Mike Esbirro: En tierra de nadie

Musas

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No puede ser. No tengo nada que decir. La pagina en blanco, el precipicio, la nada, el abismo insondable y estéril, la verdad más dolorosa y evidente. Nada que decir. No se puede forzar, no funciona así, es un misterio ancestral, llega sin avisar, huye sin despedirse.

Mañana es el día. Tengo que entregarlo, mi futuro profesional está en juego y no se como ha podido ocurrir. Lo tenia, lo vi claro, era rompedor ,atrevido, pero ¿por qué? ¿Porque se ha ido? Estaba ahí, frente a mi...

musas2No puedo soportarlo, necesito despejarme, levantarme de la silla, andar, respirar. Como si fuera empujado por un resorte automático y con las manos sujetando mis sienes, doy varias vueltas en torno a la mesa. Es tarde, pero necesito salir. En el viejo reloj de cuco faltan dos minutos para la media noche. Con un gesto firme y enérgico corro la pesada cortina que cubre la ventana de mi ático insalubre. Nieva con intensidad. A duras penas consigo abrir la ventana mientras caigo en la cuenta que hasta hoy nunca lo había hecho. Una brisa afilada y gélida como la hoja de una “albaceteña” secciona mis enrojecidas y saturadas mejillas. Los pulmones arden ante la pureza del aire y las velas de la estancia tratan desesperadamente de mantener su llama, en una danza macabra entre Céfiro y Hefesto. Un silencio extraño, que parece amortiguar y absorber el sonido, lo invade todo. Esta noche no puede ser mas propicia. He de salir.

Con precipitación, como si alguien o algo me estuviese esperando, busco mi abrigo largo, la raída chistera y la capa salmantina que tanto bien me ha hecho en estos gélidos parajes centoeuropeos- Tras un breve momento de estúpida duda, me decido por las solemnes botas de caballería que compré a un venerable húsar francés en una mugrienta taberna de Estrasburgo.

El cuco amenazante anuncia la llegada de la medianoche. Embozado, cierro la pesada puerta tras de mí y desciendo raudo las desgastadas escaleras de madera. Un bastón con cabeza de perro, recuerdo de Londres, será mi arma contra malhechores.

musas3Hay mas de treinta centímetros de nieve. Cuesta andar e incluso respirar. Trato de no pensar en nada, solo dejarme abrazar por la fría noche Leipzig. El crujido sordo de mis pasos sobre la nieve acompasa mi discurrir solitario. Nada ni nadie se cruza en mi lento transitar por las solitarias calles salvo la ventisca de nieve, que parece desafiarme con su intensidad e inusitada virulencia. En un intento de atenuar su ataque, elevo mi capa por encima de mi aterida nariz, pero juguetona a la par que vengativa decide arrebatarme mi chistera a la vuelta de una esquina. Necesito guarecerme.

Al otro lado de la calle puedo ver un oscuro callejón porticado apenas iluminado por una tintineante luz de gas. Creo que sera un buen sitio para resguardarme momentáneamente. Cruzo lo mas rápido que puedo la calle, encorvado hacia delante y procurando no ser doblegado por el atroz vendaval. Un largo maullido y unos ojos lacerantes me dan la bienvenida al lugar. Un felino hambriento y curioso reclama su parte por darme cobijo en su guarida. Condescendiente, le muestro mis manos vacías, pero algo llama su atención tras el ventanuco bajo junto el que se asienta. Con el debido cuidado, lentamente, como si pidiera permiso a mi nuevo “amigo”, me arrodillo junto a el, arrimando mi rostro al cristal helado de la ventana.

