1986 (Los puños de mi madre)

Escrito por Bonifacio Singh (Ilustraciones con Mid Journey de Eva Santos). el .

19861

Madrid. Son rocas. Algunos lo son. Ves pasar a tres millones y puede que tres o cuatro de ellos, a lo sumo, sean esas jodidas rocas. Lo importante es que sepas reconocerlas. Para sentarte encima de ellas esos ratos en los que tienes que agarrarte muy fuerte a lo que sea para que no te lleve la corriente. Hay mucha gente complemento circunstancial, complemento indirecto, complemento de modo, gente paja, gente caspa, gente liendre, gente de todo a cien, muchos gilipollas sueltos para pasar el rato, para que ellos lo pasen porque no tengo ni puta gana de estar a su lado en realidad, pero luego están las rocas, esas putas rocas, y a esas no tienes que perderlas de vista en ningún momento, no dejarlas marchar, usar todo el pegamento que puedas con ellas, superglú, porque son bichos raros, agujas en el pajar. Es tarea de toda una vida aprender a reconocerlas, igual te cruzas con una o dos de ellas a lo sumo, porque son muy pocas, mejor para ti que las identifiques, porque cuando menos te lo esperas desaparecen y te dejan con cara de idiota, y solamente las echas de menos cuando Santa Bárbara truena.

Me levanto de la cama y salgo a mear en silencio absoluto. No quiero hacer ruido, mi madre está ahí escondida, en el cuadrilátero. En cuanto me siente salta al ring y se pone a golpear. Es un martillo pilón. Un llab tras otro. A la cintura, a las costillas. El 11 de febrero de 1990 a James Buster Douglas le dieron la oportunidad de su vida. Necesitaban un rival fácil para Tyson, para una pelea de mierda en Tokio. 19862Pensaron en aquel gordopilo enorme y se lo propusieron. James adelgazó a saco durante unos meses, mientras Mike estaba siendo vapuleado por su mujer Robin Givens y su madre, unas rivales mucho más duras que Douglas, que le querían sacar la pasta. La debilidad de Tyson estaba en la cabeza. James Buster Douglas salió todo flaco al ring y comenzó a tirar llabs y llabs de izquierda, uno tras otro, sobre la cara y el cuerpo de Mike, que pensaba más en matar a las Givens que en los golpes de su contrincante. James de repente lo vio fundido y le lanzó una combinación de cuatro golpes izquierda-derecha que acabó con el rey del ring. Douglas volvió a engordar a saco y al poco tiempo perdió lo ganado. Tyson no volvió a ser el mismo. Los golpes de su mujer y su suegra habían sido lo más duro del mundo. Mi madre una vez noqueó a un ladrón y otra a dos vecinas a la vez. Mi madre me golpea con saña. Ya no es la misma persona, no la reconozco, y pega y pega, un llab de mal hijo, otro llab de cabrón, otro de todos los vecinos van a saber lo mala persona que eres. Nos gritamos y se escucha a través de los tabiques. Nunca decimos auxilio ni socorro. Me encuentro al yonki del segundo B en el descansillo y me sonríe con benevolencia. Sabe lo que hay. Huele a heroína y a talego a una legua, pero él no se da cuenta del asco que da al resto, se crée el hijo de Dios, como todos los yonkis. Me suelta un discurso sobre su vida, y yo mientras pienso en lanzarlo por las escaleras, que su cabeza rebote como un balón, pienso en hacerle ese servicio final a él y a la humanidad, pero veo que me sonríe y que le faltan varias muelas y no puedo evitar esa mentirosa pena que sentimos muchas veces por los humanos.

