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Cruce hacia mi destino

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No me gusta conducir. Voy recorriendo las calles de la ciudad entre semáforos y farolas, bajo la lluvia, sin un camino fijo pero con ganas de llegar al hotel. Hace frío y estoy cansado después del largo día de trabajo.

Sé que tengo que salir de la ciudad y buscar el cartel de “todas direcciones”, pero no puedo ir lo suficientemente lento como para leer bien la información. Las luces del coche de atrás están demasiado cerca y hay mucho tráfico. No puedo girar a la derecha en este cruce por lo que, sin querer, lo dejo pasar, me alejo y espero a que el GPS vuelva a recalcular.

Recuerdo una de las primeras veces que me tocó conducir fuera de casa. En aquella ocasión estaba en Alemania haciendo visitas con mi jefa ganándome el puesto de trabajo y entramos en un bucle. Literal. Yo acababa de empezar a trabajar y Concha venía a hacer seguimiento conmigo.

Los viajes solos como el de hoy se me hacen por lo general monótonos, más pesados, tengo tiempo hasta de cansarme de mí mismo. Aunque cierto es que hay veces que es mejor estar solo que mal acompañado.

cruce2En aquella ocasión también iba siguiendo las instrucciones del GPS. Indicó girar a la derecha y ahí sí que pude hacerle caso. En el momento en el que me quise dar cuenta, comenzó a recalcular. Hay veces que estos aparatos se vuelven locos. ¡Cuando no es por uno, es por el otro! En fin, di media vuelta y, cuando conseguí incorporarme de nuevo a la autopista, esta vez le presté toda mi atención para no volver a equivocarme en el cruce.

- En la próxima salida, gire a la derecha...-dijo la voz electrónica en un perfecto castellano-.

En esta ocasión no había duda. Giré a la derecha y deslicé la vista hacia la pantalla para asegurarme de que era ése el camino con un gesto de satisfacción.

- Recalculando, por favor espere... -susurra el pasajero invisible-.

Nos habíamos entretenido en exceso en la visita anterior y no teníamos mucho tiempo.

Además, los alemanes exigen puntualidad extrema. El sudor hacía que me resbalaran las manos sobre el volante. Esto no pintaba bien.

Interrumpiendo mi sentimiento de preocupación, Concha suelta un resoplido y estalla un incómodo silencio. Llevaba un rato intentando escribir un e-mail en la minúscula pantalla de su blackberry, el invento revolucionario de la época, y no había prestado atención al camino.

Mi corazón empezó súbitamente a palpitar con fuerza.

- <<¡Piensa Asier, piensa! !Cómo te has podido volver a equivocar!>>

cruce5La información del GPS estaba clara, por la voz y en el plano; la indicación en la carretera también, entonces... Un momento, el cartel informativo que acabábamos de dejar atrás. Quería recordar que tenía dos flechas que marcaban desviación a la derecha. ¡Eso es! Tenía que salir en la segunda desviación. Vuelta a empezar.

En las autopistas alemanas es habitual encontrarse dos vías de salida en cada cruce. Inconscientemente, respiré con alivio aunque el corazón seguía latiendo a la misma velocidad. Cada vez estábamos más cerca de la hora de la reunión y todavía seguíamos en ese embrollo.

Por fin, llegamos de nuevo al punto del mismo cruce. Esta vez tomé la primera salida con decisión. Mantuve la velocidad, puesto que no debía reducir para entrar en el lazo circular como en las veces anteriores.

- Pero, ¿qué se supone que haces? ¡Gira a la derecha, ya! -la voz de mi copiloto resurgió firme y concluyente-.

Pegué un frenazo en seco ipso facto. Sentí cómo el corazón se me salió del cuerpo, rebotó en el volante y volvió a mi ser. No podía girar a la derecha porque ya había tomado dos veces ese camino y sabía a ciencia cierta que no era el adecuado. Sin embargo, no tenía la certeza de que la siguiente salida fuese la adecuada. Y pese a que tenía un par de ojos en la nuca mirándome sin pestañear y mi mente estaba bloqueada, el coche seguía acercándose al cruce por su inercia propia.

¿Cuántas veces la vida nos sitúa en una escena similar en la que es preciso hacer ciertas cosas por respetar tradiciones, cumplir con compromisos de seres queridos, etc., sabiendo a ciencia cierta que no son el camino adecuado?

cruce4En un instante, tragué saliva, respiré profundamente y  el tiempo se ralentizó porque lo recuerdo perfectamente. Miré hacia el frente y aceleré para proseguir mi ruta hasta la segunda salida.

Un instante tan sólo. Afortunadamente, el lugar de la visita estaba a dos minutos del cruce y todavía podíamos hacer honor a la puntualidad. Sin embargo, no reparé en la tormenta que se aproximaba.

Desde ese momento no paré de escuchar improperios a un palmo de mis oídos. Más allá de mi conducción, eso sólo fue la mecha que prendió la llama. Mis planes de futuro rotos, por supuesto.

Finalmente llegamos a tiempo. Eso pasó a ser lo de menos. El viaje fue un fracaso. Nunca se volvió a comentar este incidente. La conversación pasó de ser fluida a volverse intermitente y ceñirse a lo estrictamente profesional. Hasta que desapareció.

La verdad es que la incertidumbre de perderme no es lo que me preocupa. Sé que tarde o temprano llegaré. No me gusta conducir solo. Lo que sí me dan pereza son los 40 minutos de camino largo y monótono que me quedan de camino, y que se prolongarán si no estoy atento.

Hoy llegaré cansado al hotel. Pero orgulloso porque sé que llegaré a mi destino.

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