La escena es sumamente extraña. En una esquina, y elevado sobre una silla de mimbre, un anciano provisto de anteojos recita con solemnidad y dramatismo, a pleno pulmón, lo que a duras penas puedo distinguir como versos poéticos. Junto a él, tras una pesada mesa y con la escasa luz que le proporciona un par de lamparas de aceite, otro hombre, de patillas muy largas hasta el mentón y nariz aguileña, parece recoger en el papel todo lo que acontece. Un par de mujeres de mediana edad esperan al pie de unas escaleras y un jovenzuelo rubicundo y aún imberbe hace lo propio en medio de la estancia. Junto a el, sobre una pequeña mesa camilla, una botella de un licor indeterminado, pero a todas luces espirituoso, un diminuto libro y un par de finas copas tipo Jerez.

musas4Con una magnificencia y severidad chocantes, se ve descender las escaleras a dos caballeros distinguidos, pasada la cuarentena y de barbas luengas. Cada uno con su respectiva dama o señorita, ambas notablemente mas jóvenes que ellos. Damas y caballeros de refinadas vestiduras en un sótano mas bien lúgubre y tétrico .

Las señoritas, acompañadas por las otras dos mujeres y a cierta distancia, posan enfrentadas a los dos caballeros que enhiestos, uno frente a otro, parecen desafiarse. El joven, sirve con delicadeza sendas copas a los señores, recoge el libro que yace sobre la mesa y parece leer una serie de normas que no consigo escuchar bien. Los caballeros, tras la disertación, beben de un solo trago el contenido de sus respectivas copas y comienzan a desvestirse lenta y ceremoniosamente de cintura para arriba. Los torsos atléticos y velludos de ambos hombres parecen definirse aún mas en la penumbra. En un ultimo gesto, antes de lo que o mucho me equivoco o se trata de un combate clandestino, giran sus cuerpos hacia las jóvenes.

Con un ademán rápido y violento, de un solo tirón, las mujeres de mediana edad, de riguroso negro, las que posaban tras las lozanas señoritas, desvisten completamente el torso de las muchachas que muestran ahora sus turgentes y blanquecinos pechos. Sus delicados pezones se erectan, no se si por el frio ambiental o por una extraña excitación. Sus miradas son severas y altivas.

Ojiplático , pasando por alto mi angustioso dolor de rodillas y las protestas recurrentes del minino, trato de no perder detalle del misterioso evento. Los hombres comienzan su particular danza guerrera. Distancia, juego de piernas, amague, golpe al aire, esquiva. Todo sucede rápido y sin descanso, con un orden preciso y bien estudiado. El más alto parece dominar el centro, pero el más bajito baila constantemente a su alrededor lanzando patadas y puños directos que el grandullón apenas puede ver. Golpe, retirada, golpe, toma de distancia. El sudor se mezcla con la sangre que empieza a aflorar en ambos contendientes. El viejo, que recita poemas sobre la silla, parece redoblar la intensidad de su épica mientras el escribano recoge, a espeluznante velocidad, lo que acaece.

musas5El hombre mas grande y fuerte parece extenuado, el de menor envergadura intensifica sus ataques. No parece desfallecer, mas aún, parece un demonio embravecido. Patada en el pecho, directo en el mentón. El gran hombre cae sin remedio sobre la fría piedra. El bisoño rubicundo, que en todo momento ha procurado mantener la distancia necesaria para no entorpecer, se acerca y constata el fuera de combate.

Tras una breve reverencia hacia el caído, que es atendido en profusión por el zagal y las señoras de hábito negro, el caballero victorioso abandona la sala acompañado por ambas mancebas, ascendiendo las escaleras cual Apolo laureado en pos de la orgía que ha de llegar.

Busco en mi chaleco el reloj de bolsillo. Golpeo mi cabeza contra la ventana en el intento. El mozalbete señala y todos miran, me siento descubierto. Me incorporo bruscamente y trato de correr. Resulta fatigoso, las rodillas me crujen, la nieve me frena, el gato me sigue y aúlla mas que maullar. Oigo sus voces, corren tras de mi, pudo sentirles, me gritan, me alcanzan, Dios mío me alcanzan....NO!

Oh Dios mío! Mi cabeza, que dolor!- me palpo la frente. Un terrible bulto ocupa buena parte de ella. He debido golpearme cuando trataba de abrir la ventana. Pero ya lo tengo!

El cuco aún marca las tres de la mañana: queda noche. Las musas me vuelven a sonreír una vez mas.

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