La historia de la noche (XVI)
16. Madrid no hablará de vosotros cuando estéis muertos.
Aguinaga no soñó con lo mismo de siempre, ni pudo controlar la acción onírica. Se sintió incómodo, como si estuviera atado de pies y manos. Los sueños siempre habían sido un refugio para él. Cada noche se acostaba y podía escapar hacia aquella realidad paralela en la que, al mismo tiempo que interactuaba, pensaba en las acciones a realizar tras el despertar. Conseguía realizar aunténticos viajes astrales a lugares que nunca había conocido y hablar con personas, tanto muertas como vivas. Además, podía recordar todo lo soñado con gran detalle. Pero aquel día Esteban no lo estaba logrando. Primero se le apareció un chapero murciano al que se había tirado repetidas veces años atrás y que había muerto de SIDA. Le besó en la boca, le hizo una felación que incluso sintió en el pene, luego desapareció corriendo. Después, pudo ver claramente a su padre entrar y llamarle maricón a gritos, Aguinaga intentó agarrarle del cuello y estrangularle, pero no podía moverse, tuvo que aguantar el chaparrón paterno. Entonces llegó otro viejo y se marchó su progenitor. Un viejo hijoputa. Se puso a mirarle fíjamente. Le dio miedo. Hacía años que no sentía miedo, era una sensación rara. Le susurró una parrafada confusa y un nombre al oído, luego se separó de él y le dijo antes de desaparecer: “Nada es lo que parece, nada es lo que parece...”. Entonces Esteban abrió los ojos.