guía hasta mi compartimento. Cuando abre la puerta, aparecen dos jóvenes en su interior a la vez que un fétido aroma toma por asalto mi desprevenida nariz. Uno de ellos, gordito y barbudo, con una gorra rapera, descalzo y absolutamente despreocupado, bucea absorto en su portátil. Podría parecer español pero no, es un producto occidentalizado del país. El otro simula ignorarlo mientras escribe algo nervioso en su ordenador. Bien afeitado, con traje, éste sí diría que es español y la intuición me dice que ambos practicamos el mismo oficio. Permanecen el uno frente al otro en un ambiente de disimulada desconfianza. Ni siquiera se han dado cuenta de nuestra presencia. Miro al revisor de soslayo por unos segundos y me entiende perfectamente. Cosas buenas de este país. Una buena propina hace el resto.
punto2El venerable funcionario ha tenido a bien acomodarme en un solitario compartimento sin posibilidad de invasión durante el trayecto; ¡Dios se lo pague!. Abandono mi vieja maleta de cuero sobre el asiento y sobre ella deposito con delicadeza mi sombrero panameño. Echo una mirada a través de la sucia ventana. Está anocheciendo y el tren comienza a rodar. La dorada luz del atardecer tiñe de ocre las lejanas cumbres del Atlas. Siento el impulso de deslizar la ventana y respirar una vez más los ricos aromas que inundan los campos de este país. Inspiro el aire cargado de jazmín, especias, cuero... me relajo; Tengo sed de silencio, de introspección, de reposo y de conocimiento del verdadero ser que subyace en mi persona.

Peino canas, mañana cumpliré 55 años. A lo largo de mi agitada vida, de aquí para allá, he sentido miedo muchas veces. No es algo malo ni bueno. Hay que aprender a entenderlo, saber llevarlo y no dejar que te condicione y paralice. Pero no puedes ser tan ingenuo como para no tenerlo en cuenta. En realidad está ahí para ayudarte, forma parte de tu naturaleza. Su exceso o su falta te matarán igualmente. Ese punto medio, tan deseable y no tan fácilmente alcanzable, es lo óptimo. El miedo vuelve a las personas peligrosas, nos hace peligrosos y nos mueve ver a los demás como tales.

Me encantaba mi profesión y la posibilidad que me ofrecía de llevar una vida nómada, de aquí para allá, en constante cambio; consumir lugares, nuevas experiencias y personas (nunca llegas a conocer a nadie en realidad; al fin y al cabo, hablar con extraños no te compromete). Puro coleccionismo. Sin saberlo, te buscas a ti mismo o simplemente no te aceptas. Caminar sin rumbo en un bucle fatal, la búsqueda constante como droga cuando dentro se tiene miedo de no encontrar nada, donde la incógnita real somos nosotros.
punto3Pero a veces llega a tu vida, por sorpresa, un punto de inflexión. No sé cómo llegué hasta allí, en medio del desierto, en la absoluta soledad de la nada, sentado en una alfombra en el interior de una jaima frente a aquel viejo beduino que sin inmutarse no dejaba de prestarme atención. Hablé durante horas mientras me sirvió té. Me ofreció dulces y fumó en su cachimba sin dejar de mirarme. Era inquietante y un tanto surrealista. Trataba de venderle una de nuestras modernas bombas potabilizadoras de energía solar a un hombre que llevaba 70 años viviendo felizmente sin ello. Terminé sin darme cuenta hablándole de mi vida, mis creencias, esperanzas y desvelos. Él no dejo de mirarme. En realidad no me escuchaba. Escudriñaba en el interior de mi ser a través de mis gestos, ojos, palabras, silencios... no le interesaba mi máquina sino yo.

Se nos hizo de noche. Viéndome agotado dijo: “no podemos acercarlo al poblado. Puede dormir aquí. Mañana le daré una respuesta”.

Me había quedado dormido sobre la alfombra. Con la espalda dolorida me incorporé y lo encontré sentado donde lo dejé, sobre su puf, mirándome de manera profunda e inquietante mientras me ofrecía té. Comenzó a hablar de manera lenta y penetrante, un tanto lapidaria:

“Todo el mundo que yo he conocido está en este desierto. Ni siquiera conozco el mar. No he visto con mis ojos todos esos lugares de los que me hablas ni he vivido esas experiencias tan cautivadoras. Mi vida han sido las cabras, la anciana mujer que ves, el sustento diario, mi tribu, mis hijos... aparentemente muy sencilla, a tus ojos, probablemente insulsa y anodina, poco gratificante. Sin embargo, mi jaima ha sido el lugar de todo aquél que ha querido conversar. Cientos de hombres han pasado por aquí a compartir su vida al igual que tú lo has hecho. No he dejado de escuchar con atención, meditar, leer y tratar de comprender a través de lo cotidiano y cercano, pero abierto al mundo que otros traían a mi casa. Yo veo en ti el mal de muchos hombres que cabalgan a lomos del viento. Es el miedo a asomarte a tu interior, al vacío, lo que te hace buscar fuera una y otra vez. Persigues, como los niños, globos de infinitos colores, cada cuál te parece más hermoso e interesante que el anterior, pero todos son globos. No hay ningún misterio. Es sencillo, el enigma está en ti. Tú eres tierra. Si permaneces en el aire, junto al vendaval, acabarás disipándote, esparciéndote y nunca hallarás descanso. Busca el agua que te riegue y haga germinar la semilla que llevas en tu interior. Piensa que nada florece en el huracán. Regresa al origen, indaga qué fue lo que te impulsó fuera, enfréntate a ello, obsérvate y toma conciencia de tu realidad... y, por cierto: no me interesa tu máquina.”

