Guillermo de Moughan
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La Aurora de Teixeiro

La Aurora de Teixeiro 1

Por correo urgente recibía Brito Boo el encargo del Excelentísimo Edecán de entregar, en plazo corto, una crónica de seiscientas palabras sobre la insostenible situación. Brito tiró de libreta y empezó a escribir en tono reflexivo y didáctico:

 << A una hora temprana hizo Jorgito Amezoudas varios descubrimientos interesantes sobre la fugacidad del tiempo y la manera conveniente de administrarlo. El primer hallazgo fue la gran dificultad de encontrar seudónimos apropiados para sus improbables pero singulares personajes. Cada vez que se presentaba una situación parecida tenía que hacer, al menos, media docena de búsquedas en la red hasta acertar con el nombre, sin caer involuntariamente en estúpidas coincidencias. Podía crear, sin quererlo, un personaje que ya existía, un cirujano de Marsella, un chapista de Alicante. El segundo descubrimiento estaba en relación con las veleidades de los científicos ornitólogos, ya que, a pesar de todos los informes pesimistas sobre la desaparición de las especies con alas, el patio de su casa estaba cada mañana lleno de gorriones. El tercero y último, era que, siendo miércoles, no tenía en mente ningún compromiso social, lo que le permitía dedicarse plenamente a actividades recreativas.

La Aurora de Teixeiro 2Estos pensamientos eran recurrentes en Amezoudas. Cada mañana, sentado delante de su café, observaba los diversos estados de la naturaleza y la actividad humana de los alrededores, tratando de encontrar las relaciones. El ruido de la máquina apisonadora, trabajando a pleno rendimiento, no era, desde luego, lo más indicado para sus introversiones, pero no desdeñaba la oportunidad regalada y se entregaba a cavilaciones sobre la vida azarosa de los maquinistas y las técnicas modernas del ajardinamiento.

Ese día trabajaría con denuedo en un inventario de animales y vegetales, un manual que ayudase a sus nietos a guiarse en la fabulosa propiedad rústica que poseía en Trasanquelos,  herencia del tío Eladio. Los bichos y plantas estarían bien clasificados, con amplia documentación gráfica. De las gándaras de Burricios al punto más alto de Seixo Picudo, en la cota de los ochocientos metros.

Le interesaba, sobre todo, aportar una visión holística del asunto, a saber, el conjunto embarullado y caprichoso de la naturaleza. Aquello que el hombre de la ciudad entiende como “el campo” o quizá “el bosque”, como él lo había percibido la primera vez, no se sostenía.

— ¿Señor, para qué sirven las ovejas?

— Empezamos mal, querida.

Aquel día, el señor Amezoudas había tenido que emplearse a fondo, y mal disimulado enojo, en explicar a una universitaria de ciencias, los secretos de la vida de las ovejas y otros mamíferos. Era un hecho probado que las ovejas daban leche y las ovejas daban lana.

Amezoudas regresó a su café con leche y le entró con ganas a unas soberbias tostadas de pan de pueblo, bien untadas con mantequilla Kerrygold y miel de su amigo Merlot Xanceda. La apisonadora se detuvo, y se hizo el silencio>>.

Cuando Brito Boo terminó la perorata suicida que había confitado por encargo del Excelentísimo Edecán, releyó la creación y estuvo a punto de tirarla con rabia al tacho, porque todo era una desmesura e inconveniencia. Quiso hablar con premura con su mentor y decirle que ese no era el tipo de prosa que gastaba, que lo suyo era la novela naturalista, y que no se comprometía a expedir diplomas de dudoso reconocimiento. Así fue como Brito Boo hizo su entrada, de manera declarativa, en la redacción de “La Aurora de Teixeiro”.

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