Arropado

Escrito por Texto Derh Zetto & Imágenes generadas en Midjourney por Eva Santos el .

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Olor a cerveza y güisqui. Los vapores del alcohol se mezclaban con algo menos reconocible pero igual de afilado. El logo de la MTV rotaba con fuerza en las pantallas mientras mi cuerpo traspasaba el umbral a la oscuridad de la noche. Eran las tres de la madrugada y ya no me quedaban cigarrillos. En realidad nunca los tuve, el último que me fumé me lo dio Kiko antes de bajar con una mulata de enormes pechos elásticos como un castillo hinchable. arropado2Yo acababa de dejar la pequeña habitación donde la joven rusa se debía de estar aseando alegremente, suponía, tras haber disfrutado de un cliente de menos de treinta años y ciertamente atractivo. Sabía que era una apestosa mentira, pero no quería mirar a la cara a la verdad igual que cuando evitas mirar a los vagabundos. Cuarenta euros y otros dos de veinte por un par de copas, ese fue el trato. Ahora aspiraba el frío aroma a alquitrán de la Nacional-II en dirección Girona salpicada de clubs de alterne arropados por la vegetación del Vallés Oriental. Un precioso cielo estrellado cubría mi cabeza, la contaminación lumínica era escasa en la zona debido a su lejanía con grandes poblaciones. Me dirigí al Citroen Saxo blanco y probé suerte tirando de la maneta de la puerta del piloto. Estaba cerrada. Probé con el resto. No importaba, Kiko y Luís no debían de tardar en salir. Apoyé el trasero en el frío capó y esperé un par de minutos.

Cinco.

Quince.

A la media hora se me estaban congelando los pies con el puto clima del Vallés. El idílico emplazamiento boscoso había mutado en un húmedo y frío rincón abandonado por el calor del día, pero por algún extraño motivo me negaba a entrar de nuevo en el local, sus puertas y ventanas ciegas no invitaban a pasar, solamente la iluminación arropado3del neón indicaba que allí debía de existir vida. A unos metros un camino de tierra ascendía a lo que parecía una urbanización. Decidí tomar el camino por entrar en calor y con la estúpida esperanza de dar con un bar abierto. No encontré un alma como era de esperar, pero tras unos minutos descubrí un mástil caído. En su punta una bandera de Cataluña reposaba tendida sobre la tierra y a la mitad del alargado cilindro unas prendas de hombre descansaban inertes como si el mástil hubiera caído sobre alguien y el cuerpo se hubiera desintegrado dejando solamente las ropas. Aparté mi vista de la fantasmal configuración y tras comprobar que la bandera estaba seca la arranqué de su lugar y me cubrí con ella a modo de capa. Era la situación más absurda que había vivido nunca. Continué caminando por la urbanización muerta. El irrazonable sentimiento de vagar de ese modo me reconfortaba. Como cuando nos regocijamos en la soledad impuesta por nuestro carácter, diferente a los demás, que nos hace creer seres extraños, mejores quizá. Rítmicos escalofríos fueteaban mi espina dorsal. Sentía el frío, no quería estar ahí, pero al mismo tiempo notaba la vida fluir entre las fibras de todos los músculos. Súbitamente una ventana llamó mi atención. Paré en seco y me quedé congelado, mirando, no podía saber si había alguien al otro lado pues no veía luz alguna, pero podía sentir como alguien me miraba. Llegué a la conclusión de lo extraño que podía resultar aquello a ojos de los habitantes de las casas. Demasiado sospechoso para no sentirse alertado ¿no es así? Decidí volver sobre mis pasos hasta dar con el adormecido Citroen.

El neón del club ya no brillaba y a duras penas distinguía el blanco del Saxo antes iluminado por el rosa de los tubos luminosos con sus gases enrarecidos. Lo cierto es que me sentí aliviado al ver que el coche aun me esperaba. Antes de alejarme del vehículo supuse que mis amigos, de no encontrarme fuera, habrían esperado a que apareciese sin caer en la cuenta de que quizá podrían haber deducido que me hubiera marchado en taxi. ¿Qué clase de loco se aleja del coche que le ha de llevar a su casa, a treinta kilómetros de su ciudad, en plena madrugada fría y húmeda?

Apoyé mi espalda contra la puerta del piloto tras comprobar que el suelo estaba seco y me dejé caer. No puedo precisar cuanto tiempo permanecí allí inerte, pero me parecieron horas.

Cuando Kiko y Luís salieron el ruido de la puerta del club me sacó de mi trance y rápidamente lancé lejos de mi la improvisada manta. Ellos no pudieron verme hasta que no se acercaron lo suficiente al coche. Cuando me vieron y preguntaron respecto a cuanto tiempo llevaba al lado del vehículo les mentí, les dije que no más de diez minutos. Ellos se miraron extrañados, pero no continuaron con interrogatorio y se subieron al coche.arropado4 Kiko arrancó el motor mientras tarareaba alegremente. Luís parecía que haberse dormido nada más sentarse en el asiento del copiloto. Yo no conseguí dejar de temblar hasta sentir el calor del motor salir por los conductos de ventilación del coche, el amargo olor del motor me pareció un dulce caramelo de gasolina en ese instante. Nos pusimos en marcha y al minuto pudimos oír un ruido proveniente de la parte trasera del vehículo, como si arrastráramos algo con nosotros. Al detenernos en el arcén descubrimos una bandera de Cataluña sucia y rasgada enredada en la rueda trasera izquierda, al mismo lado donde me había sentado antes de salir del lugar. Tras una hora tratando de sacarla de la rueda el amanecer nos sorprendió a ambos. Luís roncaba dentro del Saxo blanco. Al fin conseguimos extraer la maldita bandera y mientras la extendíamos para verla mejor Kiko maldecía al imaginario descerebrado que deja banderas de dos por dos metros en medio de la carretera. A lo léjos la guardia civil nos estaba observando mientras se acercaban en el todoterreno pardo. Pararon junto a nosotros y nuestra decrépita bandera. Al bajarse del vehículo vimos brillar una sardónica sonrisa bajo el bigote del más alto.

“Documentación”, nos gritaron sin vacilar un instante.

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