Todas putas
Empezaré diciendo que soy una puta. Siempre lo he sido y siempre lo seré. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: porque cuando algún hombre me lo ha llamado, al poco lo he olvidado y he retomado mi vida. Sin embargo, esa no es la manera de actuar de una señorita, ¡hasta las prostitutas deberían sentirse humilladas al ser calificadas así!Malos tiempos
Acabar un jueves cualquiera cantando por Camilo Sesto en el Toni 2. Esa fue mi respuesta cuando me preguntaron qué era para mí la aventura.
Menudo farol me marqué.
Pero ¿qué es la aventura? Nunca me lo había planteado hasta ese momento. Ahora sí lo sé: hacer lo que me dé la gana independientemente de lo que piensen los demás.
A pesar de vivir en un mundo globalizado y supuestamente moderno y avanzado, las personas son cada vez menos libres, la crítica a la individualidad es una constante en nuestros días y la ética está desapareciendo.
Me he marcado una premisa: nadie puede juzgarme o, mejor dicho, nadie debe interceder en mi vida. Porque, si no daño a nadie, no estoy haciendo nada malo. Ni raro, ni extraño, ni alocado, ni disparatado. Simplemente disfruto con lo que me hace feliz.
Imagina que aparece una persona que vuelve a situarte en el mundo, que siempre está dispuesta a hacerte sentir bien y que, parafraseando a Luis Alberto de Cuenca en El desayuno, tu risa se convierte en una ducha en el infierno. Pero todo el mundo piensa que esa unión no te conviene, que vuestras condiciones no son las mismas y que no podéis tener un plan de futuro común.
Futuro. Desde cuándo le preocupa mi futuro a una sociedad que se decanta por lo inmediato, que desecha a las personas en un abrir y cerrar de ojos como si fuesen maquinillas de usar y tirar. El mercado de la carne se hace realidad en esas aplicaciones en las que se decide a qué desconocido te llevarías a la cama simplemente por su físico. Y después, desaparecer.
Época consumista y de contradicciones. No puedo tener vello en las axilas, pero está de moda hacerse extensiones en los pelos de la nariz. No debo acostarme con quien quiera, pero si no lo hago soy una mojigata. Estoy en contra de la explotación de las personas, pero me compro unos calcetines en Primark.
Las redes sociales están repletas de politólogos aplicando el artículo 155, enchironando a Puigdemont y declarando la independencia de Cataluña cada cinco minutos. Llevo un mes viendo banderas de España engalanando los balcones de los barrios más humildes. De repente nos inunda la preocupación por la unidad del país cuando somos los primeros que llevamos años sufriendo recortes en numerosos servicios públicos.
Las mujeres queremos feminismo. Libertad, igualdad y fraternidad, premisas muy francesas. Pero luego, si me ven hablando con un amigo durante varias horas, esas mismas tías pseudo-liberales me insisten en que me enrolle con él o me preguntan si ya lo he hecho. Cuando he viajado sola se han atrevido a decirme: “Sí, ya, sola”. Y cuando menos me lo espero recibo un comentario nada favorecedor acerca de mi soltería.
A la mierda, que diría Labordeta. A mí lo único que me importa es respetar las decisiones, ideologías y opiniones de los demás siempre que no se inmiscuyan en mi vida.
Vivir intensamente, ir a un concierto espectacular, bailar en la pista y que, al ducharme, el confeti que se había quedado pegado a mi cuerpo se diluya en el agua.
Viajar sola o en compañía, disfrutar de las personas que me interesan, leer un buen libro.
Amar a quien sepa cómo encender el interruptor que me da vida.
Y, por qué no, ponerme extensiones en los pelos de la nariz.
Cuánto daño hacen la libertad y la felicidad.
Ándate con cuidado.
Que no se entere nadie
de que lo pasas bien,
que tu vida funciona
y eres feliz a ratos.
Hay gente que es capaz
de cualquier cosa
cuando ve una sonrisa.
<Malos tiempos - Karmelo C. Iribarren>