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Modos de acercarse a un poema

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Dado que la literatura se escribe para un hipotético lector, y si no fuera así la literatura dejaría de tener sentido, el encuentro deliberado entre el lector y un texto literario del que tenemos algunas referencias previas desencadena una serie de consecuencias, causas y efectos. Esas referencias, aunque sean mínimas, en cuanto al género, autor y asunto, generan unas expectativas concretas en la mente del lector. Si el encuentro es fortuito y sin referencias previas, igualmente el lector presupone de forma subconsciente unas expectativas que son fruto, en ambos casos, de las experiencias del lector. Conforme el encuentro va desarrollándose, esas expectativas se cumplen en mayor o menor medida y así se construye una opinión.

poema2Así pues, cada lector, ante un texto literario se enfrenta a él desde su propio horizonte de expectativas; término acuñado por el filólogo alemán Hans Robert Jauss que desarrollaría una teoría analítica que denominó Estética de la recepción en la cual viene a plantear que los múltiples sentidos de un texto solo se materializan cuando el texto es recibido por el lector. La recepción del texto por parte del lector es lo que realmente da cuerpo y consolida el contenido del texto.

Previamente a la Estética de la recepción, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer había planteado desde la interpretación y explicación de los textos, la hermenéutica, una teoría sobre las relaciones de la comunicación escrita y verbal en la cual venía a decir que la relación entre el lector y un texto está caracterizada por lo que el lector encuentre favorable en dicho texto en la medida que el texto tenga que ver con el propio lector. Así, la relación será una relación fuerte en tanto en cuanto el lector reciba ese texto bajo los patrones socioculturales asumidos por él. Esto es, cuando se cumplan los enunciados de su horizonte de expectativas. Una relación en la que el lector encuentre respuestas válidas y en la que a su vez se produzcan en él nuevas cuestiones de su interés.

El análisis literario, y consecuentemente la crítica basada en otras metodologías como, por ejemplo, el new criticism, consideraba de forma muy distinta el análisis bajo la idea de la inmanencia del texto literario; o sea, que el fin de un texto no es otro que el propio ser del texto en sí. El texto es el texto y solo puede ser analizado bajo unas reglas estéticas propias de las obras de arte. No importa quién lo escribió, ni en qué contexto histórico, ni qué lo motivó; ni tampoco el horizonte de expectativas del receptor, dejando así fuera del análisis la idea de recepción y por tanto limitándose a lo que el texto es.

Este método de análisis, que puede tener un sentido desde el punto de vista de enfrentarse a un texto exclusivamente bajo parámetros concretos, que acaban siendo paradigmas, elude los matices de la función expresiva del texto y las consideraciones emocionales tanto del autor como del lector, algo que realmente resulta muy difícil dejar de lado. Como lectores, recibimos la obra implicándonos en algún grado sin ser ajenos a los efectos que nos produce, interpretamos ineludiblemente desde nuestro constructo cultural y social.

La metodología de análisis que expuso Jauss, comporta una complejidad mayor que no viene al caso tratar ahora, por tanto me limitaré a los aspectos respecto a la conducta con la que nos enfrentamos como lectores a una obra literaria, concretamente a una obra considerada poesía.

poema3Aquí cabría exponer toda una serie de factores de tradición y enseñanza, históricos y críticos que han influido en cómo es percibida la poesía por un lector no iniciado en ella y, por extensión, cómo es percibida socialmente. Los rudimentos sobre los que se enseña qué es la poesía en las primeras etapas de aprendizaje, centrados en aspectos de método y no en el espíritu que nos lleva a ella, no han contribuido a que la poesía tenga mayor cuerpo literario que el actual. Si se empieza a tratar y a enseñar la poesía ateniéndonos a los paradigmas de la poesía medida/rimada, y empezamos a exponerla tanto como a enseñarla bajo una perspectiva cronológica desde sus orígenes, probablemente resultará arduo conseguir nuevos adeptos que aumenten el porcentaje de interés por la poesía. Tal vez sería más pertinente realizar una aproximación previa a los antecedentes de lo poético. Pero tampoco es la intención de este artículo tratar en este momento los factores apuntados.

