El mundial en Qatar muestra sin paliativos las hermandades y desagravios entre países africanos. Añejas y nuevas. Amistades y resquemores forjados desde los años de la descolonización, hasta las recientes nacidas de los movimientos libertarios democráticos que se han sucedido, con o sin éxito, desde los años 90 en países africanos gobernados por regímenes autoritarios. El paso a semifinales de Marruecos en la copa del mundo, está generando toda una serie de debates sobre su papel y emplazamiento en el continente africano. ¿Es Marruecos el primer país africano en jugar en unas semifinales de la copa del mundo?. Las declaraciones de uno de los goleadores marroquíes, tras el partido contra Portugal que clasificó a Marruecos en la siguiente ronda de partidos, han avivado los malestares contra el hermano norteño. La aclamación de las victorias marroquíes en nombre del mundo árabe y el mundo musulmán hace correr ríos de desagravios. Los africanos que habitan al otro lado de las montañas del Atlas refunfuñan. Marruecos no es africano. Marruecos es racista. Marruecos es un estado represivo que niega la soberanía territorial del pueblo saharaui. El Atlas no es exclusivamente una barrera natural que separa el litoral norteño de sus vecinos subsaharianos a semejanza de los Pirineos entre España y Francia. Atlas es el muro de Berlín en el continente africano.
La monarquía quasi absolutista de Mohamed VI, muy semejante a la de sus hermanos en la península arábiga, observa con repulsión los gobiernos democráticos que han sobrevivido en África. A ellos les recrimina sus alabadas al movimiento de liberación del Sahara Occidental, el Frente Polisario. La monarquía alauí mantiene férreamente que el Sahara Occidental es una provincia marroquí, desde su transferencia colonial española a la dinastía alauí. Territorio indisoluble de la soberanía territorial marroquí. La Unión Africana (UA), bajo el liderazgo sudafricano, ha apoyado desde sus inicios el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. Abocando al reconocimiento oficial de país y membresía del Sahara Occidental dentro la Unión Africana. Al mismo tiempo, el Frente Polisario, baluarte de los movimientos de descolonización en el continente, se convertía en el legítimo representante del Sahara Occidental en la organización. Mientras Marruecos juega en el campo contrario.
Tras el reconocimiento del estado del Sahara Occidental por la Organización de la Unidad Africana, ahora la Unión Africana, y pasar a ser miembro integrante de la organización en 1984, Marruecos abandonó la organización y a sus hermanos continentales, convirtiéndose en el único país africano no miembro de la UA. No fue hasta el 2017 que se resolvió reintegrar al país norteño en el club africano, aunque fuese sin un acuerdo unánime entre sus 48 miembros. Nueve países rechazaron la reincorporación de Marruecos en el club africano. A pesar de volver a su hogar natural, la dinastía Alauí sigue posando su mirada en Europa con éxito. Sus alianzas son robustas y amicales, mientras sus vecinos continentales son excesivamente impredecibles para la monarquía marroquí. Algunos de los miembros del club africano no olvidan la petición de membresía a la Comunidad Europea de Marruecos en 1987. Justo tres años después de abandonar la hermandad africana. A pesar del rechazo de sus vecinos europeos, por no ser considerado un país europeo, Marruecos sigue posando su mirada al otro lado del estrecho de Gibraltar.
Entre los desencuentros rememorados estos días en Sudáfrica, está la campaña alauí contra la candidatura sudafricana para alojar la celebración de la copa del mundo en 2010. A pesar de no conseguir desbaratar la puja, los resentimientos sudafricanos siguen vivos. El rechazo a la autoridad marroquí en el Sahara Occidental, sigue marcando las relaciones entre estos dos países africanos, emplazados en el norte y en el sur del continente. El pasado mes de octubre, el gobierno sudafricano ofreció una bienvenida y visita de jefe de estado al general Brahim Gali, presidente del Frente Polisario y reconocido como el legítimo gobernador del Sahara Occidental. Otros países en el continente siguen la estela sudafricana. El rol de gendarme en la frontera europea con África, es criticada y vista con resquemor. Las imágenes de cuerpos negros agonizando o recibiendo una tanda de palos por parte de las autoridades policiales marroquís bajo la atenta mirada de los policías fronterizos españoles en la entrada a España en Melilla, fueron denunciados por gobiernos africanos al otro lado del Atlas.
