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Berlín, río oscuro

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Berlín quiere olvidar. Flota una bruma sobre la conciencia colectiva que condiciona a las generaciones. Las facetas de Berlín brillan poco a la luz, resultan de un gris oscuro, acerado y frío en sus reflejos. La modernidad escala sin demasiada convicción hacia un punto indefinido en la búsqueda de una imagen indeterminada y urgente. Todo el mundo emprende en Berlín, cosas eminentemente prácticas mezcladas con ocurrencias, producto de la confusión al no haber alcanzado una identidad bajo los efectos de una herencia indeseada.

Múltiples nacionalidades afincadas o itinerantes se cruzan silenciosas en los grandes espacios abiertos, en los edificios y estaciones más tecnológicos o en los ámbitos de mestizaje del arte indeciso. Klaus Wowereit, su alcalde desde 2001 a 2014, dijo aquello de: “soy gay, y eso está muy bien”. También dijo aquello otro de: “Berlín es pobre pero sexi”. Berlín quiso ser la referencia mundial de lo alternativo. Tenía prisa. El movimiento okupa, los espaberlinn2cios artísticos ingobernados, los bares y clubes más extremos están siendo engullidos poco a poco por la maquinaria consumista. Los 90 dieron paso a un fervor hacia lo alternativo consecuencia del alivio de la presión ejercida en todas las direcciones, pero la economía es determinante en los sistemas de occidente y Berlín, que no es el motor de la economía alemana, padeció los efectos de ese neologismo insano que es la gentrificación. La transformación del deterioro urbano y sus espacios en declive encareció la vivienda y una cultura espesa fue desalojando lo alternativo de su núcleo. Hoy Berlín es más burgués que París.

Berlín quiso ser underground, pero hoy su apuesta es cosmopolita y atiende en inglés por camareros chilenos que trabajan en bares catalanes donde dan extrañas tapas navarras elegidas por el dueño coreano que no ha pisado nunca España. Lo underground ahora es un reclamo turístico en vez de un espíritu caliente. Ver en la noche a dos grados bajo cero a personas desnudas haciendo cola para instalarse durante 48 horas en una discoteca no es alternativo, es el esperpento de personas rebasadas por la desorientación. Al día siguiente, disciplinados y casi puntuales, tomarán un tren para recorrer 40 kilómetros hasta llegar a una oficina técnica para diseñar sillas ergonómicas y bisagras para aviones que se producirán en factorías lejos de Berlín.

......

Berlín.

Río oscuro de emociones comprimidas, Berlín
duerme, respira al ritmo de su memoria. Reclama
pies desnudos que dejen notas de hierba fresca
bajo la nieve tierna; huellas nuevas
que declaren alternativas a su tiempo de tristeza.berlinn3

Desde el este una mirada niña, desorientada
bajo la verde gorra de plato observa a Charlie,
que tampoco comprende nada bajo su gorro azul.
Nadie se llamaba Charlie, y todos fueron Charlie.

Usted está saliendo del sector americano.

Berlín no sonríe.
Arrastra culpas.

Se duele y a momentos gime en su luz de acero.
Duelen los mordiscos en el hormigón de colores
a 10 euros cada 5 gramos el bocado del cincel.

Se intercambian uniformes en fotografías,
insignias entre risas sumergidas, jóvenes
de tejanos y chándal cumplen otras miradas
que se alejan mudas en sus imágenes ciegas.
El drama banalizado, ajeno, sube a Instagram.

Yo estuve en Berlín.

Un hombre cruza la calle entre dos esquinas,
al encuentro una mujer en bicicleta frena en seco;berlinn4
un coche esquiva a la mujer, al hombre y bicicleta.
Ni una palabra, ni una voz, ni un gesto; solo miradas
tensas, contenidas bajo expresiones de máscara.

Desconfío de la identidad de la memoria
cuando la normalidad se instala
forzada en las horas de relojes sin esfera
grapados a las hojas de la historia.

Berlín calla,
se autorregula en su mecánico movimiento
atragantada de silencio
entre el susurro de las bicicletas solitarias
sobre el eco enérgico de motores a gasoil,
hasta que estalla bizarra en la noche, excesiva y triste.

 

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