Partamos, entonces, de un lector al que la poesía no le es ajena; es más, supongamos un lector de poesía casi habitual o incluso habitual. Del mismo modo que en la novela y en la narrativa en general podemos encontrar temas y enfoques, subgéneros y estilos de escritura distintos, en poesía no resulta diferente. Creo que es un error muy común pensar que el lector de poesía está homologado para cualquier tipo de poesía por el hecho de ser lector de poesía. No pretendo decir que la lectura de los clásicos sea incompatible con la lectura de, por ejemplo, la poesía americana de los años 30 del siglo pasado. Lo que pretendo señalar es que ese lector tendrá que cambiar su horizonte de expectativas según lea a unos o a otros. Igual sucederá con un observador ante un lienzo que presente una pintura figurativa o a una obra de expresionismo abstracto. No encontrará en la segunda perspectivas isométricas ni puntos de fuga, ni proporciones formales entre fondo y primer plano, y cualquier parecido con la realidad figurativa será puramente casual.

Por lo tanto, nuestro horizonte de expectativas debería ser correspondiente según nos acerquemos a un texto poético, a un autor o a otro. Si no es así y además queremos pasar del terreno del lector al terreno del crítico, no podremos hacerlo apropiadamente dado que partiremos de supuestos equívocamente homologados como si la poesía fuera un todo único y compacto, que afortunadamente no lo es.

Si, personalmente, me enfrento a los sonetos de Shakespeare, mi horizonte de expectativas no debería ser el mismo que si me enfrento a la obra de Bukowski. Si lo hago bajo las mismas expectativas uno u otro me defraudará, no encontraré aquello que busco en uno en el otro. Bien es cierto que no siempre sabemos concretar qué esperamos de una obra, pero aun así la tendencia que como lectores hemos ido desarrollando hacia unas preferencias ya nos predispone a un modo de recibirla. El lector aficionado a la novela negra no recibe de igual modo una novela romántica.

Es conveniente indicar que lo expuesto sobre el horizonte de expectativas está referido a una obra poética entendida como de mínimos, una obra que comprenda voluntad literaria y no solo función comunicativa.

poema4Sea el que sea nuestro horizonte de expectativas, y entendiéndolo como correspondiente según el texto poético al que nos enfrentemos, no cabe duda que su conformación y flexibilidad dependerán de lo que Jauss llamó horizonte de experiencias y que yo llamaré aquí compendio de experiencias, menos afortunado pero concreto, para no inducir a equívocos dado el mayor espectro que Jauss abarca. Resulta suficiente indicar que ese compendio de experiencias estará constituido por la dinámica de aprendizaje que el lector haya podido adquirir en todos los campos hasta el momento de la lectura, de modo que resultará un lector pasivo o activo frente al mismo texto poético según sea su compendio de experiencias.

Así pues, enfrentarse a un texto poético no es enfrentarse a la poesía de forma generalizada. Si nuestro horizonte de expectativas es único y rígido podemos caer en un enfoque inadecuado ante determinados poemas y autores y no ser capaces de encontrar, retener y valorar las peculiaridades poéticas que pueda contener la obra, quedando así desapercibidas para poder construir una opinión acurada más allá del gusto personal. Todavía deberemos ajustar y enfocar con más precisión el horizonte de expectativas, consecuente a nuestro compendio de experiencias, si lo que pretendemos es llegar desde la opinión hasta la crítica. Cuestión esta mucho más compleja.

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Intelectualmente pobres

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En la biografía de cada uno tenemos siempre espacio para profesiones imaginarias, muy alejadas de lo que se puede considerar como una aspiración vital. El caso es que desempeñamos lo que sea por imperativo de nuestro lugar en el sistema. No es que el lugar sea nuestro, es como caer en un charco; el charco no es nuestro pero ahí estamos, pisacharcos cabreados con los calcetines mojados. La mayoría somos personajes literarios desaparecidos en un charco, en manos de una minoría con calcetines secos compuesta por los que realmente son dueños de los charcos. También hay otras minorías en aumento compuestas por personas peculiares, pelandranes, biosbardos, alpabardas*; pasmones, pisapanes y otros seres sueñanubes, pisahierbas incómodos o incluso prescindibles para el sistema. Esto no significa que, en general, no seamos inteligentesintelectualmente4 ni unos ni otros, solo es que los humanos copiamos bien, y, ¿de dónde copiar?, pues de la Naturaleza. Parece que no nos quedara otra. Pero cuando nos damos cuenta de que la Naturaleza es torpe por naturaleza y que no tiene sentimientos, a algunos nos pilla tarde y unos se hacen con los charcos, otros caen en ellos y otros simplemente se ahogan sin ser rescatados.

