Morrison Hotel (2ª parte): Hard Rock Café

Escrito por Fernando Ese Ele el .

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Al cruzar el umbral de aquel tugurio me encontré con un ambiente muy distinto del que se podía presagiar por su fachada. A pesar de que todo el mundo fumaba sin descanso, el aire que se respiraba era muy puro, refrescante incluso. Un viento ligero y sibilino cabalgaba por encima del libertinaje y el descontrol que allí se mascaban. El amplio espectro de individuos que se concentraba en apenas unos metros cuadrados se arropaba en torno a decorados construidos a base de troncos, hojas secas y piedras, bajo un techo de un azul intenso recortado por nubes de algodón. Aunque había mucha gente en la barra, conseguí hacerme un hueco para solicitar mi primer trago.

-Eh, chico, ¿sabes conducirte por ti mismo? –me asaltó la camarera, una chica de labios sensuales, enormes ojos y pálida como la ceniza, antes de que yo pudiese abrir la boca.
-Claro que sí, nunca suelto las manos del volante ni separo la vista de la carretera –le contesté con un tono que me salió bastante forzado, con el ánimo de parecer seguro y resuelto.
-¿Vienes a pasar un buen rato?
-Eso espero.
-Pues si estás con fuerzas, aquí puedes rodar toda la noche, rodar y rodar toda la noche. Solo tienes que tomártelo con calma, dejarte llevar y disfrutar. ¿Lo pillas?
-Si tú lo dices…
-Así te lo digo, aunque ten en cuenta que el futuro es incierto y el final siempre está cerca. ¿Qué va a ser?
-Me levanté esta mañana con una cerveza y creo que ahora tomaré otra. Gracias, guapa. Me voy a dar un rulo por ahí.

hardrock2Avancé hacia el interior del local hasta un gran neón en forma de sol que estaba apagado en esos momentos. Varios clientes, hombres y mujeres bastante jóvenes con el torso desnudo, se encontraban de pie frente a él, junto a unas tumbonas vacías y muy desgastadas. Daba la impresión de que llevaban allí desde el principio de los tiempos, esperando que ocurriese algo, con el rostro en pose de éxtasis. Yo me figuré que confiaban en que el luminoso se encendiera de una vez para liquidar una larga noche de incontroladas experiencias sensoriales y poder reconfortarse con su calor.

Por debajo de la puerta del servicio cercano, profusamente forrada con margaritas y amapolas naturales colgadas boca abajo por multitud de pinzas, salía agua a raudales, pero a nadie parecía importarle. Todo lo contrario. El reguero se remansaba en una esquina del garito donde llegaba a cubrir hasta la rodilla. Varias parejas jugaban a mojarse empujando el agua con el pie. Pronto me contagié de su diversión y me descubrí chapoteando con saltos cada vez más acelerados.

-¡¡Esta es la noche más extraña que he conocido!! –grite súbitamente, sin poder reprimir las palabras y sin conocer exactamente su significado ni la oportunidad de pronunciarlas ante todos esos desconocidos. Una ola de fraternidad se desató entre la concurrencia.
-¡¡Sííííííí!! –respondieron ellos—. Y continuación, todos juntos: ¡¡La primavera ha llegado!! ¡¡La primavera ha llegado!! ¡¡La primavera ha llegado!!

Después se quedaron callados y dirigieron de nuevo sus miradas hacia el sol de neón, que seguía sin brillar. Cuando se cansaron fueron a sentarse a las hamacas con la vista puesta en el luminoso. Me acordé de Pam. ¿Qué estaría haciendo en la habitación del hotel? Conociendo sus impredecibles reacciones podría estar quemando las cortinas o algo peor. Quién sabe. Deseé que estuviera allí conmigo, en medio de aquella expectación compartida. ¡Oh Pam, sigo sin saber qué es lo que salió mal entre nosotros! Realmente te quiero de verdad; te necesito, nena. Dios sabe que es así, porque no soy lo suficientemente real sin ti...

hardrock5De alguna manera, todo lo que estaba ocurriendo en aquel inquietante café resultaba como una ensoñación, un plano paralelo, una dimensión diferente, un suceso virtual. ¡Yo qué coños sé! Es una sensación que he tenido en muchas ocasiones. En ausencia de ella me siento un espectador entre las sombras, una marioneta con los pasos bien aprendidos, un jinete sobre un potro manso y sin rumbo, una estrella mortecina en el firmamento de los vivos. Estuve a punto de salir corriendo del bar y cruzar la calle para subir de dos en dos los escalones de su corazón, para decirle “te necesito, nena; realmente te necesito, es cierto”. Porque no soy lo suficiente real sin ella. Es la que me vuelves real. “Solo tú, nena, tienes ese atractivo. Déjame, por favor, deslizarme en tu tierno y profundo mar. Hazme sentir, amor. Libérame”.

No sé cuánto tiempo pudieron enredar aquellas ideas mi cerebro. Puede que fuese mucho. Tampoco tengo noción de haber salido del local con el propósito de visitar a Pam, ni de haber regresado a la barra para pedir otra cerveza. Entonces me puse a dar vueltas frenéticamente, poseído por una danza telúrica, girando y girando, como si quisiera taladrar la tierra para encontrar el magma de la vida. Giré y giré hasta desvanecerme de cansancio, embriagado de dolor y pasión.

