En el Valle de Neánder

Escrito por Bonifacio Singh el .

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 ¿Me escuchas? Toc, toc... Sí, estoy aquí, en medio de este agujero negro que es Madrid. El tiempo se detuvo, hace años que no corre, o nunca corrió, quizás algún pequeño rato lo hizo, como a cámara lenta. Agujero negro Madrid. Mi reloj de arena se para, se diluye como un azucarillo, se derrite en medio del caldero. El vaso se vierte hacia el sumidero, y hacia el río, y hacia el mar. Café amargo, agrio, asfalto, calles sin un puto fin que se estiran y se contraen, que vuelven todos los días a empezar. Un día y otro, y otro, otra vez, otra vez, otra vez. A lo lejos una puerta. Despierto.

Dí tus oraciones, pequeño
no olvides, hijo mio
incluirlos a todos.
Te arroparé, te mantendré tibio
te mantendré libre de pecado
mientras llega el hombre de los sueños...

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Mi tío nació durante los años veinte del último siglo del milenio pasado. Se crió en el campo, entre campesinos y arrieros. Cuando volvía esporádicamente a aquellos lugares ahora secos y polvorientos cortaba plantas con las manos y las reconocía, las olía y las saboreaba, se retregaba en ellas. No le pilló la guerra como soldado, era demasiado joven, pero tuvo que huír del campo a la ciudad con todos los que eran los míos. Trabajó desde muy pequeño en el campo y luego, en diversos negocios familiares, muchos de ellos ruinosos, en la ciudad. Nadie sabe cómo lo enchufaron para hacer la mili en Madrid pero, por ladrón, lo enviaron como castigo a Jaca, a pasar frío en las tropas de montaña. Tenemos fotos suyas vestido con el uniforme de eskiador. Regresó a casa de mis abuelos. Tuvo conflictos con ellos a veces, porque era bastante vividor y putero. A finales de los cincuenta se casó con una enfermera. Tuvo un hijo. Dando marcha atrás a un camión atropelló a una niña que jugaba en la calle, que murió. Se separó cuando su niño era muy pequeño, nadie quiere contarme por qué. Por aquellos tiempos debió conocer a mi tía, con la que nunca se casó oficialmente. No volvió a ver nunca más a su hijo, que en una ocasión me contó mi madre que vino a buscar a su padre. Llegó al negocio de otros de mis tíos preguntando por su progenitor. Le dijeron que no sabían nada de él desde hacía años. Se marchó imagino que apesadumbrado. Mi tío nunca ha vuelto a querer saber nada de su hijo, no alcanzo a comprender por qué. Por qué. Por qué. En los setenta ya estaba unido a la que hoy es mi tía. No estaban muy bien vistos, como es de suponer, entre la familia, aunque ella, se hizo querer. Adoptaron juntos a una sobrino de oscura procedencia, a la que criaron como si fuera una hija. Esta sobrina tampoco es muy bien vista en mi familia, por razones también obvias. Mis tíos montaron diversos negocios con los que trampeando aquí y allá hicieron dinero. Se compraron casas caras, coches grandes, horteras y caros, vivieron tiempos de nuevos ricos durante los años ochenta. Cumplieron años. Años. Años. Se hicieron viejos. Algunos de sus hermanos comenzaron a morirse. Eran ocho. Casi todos están muertos. Mi tío hace tiempo comenzó a tener fobias diversas. Vivió años aterrorizado por enfermar, por no respirar aire contaminado que le rompiera los pulmones. En pleno verano no dejaba a mi tía abrir las ventanas ni poner el aire acondicionado. Sólo veía fútbol en la televisión, a todas horas. Aunque en su día fue un aficionado postizo más del Madrid ahora era un hooligan con todas las letras, a los noventa años era capaz de pegarse con cualquiera por el Madrid. Todavía hace unos días, con casi noventa y un años, tenía unas piernas fuertes, unos brazos con músculo debajo de algún  tatuaje patibulario. Fui a verle al hospital la semana pasada y lo tenían atado a una silla con la mirada perdida, con las pupulas que apenas se contraían y dilataban. Miraba la televisión y decía ver a mis tíos muertos en ella.