Los baluartes del futbol reclaman una función de aplanador de desigualdades al juego de pelota. Nos iguala a todos en el juego de campo. Resquemores pasados y presentes se quedan fuera del terreno de juego. Pregonan. Los golpes de pecho apoyando a sus hermanos marroquíes durante el partido contra Portugal o España se desvanecen. En la próxima semifinal programada entre Marruecos y Francia, africanos residentes en el continente vocean contra el país norteño. Racistas y anti africanos. Dicen preferir lo malo conocido que representa la antigua metrópolis francesa, que lo bueno por conocer de un monarca que sólo mira a Europa. ¿Quién da más? Goleando con Marruecos.
Desde el estallido de la guerra ucraniana y rusa, la geopolítica ha dado un vuelco en el continente africano. De momento, algunos gobiernos en África están beneficiándose de la escaramuza en tierras europeas. A pesar de que la mayoría de la población se mantiene en modo de supervivencia desde el estallido de la pandemia covid-19. Los precios disparados, los suministros importados a trompicones, los desastres medio ambientales azotando fuerte. Nada parece despejar el temor en un futuro cercano. Mientras, los líderes de la Unión Europea son simples peones en el juego de ajedrez que se está dirimiendo entre reyes y reinas de países del club BRICS y USA. En este nuevo tablero geopolítico mundial, África resurge como el apetitoso amigo al que atraer y agasajar. Prima garantizar los suministros de gas, petroleo y carbón.
La dislocación de los mensajes pro democracia y derechos humanos con las acciones ejecutadas fuera de las fronteras del jardín europeo de Josep Borrell, está mermando la fuerza moral europea a la velocidad de los envíos de armamento a Ucrania. El despertar tardío, junto al espejismo de seguir mirando a las ex colonias como aliados perpetuos de las metrópolis europeas, les está dejando fuera de juego. Al grito sálvese quién pueda, Alemania y Francia se lanzan a la recolección de recursos escasos por las sanciones a Rusia. Asegurar los suministros de gas, petróleo y carbón, fuera de la órbita rusa, es la nueva prioridad que ha demolido el viejo tablero mundial. En esta carrera de atletas, la última visita del canciller alemán a China, para abrazar al gran coco Li Jinping, ha desatado todo tipo de resquemores en el palacio de Versailles y la Casa Blanca. Los arrumacos de Emmanuel Macron a Nicolás Maduro durante la cumbre del clima, COP 27, no han dejado indiferentes a los que guardan al opositor venezolano, Leopoldo López, en el trastero nacional.
En los tiempos que corren, la Unión Europea está pérdida en el nuevo campo de juego. La condescendía supremacista eurocéntrica produce distorsiones en el enfoque del objetivo a disparar. África ya no es ese continente infante fácil de engatusar con caramelos veganos. Las contrapartes africanas exigen relaciones bilaterales basadas en mutuo respeto y cordialidad. Perdidos en el jardín de los sordos, los repartidores de dulces siguen bajándose al sur para repartir caramelos sin azúcar. Desde que se inicio la invasión de Rusia a Ucrania, en Sudáfrica se han multiplicado las interacciones con ejecutivos europeos. Tras una visita del canciller alemán Olaf Scholz a mediados de año, le siguió otra de Pedro Sánchez cinco meses después.
El canciller alemán fue el primero en subirse al carro tirado por renos para viajar a África. El pasado mes de mayo, Olaf, viajó a Sudáfrica escoltado por acaudalados empresarios alemanes, ministros de carteras comerciales y financieras de su gobierno, y un séquito de periodistas alemanes. En un sólo día, siguiendo el diseño del reciente viaje a China, se organizó el breve encuentro con las contrapartes gubernamentales sudafricanas, rueda de prensa conjunta de jefes de ejecutivos donde se anuncian paquetes financieros de ayudas para inversión en Sudáfrica, y finiquitando la visita con encuentro e intervenciones en foro de empresarios sudafricanos y alemanes. Olaf también visitó la sede de la paraestatal petroquímica SASOL, en la que Alemania está invirtiendo millones de euros para producir hidrógeno verde. En definitiva, un día de comerciales y un objetivo alcanzado: garantizar el suministro de recursos naturales y beneficios empresariales.
