El trabajo hace libre

Escrito por Lorens Gil el .

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Desde la esquina del pasillo se comienzan a escuchar las voces. Azucena acaba de salir del baño. Es su rutina de todos los días. A primera hora de la mañana le da una pasada rápida antes de que los chicos entren en bandada. Desinfecta los urinarios y friega el suelo con rapidez para evitar encontrarse allí cuando lleguen. La entrada todavía está mojada. Cuando acaben, hará las duchas. Ya están aquí.

Andrés llega con aire jovial. Como siempre, su voz fuerte y grave sobresale del resto:

- Tengo un hambre que me muero. No sé que se le habrá pasado por la cabeza ayer a mi mujer, pero con un bocadillo de hierba no puedo aguantar toda la noche. En cuanto salga me voy a ir al Txusmi a por un pincho de tortilla. ¿Alguien se apunta?


Efectivamente, su tripa le delata. Andrés es de buen comer. Y de buen beber, lo que le mantiene ocupado todo su tiempo. Algunos viernes a la salida, varios compañeros se apuntan para desayunar en el bar para empezar con buen pie el fin de semana.

- A mi me toca ir al club de fútbol del chaval. Este sábado le toca jugar fuera y necesito las invitaciones para el público.

José es un apasionado de sus hijos. Vive por y para ellos. Por las mañanas, como tiene un poco más de tiempo para él, sí que se puede quedar con nosotros, pero cuando salimos del turno de tarde, nunca.

Tomás es el más misterioso de todos. Hay veces que pienso que se ducha aquí por no gastar agua en casa. Es capaz de ponerse 2 o 3 días a la semana los mismos calzoncillos. ¿Cuestión de ahorrar o de falta de higiene? En los cinco años que llevo aquí, nunca ha hablado gran cosa acerca de su vida personal. Hay rumores que dicen que está casado, pero no se sabe a ciencia cierta.

- Yo tengo que hacer la compra. Este fin de semana me voy de escapada al pueblo y tengo que preparar las cosas.
Desde que su madre ha empeorado su estado de salud, Esteban está cada vez más ausente. Una vez le preguntaron en los vestuarios qué tal estaba, pero respondió poco más o menos que eso no era de nuestra incumbencia.



En el otro lado está el núcleo joven: Carlos, Luis y los cinco nuevos que han entrado nuevos este año, con una conversación en paralelo. Somos muchos y ellos van siempre un poco más independientes.  

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En realidad, cada uno va a lo suyo. Tenemos bien definido lo que nos toca hacer en planta. Sabemos lo que hay que hacer. Nadie destaca sobre los demás. Echamos nuestras ocho horitas y a esperar a ver la cuenta a fin de mes. Los turnos, el trabajo, todo se convierte en rutinario. Quizás no es lo que había soñado de niño, pero de algo hay que comer.

Comencé a trabajar como ayudante de fontanero. Ese fue mi primer trabajo. Todavía hoy guardo un recuerdo de tensión constante que me encoge las venas. Paco era su nombre. Ni siquiera con el paso del tiempo puedo comprender por qué esa situación me superó de tal manera.

El trabajo era más variado que el montaje que hago aquí, de eso no hay duda. Por el contrario, no se trataba de tareas excesivamente complejas. Tan sólo había que estar atento y ser cuidadoso. Hacer las tareas preliminares, picar y recoger los escombros y acabar los trabajos. Nunca llegué a soldar, especialmente desde el día que se me olvido poner el hilo de cáñamo en las juntas tóricas de una obra y tuvimos que volver al día siguiente, . Era imprescindible asegurarse que el almacén se quedaba en orden, en su orden claro.

El día que me olvidé de cerrar la bombona de gas fue el último. Al regresar al día siguiente, estaba vacía (afortunadamente no pasó nada). Tanto por su parte como por la mía sabíamos que esa situación era insostenible. Desde luego que el sueldo no compensaba la vigilia constante de aquellos días.

Paco mostraba en cada minuto su descontento por la forma en la que hacía las cosas, lo que me llevaba a pensar que estaba haciendo todo mal, incluso antes de haber empezado con las tareas. Llevaba toda la vida trabajando en el oficio y su destreza era evidente. Sin embargo, sus dotes como maestro brillaban por su ausencia, y no se manifestaron con mi paso por su vida.

Un buen maestro nunca contra ataca con un golpe de espada directo a la cabeza, sino que se esmera en esquivar los golpes que recibe del aprendiz, se envuelve con ellos, los materializa haciendo suyos, y los desvía, alejándose. Tan sólo así se eliminan por completo y se puede aprender de ello. En el caso contrario, de una u otra forma acaban volviendo.

libre4Por mi parte, cuanto más pensaba en hacer las cosas bien, peor me salian. Ponía mucho énfasis en los detalles, y se me olvidaban las cosas principales. Echaba horas sin control para hacerlo todo perfecto. Incluso cuando llegaba a casa, no podía desconectar.

Es posible que salir de un turno de noche en una cadena de montaje no sea mi trabajo de ensueño, pero después de aquella experiencia, pasar a ser uno más fue un alivio.

- Yo hoy tampoco puedo chicos. Con el turno de noche llego cansado a casa y no hago nada.

 Ahora, concentro mi tiempo personal en crear aquello en lo que siempre he creído, al igual que mis compañeros. Llegué aquí para conseguir un dinero extra mientras estaba estudiando, y a estas alturas, me falta muy poco para acabar mis estudios como maestro y tomar de nuevo las riendas de mi vida.

- Necesito aprovechar estos días para adelantar el proyecto- Les hubiera dicho. Sin embargo, desde el primer momento me pareció pretencioso decir que me estaba sacando un título a la vez. Queda poco; cuando acabe, lo haré.

Tengo ganas de convertirme en ese profesor capaz de canalizar las expectativas de sus alumnos, poder concentrar mi energía en hacer aquello que me hubiese gustado recibir en mi época. Ha sido largo y sacrificado llegar hasta aquí, pero tengo la sensación de que superaré todas las dificultades que se antepongan en mi camino.

A fín de cuentas, involuntariamente, el trabajo es una dedicación importante en la vida, un arma de doble filo. De tí depende que se convierta en la rutina que gobierna tus días, o en el estímulo que te acompaña para cumplir tus deseos, para hacerte libre.

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