...duerme con un ojo abierto
abrazando bien tu almohada
vete, luz
entra, noche
toma mi mano
hacia la tierra de nunca jamás...

Madrid. Trigal con cuervos. La soledad es aplastante, resulta difícil explicarla, es como una roca muy pesada que debo intentar ignorar. La soledad es no poder escapar de la burbuja, es imposible escapar de ella. Puedo pensar que la huída es posible pero en realidad sólo es un engaño, no hay una puerta al final del túnel oscuro, solamente la que quiero creer que veo, pero no existe. La soledad es conseguir mirarse desde fuera, a través del espejo, y ver lo que no deberías ver. Es la tarea de titanes absolutamente necesaria para sentirte un hombre y que al mismo tiempo te va a despojar de tu supuesta condición de hombre, es mirar al precipicio. Reconozco a mis semejantes cuando creo entender que se han asomado a esa profunda sima, tan complicada de llegar a observar, una joya que deseas pero que sabes que va a asesinarte en vida de una certera puñalada en el costado.

...algo está mal, apaga la luz
pensamientos pesados esta noche
y no serán de blanca nieves
sueños de guerra, sueños de mentiras
sueños del fuego del dragón
y de cosas que muerden
duerme con un ojo abierto
abrazando bien tu almohada...

Hay lugares, y personas, de los que sólo saldré si me echan o con los pies por delante. Claro está que sacarme de esos lugares, o personas, sólo podría realizarse por la fuerza. Lugares, paisajes y cielos, y personas que son parte de mi carne, de mi agujero negro, imposibles de sustituír ni siquiera en la distancia. Siete mil millones de personas en un sólo Dios verdadero, los siete mil millones que constituyen la santísima millonidad, todos ellos crucificados, muertos y sepultados y cabalgando a lomos de Alborak hacia el cielo, o de su puta madre.

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Construyeron el Bernabéu a mediados de los cuarenta. Mi padre bajaba con los suyos a través de los huertos que ahora son General Perón. Conocían a un portero que les dejaba pasar, o provocaban avalanchas en una de las puertas en las que se hacía la vista gorda, conseguían entrar diez con una entrada. O trepaban por algunos lugares de la fachada hasta el primer balcón por unos ladrillos sueltos. Cuando edificaron el gallinero, vendían entradas muy baratas casi sin límite, hasta que no cabían más. Yo nunca le vi pagar una entrada en taquilla. A finales de los sesenta comenzó a llevar a mis tíos. Cuando hicieron dinero, ellos se hicieron socios y compraron un abono en la grada lateral. Mi padre siempre los considero aficionados postizos. Me llevaban a la grada baja, y yo esperaba a que mi padre se colara, aparecía al rato sin pagar en el sitio que ellos compraban a buen precio. Nosotros somos de allí, y nadie nos va a sacar, imagino que ya lo sabes, somos de allí dentro. Al final mis tíos dejaron de ir cuando uno de ellos murió, decían que no podían volver sin él. Uno de ellos no podía ver los partidos en la televisión porque se ponía demasiado nervioso, y yo me reía de él. Ahora, muchas veces, yo tengo que quitar el sonido y ponerme de espaldas, parece que tampoco puedo ver sufrir a los míos cuando el peligro se acerca, aunque eso míos actuales que juegan en nuestro campo sean jóvenes millonarios consentidos. No sé por qué, pero son los míos. No, no nos sacarán nunca de allí, estamos siempre presentes aunque no estemos, tenemos en la memoria ese lugar en todo momento, formamos parte de él.

Ruido de motores como cañones. Huesos que vibran y que traquetean en el interior del cuerpo. Caminos asfaltados y carreteras polvorientas, que abrasan. Hacen falta gruesas suelas de zapato para atravesarlas sin quemarse las plantas de los piés, pulmones bien fuertes para inhalar el alquitrán hasta los tuétanos y que pase a formar parte de tu sangre, de tu sucia esencia. No hay ejército que pueda pararlo, al tiempo, por muy fuerte, muy numeroso y muchas armas que tenga.