La contraparte sudafricana finiquitó la visita alemana con puntos sobre las íes. Cyril Ramaphosa reclamó claridad sobre el capital prometido durante el COP26. Unos 8.500 millones en ayudas para la descarbonización energética en el país. Los periodistas alemanes hablaron de sanciones contra Rusia. Los periodistas sudafricanos sobre la eficiencia de esas sanciones para la resolución de conflictos. En un revés mal sincronizado, Olaf apostilló: “Las sanciones impuestas a Rusia funcionan porque hay otros proveedores alrededor del mundo que están listos para vendernos su producción de carbón, que hasta ahora conseguíamos de Rusia. Honestamente, algunos, como Sudáfrica, por ejemplo, lo hará y gracias a ellos son posibles estas sanciones”. Más carbón, mi amigo sudafricano.
Sudáfrica es el séptimo productor de carbón mundial. Alemania quiere que Sudáfrica garantice el suministro de carbón al país europeo este invierno. A su vez, el gran germano ha prometido millones de euros para descarbonizar la producción energética sudafricana. Rebobinemos. La incongruencia hace estallar las cabezas de sudafricanos, que ven aumentar como la espuma la recaudación de las arcas del estado con impuestos a la exportación del carbón. Los alemanes, ingleses, franceses y norteamericanos han prometido financiar la transición a la descarbonización del país. Pero antes de que el invierno cubra el continente europeo, ruegan a los africanos del sur que aumenten la producción y exportación de carbón a Europa. En tierras africanas, el cinismo ante líderes norteños crece como las setas tras un día de lluvia otoñal.
Pedro Sánchez, evitando que le pudiesen acusar de original aventurero por tierras africanas, mimetizó con Alemania en su visita a Sudáfrica. Pedro se hizo acompañar de destacados empresarios asociados a la CEOE, la ministra de industria, comercio y turismo y por su puesto un grupo de periodistas españoles. La replica alemana fue excelente. Breve reunión con contrapartes del ejecutivo sudafricano, rueda de prensa conjunta de Cyril y Pedro, donde el presidente español anunció un paquete de ayudas a empresas españolas que inviertan en Sudáfrica. Encuentro y discursos ante un foro de negocios con sudafricanos y empresas españolas. Todo siguiendo al milímetro el patrón marcado por los alemanes. Las diferencias se hicieron evidentes en los puntos que el gobierno sudafricano quiso poner sobre las íes. El bloqueo a la importación de cítricos sudafricanos en la UE del gobierno de Pedro. Un sector que, recordó Cyril, da trabajo a 300.000 personas en el país. Los periodistas sudafricanos remataron la faena con preguntas sobre el tratamiento de los países del sur de Europa a los inmigrantes africanos, con la imagen de muerte y tortura de africanos en la entrada fronteriza a España el pasado junio.
Se reparten panes. Francia anuncia su retirada del Sahel, como si fuese un desplante de la antigua metrópolis colonial a sus siervos. Nada tiene que ver que los sentimientos anti-franceses no han dejado de aumentar en la región en los últimos años y que los líderes corruptos y opresores ya no dependen exclusivamente del dinero y ayuda francesa. Hay otros moradores en la zona. Emmanuel Macron, siguiendo el patrón anquilosado de los tiempos postcoloniales, mantiene que los niños africanos se han dejado engatusar por los dulces caramelos made in Rusia y China.
Nada tiene que ver que Emmanuel vanaglorie a dictadores fallecidos africanos, con la distinción de “amigos leales de Francia”. Nada tiene que ver el conocido impuesto colonial que Francia ha mantenido hasta hace dos años en ocho países del africa occidental y central. Benin, Burkina Faso, Cote d'Ivoire, Guinea-Bissau, Mali, Niger, Senegal y Togo estaban obligados a depositar al menos el 50% de sus reservas en divisas en el erario francés hasta el 2020. Y para hacer uso de esas reservas era obligada la aprobación de altos funcionarios del ejecutivo francés.
