Poeta de alcantarilla

Escrito por Daniel Prieto el .

Me ha gustado mucho lo de "poeta de alcantarilla". Gracias por su comentario. Me ha calado, caballero. Me postro a sus pies. Creo que en el fondo es usted un jubilado resentido con mucha sensibilidad. No pretendía ofenderle a usted en concreto, señor, sino a toda la jodida Humanidad.

Todos vamos a morir.

Respirar el mismo aire que respira Bertín Osborne a veces me produce arcadas. Vivir en el mismo planeta que Mariló Montero hace que en ocasiones fantasee con la idea de pegarme un tiro... pero llevándome antes a unos cuantos por delante.

poeta2Tantos siglos de evolución humana... ¿para esto? Restaurantes gilipollas de cocina de diseño gilipollas y todos esos retrasados viendo esos programas de superchefs retrasados. Gilipollas.

Carmen Posadas dando lecciones de literatura con su posado en el 'Hola' y el libro de coños del tonto de Juan Manuel de Prada. Isabel Coixet y sus películas tan sensibles que me tiro un pedo y huele a rosas. Alaska y Mario dando lecciones de cómo ser guais. Esa legión de subnormales que escriben novelas muy misteriosas sobre templarios y sociedades secretas que lo flipas.

Cuando saco la basura al contenedor por las noches agudizo el oído por si alguien ha tirado algún bebé. Álvar Núñez Cabeza de Vaca delirando entre los indios norteamericanos.

Pienso en tus terribles problemas personales; Paco no te quiere. Acéptalo. Pienso a nivel cósmico y veo que nada tiene sentido, que todo tiene sentido. Tiempo y luz. Materia y divagación.

Alcantarillas, la entrada a las venas de nuestro mundo feliz. El subsuelo. Hay mierda y ratas y cadáveres pero no se ven y por eso no le damos importancia. Hay contratos que los poderosos siguen dando a sus amigos, hay plazas de oposición que continúan ganando los amigos de papá, ya sabes. Hay lentejas, ensaladilla, sopa de pescado y ensalada de pasta de primero. Hay agua en Marte. Hay que joderse.

A veces me meto el dedo en el culo y después lo huelo.

poeta4Estábamos metidos en el grupo parroquial y dábamos catequesis a los más pequeños. Tocábamos la guitarra en misa, éramos monaguillos, íbamos a convivencias y esas cosas. Entonces un domingo nos enviaron a aquel asilo a dar de comer a los ancianos. Las monjas estaban como insensibilizadas ante la mirada desesperada de aquellos viejos a los que sus familiares ya no iban a visitar. Algunos nos agarraban con todas sus fuerzas de los brazos y se echaban a llorar hablándonos de sus hijos a los que ya no veían nunca. Otros ni siquiera hablaban, solamente sollozaban mientras los fideos se les escapaban por las comisuras. “¡Sebastián!”, me gritaba asiéndome de la camiseta un esqueleto decrépito que una vez había sido un hombre. Una de las monjas intervino. “No es Sebastián, Eduardo, es un voluntario de la parroquia que vendrá a visitarlos los domingos”. Nunca volví. No tuve valor.

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