El motero rebelde del 3ºA

Escrito por Daniel Prieto el .

El rebelde del 3º A me mira raro cuando nos cruzamos en la escalera e intercambiamos nuestros gélidos “hola”. Tiene una Harley Davison con la que sale sólo los fines de semana. Durante el resto del tiempo lo veo conducir su turismo gris hacia su trabajo gris de oficinista gris. Va trajeado y con maletín y lleva su perilla perfectamente recortada, así como un pendiente en la ceja. Para ser un macarra lleva una vida ordenada de cojones. Todos los días lo oigo salir de casa a las siete en punto de la mañana. Cierra, abre y vuelve a cerrar la puerta varias veces y le da unos golpecitos secos cada puñetero día. Debe tener sufrir el Trastorno Obsesivo Compulsivo ese, creo que hacer eso es uno de los síntomas. Yo pensaba que los tipos duros no padecían de esas cosas. Llega a casa siempre a las diez en punto, siempre a la misma hora, ni un minuto más ni un minuto menos. Repite el ritual de la cerradura unas cuantas veces y se encierra hasta el día siguiente. Así todos los días.

El viernes comienza su metamorfosis. Sale a la calle disfrazado, con esa ropa carísima de moteros que venden en El Corte Inglés. Se toma varias cerveza en el bar de abajo de nuestro edificio. Sin vaso, nada de mariconadas. Mira al frente, a un punto indefinido de la barra, su expresión parece decir: “Amo el peligro, no temo a la muerte. Ven a mí, Destino, no te temo”. A veces coincido con él, cuando bajo a tomar un café para leer las ofertas de trabajo falsas del periódico y los anuncios de putas.

“Mulatona Sindy. Guapísima. 180 pecho natural. Francés salibado hasta el final, griego profundo, beso negro. Para caballeros solventes. Sin malos rollos”. Me encanta cuando dicen eso de “sin malos rollos”. ¿A qué cojones se referirán? Me imagino a los puteros de buen rollo, soltando billetes con una sonrisa de oreja oreja después de una buena limpieza de sable.

motero2Mi vecino nunca ojea el periódico, como yo. Sólo habla de motores y bujías con otros rebeldes como él, que surgen de todas partes el fin de semana. Todos rondan la cuarentena y llevan prendas de cuero, barbas y pañoletas. Tienen las motos impolutas, los muy cabrones. Algunos incluso se han hecho tatuajes con símbolos tribales, calaveras y esas gilipolleces. Cuando salen a patrullar las calles en grupo para correr aventuras, cortando el aire sumiso con sus ruidosas máquinas, se sienten poderosos. Piensan: “Joder, qué guais somos”. Road to ruin. Rebeldes de saldo.

El sábado pasado estaba en la terraza del bar desperdiciando mi vida un día más. Con mi chándal del Carrefur manchado de grasa que me queda pequeño. Mi vecino salió del portal perfectamente disfrazado de macarra. Se disponía a montar en su Harley para ir a jugar a las motitos con sus amigos. Me encantó el pequeño pin del Real Madrid con la bandera española en la solapa de su chupa. Dirigió una mirada furtiva hacia mi, con condescendencia y desprecio. Entonces le dije: Born to be wild. Y el muy gilipollas sonrió.

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