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La casa que no existe

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Después de remover y girar la llave en todas las posiciones posibles finalmente la cerradura se rindió y me dejó pasar a la caseta de venta. No debía de medir más de tres metros cuadrados y, como ya imaginaba, el olor del anterior vendedor aun ocupaba el lugar como si de una presencia más se tratase. Lo primero que hice fue abrir la ventanilla, con la puerta abierta generaría una ligera corriente de aire para limpiar del espíritu anterior el lugar. Fotos y papeles colgando de un corcho en la pared comenzaron a desperezarse y bailar, el vientecillo los zarandeaba y llamaban mi atención como queriendo jugar a la adivinanza de quien era el anterior vendedor de tickets de la Casa que No Existe.

existe2Me senté en la silla. Era de esas de oficina con ruedecitas de plástico negras y respaldo de tela del mismo color. Se deslizaba sorprendentemente bien sobre el escaso espacio del que disponía. El acolchado del asiento estaba completamente aplastado. Supuse que el fantasma debió de ser una persona obesa, o bien la silla vivía en el lugar desde varias generaciones atrás. Un reposabrazos se vencía con el peso, estaba mal atornillado. Bajé mi mano izquierda buscando la cabeza del tornillo y lo encontré prácticamente fuera de su lugar. Después de atornillarlo con la mano, sin poder apretarlo como es debido, busqué a tientas el derecho. Estaba completamente atascado en su lugar pero este cumplía su misión. A mi derecha también estaba el corcho que vi al entrar. Con un leve impulso comencé a girar, lo cual me produjo una excitación infantil. Me detuve justo frente al corcho donde pude observar fotos, recortes y papeles. Muchos de ellos guardaban relación con el trabajo; listas de teléfonos, tablas de excel, planos, órdenes impresas en papel reciclado. Luego estaban los recortes de periódico de enorme tipografía, todos relacionados con el parque de atracciones, y en todos ellos el hilo conductor era la tragedia. El que más me impactó fue la muerte de una chiquilla de apenas trece años que, inexplicablemente, cayó del Saltamontes Loco. El cilindro giratorio de la base apresó su brazo derecho y fue absorbiendo su cuerpo lentamente, como una picadora de carne, sin gritos ni gestos de dolor. Se determinó que la muerte se produjo por un certero golpe en el cráneo al caer. Afortunada hamburguesa que diría Jota, tan adicto a las películas gore de serie B como me imaginaba al fantasma del gordo vendedor de tickets. Lo siguiente que captó mi atención fueron las fotografías. Todas estaban en la parte más alta y me obligaron a levantarme del asiento. En una de ellas había una mujer adulta sujetando un enorme ramo de tulipas, a su espalda una antigua pared de piedras con símbolos egipcios. La expresión de su cara era extraña. La foto parecía muy antigua. Otra de las instantáneas inmortalizaba a un chico con ropa militar, probablemente una foto de la “mili” del fantasma, un chico muy delgado, de pelo negro y mirada triste, tristísima. No se porque lo pensé así. Sus ojos eran tan negros como su pelo, grandes y brillantes, prácticamente no veía en ellos el blanco del globo y a mi mente acudió la imagen de un ciervo agonizando tras recibir un disparo. A la derecha otra foto del mismo hombre ya adulto, muy delgado, con un aro en el lóbulo izquierdo y una gran mata de pelo negro y esos mismos ojos de ciervo, pasando el brazo sobre los hombros de una mujer muy anciana. Ninguno de los dos sonreía. Ya parecían fantasmas antes de morir.

existe4Me dejé caer sobre el asiento. El gordo no era gordo. El asiento debía tener más años que la vida laboral del anterior vendedor. Giré de nuevo sobre mi mismo. Una vez, dos, siete. Esperé que la silla frenara sola, ésta decidió dejarme con los pies alzados en dirección a la puerta. Sobre la misma colgaba un cartel de la película de Clive Barker, Razas de noche, que me hizo sentir un escalofrío al recordar sus personajes deformes. Supuse que en el interior de la atracción habría unos cuantos hombres y mujeres con disfraces como esos dispuestos a espantar a un puñado de adolescentes aburridos. Sí lo colgó ahí el fantasma nunca lo sabré, pero pensé que debía de ser su estilo. Un tipo con larga cabellera, un “heavy”, solitario y consumidor de mariguana, aficionado a la cerveza y sin una sola relación duradera y estable en toda su vida más allá de la de madre e hijo.

