La Nada Perfecta

Escrito por Mar Mascarás el .

La Nada Perfecta

-... será una inversión grande, como siempre, pero me han asegurado enormes beneficios a corto plazo. Hoy, durante la fiesta, vamos a cerrar las negociaciones para conseguir el terreno al mejor precio posible. Verás qué gente, te van a gustar. A ella, síguele la corriente; con él no habrá problemas....

Su voz se va diluyendo poco a poco quedando desdibujada en un breve rumor de fondo. Mi mirada se pierde a través de la ventanilla de cristales ahumados. El guardarailes pasa a toda velocidad en primer plano, completamente desenfocado. Intento enfocarlo, pero es imposible. Tras la carretera se extiende hacia el horizonte una inmensa campiña donde unos aislados árboles reinan entre el cielo y la tierra. El paisaje va ganando foco a medida que se aleja de la carretera. Soy capaz de dividirlo en capas, de las más cercanas a las más lejanas y aislarlas unas de otras: éstas moviéndose más deprisa; las intermedias, más relajadas; aquellas, casi inmutables, apenas desplazándose un milímetro, completamente definidas.

Fuera hace calor. El sol va cayendo poco a poco y un tono entre amarillo y rojizo empieza a inundarlo todo. Los árboles siguen al fondo del paisaje hasta que siento un giro brusco a la izquierda y los pierdo completamente de vista.

-... pero ¿me estás escuchando?

- Si, cariño, te estoy escuchando. Que vamos a ganar mucho dinero.

Bajo del coche y entro en la casa de nuestros anfitriones. En la parte trasera del chalet se extiende un enorme jardín con piscina en varios niveles donde ya hay un montón de gente guapa charlando y con copas en las manos. La fiesta perfecta en la casa perfecta.

Llevo puesta la mejor de mis sonrisas. Hoy he pasado por peluquería, manicura y pedicura, me he enfundado un modelito de Versace y unas sandalias bajas de Manolo Blahnik: la máscara completa. Roberto me presenta a nuestros nuevos amigos. Las mismas frases de siempre e idéntico coro de adulaciones ya conocidas.

Hablo lo mínimo imprescindible. Me muevo con soltura entre esta fauna de gente feliz. Al cabo del tiempo todo es rutinario, como cuando llevas años conduciendo y recorres siempre el mismo trayecto. Cambian los coches, pero todo es igual, los mismos semáforos, las mismas señales...las mismas intrascendentes conversaciones, los mismos diletantes... pongo el piloto automático.

Voy cogiendo los suficientes cócteles de las bandejas para sentirme anestesiada sin perder el control . Veo a unos cuantos fotógrafos "colados" en la fiesta que mañana servirán el correspondiente alimento a la prensa del corazón para surtir de pan y circo al resto de los mortales.

Ya ni siquiera me pregunto qué hago aquí. Hago mi papel a la perfección, voy y vengo poniendo una sonrisa y sin hacer nunca un mal gesto. Pero me aburro y no siento nada.

En algún momento deje de ser, me perdí a mí misma y me transformé en una imagen falsa e irreal. Empecé siendo la persona detrás de la máscara y ahora, cada vez más, siento que soy la máscara, que no soy nada. No siento amor, ni dolor, ni ira, ni pasión, no me importa nadie. Me pregunto si alguno de entre todos los que me rodean padecerá la misma alienación.

Ya ha anochecido y estoy frente a la piscina. Sus aguas reflejan las luces como en una película distrayéndome del alboroto de los otros. Roberto se acerca por detrás y me ofrece otro cóctel.

- ¿Te has enterado? Jorge estaba en Méjico de celebración con su nueva mujer. Se metió en el jacuzzi del hotel a las tantas de la madrugada y estaba tan borracho que se ahogó. Le han encontrado esta mañana... será gilipollas... recién casado con ese pedazo de mujer.

- Ya ves... La muerte debió parecerle más hermosa.

Imprimir