Presencias paranormales

Escrito por Estela de Mingo, texto / Elena Summers, ilustraciones. el .

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[Ilustraciones: Elena Summers] 

Un escalofrío le recorrió la espalda de arriba a abajo, haciendo que se tambaleara su columna vertebral.

Últimamente le ocurría mucho, demasiado para su gusto, cuando se encontraba en casa. Le pasaba mientras cocinaba, mientras limpiaba, mientras veía la tele, leía un libro, o simplemente cuando estaba tirada en el sofá...De repente sentía una presencia extraña, desconocida y siniestra, como si alguien estuviera junto a ella. Incluso, en ocasiones, notaba como si la tocaran, y alguna vez había sentido lo que parecían ser unos labios susurrando en su oído, lo que le hacía entrar en pánico.

No lo había hablado con nadie, ni siquiera con su familia ni con sus amigas más cercanas. No quería que pensaran que estaba loca...Pero había dejado de invitar a la gente a su casa, no quería que sufrieran las mismas experiencias terroríficas que sufría ella en cada momento, y que ya empezaban a preocuparle de verdad.

Pasaba los días nerviosa, intentando alargar al máximo las jornadas de trabajo, las visitas a sus padres y las salidas con amigos, para pasar en casa el menor tiempo posible, e incluso procuraba dormir fuera siempre que podía.

Pero había ocasiones en las que no tenía más remedio que estar en casa. Y, entonces, se moría de miedo.

Le temblaba la mano al introducir la llave en la cerradura y, según abría, lentamente, la puerta, encendía todas las lámparas. Le aterraba permanecer a oscuras, aunque la luz no le garantizara estar libre de aquellas extrañas sensaciones que experimentaba siempre que estaba en su hogar.

No siempre había sido vivido así, ni mucho menos. En realidad, había sido muy feliz en esa casa, que había comprado, arreglado y amueblado con tanta ilusión.

Pero, de un tiempo a esta parte, su dulce hogar se había convertido en la casa de los horrores, donde cada día era un sufrimiento para ella, que estaba comenzando a perder los nervios y, seguramente, la cordura.

Había pensado, seriamente, en vender la casa, pero se le antojaba una misión imposible, no ya por la imposibilidad de recuperar la inversión que le supuso en su momento, si no porque aquellas presencias, que la acompañaban día y noche, parecían no querer permitir que se deshiciera de la casa, y por lo tanto de ellas, y siempre que venía algún posible comprador se dejaban notar, espantando así a cualquiera que mostrara un mínimo interés en el piso, así que había perdido completamente la esperanza de desprenderse de él y así olvidar de una vez por todas aquellos sucesos que la inquietaban tanto a diario.

Ese día había llegado a casa ya de noche, cuando ya no había podido retener más a sus compañeros de trabajo, a los que había logrado convencer para ir de cañas un miércoles, y desde el primer momento que puso el pie dentro de casa había sentido un escalofrío tras otro.

Primero, al escuchar la tele encendida, cuando hacía días que ella no la veía, y por lo tanto no la había podido dejar puesta antes de irse por la mañana. Rápidamente, cogió el mando, la apagó, y desconectó la toma del enchufe, aunque no estaba segura de que sirviera para que no volviera a suceder.

Después, al desvestirse, tuvo la sensación de que estaba siendo observada, por lo que se puso el pijama lo más rápido que pudo y se fue corriendo al cuarto de baño.

presencias4Pero ahí no acabó todo.

Mientras se lavaba los dientes notó como aquella presencia extraña, probablemente la misma que la había estado mirando mientras se ponía el pijama, se acercaba a ella por su espalda y, de alguna manera, notó como la rodeaba con unos brazos que se le antojaron tan etéreos como siniestros, mientras pronunciaba palabras inentendibles cerca de su oreja izquierda.

No pudo contener un alarido de terror, que pareció espantar a su vez a la criatura que se le había enganchado al cuerpo, ya que sintió como se separaba repentinamente de ella.

Sin enjuagarse siquiera la boca, corrió desesperadamente hacia la cama, donde se metió de un salto, tapándose hasta la cabeza con la funda nórdica, a pesar de que hacía calor, esperando que así aquella presencia no pudiera encontrarla.

Pero el truco del escondite no le funcionó, y a los pocos minutos sintió otra vez aquel escalofrío que le recorría todas y cada una de las vértebras de su espalda.

Para su espanto, sintió como la funda nórdica se levantaba en el otro extremo de la cama, y notó como un peso muerto se tumbaba sobre el colchón, dejando caer de nuevo el nórdico sobre él.

Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando aquel espeluznante ser comenzó a acercarse poco a poco a ella y, como había hecho en el cuarto de baño, la rodeó con sus brazos.

-¡Déjame! ¡Vete de aquí! ¡Déjame tranquila de una vez!-Gritó espeluznada, mientras se aproximaba todo lo que podía al borde de la cama, intentando huir de aquellas garras aterradoras.

Segundos después, todo acabó. Repentinamente, la extraña presencia había desaparecido.

Ya no la volvió a notar aquella noche, pero aun así fue incapaz de dormir. Sabía que, tarde o temprano, volvería a tener que enfrentarse a ella, y eso la aterraba.

En el salón, el hombre se afanaba en colocar los cojines bajo su cabeza para que, por la mañana, no le doliera la espalda por haber dormido, una noche más, en el sofá.

No sabía cómo habían podido llegar a este punto. Llevaban muchos años juntos y habían tenido miles de discusiones, pero jamás habían estado tan mal, tan lejos el uno del otro.

Él había intentado una y otra vez arreglar las cosas, todavía no había perdido la esperanza de reconquistarla, de que lo perdonara...

Pero no era el enfado de ella lo que más le preocupaba. Podía afrontar que le tuviera rencor, podía afrontar incluso que hubiera dejado de quererlo...

Pero lo que no podía soportar era esa indiferencia con la que lo trataba, como si no existiera, como si no pudiera verlo, como si su presencia junto a ella le diera miedo, como si se tratara de un simple...Espectro...

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