Los hilos invisibles

Escrito por Mar Mascarás el .

hilos invisibles

Somos animales sociales por naturaleza. Nos educan familiar y culturalmente para convivir con otros, relacionarnos y compartir nuestros afectos. Pasamos la mayor parte de nuestra vida intentando crear una red a nuestro alrededor de conocidos, amistades, familiares con los que compartimos nuestro día a día con el objetivo de conseguir una especie de soporte social, algo así como un círculo íntimo. Y creamos una comunidad social de miembros a nuestro alrededor a los que denominamos amigos. Esto es así, porque así ha sido siempre.

Tuve un profesor en la universidad que no creía por defecto en lo que se suponía obvio. Me parece oírle clamar al viento contra lo establecido. Estábamos en otras historias, pero le imagino utilizando su frase preferida refiriéndose a este respecto: ¡esto es una falacia! Pues sí, lleva usted razón, una de tantas basada en un argumento de los llamados "ad populum" o dicho en cristiano, que se da por verdadero porque todo el mundo piensa que lo es y nadie la pone en duda.

He pasado en este "ecosistema social" años largos, llenos de meses, de días y de horas de mi vida suficientes como para apreciarlo en carne propia: vivimos en una hipocresía social permanente.  Hay unas normas de comportamiento extendidas en nuestra cultura que nos empujan a relacionarnos por defecto con aquellos otros seres que cohabitan a nuestro lado. Así, tendemos a creer que nuestros compañeros de trabajo o de estudio, con los que compartimos infinitas horas a lo largo de años, tienen que ser nuestros amigos. Nos contamos nuestro día a día, comentamos el partido de fútbol o el último capítulo de nuestra serie favorita. A veces, incluso hasta quedamos para salir al cine o a cenar. Pero con el tiempo te das cuenta de la realidad: son relaciones forzadas, de mentira. En el momento en que ya no tienes la obligación de compartir tu tiempo, ya sea porque cambias de trabajo, dejas la universidad o te decides a ir a otro gimnasio, se acabó, no queda nada. Son conocidos prescindibles.

En la vorágine diaria, con el ritmo frenético en el que vivimos, todo esto pasa desapercibido durante un tiempo. Pero la realidad está ahí. En un momento de tu vida empiezas a ver con claridad y lo sabes: estamos más bien solos. A tu vida solo están realmente ligados unos pocos. Con algo de suerte serás capaz de vislumbrar una extraña telaraña de hilos invisibles que se extiende a tu alrededor y te mantiene íntimamente cerca de algunas personas, sujetos con los que te une algo más que una mera casualidad.

El modo en que se teje esta red de hilos imprevisibles es un misterio y no está mediatizada por la cercanía o nuestra rutina diaria. Desconozco si es producto de la química, esa conexión extraña e íntima que se produce entre dos personas sin apenas mediar palabra, o si es resultado de nuestra mente analítica. Pero se encuentra ahí y una vez que hemos abierto los ojos y somos capaces de mirar más allá de nuestro entorno más cercano y nos guiamos por nuestro propio instinto, empezamos a descubrirla.

Yo siento los hilos extenderse a mi alrededor. Me unen a unas cuantas personas que forman parte de mi vida de maneras muy distintas, algunas llevan mucho tiempo en la ella, otras acaban de llegar. Algunas están geográficamente lejos, pero la cercanía íntima nunca tuvo que ver con la geográfica y continuamente descubro pequeñas conexiones que hacen más firmes esta telaraña.

La vida es una caja de sorpresas. A veces, algunas son buenas y en esta noche oscura los hilos invisibles extienden sus redes entre nosotros.

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