El renombrado UEMOA, Unión Económica Monetaria Occidental Africana, es un instrumento financiero establecido en 14 antiguas colonias francesas, justo antes de sus independencias tras la ola descolonizada de los años 60. Francia forzó a esas colonias a delegar su soberanía monetaria al estado francés. Un pacto colonial que condenaba a esos países africanos a depositar el 85% de sus reservas en divisas en el banco central francés, bajo el control del ministro de finanzas de la antigua metrópolis. El porcentaje se redujo más adelante al 50%, aunque se mantuvo operativo hasta mayo del 2020. Estos depósitos de reservas en divisas africanas en Francia, fueron conocidos como el impuesto de la era colonial. Millones de francos africanos han estado depositados en el sistema financiero francés. El antiguo presidente francés, Jacque Chirac, reconoció públicamente que sin la riqueza de África, Francia pasaría a convertirse en un poder global de tercer rango. En 2019, el ex embajador de la Unión Africana en los Estados Unidos, Chihombori-Quao, denunció como “Francia adquiere 500 mil millones de dólares de países africanos francófonos gracias al pacto colonial”. No fue hasta mayo de 2020 que el parlamento francés aprobó acabar con la obligación de esos ocho restantes países africanos a depositar la mitad de sus reservas en divisas en suelo francés bajo control gubernamental francés.
La moneda se mantiene. El franco africano, renombrado Eco, sigue bajo control del banco central francés. Según los apologetas, este sistema garantiza la estabilidad monetaria y convertibilidad de las monedas de estos países africanos. Aunque el flujo histórico del capital africano hacia el banco central francés siempre ha sido mayor que el flujo de capital dirigido a África. La ayuda al desarrollo ofrecida por los sucesivos gobiernos franceses a sus antiguas colonias ha endeudada a esos países a niveles insostenibles. Y aquí nos encontramos. Ante un nuevo tablero geoestratégico mundial con nuevas reinas y reyes, mientras el poder de las antiguas metrópolis europeas palidece en comparación al club BRICS.
El cinismo africano tiene un efecto de tierra quemada. China, India, Turquía y Rusia están construyendo sobre él a pasos de gigantes. Los norteños temen y mucho. Atrapados en las trampas de dictadores africanos que utilizan el factor chino y ruso como palancas para forzar la apertura del grifo de dinero que fluye y se pierde en administraciones corruptas en Camerún o Uganda. Y en gobiernos que ejecutan genocidios como en Etiopía, último en apuntarse a la barra libre de ayuda financiera del Fondo Monetario Internacional. Las nuevas generaciones africanas en países de Uganda, Camerún, Gana, Kenia, Mali o Sudán están atragantadas con las promesas vacías de gobiernos europeos que tienen como objetivo convencer a sus ciudadanos europeos y norteamericanos del buen hacer samaritano de sus representantes fuera del jardín norteño.
Las voces sureñas bocean a las norteñas, “dejen de financiar a nuestros opresores”. ¿Cómo?. Cierren el grifo de los prestamos del Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial a los gobiernos que no cumplen con objetivos de transparencia y rendición de cuentas. Nieguen la administración del dinero prestado a dictadores y gobiernos corruptos en el continente. Apliquen la legalidad que establece los documentos y tratados de esas instituciones financieras internacionales. Pero aquí estamos, una vez más, pidiendo más madera a nuestro amigo africano.
El último Congreso Nacional del Partido Comunista Chino abre las carteleras más leídas de la prensa española, como si se celebrara el del PP o el PSOE. El presidente Xi Jinping es presentado con todo tipo de epítetos negativos y como la gran amenaza futura. El nuevo coco asiático al que hay que neutralizar. Los europeos, desde que estalló la guerra ucraniana, siguen la senda marcada por Estados Unidos para trazar líneas divisorias en sus relaciones internacionales. Los que gobiernan el norte del continente americano tiemblan ante la alta posibilidad de que en menos de diez años, China pueda adelantar su primer puesto como potencia económica y, más tarde, como primer centro tecnológico del mundo. Mientras en el continente africano, donde se concentran la mayor parte de los recursos naturales necesarios para hacer funcionar las nuevas industrias tecnológicas que determinarán nuestras formas de vida y consumo futuro, buscan desprenderse del dominio norteamericano y Europeo para abrazar partenariados con la china liderada por Xi.