Khaled Al-Sirah, nómada del Sáhara, amigo y padre. Doce meses me quedé en su casa. Supongo que habré perdido mi trabajo y mi gente me dará por desaparecido. Recostado en el asiento, admirando el cielo limpio y plagado de estrellas, mecido por el lento traqueteo del tren y con una leve sonrisa de complicidad conmigo mismo pienso: “aún estoy a tiempo”.

Mike Von Ritter.

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Reflejo en el tren

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No acostumbro a entrar a lugares vacíos. Me siento cómodo en mi soledad colectiva, universal y generalizada, indiferente e inadvertida.
Asiento 25, compartimento 2, vagón 1. En este caso he optado por la intimidad. Los viajes traen consigo un tintineo constante, una serenidad ruidosa. Tan sólo tengo la  oportunidad de elegirlo de forma ocasional. El tren siempre tiene un tinte melancólico en mi vida.

Hace un rato que ha pasado el revisor. Internamente tenía la esperanza de que me tocara viajar solo en el vagón pero, sin embargo, en el último momento llegó un chico muy apresurado, que trajo como compañero un ente que mi nariz no dejó de percibir durante todo el viaje.

Comienza a anochecer a medida que salimos de la ciudad. Cuando parecía que ya me había acostumbrado, el nuevo compañero de viaje se quita las zapatillas y se sienta en posición de descanso. Su olor corporal se envalentona.

reflejo2Rostro calmado, mirada sencilla. De complexión ligeramente regordeta, gorra rapera,  con barba morena y larga. Una vida más. En un primer golpe de vista no destaca por feo ni guapo,  listo ni tonto, bueno ni malo. Incluso se me había pasado por la cabeza que también fuera un turista español que estuviera de ruta hacia el Atlas, en razón de la mochila que traía, pero pronto se puso a hablar por teléfono en el idioma de Al-Allah.

La iluminación de las vías en las estaciones de paso no deja ver mucho más sobre el horizonte. De repente comienza a rebuscar entre sus cosas desperdigadas sobre la mochila para sacar un Mac sin funda, una bolsa de frutos secos y un móvil unido a otro aparato que parecía ser una batería externa.

¿Qué es lo que hace que una persona se convierta en peligrosa?

Según pasa el tiempo me voy forjando en el oficio de mentira sutil, de la explicación condicionada y el juicio subjetivo. A medida que aparecen pruebas convincentes se desata un proceso interno opuesto para la desestimación de las mismas, que lleva consigo una desesperación por llegar a una mínima conclusión.

A primera vista no lo catalogaría de peligroso puesto que es una persona más en su entorno habitual, pero no estoy seguro de sí tendría el mismo juicio viviendo la misma situación en un país cristianizado.

¿Cuánto tiempo necesitas pasar con una persona para conocerla realmente?

Teniendo en cuenta este preciso momento, un minuto podría ser indiferente y descartado, inexistente. Y sin embargo, en cualquier momento podría decirle que quitara el aire acondicionado, o podría compartir los frutos secos conmigo, o podría pasar cualquier cosa sin importancia que diera pie a una conversación trascendental cuyo recuerdo pasaría a ser atemporal, eterno.

¡Cuántas conversaciones mantenidas con desconocidos me vienen a la mente! Por extraño que parezca, el hombre por naturaleza es sociable, pero tiende a compartir sus puntos de vista desde el más absoluto anonimato. Difícilmente te vas a sentir juzgado por alguien que acabas de conocer pero al mismo tiempo es revelador hacer partícipe a otra persona de tus pensamientos más íntimos para que cobren vida por sí mismos. Si no se compartieran, bien pudiera tratarse de una alucinación transitoria, un sueño que nunca hubiera ocurrido.

¿Qué es lo que más me intriga, su vida o la mía misma?

Desde el otro lado de su pantalla, el chico probablemente me está mirando de reojo, pero yo apenas lo percibo porque estoy demasiado concentrado escribiendo estas líneas. ¿Acaso él no se preguntará, con más curiosidad incluso, qué es lo que yo estoy escribiendo con tanto énfasis?

reflejo3¿De dónde vienes y a dónde vas?

No hay nada más frustrante que el miedo a empezar por no saber cómo va a terminar. Poco importa el destino realmente una vez se ha comenzado el camino.

Su tono relajado y despreocupado me hace pensar que este viaje para él es un retorno a su entorno más cercano, su lugar de partida.

Tarde o temprano y después de constantes incursiones al mundo abierto ambos llegaremos a ese lugar sin nombre propio que estábamos buscando, consciente o inconscientemente: vivir experiencias intensas con nueva compañía, entorno de trabajo agradable, encontrar a esa persona con la quien formar una familia, descubrir nuevas  aficiones o intereses.

Precisamente la búsqueda constante de este destino que no se llama Casablanca ni Rabat, Marrakesh ni Madrid, es lo que me hace estar hoy aquí.

He decidido montarme en este tren sin conocer el punto real de llegada puesto que no se acaba esta noche. A veces el argumento más simple es el más convincente. Era el último tren del día y ya había pasado demasiado tiempo en la ciudad de la que provengo.  

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