Los pendientes

Escrito por Carolina del Norte el .

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Amanece. No hace falta que se asome a la ventana para saber que el rocío moja las hojas de los árboles, empapa las flores y, más lejos, el pavimento, porque el camino de acceso a la casona es de tierra y el pavimento queda lejos del entorno y de la casa, donde Natalia no puede verlo, hay que recorrer todo el camino de tierra para llegar la carretera principal, y de ahí al pueblo pavimentado, adonde le gusta ir una vez a la semana, porque se ha criado allí y guarda clara memoria de las calles, plazas y casas. Los gallos cantan. No le agrada el canto de los gallos, cantan a cualquier hora, y la sacan del sueño. Si cantaran de madrugada y sirvieran de despertador, vale, pero cantar así, sin ton ni son, cuando les viene en gana… Y luego el frío, la humedad. Hay momentos de cierta comodidad, en los que el frío no anula los movimientos de los dedos ni te hiela la nariz o hace que te piquen los pies, pero para llegar a eso han de pasar horas y se queman muchos troncos y se gasta mucho gasoil. Le gusta vivir allí porque le quiere. Ahora es uno de esos momentos cómodos. Si sumerge la cabeza bajo el edredón nórdico y hunde la cara en el pecho de Juan, cosa que hace, siente una placidez que le lleva a la excitación; se debe al olor de Juan. A Juan.

La leche está hirviendo, se gira con el cazo en la mano, Anabel la mira con cariño. La niña siempre tiene una sonrisa en la cara, admira a su madre. Natalia vierte la leche en el tazón, que ya tiene el colacao en el fondo y hace que la leche se torne marrón.

–Aquí tienes –le dice a Anabel–, ten cuidado, que quema.
–Gracias, mamá.

Anabel mira la taza como si fuera un tesoro y agarra un paquete de galletas del que saca varias que desmenuza observando cómo se ablandan, después mete la cucharilla y las pesca, se las lleva a la boca.

–Mmm. Qué ricas…

Se oyen pasos, alguien se aproxima, se detiene y los pasos dejan de oírse, asoma la cabeza.

–¡Bu!
–¡Papá!

pendientes2Anabel se ríe, Natalia, aunque está de espaldas porque la cafetera ha empezado a soltar el café y la está retirando del fuego, también ríe. Juan se ha acercado a darle un achuchón a Anabel, que ha tendido los brazos para abrazarse al cuello de su padre. Juan se acerca a Natalia y le pellizca las nalgas.

–Buenos días –le susurra al oído–. Huele a café… -Y en voz alta–: ¿Dónde está mi café?

Ahora que se ven vestidos Natalia observa que lleva unos vaqueros y una camisa de cuadros que a ella le gustan. Juan también ha reparado en que Natalia lleva unos vaqueros y un jersey que a él le gustan.

–Ya va, impaciente –responde Natalia.

Anabel está radiante. No ha podido llevarse otra cucharada a la boca de lo embobada que se queda mirando a su padres. El colacao ahí sigue, templado, se está enfriando, piensa, y está rico, muy rico.

Juan pone unas rebanadas de pan en el tostador, se frota las manos y se sienta, Natalia ha dejado en la mesa dos tazas de café de las que sale humo.

–¿Has dado de desayunar a Tico y a las gallinas? –pregunta Anabel.
–Sí, Tico se ha zampado casi un saco de alfalfa. Y Tomás se ha llevado a las vacas a pastar.

Anabel sostiene una cucharada llena de galletas mojadas y Juan se la roba con la boca. La niña finge que se ha enfadado.

–Se ha comido mi galleta, mamá. Dile que espere a sus tostadas.

Natalia le sacude con un trapo de cocina.

–Pero qué bobo eres, Juan, deja de robarle la comida a la niña.

Las tostadas han saltado dentro de la tostadora, Natalia las pone en un plato, se acerca con él a la mesa, pero se detiene a medio camino y se le congela la sonrisa en la cara cuando ve a Gloria en la puerta de la cocina. Qué manía la de esa mujer de no hacer ruido y aparecer de sopetón. De no hacer ruido cuando quiere, rectifica Natalia en el pensamiento, porque cuando quiere bien que se le da a la señora.

Sin mirar a Natalia, Gloria se sienta en la mesa y saluda a Juan y a Anabel. Ha apoyado el bastón en la mesa.

–Buenos días, hijo, ¿está despejado el día? –se dirige a Juan con tono cariñoso a la vez que sonríe a Anabel. Le ha cambiado la expresión, desde el umbral de la puerta ha visto a Natalia y la ha mirado con displicencia, ahora le hace el vacío, como si no estuviera en la cocina. En cambio con Anabel es incapaz de contenerse–. Pero qué guapa estás hoy, Anabel. Ven aquí, anda, ven. Ven a darle un beso a tu abuela.

Anabel se levanta y se dirige a la silla de su abuela. Pasa por delante de Natalia, quien observa seria la escena.

–Buenos días, abuela, ¿has dormido bien?

Anabel frunce la nariz al arrimarse a Gloria, que le sostiene la carita con las dos manos y le planta dos besos sonoros.

pendientes3No le da asco, piensa Natalia, la niña nota que huele a vieja, pero no le da asco, es capaz de acercarse, de recibir los besos, y hasta de darlos, se fija Natalia cuando Anabel le devuelve el beso a la abuela.

–Tengo que irme. Voy a llegar tarde al colegio. –Se retira las manos de Gloria de la cara con rapidez, mira a Juan y luego a Natalia.
–Venga, vámonos. –Se apresura Juan también, mirando la hora en su reloj.

En cambio Natalia nunca ha visto a Juan besar a su madre. Ni a Gloria besar a Juan. Recuerda los besos que le ha dado ella por la mañana a Juan, metiendo la lengua despacio en su boca, acariándole los labios con ella, mordiendo a veces. También le ha dado besos a Natalia en la cabeza para despertarla, apoyando la boca con suavidad en su pelo. Ahora Anabel le da un beso a Natalia en la cintura, la saca así de sus pensamientos, la abraza por las caderas, a la altura a la que le llega la niña. Natalia se agacha y cierra los ojos para recibir esta vez el beso en el rostro. Anabel huele a galletas. Ella solo ha besado a Gloria una vez; cuando se la presentó Juan.

–Que tengas un buen día –le desea a su hija.

Gloria hace como si no prestara la mínima atención, pero no ha perdido detalle. En cuanto Anabel y Juan salen por la puerta, coge el café de Natalia y lo sorbe. Lo escupe. Da un golpe con el bastón en el suelo y dice con impertinencia:

–Puaj. Está frío. –Le tiende la taza de café a Natalia–. Caliéntalo, anda.

Natalia coge la taza y hace lo que le piden.

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