El presidente del partido comunista, y jefe del gobierno chino, no ha virado su discurso de la línea marcada en 2017. Cuando anunció que el socialismo con características chinas había entrado en una nueva era, durante el Congreso decimonoveno del Partido Comunista Chino (PCCh). La misión prioritaria de impulsar las fuerzas productivas y crecimiento de la economía, se dirigía ahora a rectificar el desequilibrio socio-económico entre zonas urbanas y zonas rurales, centrándose en una distribución más equitativa de ingresos de sus habitantes. La economía sigue siendo el principal foco del discurso de Xi, “la innovación continuará siendo el conductor de la modernización de China”, con la inversión en áreas claves para el desarrollo de tecnológicas que “aceleren los esfuerzos para alcanzar una mayor independencia”.
Xi Jinping no se sale del plan iniciado tras su elección en 2012 como líder supremo del PCCh. La renovación de la fortaleza de un partido comunista que observaba su popularidad en descenso, mientras aumentaba el malestar dentro del país y en Hong Kong. Una organización con 96 millones de afiliados que reina sola en un país con mas de 1.400 millones de súbditos. El malestar y desconfianza entre esos súbditos es una amenaza existencial para mantenerse en el poder, ininterrumpido desde la instauración del regimen autoritario de partido único en 1949 por Mao Zedong. Las políticas gubernamentales aplicadas para maximizar el potencial de las fuerzas productivas, y generar un crecimiento económico acelerado, han dejado un sendero de perdedores dentro del extenso país. La desigualdad socio-económica entre el ciudadano chino que reside en el campo y la ciudad, así como los altos índices de corrupción producidos por la fiesta loca para hacer funcionar la fábrica del mundo, a bajo coste y altos rendimientos financieros, han cabreado a muchos millones de chinos.
Xi Jinping alcanzó el puesto más poderoso en la jerarquía del partido y del estado para poner orden. Re-centralizar la estructura del partido y el poder del estado bajo la tutela del PCCh. La anterior descentralización estratégica para apoyar la economía de escala produjo una pandemia de corruptelas a todos los niveles administrativos y dentro de las filas del partido. Junto a ello, la desigualdad en la distribución de la riqueza generada por el desigual crecimiento económico y comercial en zonas urbanas, híper desarrolladas económicamente y con concentración de servicios estatales a su disposición, contrastaba con las paupérrimas áreas rurales. La guerra contra la pobreza rural y la corrupción dentro del partido y en la administración, sin desacelerar el motor económico y financiero, son algunas de las claves para entender las estrategias seguidas por el actual líder del PCCh.
La multiplicación y yuxtaposición de crisis que hemos experimentado en los últimos años son los desafíos que teme Xi. El cambio climático, energético, disminución de recursos naturales, crecimiento poblacional, inseguridad territorial, malestar ciudadano, son algunos de los peligros que Xi identifica en su discurso ofrecido en este último Congreso Nacional del PCCh. La receta mágica que el líder ofrece a los chinos y al mundo es: más partido. Fortalecer el poder de influencia de un partido que cumplió 100 años en 2021. Su objetivo es recuperar la confianza de sus súbditos en este extenso país. Que sigan creyendo en el partido como el único instrumento eficaz para mejorar sus vidas y así blindar la supervivencia del partido en el poder.
En este lado del mundo, en el continente africano, los desafíos y amenazas no sólo se circunscriben a las estipuladas por oficiales que controlan las instituciones Bretton Woods y son miembros del Club de París. A la amenaza que predice la desertización del más del 80% del continente africano, se entrecruza con el desafío de crecer económicamente y trasladar esa riqueza a la mayoría de los residentes en sus territorios. La ayuda al desarrollo es uno de los ingredientes de la receta ofrecida a África por el Club de París, pero ya no convence. Tras el evidente fracaso del efecto positivo de la ayuda al desarrollo, como mecanismo para generar prosperidad y capacidad de resistencia contra crisis multivariables en los países africanos. Las instituciones de Bretton Woods todavía son las mayores fuentes de financiación de ayuda al desarrollo mundial. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, son las agencias que siguen vinculando transferencia de capital con condicionalidades a la “gobernanza”. El Banco Mundial ha asignado transferencias de capital a 78 países de bajos ingresos con prestamos, teniendo como referencia para su concesión el índice Country Policy and Institutional Assessment (CPIA). El CPIA tiene 16 indicadores necesarios para que se concedan préstamos a un país, entre ellos la presencia de derechos de propiedad privada, de estados de derecho, así como instituciones de rendición de cuentas, mecanismos de transparencia y control de la corrupción del sector público. Los indicadores CPIA incluyen alguna protección de los derechos humanos (en particular derechos de la mujer), pero no existen referencias a indicadores de democracia como elecciones multipartidistas o derechos a la libertad de asociación política. La justificación ofrecida por el Banco Mundial es que en sus estatutos se prohibe la interferencia en los asuntos políticos del país o tomar decisiones basadas en el carácter político de un país miembro. El Fondo Internacional Mundial tiene restricciones similares.