Al final pasa como aquello que se le atribuye al abuelo de Patricia Botín. En una conversación con personal de confianza, entre iguales supongo, dijo filosóficamente aquello de: «Ricos, lo que se dice ricos, somos muy pocos». Deleznable el señor, pero tenía razón. No es que quiera traer aquí a personajes dudosos, recalcitrantes en eso de copiar a la naturaleza, pero me da pie para decir que: inteligentes, lo que se dice inteligentes, hay muy pocos; tanto en los charcos como en las torres de cristal, edificios públicos o palacios de invierno.

Estaban dos personas separadas por un asiento vacío a la espera de vacunarse, eran los últimos y, por hablar de algo, preguntó uno al otro:

–Y, ¿usted qué es?
–Yo, electricista.
–Ah, ya –dijo el primero.
–¿Y usted?
–Agitador.
–Ah, ya –dijo el electricista.

Siguieron a lo suyo mirando el móvil, el techo y a las enfermeras. Pero el electricista se quedó mosqueado.

–Y, usted, ¿qué agita?

No dejaba de ser lo mismo que si el otro le hubiera preguntado, y usted qué electrifica.

–A las masas –dijo el hombre muy ufano.
–Ah, ya –calló un instante mientras deducía–. O sea, es usted político.
–No, no. Eso era antes. El político ya no existe.
–Ah, ya –dijo el electricista.

intelectualmente3Ya no quedan políticos, se han reciclado a razón de los tiempos en agitadores. Ahora somos todos otra cosa, siempre en reciclaje continuo. No te puedes parar. Más todavía cuando te miran desde lejos y dicen de ti que fuiste/eres tal esto o tal lo otro. Y ya si te miran desde la historia, al que le toque, estás expuesto a que te definan con un solo calificativo. Hijoputa, maniático, comunista, gracioso; o por algo que gusta mucho como son las enfermedades y los géneros, esquizofrénico, trans y cosas así.

No es que yo diga que la inteligencia escasea, digo que se aplica poco. Proceso intelectivo hay a montones pero poco coordinado. Vamos, que se piensa malamente de forma individual y todavía peor en conjunto. Faltan ideas comunes. Faltan porque lo común ya no se estila por mucho que digan desde las tribunas en los congresos para profesionales o en los congresos de gobierno. Lo particular, eso es lo pertinente, lo que prima hasta que llega otro con un particular más grande o con más carga explosiva y se acabó. Una gran excusa para los violentos, los puristas de verdad, esos que encuentran suficientes motivos desde su particular como para partirte la cara y encontrar en ello satisfacción y de paso justificación. Y no es solamente metafórico. A eso lo llaman revolución. Ya no hay revoluciones de ideas, solo hay bochinches germinados en los tiestos de lo particular, que duran lo que duran dos o tres emisiones del telediario, dos o tres portadas panfletarias, y se agostan rápido para renacer rápido. Lo que más gusta son los bochinches genitales sobrerrevolucionados por la idiotez; esos revientan audímetros y cabezas frente a las pantallas. Se repiten en bucle solo que con distintos actores pero bajo el mismo principio, que impere lo genital sobre lo de pensar. Y así entran en conflicto los particulares desde los instintos primitivos. Darwin está más vigente que nunca. Pobre Darwin, qué mal se le ha entendido. Le ha dado al personal por imitar a la Naturaleza, como dicen que es sabia van y la copian. Correr más rápido, trepar más alto, saltar más lejos, copular si te aburres. La Naturaleza no es sabía, es primitiva y tosca, solo hace lo que puede. Como diría Ayuso, con esas polarizaciones admirables que tanto le gustan: Primitivismo o barbarie.

