Ven cuando quieras

Escrito por Daniel Prieto el .

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 Estaba en el coche y recibí una llamada de Alfredo desde el hospital. Hacía tres meses o más que no lo veía. Le habían cortado una pierna. Casi nunca nos llamábamos. Antes de que lo ingresaran tenía un pie gangrenado y andaba en silla de ruedas. Estaba muy desmejorado, con la piel con un tono rojizo y el pelo totalmente blanco. “¿Qué tal, sobrino? ¿Cómo te va? Yo ya voy bastante mejor. A ver cuándo nos vemos. Dile a tu padre que me traiga una de esas tartas de manzana tan ricas. ¿Qué tal están? ¿Y tu hermano? Los niños seguirán tan simpáticos como siempre. Yo con el que alucino es con Martín, cuando te suelta esas parrafadas de adulto. Es una pasada. Pues nada, ven cuando quieras. Menos cuando tengo diálisis pásate en cualquier momento y charlamos un rato”.

prieto103Vi al escarabajo tan desesperado por escaparse, tan lleno de vida, que no tuve más remedio que dejarlo marchar. Se coló por una pequeña rendija al lado del inodoro mientras comenzaba a echar la lejía por el suelo. Deseé que pudiera regresar con su familia para continuar con su rutina, con su pequeña gran vida. Y eso que antes ya había matado impunemente a media docena de arañas que formaban sus casa colgantes en el quicio de la puerta. Destruí sus telas sin inmutarme mientras los bichos intentaban escaparse correteando sobre los azulejos. No tuve piedad con las arañas. Pero aquel pequeño escarabajo, con toda esa desesperación, tan gigante en su insignificancia, me tocó la fibra sensible. Aquel bicho esforzándose por mover cada vez más rápido sus patas para huir de mi logró conmoverme. Pensé que su vida de escarabajo tenía bastante más sentido que la de muchas personas que jamás sentirán esa pulsión innata por sobrevivir.

“Ven cuando quieras” fueron las últimas palabras que me dijo. Yo intuía que no nos volveríamos a ver y no acerté a decir nada más. Me acerqué a la puerta para irme y eché un vistazo. Alfredo se quedaba allí solo en aquel quirófano. Miraba hacia la ventana herméticamente cerrada con las persianas entreabiertas. La luz blanca del verano se filtraba por todas partes. Era como si todo el paraíso estuviese fuera de aquella habitación donde se presagiaba la muerte.

No quiero ser tu amigo ni tu confidente ni tu rollo ni tu colega ni tu follamigo ni tu compañero de fiestas ni tu pareja de baile ni tu confesor ni tu novio ni tu consejero ni tu relación abierta ni tu marido ni tu compinche. Solo quiero dormir contigo por las noches.

Era domingo y recibí otra llamada de Alfredo. “¿Qué tal, Dani? Mira, era para pedirte un favor. ¿Podrías traerme un paquete de tabaco?” Le cogí a mi padre un paquete de West rubio y me fui al hospital. Para entrar en la habitación tenías que ponerte una mascarilla, unos guantes, un gorro y una especie de bata de esas verdes como de papel que se atan a la espalda. Había pillado una especie de bacteria en el hospital y era contagioso. Además él estaba muy mal, con su sistema inmunológico en las últimas. Y estaba el riesgo del covid y todo eso. Cuando entré en la habitación me quedé muy impresionado con su terrible aspecto. Le habían cortado las dos piernas. Llevaba pañales y le costaba concentrarse en una simple conversación. Me pidió el tabaco con ansia y me pidió si lo ayudaba a sentarse. Ni siquiera tenía fuerzas para hacerlo por sí mismo. “¿No tienes un mechero por ahí?”

prieto102La maldad no reside en oscuras mansiones abandonadas ni en ignotos cementerios. La maldad está en ese buenos días que se queda sin respuesta, en esas miradas fugaces de desprecio, en ignorar ciertas cosas, en no querer ser como debiéramos ser.

Como no tenía mechero para Alfredo tuve que bajar a la cafetería del hospital por si me podían vender uno. Pero no tenían. Una camarera me iba a prestar el suyo pero lo acababa de perder. O eso me dijo. Fui a buscar alguno de los kioscos de la zona pero estaban cerrados. Era domingo y casi eran las nueve de la noche. Me acerqué hasta mi coche para ver si de casualidad tenía por allí algún jodido mechero. Pero nada. En aquel momento me cabreé con Alfredo por no haberme pedido que le llevara también un mechero. Al final vi a una pareja fumando en la puerta de Urgencias. Le pedí a la chica si me podría dejar su mechero, que era para mi tío que estaba muy jodido postrado en una cama con ganas de fumar. Le dije que se lo bajaría en cinco minutos. Nunca se lo devolví.