Familia es algo parecido a amistad. Amistad es algo parecido a familia. Para mí pertenecen a cualquiera de las dos clases las personas que permanecen en la mente, en tu mente, las 24 horas del día durante 365 días al año. Da igual que estén a mucha distancia o cerca. Estas personas, recíprocamente, se tienen en la memoria, que en realidad es la imaginación, en todo momento. El resto son complementos circunstanciales o unidireccionales. Decid lo que queráis al respecto, examinaros por dentro a ver en quién pensáis todo el tiempo, por la mañana y por la noche, durante el día y cuando soñáis, y cuales de ellos lo hacen en vosotros. No vale la ausencia de un sólo segundo. Es una dimensión exigente, sí, vale, pero es lo que hay.

Ahora que voy a dormir
le rezo al señor que resguarde mi alma
si muero antes de despertar
rezo al señor por que tome mi alma
ya, pequeño, no digas una palabra
y no te preocupes por el ruido que escuchaste
es sólo la bestia bajo tu cama
en tu armario, en tu cabeza...

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Cuando empecé a ir al colegio, nos enseñaban que los neandertales formaban parte de nuestra linea evolutiva, el homo sapiens procedía directamente de ellos, eran su más inmediato precedente. Ahora dicen que aquello fue una falacia, que no tenemos nada que ver con esos salvajes de frente prominente, con esos feos monos, que nosotros llegamos de África algo más tarde, qué éramos negratas de pinga larga y que ellos eran algo así como una panda de gilipollas a los que exterminamos en plan hijos de puta. La falacia actual se inventa nombres de homínidos rimbombantes para mayor gloria de directores de excavación en busca del presupuesto perdido. Somos así de gilipollas por naturaleza. La falacia actual, luego vendrán otras, y otras, y otras mil, porque la paja mental no tiene fin, es tan prolífica como la físico sexual. Teníamos un amigo que nos contaba que siempre que se duchaba se hacía una paja, y que una vez se hizo ocho en una tarde, no que se hubiese duchado ocho veces, sino que se la había cascado o machacado con esa fruición de chimpancé una tarde de invierno. Debió quedar seco. Nunca le dejábamos entrar al baño en nuestras casas. Los prehistoriadores son muy parecidos a él, quizás los historiadores son también tan pajilleros, por deformación profesional.

Zihuatanejo es ese lugar al que todos huimos, ese rincón escondido en el que siempre te estaré esperando, en el que sabes que puedes siempre encontrarme. Sólo tienes que poner un pié delante del otro y caminar hasta allí. Zihuatanejo hay uno a orillas del Pacífico, al que el presidiario Morgan Freeman acudía a visitar a su amigo Tim Robbins cuando este escapó de la cárcel jodiendo vivos a los carceleros. Debes dejar siempre volar a los pájaros, es mejor verlos, aunque sea de lejos, que meterlos en jaulas. A ratos veo en mi Zihuatanejo, en mi monte, a una pareja de águilas. Alguna vez, cuando hace mucho frío o calor, cuando no hay nadie, me he tumbado boca arriba y sus sombras me han sobrevolado. No sé si lo hicieron por curiosidad hacia mí o porque cazaban, para deslumbrar a sus piezas, de espaldas al sol que achicharra en estas tierras de media tarde. Asfalto de calle y arena de descampados, esa es mi tierra. Aire que arde, ya sea de frío o por las llamas del calor. Aquí no hay medias tintas, nos helamos o nos abrasamos. Y cuando el sol se aleja por el Oeste y hay nubes sobre el cielo, se ven atardeceres de color rojo o naranja intenso, brillante, y las nubes se colorean por efecto del hollín brumoso del aire, del agua sucia y del sudor que se evapora a ras de suelo saliendo de todos nosotros. Desde las ventanas se escuchan cañerías y televisores, algunos gritos y respiraciones entrecortadas. Llega de repente la oscuridad, por unas horas todo se calma, o al menos un poco, pero late, late, late, sigue latiendo. Y aquí estoy, en medio de este agujero negro, con el tiempo detenido en medio de la noche. Sí, estoy aquí, ¿estás ahí? Toc, toc. La penumbra va cayendo. Salgo a la ventana y ha refrescado, un poco. Echo un trago de agua con regusto a lejía, me tumbo. Toc, toc. Toc, toc. Una puerta que se abre al fondo, oscura. Poco a poco me duermo. Madrid.

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