Jaque mate

Escrito por Estela de Mingo el .

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Se despertó con una resaca de libro: dolor de cabeza mortal, cansancio, agarrotamiento en todas las articulaciones del cuerpo, boca pastosa, estómago revuelto...

-Normal-dijo para sí mismo, sin ni siquiera haber abierto aun los ojos-Tal y como me he despertado todas las mañanas de domingo, sin excepción, desde hace más de veinte años.

Por unas milésimas de segundo no le dio mayor importancia al asunto, era simplemente un domingo de resaca más, hasta que cayó en la cuenta de que el día anterior, que efectivamente había sido sábado, no recordaba haber bebido una sola gota de alcohol.

No le había dado tiempo a hacerlo después de la extenuante competición de ajedrez, su gran pasión tras el alcohol, que había disputado por la mañana y que se había extendido durante horas. Se había prometido a sí mismo que cuando acabara la última partida, que presumiblemente le daría el título de vencedor sobre el resto de sus rivales, se bebería la botella más cara que encontrara en el primer antro de mala muerte con el que se topara de camino a su casa. Pero no llegó a cumplir su promesa porque la última partida nunca terminó. O, al menos, él no recordaba un final.

jaque3Avanza el caballo, retrocede el alfil, la reina mata a la torre, los peones se sacrifican, el rey asiste impasible a la batalla mientras sus súbditos dan la vida por él...

-¡Jaque mate!

Era lo último que recordaba: sus labios moviéndose para que sus cuerdas vocales pudieran emitir esa amenaza de muerte segura e inminente en forma de palabra y la cara de consternación de su contrincante, una atractiva joven, que lucía una larga melena de color fuego intenso, cuando la pronunció.

Después, el más inmenso vacío en su memoria.

Al abrir los ojos, sus pupilas le ardieron como si se le clavaran miles de agujas incandescentes, algo que también solía ocurrirle en sus despertares dominicales, cuando al acostarse aun de noche olvidaba bajar la persiana y la luz del sol al amanecer incidía sobre su cama. Sin embargo, no estaba en su cama, y la luz que quemaba sus pupilas no era la solar, sino la que emanaba de cuatro grandes focos que iluminaban una habitación completamente desconocida para él.

Se trataba de un cubículo totalmente cerrado, al parecer de manera hermética, de pocos metros cuadrados de superficie, pintado completamente, del suelo al techo, en colores blanco y negro brillantes, a modo de tablero de ajedrez.

No sabía qué era ese lugar ni cómo había llegado hasta allí, pero lo más inquietante era que, al echar un vistazo sobre sí mismo, se percató de que el estampado ajedrezado de la habitación continuaba por toda su piel, desnuda de la cabeza a los pies.

Su primer impulso fue frotarse con fuerza el dorso de las manos, pero no consiguió borrar la tinta, o lo que fuera, que impregnaba su piel, ni siquiera con la escasa saliva que pudo escupir desde su extremadamente seca boca. Enseguida comprendió lo que pasaba. No podía borrar aquel dibujo porque estaba tatuado. Tatuado hasta en el último y más recóndito lugar de su cuerpo que, ahora lo notaba, tenía en carne viva. Incluso en la cabeza, que horas antes portaba una reluciente y dorada media melena y ahora notaba rasurada del todo.

Levantó su mano para acariciarse su recién estrenada calva pero, al hacerlo, se topó con unas protuberancias que nacían desde su cuero cabelludo y que, al ser palpadas, le produjeron un intenso dolor en el cráneo que le hizo gemir de forma lastimera.

Volvió a tocarse más suavemente. Lo que quiera que fuera estaba incrustado por debajo de su piel. Eran unos salientes de unos cinco centímetros y, por lo que podía notar a través de las yemas de sus dedos, diría que se trataba de...

-¿Piezas de ajedrez?- se preguntó, extrañado, en voz alta.
-Efectivamente cerebrito.

jaque4Al oír esas palabras, que sembraban proceder de ultratumba, se giró bruscamente, asustado. No sabía de dónde salía el sonido, pero envolvía por completo aquella habitación.

-¡Qué lástima que no tengas un espejo para verte! ¡Estás guapísimo!

Era una voz de mujer, suave y sensual, que le resultaba algo familiar, pero no lograba recordar de qué.

-¿Quién eres? ¿Dónde estoy?-preguntó con desesperación-¿Qué me has hecho?
- Me decepciona que te hayas olvidado tan pronto de mi-dijo la voz con un tono molesto-Creía que realmente tenías interés en mi. Todos sois iguales...En cuanto ganáis la partida os olvidáis de mi...Pero yo no me olvido tan fácilmente.
-¿La partida?-preguntó.
-Permito que se me gane al ajedrez o que se me mienta en el amor-dijo con seriedad- Pero no las dos cosas.