El siguiente recuerdo me sitúa en una de las hamacas, con el rictus desencajado al notar el tacto de un líquido denso y viscoso en mis pies descalzos. El color y el olor no dejaban duda. Era sangre. Pero, ¿de quién? ¿Cómo había llegado allí? Mucha sangre, un río de sangre que brotaba del mismo rincón donde antes había agua. Me estaba subiendo a la altura de los tobillos cuando alguien susurró por detrás: “Hay sangre en las calles de Chicago. Yo vengo de allí”. Volví la cabeza, pero mi informante se había esfumado. El torrente crecía, camino de mis rodillas. Otra voz dijo: “Hay manchas de sangre en los tejados y en las palmeras de Venecia”. Repetí la operación de girarme. No descubrí a nadie.

hardrock4Por un pequeño ventanuco se colaba un rayo de sol color sangre, la sangre de la fantástica ciudad de Los Ángeles. Durante un breve instante asomó la cara de Pam, con la luz marcando un fuerte destello sobre su pelirroja cabellera. Después hizo un guiño y se alejó. La aparición no pasó desapercibida para las mujeres que deambulaban por el café. Todas se pusieron a llorar sin excepción cuando mi chica se evaporó. El llanto colectivo generó un río de lágrimas que se mezcló con el torrente de sangre hasta diluir complemente su tonalidad y convertirse en una masa traslúcida. De repente se presentó la camarera, subió a una silla y se agarró a una lámpara con sorprendente agilidad. Tomó impulso y empezó a columpiarse como si estuviese en un trapecio, por encima de las cabezas de los parroquianos, que seguían absortos sus movimientos. Llevaba un diminuto pantalón corto vaquero que marcaba bien su culo y mostraba unas bonitas piernas. El silencio se apoderó de la estancia, quizá en espera de que la espontánea se arrojase a la concurrencia como en un colchón. No fue así. La delgada chica de labios voluptuosos y piel de ceniza se colgó boca abajo, sosteniéndose por las corvas y continuó balanceándose mientras bramaba: “¡¡¡Genteeeeeee, la sangre es la rosa de nuestra misteriosa unión, no la desaprovechéis!!! Los clientes interpretaron la consigna como una invitación a beber el fluido que antes había sido colorado y que ahora estimulaba una especie de comunión universal, por lo que arrojaron lo que les quedaba de su bebida y llenaron sus copas con el brebaje, como si fueran cálices. Entre brindis, vítores y abrazos, todos apuraron el elixir hasta la última gota, justo antes de que retumbase un gran estruendo. La pálida camarera de grandes ojos se había soltado de la lámpara para precipitarse hacia el suelo, donde se quedó posada, en una postura que recordaba a una rana a punto de pegar un salto.

Tras el mismo cristal por donde había aparecido fugazmente el semblante de Pam, de su espíritu o de lo que quiera que fuese aquella epifanía, empezó a percibirse un resplandor cada vez más brillante. Algunos se acercaron a mirar. “¡Fuego, fuego, el barrio está ardiendo, el barrio está ardiendo!”, chillaron. Unos cuantos nos arremolinamos tras ellos, mientras otros salieron a la calle para corroborar el aviso. “¡Es verdad, es verdad, hay llamas por todos los lados! ¿Cómo es posible, cómo es posible?”, se preguntaban con creciente histrionismo.

En medio del monumental desconcierto me dio por pensar que hacía unas horas que ya estábamos en domingo, un domingo que se convirtió en el más triste de mi vida desde que empecé a albergar un presentimiento: Pam podría ser la causante de aquel siniestro. Por segunda vez aquella noche la imaginé detrás de las cortinas, escondiéndose de mí, pero esperándome al mismo tiempo, con una vela en la mano. Oh sí, mi chica es mía, ella es el mundo, ella es mi chica. Sí, me espera.

hardrock3A pesar del manto de pánico que se había extendido por el local, logré acurrucarme en un oasis mental preparatorio para el fin. Los pensamientos salían disparados. “La raza humana se está muriendo”, “no queda nadie para gritar y llorar”, “hay gente caminando sobre la luna”, “la niebla nos cogerá muy pronto”, “espero que nuestro pequeño mundo sobreviva”... Las letanías se repetían una y otra vez, aislando mi alma y mi cuerpo de todo cuanto me rodeaba, pese a que las llamaradas tocaban a la puerta con insistencia, el calor y el humo eran insoportables y el griterío, ensordecedor.

Cuando todo parecía perdido se oyó un murmullo desde la trastienda. Nos congregamos ante la barra para escuchar mejor y poco a poco el mensaje se fue haciendo más nítido. ¡El barco de los locos, el barco de los locos, suban a bordo. Vamos, vamos, podrán dejarlo todo atrás. El barco de los locos, el barco de los locos. Sí, he conseguido una granja para ti. Adelante, adelante”, exclamaba. Al fin vimos al tipo, grande, enorme, con poblados bigotes, vestido como el maestro de ceremonias de un circo y con un cartel colgado de una cadena de oro en el que se podía leer su nombre: Mr. Goodtrips.

¡Vamos, adentro todos. No os precipitéis, hay sitio para todos. El barco de los locos, el barco de los locos, el barco de los locos!




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