–Y la función política, ¿para qué ha quedado? –se atrevió a preguntar el electricista.
–¿Cómo dice? –y cayó en la cuenta–. Ah, eso. ¡Eso es un eufemismo! La política es la tapadera de la cosa financiera para hacer que corra la pasta y no se quede quieta, que eso es malo, y por eso hay que agitar la pasta agitando a las masas.
–Ah, ya. Claro –comprendió el electricista–. Hay que pillar la pasta al vuelo.

Rieron como cómplices ingenuos desde su distinto particular, sin darse cuenta de que otro particular había decidido suspender la jornada de vacunación. Así les vino a informar una enfermera:

–Lo sentimos, pero se ha terminado el horario de vacunación. Vuelvan mañana.
–¡Pero cómo es posible! –dijo el agitador.
–¡Eso, cómo es posible! –apostilló envalentonado el electricista.
–Oigan, no me mareen, que son las siete y cuarto, tengo a los críos con la abuela, me duelen los pies, y se han acabado las jeringuillas –dijo la enfermera templando la voz.
–¡Las jeringuillas… No te jode! –El electricista echaba humo.
–Espera –dijo el agitador con los dientes apretados–. ¡Espera que se van a cagar!

La enfermera se dio la vuelta poniendo esa expresión característica de «¡qué os den!». El electricista azuzaba al agitador –¡Pero tú te crees, pero tú te crees!–. El agitador buscaba en la agenda del móvil mientras ponía cara de sádico. Pulsó en uno de los contactos.

–Manolo, prepárame 30 o 40 tíos con pinta de pobres y me los mandas a la puerta del consultorio de la calle Hermanos Karamazov. Sí, sí, pero rapidito. ¡No, gamberros no, abuelos y abuelas! Sí, sí, pero con caras de mala ostia. ¡Ni tarde ni nada, ya estás tardando! Vale, veinte minutos, sí.

intelectualmente2Los telediarios de la noche abrieron con las decididas voces de los presentadores:
«Centenares de ancianos violentos han sido desalojados de un centro de vacunación»

Tomaban café el agitador y el electricista convertidos ya en inseparables.

–Oye, que dice Bono que Julio Anguita era «intelectualmente más pobre» que Pablo Iglesias. Que Anguita le hizo la pinza al PSOE en su momento y que tiene miedo de que ahora Iglesias haga lo mismo.
–¡Bah! –contestó despectivo el agitador– No te preocupes por esos dos, son de corral. El que me preocuparía si estuviera vivo y con cincuenta años sería Julio Anguita.
–Ah, bien –dijo el electricista apurando el carajillo.

*(Agradezco a Antonia Mauro el haberme acercado a estas riquísimas expresiones gallegas).

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Y ese gilipollas, ¿quién es?

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–Menos bilis y más seso –le dijo Ignatius sin apasionamiento alguno.

Bonifacio miró a Ignatius Fox sin responder nada mientras se colocaba un casco con forma de víscera alienígena típico de los ciclistas. Su rabia germina en las letras pero es callado en la palabra viva. Por lo demás se asemeja al perfil de un hombre tranquilo con el aspecto de Alan Ladd. Más castellano. Con más pelo y más moreno. Mas bajito. Le gusta mucho decir gilipollas, a cualquiera, lo dice a granel. Puede hacer las comparaciones descalificativas más peregrinas, puede llegar a preferir a un sicario de la palabra antes que a un ingeniero industrial de Albacete que tiene a su madre a su cargo y, por despejarse en el gimnasio resulta ser un gilipollas; solo por descalificarlo, porque vota a las derechas, o a las izquierdas, porque se compra los calcetines por catálogo o bebe ginger-ale, eso no importa. Jamás lo dirá de viva voz pero lo escribe.