El hombre se quedó extrañado con aquellas palabras. No sabía a qué se refería aquella voz misteriosa. Lo único de lo que tenía certeza era que, fuera quien fuese la mente perversa escondida tras esa voz femenina, era la responsable de su piel tatuada y su cráneo deformado.
-¡Jaque mate!-sentenció la voz.

Entonces escuchó lo que parecía ser el ruido de unos engranajes poniéndose en marcha. Miró a su alrededor y percibió como, muy lentamente, las paredes de la habitación comenzaban a moverse, estrechando poco a poco el recinto ajedrezado alrededor de él.

-¡Jaque mate!-continuó diciendo la voz, ahora entre sonoras carcajadas-¡Jaque mate! ¡Jaque mate! ¡Jaque mate!

Aquellas palabras funcionaron en su mente como una espiral hipnotizadora que le permitió volver a recordar, con visiones fugaces y borrosas, lo que había sucedido en las últimas horas.

-Creo que es la primera vez en mi vida que me enfrento a una mujer con unos ojos tan interesantes-le dijo a la despampanante pelirroja (teñida, pero pelirroja al fin y al cabo), regalándole la sonrisa más sensual que pudo dibujar en su boca-Normalmente mis contrincantes no son más que unos cerebritos asociales que salen de su casa sin mirarse al espejo.

-Lo mismo digo-le habló ella, incapaz de retirar la mirada de los abdominales perfectamente definidos que se adivinaban bajo la camisa de su atractivo oponente.- Espero que la partida se alargue, para disfrutar durante un largo rato de tu presencia.
-Si lo prefieres, podemos acortar la partida y disfrutar mutuamente de nuestra presencia después, lejos de todos estos empollones-le insinuó él.
A ella se le iluminó la mirada al oír aquella proposición. Asintió con la cabeza. Se la tomó muy en serio. Tanto, que en apenas veinte movimientos había perdido gran parte de sus piezas y había expuesto mortalmente a la principal.
-¡Jaque mate!- dijo él, haciéndose oír por todos los que estaban presentes.

Ella sonrió mientras, con un ligero ademán de la mano, tiraba al rey por el tablero, haciendo que cayera rodando al suelo.

Después estaba todo algo borroso. Muchos aplausos, un trofeo de latón, palmadas en la espalda, un cheque al portador y todos abandonando el local sin más.

Luego, otra vez aparecía ella. Le estaba esperando a la salida, con una sonrisa de oreja a oreja.

-He cumplido con mi parte.-le dijo, acercando los labios a su cara.-¿Vamos a mi casa?

jaque2El hombre la miró de arriba a abajo. Tenía una cara de película, un cuerpo de modelo y estaba deseando llevárselo a casa. Hacía mucho que no se veía en una situación así. Sin embargo, había algo que le impedía irse con ella.

-No me gustan las chicas que se dejan ganar.

Dicho esto, se fue sin mirar atrás, dejando a la chica plantada en medio de la calle.

Tras ese recuerdo, otra vez ráfagas inconexas, recuerdos que parecían sueños olvidados: en un bar cualquiera apurando una botella de vodka; una chica (¿era la misma pelirroja?) acercándose a él; una máquina de tatuar; un bisturí; piezas de ajedrez; un pañuelo húmedo tapando su nariz...

Y después el despertar en aquella habitación que no paraba de estrecharse.

-¿Te creíste que me dejaría ganar a cambio de nada?-volvió a hablar la voz, que sin duda pertenecía a la atractiva pelirroja que tan inofensiva le había parecido en un primer momento.

-¡No! ¡No!-gritó desesperado, al ser consciente de que apenas le quedaban unos segundos para morir aplastado.-¡Me equivoqué! ¡Lo siento! ¡Lo siento de verdad! Haré lo que quieras pero no me hagas daño...

El movimiento de las paredes se frenó a apenas unos centímetros de su cuerpo. Acto seguido, volvieron a su posición original.

Aliviado, el hombre se dejó caer al suelo, provocando un inmenso dolor en su piel, que aun no había comenzado a cicatrizar los tatuajes.

Frente a él se abrió una puerta, que hasta entonces había estado oculta a su vista, y entró ella.

Estaba tan deslumbrante como en la competición y le observaba con la misma mirada intensa, que parecía ser capaz de ver a través de él.

Se acercó a él lentamente y le ayudó a incorporarse con suavidad. Posó las manos sobre su cara y le acarició con dulzura, posando sus dedos allá donde se unían los colores con los que había decorado toda su piel, y deteniéndose en las piezas de ajedrez que adornarían para siempre su cráneo.

-Vamos a ser muy felices-le dijo, acercando su boca roja a los labios bicolor del hombre derrotado.

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