A ese modus operandi, la diplomacia china responde con la promesa de trato de iguales, barra libre y autodeterminación. Aunque normalmente se menciona al gigante asiático como un donante emergente de ayuda al desarrollo, China inició su programa asistencial al desarrollo exterior en los años 50. Egipto fue el primer país africano en recibir ayuda china en 1956. Estos programas de ayuda al desarrollo chino se conceden casi automáticamente para todos los países africanos con relaciones diplomáticas formales con Beijing. Todos los países africanos son beneficiarios de ayudas chinas, con la excepción de Eswatini (antigua Swazilandia). A pesar de no tener una agencia central de ayuda al desarrollo como el USAID de Estados Unidos, la asistencia al desarrollo de China se distribuye a través del ministerio de comercio y el ministerio de exteriores. China no ha dejado de mantener un modelo estratégico de relaciones bilaterales con una clara apuesta por África. Este continente es el segundo mayor mercado de proyectos de infraestructuras internacionales chino.
El partenariado entre países africanos y China, desde la creación del Foro de Cooperación China-África (FOCAC), se ha traducido en la construcción de más de 10.000 km de red ferroviaria en África y casi 100.000 km de carreteras, creando más de 4,5 millones de puestos de trabajo. Algunos de los nuevos proyectos en marcha tienen la alta tecnología como protagonista, como los proyectados trenes de alta velocidad de Johannesburgo-Durban, en Sudáfrica, el Metro Express en Nairobi, en Kenia, o la nueva linea ferroviaria en Tanzania. En un informe publicado por la revista inglesa, The Economist, señalaba como las empresas chinas habían transformado el mapa del continente con la inversión de proyectos como la línea ferroviaria de Lagos-Ibadan en Nigeria, así como en el Congo occidental y remodelación de aeropuertos en varios países como en Mozambique, Zambia o Uganda. El vanguardista edificio que acoge actualmente la sede actual de la Unión Africana en Adís Abeba, Etiopía, fue construida y donada por China. Otro ejemplo de las donaciones chinas en el continente es el nuevo Parlamento de Zimbabwe.
Desde Sudáfrica las relaciones con China se entienden desde el pragmatismo de un buen socio para hacer negocio. El pasado mes de mayo, el ministro de transporte sudafricano presentó el nuevo libro blanco para rediseñar el transporte público en el país. El anuncio de la viabilidad de un nuevo trayecto de tren de alta velocidad que conecte dos centros, financiero y comercial, en el país: la capital financiera de Johannesburgo y el mayor puerto comercial del continente africano, Durban. Las miradas se dirigen hacia un socio que facilite la financiación de este tipo de proyectos de infraestructuras en el continente, la China de Xi. Para los sudafricanos es imprescindible ampliar sus tramos ferroviarios de alta velocidad para revitalizar una economía anclada en la extracción de recursos naturales. El país triplica la extensión territorial de España, pero solo cuenta con poco más de 21.000 km de línea ferrocarril, España tiene 16.000km, en un estado obsoleto y con graves problemas de mantenimiento. Este tipo de inversiones en infraestructuras son costosas y tienen poco atractivo para los acreedores que analizan sus inversiones en rentabilidad a medio plazo. En este tipo de inversiones de alto riesgo y largo plazo para recuperar la inversión, China es el alumno aventajado. El pasado abril, el embajador de China en Sudáfrica, Chen Xiadong, expresó la voluntad del gobierno chino de ayudar con la financiación de la línea de ferrocarril de alta velocidad que unirá Johannesburgo con Durban, proyectada para ser finalizada como muy pronto en 2025. Xi lo tiene claro, ser un coco en territorio norteamericano y europeo y el invitado preferido en África, y quizás pronto en Latinoamérica.