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Y ese gilipollas, ¿quién es?

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–Menos bilis y más seso –le dijo Ignatius sin apasionamiento alguno.

Bonifacio miró a Ignatius Fox sin responder nada mientras se colocaba un casco con forma de víscera alienígena típico de los ciclistas. Su rabia germina en las letras pero es callado en la palabra viva. Por lo demás se asemeja al perfil de un hombre tranquilo con el aspecto de Alan Ladd. Más castellano. Con más pelo y más moreno. Mas bajito. Le gusta mucho decir gilipollas, a cualquiera, lo dice a granel. Puede hacer las comparaciones descalificativas más peregrinas, puede llegar a preferir a un sicario de la palabra antes que a un ingeniero industrial de Albacete que tiene a su madre a su cargo y, por despejarse en el gimnasio resulta ser un gilipollas; solo por descalificarlo, porque vota a las derechas, o a las izquierdas, porque se compra los calcetines por catálogo o bebe ginger-ale, eso no importa. Jamás lo dirá de viva voz pero lo escribe.

Bonifacio es un hombre irregular en sus apreciaciones. Puede comer en el restaurante chino más cutre de la ciudad apoyando los codos sobre mesas grasientas, en las que hay que separar los platos con espátula para retirarlos, o comprar un carísimo juego de frenos Magura MT Trail para su bicicleta BMC.

gilipollas2Aquiles, el perro de Ignatius Fox, de apenas treinta centímetros de altura, se alivió con una larga meada sobre los radios recién equilibrados de la rueda trasera de la bicicleta de Bonifacio.

–Enseguida se seca –dijo Ignatius –luego le pasas una toallita húmeda y listo.

Sin decir nada acabó de ajustarse la víscera a la cabeza con una cinta de enganche automático. Nos despedimos y con dos vigorosas pedaladas se impulsó hacia el torrente circulatorio de la avenida.

Al incorporarse obligó a un par de coches a frenar para no llevárselo por delante mientras zigzagueaba de carril a carril. Le pitaron con intensidad y se le escuchó llamar gilipollas a los conductores. Ignatius pensaba que podía ser un buen poeta pero me dijo reflexionando: la poética se le diluye en la bilis.

A Bonifacio le gusta Pierre Lemaitre, ¿por qué?, no se sabe. Odia al Barcelona fútbol club. Le gusta el cursi de James Taylor, algo incomprensible si es que realmente le gusta Lou Reed. Dice que le gusta el jazz porque una vez escuchó a Gregory Porter. Uno a veces se clava a tablas de palé pensando que es roble.

Umberto Eco, al que considera un gilipollas, dijo algo parecido a que conocía de forma directa todo lo relativo a la Edad Media, pero que el presente solo lo conocía por la televisión. Una manera de hacernos entender que hay que profundizar en las cosas y sentimientos. Bonifacio solo conoce la actualidad por lo periférico, lo tangencial y lo radical. Su flexibilidad es comparable a una columna de hormigón. Tiene ganas pero no las encuentra, tiene talento pero se le desdibuja en la rabia. Y así escribe, con rabiabilis como si estuviera permanentemente cabreado. Le gusta el realismo sucio porque la estética literaria parece sufrir en lo fácil de los instintos sin necesidad aparente de una gran creatividad. Se confunde con facilidad el realismo sucio con la sucia realidad y ya no digamos con la ficción sucia. Te apegas a la realidad básica y ya no precisas más elementos, es un arte literario de mínimos que parece pedir al autor menos esfuerzo. Pero, claro, hay que acertar plenamente en esos mínimos o estás perdido. No es fácil ser Henry Chinaski. Hay que adjetivar muy bien. ¡Qué buen poeta si tuviera buen templar!

gilipollas3Cicerón es un gilipollas. Odia a Franco María Ricci. Luca Pacioli otro gilipollas enfrascado en las probabilidades. Para Bonifacio todo es certeza, afirmación, posicionamiento. Bonifacio es un héroe de la cultura local, del fárrago por el que se abre paso a machetazos haciendo trocha a la vez que, si te descuidas, descabeza gilipollas o te pilla con la bici en un paso de cebra que algún gilipollas ha pintado en el sitio equivocado, y tú eres un gilipollas por haber cruzado por ese sitio. Su lista de gilipollas es inmensa.

Analistas expertísimos dicen que la cultura genera rechazo en las clases más radicales. ¿Qué es ser radical? Parece ser que consiste en estar cabreado y llamar gilipollas a cualquiera que te dé los buenos días. La paradoja es que la mayoría de esos gilipollas indiscriminados tiene las mismas ideas de base que los del lado opuesto, pero hay que mantener la tensión porque gusta mucho al personal mantener la polarización de los imanes, negativo con negativo. ¡Qué cosas!

Es imposible ser radical sin un criterio sereno. Pero es más fácil y cómodo pensar que todos son gilipollas menos… ¿menos quién? Pillan a Bukowski entre telediario y telediario y ya está. ¡Cuántas indigestiones ha producido el bueno de Bukowski!

Me lo presentó un día Ignatius Fox (a Bonifacio, no a Bukowski), el día que se meó su perro en la bicimontaña. Cuando se marchó entre los coches saltándose semáforos, Ignatius me confesó que en un momento a solas con él le preguntó discretamente:

---Y este gilipollas, ¿quién es?

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