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Intelectualmente pobres

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En la biografía de cada uno tenemos siempre espacio para profesiones imaginarias, muy alejadas de lo que se puede considerar como una aspiración vital. El caso es que desempeñamos lo que sea por imperativo de nuestro lugar en el sistema. No es que el lugar sea nuestro, es como caer en un charco; el charco no es nuestro pero ahí estamos, pisacharcos cabreados con los calcetines mojados. La mayoría somos personajes literarios desaparecidos en un charco, en manos de una minoría con calcetines secos compuesta por los que realmente son dueños de los charcos. También hay otras minorías en aumento compuestas por personas peculiares, pelandranes, biosbardos, alpabardas*; pasmones, pisapanes y otros seres sueñanubes, pisahierbas incómodos o incluso prescindibles para el sistema. Esto no significa que, en general, no seamos inteligentesintelectualmente4 ni unos ni otros, solo es que los humanos copiamos bien, y, ¿de dónde copiar?, pues de la Naturaleza. Parece que no nos quedara otra. Pero cuando nos damos cuenta de que la Naturaleza es torpe por naturaleza y que no tiene sentimientos, a algunos nos pilla tarde y unos se hacen con los charcos, otros caen en ellos y otros simplemente se ahogan sin ser rescatados.

Al final pasa como aquello que se le atribuye al abuelo de Patricia Botín. En una conversación con personal de confianza, entre iguales supongo, dijo filosóficamente aquello de: «Ricos, lo que se dice ricos, somos muy pocos». Deleznable el señor, pero tenía razón. No es que quiera traer aquí a personajes dudosos, recalcitrantes en eso de copiar a la naturaleza, pero me da pie para decir que: inteligentes, lo que se dice inteligentes, hay muy pocos; tanto en los charcos como en las torres de cristal, edificios públicos o palacios de invierno.

Estaban dos personas separadas por un asiento vacío a la espera de vacunarse, eran los últimos y, por hablar de algo, preguntó uno al otro:

–Y, ¿usted qué es?
–Yo, electricista.
–Ah, ya –dijo el primero.
–¿Y usted?
–Agitador.
–Ah, ya –dijo el electricista.

Siguieron a lo suyo mirando el móvil, el techo y a las enfermeras. Pero el electricista se quedó mosqueado.

–Y, usted, ¿qué agita?

No dejaba de ser lo mismo que si el otro le hubiera preguntado, y usted qué electrifica.

–A las masas –dijo el hombre muy ufano.
–Ah, ya –calló un instante mientras deducía–. O sea, es usted político.
–No, no. Eso era antes. El político ya no existe.
–Ah, ya –dijo el electricista.

intelectualmente3Ya no quedan políticos, se han reciclado a razón de los tiempos en agitadores. Ahora somos todos otra cosa, siempre en reciclaje continuo. No te puedes parar. Más todavía cuando te miran desde lejos y dicen de ti que fuiste/eres tal esto o tal lo otro. Y ya si te miran desde la historia, al que le toque, estás expuesto a que te definan con un solo calificativo. Hijoputa, maniático, comunista, gracioso; o por algo que gusta mucho como son las enfermedades y los géneros, esquizofrénico, trans y cosas así.

No es que yo diga que la inteligencia escasea, digo que se aplica poco. Proceso intelectivo hay a montones pero poco coordinado. Vamos, que se piensa malamente de forma individual y todavía peor en conjunto. Faltan ideas comunes. Faltan porque lo común ya no se estila por mucho que digan desde las tribunas en los congresos para profesionales o en los congresos de gobierno. Lo particular, eso es lo pertinente, lo que prima hasta que llega otro con un particular más grande o con más carga explosiva y se acabó. Una gran excusa para los violentos, los puristas de verdad, esos que encuentran suficientes motivos desde su particular como para partirte la cara y encontrar en ello satisfacción y de paso justificación. Y no es solamente metafórico. A eso lo llaman revolución. Ya no hay revoluciones de ideas, solo hay bochinches germinados en los tiestos de lo particular, que duran lo que duran dos o tres emisiones del telediario, dos o tres portadas panfletarias, y se agostan rápido para renacer rápido. Lo que más gusta son los bochinches genitales sobrerrevolucionados por la idiotez; esos revientan audímetros y cabezas frente a las pantallas. Se repiten en bucle solo que con distintos actores pero bajo el mismo principio, que impere lo genital sobre lo de pensar. Y así entran en conflicto los particulares desde los instintos primitivos. Darwin está más vigente que nunca. Pobre Darwin, qué mal se le ha entendido. Le ha dado al personal por imitar a la Naturaleza, como dicen que es sabia van y la copian. Correr más rápido, trepar más alto, saltar más lejos, copular si te aburres. La Naturaleza no es sabía, es primitiva y tosca, solo hace lo que puede. Como diría Ayuso, con esas polarizaciones admirables que tanto le gustan: Primitivismo o barbarie.

–Y la función política, ¿para qué ha quedado? –se atrevió a preguntar el electricista.
–¿Cómo dice? –y cayó en la cuenta–. Ah, eso. ¡Eso es un eufemismo! La política es la tapadera de la cosa financiera para hacer que corra la pasta y no se quede quieta, que eso es malo, y por eso hay que agitar la pasta agitando a las masas.
–Ah, ya. Claro –comprendió el electricista–. Hay que pillar la pasta al vuelo.

Rieron como cómplices ingenuos desde su distinto particular, sin darse cuenta de que otro particular había decidido suspender la jornada de vacunación. Así les vino a informar una enfermera:

–Lo sentimos, pero se ha terminado el horario de vacunación. Vuelvan mañana.
–¡Pero cómo es posible! –dijo el agitador.
–¡Eso, cómo es posible! –apostilló envalentonado el electricista.
–Oigan, no me mareen, que son las siete y cuarto, tengo a los críos con la abuela, me duelen los pies, y se han acabado las jeringuillas –dijo la enfermera templando la voz.
–¡Las jeringuillas… No te jode! –El electricista echaba humo.
–Espera –dijo el agitador con los dientes apretados–. ¡Espera que se van a cagar!

La enfermera se dio la vuelta poniendo esa expresión característica de «¡qué os den!». El electricista azuzaba al agitador –¡Pero tú te crees, pero tú te crees!–. El agitador buscaba en la agenda del móvil mientras ponía cara de sádico. Pulsó en uno de los contactos.

–Manolo, prepárame 30 o 40 tíos con pinta de pobres y me los mandas a la puerta del consultorio de la calle Hermanos Karamazov. Sí, sí, pero rapidito. ¡No, gamberros no, abuelos y abuelas! Sí, sí, pero con caras de mala ostia. ¡Ni tarde ni nada, ya estás tardando! Vale, veinte minutos, sí.

intelectualmente2Los telediarios de la noche abrieron con las decididas voces de los presentadores:
«Centenares de ancianos violentos han sido desalojados de un centro de vacunación»

Tomaban café el agitador y el electricista convertidos ya en inseparables.

–Oye, que dice Bono que Julio Anguita era «intelectualmente más pobre» que Pablo Iglesias. Que Anguita le hizo la pinza al PSOE en su momento y que tiene miedo de que ahora Iglesias haga lo mismo.
–¡Bah! –contestó despectivo el agitador– No te preocupes por esos dos, son de corral. El que me preocuparía si estuviera vivo y con cincuenta años sería Julio Anguita.
–Ah, bien –dijo el electricista apurando el carajillo.

*(Agradezco a Antonia Mauro el haberme acercado a estas riquísimas expresiones gallegas).

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