A mi derecha una cajonera me impedía girar con los pies extendidos. Me encogí y coloqué en posición laboral, la que supuse se esperaba de mí. Ahora mi cara prácticamente quedaba a la misma altura que la ventanilla. Ésta lucía una capa de mugre, como grasa, muy fina. Tracé una equis con el dedo sobre ella y descubrí que debía de estar por la parte exterior o simplemente era el color del cristal después de tantos años al servicio del terror adolescente.

existe5Volví a mirar la cajonera a mi izquierda. Registré los cajones. El primero contenía material de despacho, típico y barato. Entre todo ello me gustó un lápiz con un muñeco de goma blanda en la parte trasera. Una especie de monstruo verde con sus bracitos alzados y una gran boca, con la goma del lápiz metida en el culo, seguramente por eso gritaba desde hace tanto. Lo dejé sobre la mesa. En el segundo cajón había papeles, muchos, folios, manuales, todo aburrido. El tercero estaba cerrado. Trate de forzarlo, pero fue en vano. Busqué con la mirada rápidamente en toda la pequeña estancia esperando encontrar una llave. Si estaba bien escondida no sabría decir donde pues el lugar tenía pequeños agujeros y rinconcitos perfectos para dicho fin. Me levanté y caminé (¿caminé quizás dos pasos en cualquier dirección?). Tras mirar y buscar finalmente me rendí, pensé que no daría con ella, que se la llevó consigo a la tumba el maldito hijo del rock. Pero por algún motivo me obsesionaba abrir el cajón. Un extraño morbo incontrolable me decía que allí encontraría la información que me faltaba para entender al fantasma y componer el puzle. Nadie en toda la feria me dijo cómo ni porqué se suicidó. Todos guardaban un extraño silencio al respecto, o simplemente yo era demasiado nuevo para que me confiasen la historia.

Con el talón le di un empujón a la puerta que se terminó de cerrar sola y me senté de nuevo. Pensé que ocupaba el puesto de un muerto, un muerto aficionado al heavy con una madre como la de Norman Bates. Una pareja de extraños personajes que jamás sonrieron en toda su extraña existencia.

existe3Miré el reloj. Faltaban cinco minutos para que abriesen las puertas del parque. Coloqué los tickets, preparé la caja registradora, dejé al gritón verde en un cubo lleno de lápices, comandando a todos los estúpidos lápices sin monstruo. Todos iguales, todos cabos y todos sin atar. Miré en dirección a la puerta cerrada y para mi sorpresa, brillando como pequeñas hadas malvadas, un conjunto de llaves. ¿Cómo fui tan tonto de no mirar tras la puerta? las cogí con el corazón martilleándome el pecho, ahora sí que sonreía como un niño. Probé todas hasta dar con la correcta. Giré lentamente sobre la pequeña cerradura y finalmente el cajón cedió.

Mientras rebuscaba completamente ofuscado, con poca soltura entre los montones de papeles, una voz me llamó desde la ventanilla. Me alcé impaciente deseando que se fuera el desconocido que me requería. Dos ojos negros me observaban, esa mirada atravesó mis corneas, recorriendo mis tripas como si fuera aguafuerte, provocándome malestar. Los mismos ojos que viera en las fotos ahora me contemplaban tras la ventanilla. Los ojos de ciervo moribundo. ¿Era el fantasma que venía a atormentarme por entrometido?

-¿Oye chico eres Adrián? Mira, toma esta copia de llaves. Son del lavabo de la C2 que es la que te queda más cerca. No sea que te cagues de miedo y tengas que salir pitando… ¿Estás bien? Parece que hayas visto un fantasma.
-…Me dijeron que tu… que te habías suicidado…

existe6El tipo se echó a reír a carcajada limpia. Entonces caí en la cuenta. El novato que se lo cree todo en la Casa que No Existe. Cerré el cajón de los secretos de un puntapié mientras cogía las llaves que me tendía desde el exterior de la ventanilla.

Jordán se llamaba el fantasma. Era peluquero y se sacaba sus extras haciendo unas horas en la feria desde que era un chaval. Un tipo jovial y felizmente emparejado con un tal Javier. Me dijo que los recortes del corcho eran falsos, eso explicaba porque la letra era tan grande que se podía leer desde el exterior de la ventanilla. Me pidió que le diera las fotos del corcho, todas excepto la de la mujer de las tulipas. Le pregunté quien era ella. Dudó un instante y finalmente respondió.

-No lo se. Lleva ahí siglos supongo. Yo le hice la misma pregunta a mi predecesor y tampoco me supo contestar. ¿Has mirado detrás?

En el reverso de la instantánea se podía leer ‘lam takun huna qatu’. Quizá la extraña fotografía fuera el único gran misterio de la La Casa que No Existe.

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