De Chihuahua a Memphis
Ángel giraba y regiraba el plano. Con cada giro miraba a Juanito de reojo. En realidad estaba fascinado por el olor del papel y los surcos que formaban los pliegues. Allí donde la tinta ya se había caído como escamas de piel solo quedaba una línea gris tallada por el tiempo. Impreso en 1997, el plano tenía veinticuatro años de edad, era tan viejo como él. Finalmente se lo devolvió a su observador que sonriendo lo volvió a doblar, con parsimonia, disfrutando del acto en sí mismo.
-Abuelo, con eso no podíais llegar a ninguna parte. ¿Y si habían cambiado la carretera o había un atasco? Sin el maps yo no se… cómo podíais viajar.
Juanito lo miraba con su sonrisa amarilla. Su cara estaba arrugada como una papa cocida y secada al calor del desierto. Ya no quedaba más que un recuerdo de lo que fuera su pelo pero sus ojos, grises como un día de tempestad, refulgían como si en ella los rayos estuvieran de verbena. Explicó con calma a su décimo tercer nieto el cómo y el porqué. Donde el porqué era lo interesante; porque no había otra opción, ya que "el sistema de navegación por satélite era cosa gubernamental o de la NASA… si me apuras".
El Camaro azul relámpago sobre el que estuvo girando el viejo mapa lucía una línea blanca que lo cruzaba desde el centro del parachoques delantero hasta el trasero. Una línea fina y elegante que le daba un "toque de brava nobleza", según Juanito.
Conducir semejante dinosaurio desde Chihuahua hasta Memphis era todo lo que debía hacer Ángel. Contaba con el depósito lleno hasta los topes de gasolina, una nevera con comida para alimentar un batallón de caballería, litros de su refresco favorito y un adaptador para alimentar sus cachivaches electrónicos con el encendedor del salpicadero. Tres días para recorrer 1184 millas. Su abuelo le entregó las llaves con gran ceremonia y pomposidad. Gesticulaba exageradamente y guiñaba un ojo cada vez que decía "el camino es traicionero, piloto", mientras se aguantaba la risa. Ángel al sentir el metal sobre sus manos notó como se le aceleraba el pulso. Apretó las llaves con tanta fuerza que casi le hicieron sangrar la palma de la mano. Miró con semblante serio a su abuelo.
-¿Qué tienes Angelito? ¿Qué es que ahorita te arrepientes?
-No. No es eso abuelo. Pero he tenido un mal presentimiento. No sé, será cosa de esa Miranda, la muy bruja, pues me dijo ayer que me soñó muerto en un cruce de carreta con unas llaves en las manos.
-Mijo’, esa lo que quiere es que NO te ganes la plata. Que se la quiere para ella que ya me preguntó si lo podía llevar. Lo harás bien. -le dijo y, posando las manos sobre sus hombros mientras guiñaba un ojo terminó-. Tú solo recuerda… el camino es traicionero, piloto.
Con la primera luz del día bañando la tierra seca del nordeste de Méjico Ángel se preparó su buen café y unas tostadas con tocino ahumado, muy frito. El despertar del día era fresco y apacible, como lo suelen ser las mañanas de Mayo en Chihuahua. Se enfundó en unos jeans holgados y una camisa de flores al estilo kahuna, con montones de colores brillantes. Se anudó a conciencia sus Nike de talón alto y se subió al Camaro. Con los ojos cerrados, como en una plegaria, giró la llave en el contacto y arrancó el motor. El rugido rebotó en las paredes del garaje dotando al sonido de una presencia mística. El rítmico ralentí le atravesaba el pecho como una energía recién descubierta por el ser humano, dotándole de poderes desconocidos. Posó sus manos sobre el volante con ese gesto que tantas veces viera en las road movies, se sintió vivo, fiero, salvaje… piloto.
Tomó aire profundamente e inició la carrera con suavidad para no despertar a Juanito, que aun se le oía roncar a través de la ventana abierta de su habitación, pero cuando las ruedas del dinosaurio pisaron el asfalto Ángel estrujó las ocho válvulas que la diosa ingeniería concevió y el rugido se oyó en Colorado, y el humo se vio en Tejas, y el olor a goma quemada empapó el paladar de todos los piadosos madrugadores el día en que de Chihuahua salió un Camaro azul relámpago rumbo a Memphis.