Creo que estoy muerto y que tengo como retazos de vida que me ofrecen para que yo mismo me dé cuenta de que, en realidad, estoy fiambre. Creo que hace tiempo ya no sigo vivo, como en aquella película del niño que veía muertos. Creo que efectivamente estoy muerto porque hay veces en que no tengo fuerzas ni brillo en los ojos. Creo que mis días se repiten como debiera ocurrir en el purgatorio. Creo que mi familia son como figurantes de mi propia muerte y me ofrecen languidez y desesperación porque ya no estoy vivo… pero entonces llegan Martín y Roque a casa y vuelvo a estar vivo. Tengo miedo de no poder sacar adelante a mis hijos. Tengo miedo no poder pagarles la universidad. Tengo miedo de un día quedarme sin trabajo y no poder hacerme cargo de ellos. Tengo miedo de que un día dejes de quererme.

prieto104Agarré a Alfredo por debajo de los brazos y lo levanté hasta una especie de anilla a la que apenas se pudo asir. Estaba muy flaco y muy débil. Parecía un anciano. Impresionaba mucho verlo sin piernas. Le coloqué las almohadas para que pudiese quedarse sentado. Encendió un pitillo enseguida en cuanto le di el mechero. “Muchas gracias, Daniel, es que tengo un mono tremendo de tabaco y no me dejan fumar”. El humo inundó toda la habitación mientras iba dando caladas al cigarro, saboreándolo a fondo. Sentí una mezcla de alivio y culpabilidad. Se quedó muy relajado de repente con la mirada perdida hacia la ventana. No supe qué decir.

A veces hago como que miro el surtidor, interesado en los números que van pasando, pero en realidad mi mirada va más allá. Se fija en el horizonte, a lo lejos, en los árboles, en algún pájaro que vuela. Y me marcho por un instante fugaz a miles de millones de kilómetros de allí.

Alfredo murió en verano, debe hacer ya tres meses. No recuerdo el día exacto. Qué más da. A veces miro su foto de guasap y los mensajes que nos intercambiamos. Resulta macabro que su foto de perfil sean sus dos piernas al sol. Es cierto eso de que no sabes lo que aprecias a una persona hasta que se va. La primera vez que lo vi estaba subido en una motaza tipo Harley. Era un adelantado a su tiempo en muchos sentidos. Un galán posmoderno. El muevo novio de mi tía Mariví. Iban a cenar a restaurantes exclusivos, salían de copas cuando querían, iban al cine… eran una pareja feliz. Alfredo era una mezcla entre Harrison Ford y Alfredo Landa, un tipo entrañable. Le gustaba la ciencia ficción y la buena música. Me regaló un montón de cómics de Zona 84 y me prestó muchos de sus discos: Willy de Ville, Van Morrison, John Lee Hooker, Dr Feelgood, Velvet underground. Yo le presté otros discos, algunos no me los devolvió. Jamás se los pedí.

prieto105Las viejas se mueren de viejas, los deportistas se mueren de ataques al corazón, gente joven sanísima que un día palma de repente. Veganos en el fin del mundo. Placer femenino. Violencia machista. Treinta personas han visto tu perfil. Treinta personas me chupan la polla.

Alfredo era transplantado del riñón. Le encantaba comer y beber. Recuerdo al principio cuando pedía una tónica en un bar y le pedía al camarero si le echaba un chorrito de ginebra Bombay. También lo recuerdo cuando nos contaba que le encantaban los chinchulines y toda clase de casquería. He visto a poca gente disfrutar tanto de la vida como él. Recuerdo su conversación amena y respetuosa, su fina ironía y su sarcasmo. Podría haber sido un gran monologuista si hubiese querido. Pero él eligió ser un sibarita. Una de las últimas veces que lo recuerdo caminando llevó a mi hijo Martín a una tienda de golosinas y le compró medio kilo. Cuando los vi llegar simplemente me dijo sonriendo: “Es que Martín me dijo que las golosinas lo hacían feliz”.

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