Los misteriosos itálicos

Escrito por García Cardiel el .

italicos1

En su célebre discurso en defensa de la Ley Manilia, singularmente apasionado incluso para un orador de su talla y experiencia, Cicerón llamó a la intervención romana en el reino del Ponto, exigiendo además que dicha operación fuera fulgurante y decisiva. Para ello había que olvidarse de las viejas cortapisas que habían lastrado la política exterior de la mojigata República romana durante siglos. Había que concederle el poder absoluto a un solo hombre y había que eximirle preventivamente de toda responsabilidad sobre las decisiones que hubiera de tomar sobre el terreno. Solo así podría librarse con éxito la operación especial que Cicerón y algunos de sus colegas tenían en mente.

italicos2Era indispensable tomar tan trascendental decisión, sostenía Cicerón, para la salvaguarda de los itálicos. Los poderosos reyes que gobernaban en torno al Mar Negro habían desatado una guerra contra los negotiatores itálicos que residían en sus dominios. A diario, afirmaba el orador, llegaban a Roma centenares de cartas de tan insignes caballeros quejándose de que sus negocios, sus fortunas, e incluso sus mismas vidas, peligraban. Se decía que algunas de sus viviendas habían sido incendiadas, e incluso se rumoreaba que uno de aquellos reyes del Mar Negro había iniciado un genocidio contra los itálicos. Era necesario intervenir.

Y se intervino, y se le concedieron a Pompeyo unos poderes sin precedentes en toda la Historia romana, y Pompeyo no solo derrotó a Mitrídates, el más destacado de los agresores, sino que llevó la guerra hasta Armenia y Siria, conquistó reinos enteros, depuso y repuso gobernantes a su solo arbitrio, y extendió las fronteras imperiales hasta donde nunca antes habían alcanzado.
Ahora bien, los historiadores modernos llevamos ya tiempo planteándonos una sencilla, o quizás no tan sencilla, pregunta: ¿quiénes eran esos itálicos a los que los reyes del Mar Negro estaban tiranizando?

italicos3Para ser francos, lo ignoramos. Solemos contentarnos con inferir que los negotiatores itálicos eran hombres de negocios procedentes de Italia. Vale, es obvio. O lo parece. Comerciantes y prestamistas que al parecer habrían ido asentándose en las tierras próximo-orientales, más allá de las fronteras de la República romana, y que habrían medrado gracias a su singular inteligencia y a su fantástico olfato con los negocios, lo que les terminó granjeando por lo visto, la envidia de los vecinos y gobernantes locales. No parece que fueran ciudadanos romanos, porque entonces nuestras fuentes nos lo dirían, dirían “romanos” y no “itálicos”, y desde luego Cicerón no tendría que arengar a sus ciudadanos a socorrerlos, porque todo romano se apresuraría a tomar las armas en defensa de cualquiera de sus compatriotas. Además, un romano nunca residiría motu proprio en territorio enemigo. Se nos dice que eran “itálicos” pero no ciudadanos romanos, en un momento en el que Roma se había apoderado ya de Italia y no quedaban en la península pobladores que no fueran romanos. Los historiadores, en fin, hemos tratado de resolver tan desconcertante (¿y anecdótico?) rompecabezas proponiendo que estos itálicos agredidos en las costas del Mar Negro serían seguramente comerciantes y prestamistas originarios de algún pueblo aliado de Roma. O puede que una mezcla de ciudadanos romanos con gentes que no lo eran, pero que eran partidarias de Roma. O algo parecido. En el fondo no tiene mucha importancia, lo importante es que estaban siendo agredidos y hubo que intervenir en su apoyo. ¿Verdad?

italicos4Como también hubo que intervenir, por cierto, en Macedonia, cuando Perseo, el último sucesor de Alejandro Magno, invadió la ciudad de Larisa, provocando la huida de casi todos los itálicos-no-romanos que vivían en ella. Y también en Numidia, cuando el malvado Jugurta masacró a traición a los honorables itálicos de las ciudades de Cirta y Vaga. Y en la propia Cartago, cuando, cincuenta años después de suscrita la paz con Aníbal y delimitadas las respectivas áreas de influencia de las dos potencias, los habitantes de Cartago se lanzaron como hienas sobre los pobres itálicos que residían en la ciudad, asesinándolos sin excepción. Y contra el reino del Ponto, cuando Arquelao, el hijo del monarca depuesto por Pompeyo, se puso al frente de una flota y asesinó a varios miles de itálicos en el puerto de Delos.

¿Quiénes eran estos itálicos? Yo tengo mis sospechas, pero permítanme que en esta ocasión no las comparta con ustedes. Mejor que cada cual se forje su propia opinión al respecto.

Imprimir