La añorada hacienda

Escrito por García Cardiel el .

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Como bien sabe mucha gente, lamentablemente más gente cada día, es duro vivir lejos del hogar. Uno echa de menos sus cosas, esas cosas valiosas y esas otras que no lo son tanto, pero que dan sentido a nuestro pasado, a nuestro presente. Esas cosas que nos definen, a las que les tenemos cierto afecto, aunque no valgan nada.

hacienda2Esta noche les quiero hablar del viajero por antonomasia, Ulises. Señor de Ítaca cuando salió de su tierra, heroico caudillo durante la larga guerra contra Troya, paupérrimo refugiado tras años enteros navegando a la deriva, a su regreso. Dos décadas pasó Ulises lejos de su casa, de sus cosas. Y ni un solo día dejó de añorarlas. Y, durante esas dos décadas, Penélope, su esposa, tejía y destejía su telar, esperando contra toda esperanza que el marido ausente regresara a casa. Resistiendo como podía las acechanzas del enjambre de pretendientes que había acudido a palacio a pedir su mano y a aprovecharse de las riquezas desprotegidas del rey. Penélope les prometió que elegiría esposo entre ellos en cuanto terminara el manto que se encontraba tejiendo, pero no antes. Y por eso destejía cada noche su labor de la víspera, tratando así de ganar tiempo al tiempo.

Porque aquello era lo peor, aquella manada de parásitos aposentados en su palacio, y de la que Ulises tenía puntual noticia. A la caída de Troya, cuando los conquistadores se repartieron el botín capturado en la ciudad y a Ulises le tocó en suerte gozar de los maduros encantos de Hécuba, la segunda esposa del recientemente difunto rey Príamo, el señor de Ítaca no hacía otra cosa que pensar en los pretendientes que asediaban su casa. Tampoco pudo quitárselos de la cabeza cuando, tras partir de Troya, recaló en la isla de la hechicera Circe y esta se enamoró perdidamente de él y le retuvo en su lecho durante meses. Después atravesó el país de las sirenas, que embelesaban a los hombres con su canto, y más tarde desembarcó en la isla de la ninfa Calipso, hacienda3donde hubo de pasar varios años trastornado por los encantos de tan singular fémina, pero ni aun así Ulises pudo olvidarse de lo que entretanto estaba sucediendo en su casa. Cuando, ayudado en el mar por la enamoradiza nereida Leucotea, el viajero alcanzó la isla de los feacios, seguía teniéndolos en mente, y también cuando hubo de seducir a la princesa Nausicaa para que los habitantes de Esqueria le socorrieran en su viaje. Y, mientras tanto, Penélope tejía y destejía su telar, guardando fielmente la hacienda del marido.

Pero por fin, tras veinte años de ausencia, Ulises logró regresar a su patria. Disfrazado de pordiosero, se presentó en el palacio y comprobó de primera mano lo que ya sabía: que todos aquellos malandrines llevaban años comiéndose sus terneros, trasegando sus vinos, despilfarrando sus monedas, haciendo añicos sus cosas, sus preciadas cosas. Disimulando, ocultándose tras un cúmulo de harapos, perdido entre la multitud de pretendientes, les retó a todos ellos a un certamen de tiro con arco, con la mano de Penélope como tentador premio. Y les venció a todos. Y acto seguido volvió a tensar el arco y les fue dando muerte a uno tras otro, sistemática y descarnadamente, pues se lo merecían. No en vano habían pasado años profanando y destruyendo su patrimonio.

hacienda4Solo entonces Ulises se despojó de sus andrajos y reveló su verdadera identidad. Él era el largamente añorado rey de Ítaca, señor de aquella casa. Mandó a sus sirvientes adecentar la casa, ordenó a sus pastores que recompusieran lo antes posible sus rebaños, premió al porquero que durante todos aquellos años le había sido siempre leal, y mandó a buscar a Penélope, eximiéndole de su obligación de continuar tejiendo y destejiendo aquel maldito telar. El señor de la casa, dueño de todos sus habitantes, había regresado, y estaba dispuesto a disfrutar de todas aquellas cosas que le pertenecían y que tanto había añorado.

Porque, como bien sabe mucha gente, es duro vivir lejos del hogar. Uno echa de menos sus cosas, esas cosas valiosas y esas otras que no lo son tanto, pero que dan sentido a nuestro pasado, a nuestro presente. Esas cosas que nos definen, a las que les tenemos cierto afecto, aunque no valgan nada. Como le sucedía a Ulises con Penélope.

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