Bonifacio es un hombre irregular en sus apreciaciones. Puede comer en el restaurante chino más cutre de la ciudad apoyando los codos sobre mesas grasientas, en las que hay que separar los platos con espátula para retirarlos, o comprar un carísimo juego de frenos Magura MT Trail para su bicicleta BMC.

gilipollas2Aquiles, el perro de Ignatius Fox, de apenas treinta centímetros de altura, se alivió con una larga meada sobre los radios recién equilibrados de la rueda trasera de la bicicleta de Bonifacio.

–Enseguida se seca –dijo Ignatius –luego le pasas una toallita húmeda y listo.

Sin decir nada acabó de ajustarse la víscera a la cabeza con una cinta de enganche automático. Nos despedimos y con dos vigorosas pedaladas se impulsó hacia el torrente circulatorio de la avenida.

Al incorporarse obligó a un par de coches a frenar para no llevárselo por delante mientras zigzagueaba de carril a carril. Le pitaron con intensidad y se le escuchó llamar gilipollas a los conductores. Ignatius pensaba que podía ser un buen poeta pero me dijo reflexionando: la poética se le diluye en la bilis.

A Bonifacio le gusta Pierre Lemaitre, ¿por qué?, no se sabe. Odia al Barcelona fútbol club. Le gusta el cursi de James Taylor, algo incomprensible si es que realmente le gusta Lou Reed. Dice que le gusta el jazz porque una vez escuchó a Gregory Porter. Uno a veces se clava a tablas de palé pensando que es roble.

Umberto Eco, al que considera un gilipollas, dijo algo parecido a que conocía de forma directa todo lo relativo a la Edad Media, pero que el presente solo lo conocía por la televisión. Una manera de hacernos entender que hay que profundizar en las cosas y sentimientos. Bonifacio solo conoce la actualidad por lo periférico, lo tangencial y lo radical. Su flexibilidad es comparable a una columna de hormigón. Tiene ganas pero no las encuentra, tiene talento pero se le desdibuja en la rabia. Y así escribe, con rabiabilis como si estuviera permanentemente cabreado. Le gusta el realismo sucio porque la estética literaria parece sufrir en lo fácil de los instintos sin necesidad aparente de una gran creatividad. Se confunde con facilidad el realismo sucio con la sucia realidad y ya no digamos con la ficción sucia. Te apegas a la realidad básica y ya no precisas más elementos, es un arte literario de mínimos que parece pedir al autor menos esfuerzo. Pero, claro, hay que acertar plenamente en esos mínimos o estás perdido. No es fácil ser Henry Chinaski. Hay que adjetivar muy bien. ¡Qué buen poeta si tuviera buen templar!

gilipollas3Cicerón es un gilipollas. Odia a Franco María Ricci. Luca Pacioli otro gilipollas enfrascado en las probabilidades. Para Bonifacio todo es certeza, afirmación, posicionamiento. Bonifacio es un héroe de la cultura local, del fárrago por el que se abre paso a machetazos haciendo trocha a la vez que, si te descuidas, descabeza gilipollas o te pilla con la bici en un paso de cebra que algún gilipollas ha pintado en el sitio equivocado, y tú eres un gilipollas por haber cruzado por ese sitio. Su lista de gilipollas es inmensa.

Analistas expertísimos dicen que la cultura genera rechazo en las clases más radicales. ¿Qué es ser radical? Parece ser que consiste en estar cabreado y llamar gilipollas a cualquiera que te dé los buenos días. La paradoja es que la mayoría de esos gilipollas indiscriminados tiene las mismas ideas de base que los del lado opuesto, pero hay que mantener la tensión porque gusta mucho al personal mantener la polarización de los imanes, negativo con negativo. ¡Qué cosas!

Es imposible ser radical sin un criterio sereno. Pero es más fácil y cómodo pensar que todos son gilipollas menos… ¿menos quién? Pillan a Bukowski entre telediario y telediario y ya está. ¡Cuántas indigestiones ha producido el bueno de Bukowski!

Me lo presentó un día Ignatius Fox (a Bonifacio, no a Bukowski), el día que se meó su perro en la bicimontaña. Cuando se marchó entre los coches saltándose semáforos, Ignatius me confesó que en un momento a solas con él le preguntó discretamente:

---Y este gilipollas, ¿quién es?

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