Todas putas

Según Juan Pablo Castel, protagonista de El túnel de Ernesto Sábato, solo hay una razón por la que he podido volver tan pronto a la alegría cuando me han llamado puta: que hubiese cierta
verdad en esa calificación. Por eso sé que soy una ramera. Sí, eso es lo que soy. A pesar de que los hombres me humillan, viajo sola, me pinto los labios y no me pongo tacones.

No tengo remedio, soy una furcia. En lugar de vivir atemorizada, bebo cerveza y juego al futbolín. Cada vez que voy sentada entre dos hombres en el metro, me despatarro haciendo que mis piernas formen un ángulo perfecto de 90 grados. O quizás más.
Y tú no te salvas. Tú también eres una puta. Por eso te pega tu marido, te lo mereces. De no merecerlo, él no lo haría. Tampoco te despreciaría en público, ni te diría la ropa que te tienes que poner. Él trae el sueldo a casa, recuerda.
No me olvidaba de ti, pedazo de ramera. ¿En serio te tengo que explicar por qué la juez te preguntó cuando te violaron si cerraste bien las piernas? Irías enseñándolo todo, o quizás borracha o drogada hasta las cejas. Los hombres tienen ojos, cariño.
Seguro que subes todos los días fotos a tus redes sociales insinuándote, con mensajes sugerentes, incitando a los demás a que te digan cosas. Luego no te contradigas, no grites que “no es no”. Eso es cosa de las feminazis, esas tías feas de pelo rapado y vello en el sobaco.

Deja ya de aparentar normalidad. Cinco hombres te han hundido la adolescencia y la juventud y quieren continuar amargándote la vida. Sufre, haz las paces con tus violadores. Porque si no, demostrarás que hicieron bien en violarte.
Porque ellos nunca serán los culpables si te insultan, te humillan o te violan. Tú eres la única responsable de tus acciones y de las que los demás ejercen sobre ti. No te rebeles, no opongas resistencia, no luches. Vive como lo que eres, una víctima, el sexo débil, una puta.