Noches en blanco y negro

Escrito por Mar Mascarás el .

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Milena era madre de dos niños gemelos oficialmente de padre desconocido. Ella presumía de mantener el misterio, aunque todo el mundo en la redacción pensaba que habían sido fruto de una relación "poco convencional" con un redactor senior bastante más mayor que ella y casado. No era muy conveniente hablar del tema sin mantener ciertas precauciones, porque hacía escasamente un año el hijo mayor del susodicho había empezado a trabajar como fotógrafo en la agencia y tampoco era cuestión de ir tocándole las narices por deporte.

Las relaciones familiares en la agencia eran habituales. Distintas generaciones de un mismo linaje podían coincidir incluso en el mismo departamento. Aquello era un mercado de favores laborales: yo te coloco a éste, tú me colocas a aquel. Por norma la mayoría mantenía ciertas reglas y al menos se exigía cierto grado de formación para enchufar al personal, aunque a veces Recursos Humanos se saltaba a la torera estas "éticas" normas no escritas según de quien se tratase. Así que aquello era "realmente" como una gran familia.

Conocí a Milena cuando empecé a colaborar de forma externa con la agencia. Estaba en mi último año de facultad y tiré de todos mis contactos -que se limitaban estrictamente a uno-, para conseguir una cita con el redactor jefe de gráfica y enseñarle todo el material más o menos digno que había realizado durante los tres años de taller de fotografía del segundo ciclo. El cielo se abrió ante mí: quedaban apenas cuatro años para el verano del 92 y las Olimpiadas de Barcelona coincidirían con la Exposición Universal de Sevilla. Otros tantos aprendices de reporteros gráficos pasaron a engrosar conmigo un creciente grupo de colaboradores a jornada completa con tiempo suficiente por delante para formarse.

Al cabo de unos meses, como aquello era un pequeña merienda de negros, yo era una de las dos únicas mujeres aprendizas de fotógrafas -tampoco había ninguna en plantilla-, había que buscarse la vida y mis compañeros más cercanos estaban destinados al turno de noche, acabé por dedicar parte de mi jornada laboral a ese mismo turno donde sabía el ambiente se respiraba mucho más tranquilo.

JT Decidí dedicarme a un área poco explotada: los conciertos y eventos nocturnos. Porque allí había tortas para cubrir algunos espectáculos de gran calibre: Bruce Springteen, Sting, Madonna... y un largo etcétera de músicos casi siempre internacionales, pero en la agenda del redactor jefe rara vez aparecían conciertos  en salas medianas o pequeñas, donde a veces se celebraban actuaciones míticas sobre las que cualquier buen periodista musical escribía en los periódicos nacionales, pero casi nunca llegaba material gráfico de ninguna agencia.  Contra todo pronóstico -mis compañeros se pitorrearon de mi durante un tiempo- y tras trabajarme una completa agenda de contactos de productores musicales y gerentes de salas, aquello resultó ser bastante efectivo y mis fotos empezaron a publicarse en los periódicos nacionales con bastante regularidad.

Aparte del aprendizaje y la satisfacción personal que me supuso ver en alguna ocasión mi nombre bajo una foto en portada, lo mejor de esta época fue que pude asistir con mi pase de prensa a infinidad de conciertos de todo pelaje, música underground, brasileña, jazz, salsa, pop-rock español, flamenco... en mi agenda cabía todo, siempre que le encontrara un mínimo interés.

Mientras tanto, empecé a desarrollar un grupo de compañías nocturnas entre las que se encontraba Milena. En unos cuantos meses me convertí en su única amiga de género femenino. Al principio me costaba entender cómo una madre de dos niños pequeños podía tener tanta disponibilidad para la juerga nocturna. Aparte de mí, las únicas mujeres que se movían en su mundo eran su hermana y su madre, su auténtico soporte familiar, las que le permitían trabajar en ese turno de tarde-noche que ella siempre alargaba hasta la madrugada.

El mundo que a ella le gustaba era masculino. Sabía moverse en él. Presumía entres sus amigos hombres de ser madre soltera y no soltar ni prenda sobre quien de entre sus muchos amigos amantes era el padre. Con esa actitud creía apoyar una glamourosa imagen de mujer joven, fuerte, divertida e independiente, capaz de guardar el más íntimo secreto a la vez que no perdía el toque de frivolidad con el que explotar su capacidad de seducción, su continuo estado de flirteo permanente con casi cualquier hombre que se le acercara.

No recuerdo exactamente cómo ni por qué empecé a formar parte de su séquito nocturno. Sucedió sin más. Su hermana salía con un percusionista cubano, Moisés, hoy bastante conocido en el mundillo musical español, que hacía unos meses había aterrizado en Madrid con otros tantos músicos de la isla caribeña. Una vez aquí se las apañaron para no volver. Buenos profesionales de formación, consiguieron rápidamente hacerse un hueco en el panorama nocturno madrileño y lo mismo acompañaban a grupos o cantantes cubanos conocidos en sus giras por la península que colaboraban con formaciones de jazz u orquestas de salsa en la entonces amplia oferta madrileña de actuaciones en directo.

Fue una de las épocas más intensas a nivel musical de mi vida. Cuando no estaba trabajando por la noche, paseábamos tras nuestros amigos cubanos de sala en sala. Fue Moisés quien me enseñó a bailar salsa en pareja. Aún hoy, en algunas ocasiones, echo de menos aquellas salidas. Tenían la costumbre de reunirse, una vez iban terminando sus actuaciones, en una sala hoy cerrada bajo la Plaza de los Mostenses. Allí realizaban su particular jamsession latina, restringida tan solo para unos pocos privilegiados.

Casi todos ellos consiguieron labrarse con mayor o menor fortuna una trayectoria profesional aquí. Alguno tuvo la mala suerte de dejarse llevar en exceso y terminar malherido para siempre en la cárcel.

He perdido el contacto con todos ellos. Con Moisés me encontré hace unos años en el Café Populart, fue quien me puso al día del resto. Yo ya sabía que él seguía trabajando y componiendo. Tejió hace tiempo su red musical y sale a la luz de vez en cuando. Sigue con Auserón, con Joshua Edelman...

Con Milena la relación se rompió como empezó. No estaba acostumbrada a tener amigas, prefería ser la abeja reina. Creo recordar que alguien de mi familia me presentó a un viejo amigo suyo que iba a empezar a trabajar en la agencia y yo se lo presenté a ella. Andaba por entonces en mi época brasileña y Marisa Monte actuaba en Madrid. A última hora decidí ir al concierto yo sola. Francisco había invitado a Milena al concierto y pensó que estaría bien que fuéramos los tres juntos. A ella le sentó como un tiro. No sé qué pensó; me alucinó entonces, ahora me importa un pito. Lo que sí sé es que se lo quería tirar. No lo consiguió, o al menos no resultó como ella esperaba. Desde luego, su tragedia sexual no se debió a que yo les acompañara aquella noche, sino más bien a que Francisco era gay. Le gustaba salir con tías porque no tenía o no quería tener nada clara su identidad sexual. Y para eso, una mujer como Milena le venía al pelo.

De aquella noche recuerdo con intensidad el concierto. Además, tengo en la memoria una imagen desenfocada de su gesto malhumorado que me cuesta recordar con claridad. No sé si nos vimos más. Mi vida había tomado unos meses antes otros derroteros laborales y personales. Me he dedicado a muchas cosas pero ya no volví a trabajar como reportera gráfica. Mis noches en blanco y negro quedaron congeladas en aquella época.


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