derh cetto

Tinta vieja

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Estoy encorvado sobre la máquina de escribir y me suda tanto el pliegue de los michelines que parece que me haya meado encima. El aire que entra por la ventana del lado de Olivar debe estar a cincuenta grados y yo ya no se que hacer para no arrancarme los pocos pelos que me quedan en la cabeza. Es cinco de Julio de 1978 y tan solo tengo el titular.

“España se incorpora a las grandes redes mundiales de información automatizada”.

tinta3No tengo la más remota idea de qué es una red de información automatizada. INCA. Red de Información Científica Automatizada. Se me ocurren cientos de historias con Incas, una de ellas es que invaden Madrid y le sacan los hígados a los niños que juegan bajo mi ventana. Quizá se los coman, o solamente los usen para dibujar extrañas figuras de humanoides electrónicos en las paredes colindantes. Luego desaparecen y se llevan con ellos el calor del verano de Madrid.

“España acaba de incorporarse de una manera formal a una de las áreas más positivas del llamado «paraíso informático» de la sociedad postindustrial…”.

Media hora. Treinta interminables minutos para redactar veintitrés palabras que no significan nada para mí. Estoy a punto de alzar la Olivetti Studio sobre mi cabeza, tomar impulso y correr como si fuera un minotauro en dirección a la ventana para lanzar la máquina y abrir el cráneo de alguno de los mocosos de la calle. No puedo pensar con este calor. No puedo pensar con este ruido.

“…fruto del convenio que permitirá a España acceder por medio de terminales, conectadas vía teléfono, a ordenadores centrales a los principales bancos de datos científicos del mundo…”

tinta4Es como si pudieras meter la mano por el teléfono y coger un libro. Imagino que llamo al Hotel Pyrénées y me meto yo entero por el cable. Corro tanto como puedo para llegar al otro lado. Cuando me acerco siento el frescor de las montañas y puedo captar el verde de sus pinos, y ese azul limpio y helado. En un último esfuerzo ya estoy en Andorra y allí me conceden una suite donde, sobre una gran mesa de fresno, alguien a colocado una de esas máquinas electrónicas de escribir, un albornoz blanco como la nieve y un gran desayuno con café, huevos revueltos, beicon, zumo de naranja y un humeante croissant que desprende un dulce aroma a mantequilla.

Lloro. No por el croissant. Lloro porque no puedo seguir escribiendo. Lloro porque mi mujer estará disfrutando del sol de Empuriabrava con un pisco sour en su mano derecha, sujetado entre sus dedos pulgar y anular, con esa forma suya de hacer como que el mundo fue inventado para sus caprichos. Quizá con la mano izquierda esté sujetando la cabeza de un mulato entre sus piernas y girando los ojos como una tragaperras que va a dar el premio gordo. Menudo premio el mío cuando la muy perra anuló nuestra vida en común, sí que la hice gorda el día que la conocí. Ahora el duplex de Chamberí tiene cerradura nueva mientras mi culo se cuece en un asqueroso piso de Lavapiés.

tinta2“…la red comenzará a principio de enero a servir al público por un costo no muy elevado -unas 250 pesetas al minuto- las posibilidades de la información automatizada, que sin duda…”

Doscientas cincuenta pesetas al minuto. Quincemil pesetas la hora. Más de dos millones y medio de pesetas al mes. Mi duplex costó lo mismo que un mes leyendo revistas por teléfono. El mundo se está transformando en algo que no comprendo. El futuro me va a alcanzar como un ladrillazo en la nuca y me dejará desangrándome inconsciente. Para cuando ya no quede gota en el cuerpo los niños se habrán callado, o se habrán ido a esnifar pegamento. El calor me dará una tregua y yo habré decidido lanzar por la ventana mi cuerpo, en vez de la Olivetti, para ver cómo se acerca el suelo de Madrid a más velocidad que el futuro de la sociedad de la información.

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