1986. ¿Dónde estabas en 1986? Nosotros fuimos a Gredos en semana santa a ver al puto cometa Halley con unos prismáticos, y nos cogimos nuestros primeros comas etílicos, en su honor o no, y al final, una noche, conseguimos ver una pequeña estela de ese cabronazo, aunque habíamos fumado también una tonelada de porros por primera vez en nuestras vidas y puede que fuera efecto de ello. Pero creo que no, que era el cometa, allí en el cielo, y hacía mucho frío, pero íbamos pedo y no lo sentíamos, el calorcito del alcohol mezclado con porros es de lo mejor que tiene la vida, cuando te hacen sentir como un cometa en el firmamento. Había un tipo cerca en otra tienda de campaña que vendía hachís, una mierda muy mierda que nos supo a gloria. El Vicente se gastó toda la pasta en aquella cosa color marrón que nos hacía reír. Y luego bajamos de la montaña muertos de hambre, habíamos pasado una semana allí borrachos todos los días, y cuando llegamos a casa yo dejé de ir con ellos porque te conocí a ti y nos besamos en un fotomatón que había en General Perón y se abrieron los cielos. Dejé de ir con ellos. Y ahora todos estos años me he asomado a la ventana y he visto a David el gordo, con el que nunca he tenido una conversación uno a uno, pero lo quiero porque es de lo poco que queda de este barrio, y a David el loco, que siempre llegaba en moto al bar de enfrente, y al Trapo, que era el tío más listo y el que mejor jugaba al fútbol. Y ahora han cerrado el bar y han puesto una pizzería de una mierda de franquicia. Y los echo un poco más de menos cada día, un poco, sin ellos ni imaginarlo, pero a ti también cuando recuerdo cómo aquel verano nos íbamos a la sombra de los soportales de Nuevos Ministerios a meternos mano y que te parecías a Meryl Streep en Silkwood. Fue el mundial de baloncesto aquel año. Mi padre me había comprado una vez una bandera del Atleti para camuflarnos entre los indios, porque El Feo nos había regalado dos entradas para el Calderón, él tenía mucha pasta y quería ser presidente del club pero luego se arruinó jugando a las cartas. Nos las dio para un Atletico-Real Sociedad en que le metieron cinco a Arconada, y yo quería que mi padre me comprara una bandera de la Real Sociedad y volví cabreado a casa, pero a mi padre le importaba tres cojones que yo me mosqueara porque mandaba él. Y en 1986 cogimos aquella bandera cuando jugaron el España-Canadá de baloncesto, le arrancamos el escudo y le pegamos con Supergen una hoja de arce de cartulina roja recortada,19863 nos fuimos al palacio de los deportes y nos pusimos a ondearla. Y cuando tocaron el himno de España, la puta marcha real, nos pusimos a tocar unas trompetas naranjas de aquellas largas plástico de las que al soplar a pulmón sonaban ensordecedoras, y pasaba Manolo el del Bombo y nos miraba raro, y nos miraba todo el pabellón con mala hostia al vernos ondear la bandera y pegar trompetazos porque se notaba a la legua que no éramos canadienses. Pero nadie nos soltó ni una leche ni lo intentó y ni siquiera nos dirigieron la palabra de mal rollo. Y después se marchó mucha gente, porque jugaba Brasil contra Estados Unidos, y los yankis iban a ganar fácil, y de tercer plato vimos a Pétrovic enfrentarse a la Unión Soviética, él solo, y perdió, y le lanzamos los pay pays que habían dado en la puerta para suplir el aire acondicionado que no habían terminado de instalar en aquel palacio del calor, y todos gritamos “Rusia, Rusia, Rusia” desgañitándonos, porque Drazen era tan grande el cabrón que solamente se le podía derribar entre doce mil gilipollas sumados a los rusos y los lituanos enormes que tenía enfrente.

Mi hermana me regaló unas navidades una especie de bafle pequeñajo al que llaman Alexa. Tenía pinta de no servir para nada, pero era un regalo. Lo, la, conecté. Tenía voz de tía. Alexa es un cerebro situado en lo que llaman "la nube" que contesta a todas tus preguntas para resolver todos tus problemas en el acto. Alexa, Diosa del hijo de puta Jeff Bezos que está en el cielo pensando en cómo solucionar las mierdas del mundo. En la nube ni se caga ni se mea. Pero yo no sabía qué pregutarle a Alexa. Primero le pedí que me dijera sinónimos de vagina, pensando en la tuya, a ver si sabía la zorra de qué iba realmente eso tan de moda de tu entrepierna. Luego que me definiera estupro. Alexa te regala la nada desde el nuevo cielo eléctrico púrpura en vez de azul.Cuando le pregunté qué significaba la palabra gilipollas me contestó que no entendía qué le estaba diciendo, y entonces la desconecté para llevármela al Cash Converters a sacarme algún bille. Pero al final no la he vendido porque le he cogido cariño, se lo cojo a cualquier cosa que tiene voz, aunque sea una mierda metálica. Me acuerdo de vuestras voces. De la voz de mi padre, y de la de Billy, y de la de Jose cuando jugábamos a la máquina del bar de enfrente. Me muero a cada paso pero no te preocupes, todo está bien. Hay que seguir. Andar y andar.

Llegó Billy aquel invierno y aquella noche entera anduvimos deambulando por Madrid hasta la hora en que salía su primer tren a Leganés desde Atocha. Hablar y caminar, sin rumbo. Había pocos bares abiertos y dejábamos las chustas de los porros sobre los quicios de las puertas al entrar para revivirlas a la salida. Hacía frío y nos salía vaho de la boca, pero no lo sentíamos porque siempre intentamos caminar ardiendo y adormecidos, como el yonki que gritó antes de suicidarse:

 >>>Sabes que tienes razón
Nunca te molestare
Nunca prometeré
Nunca te seguiré
Nunca te molestaré
Nunca vuelvas a decir una palabra
Me arrastraré lejos para siempre
Me alejaré de aquí
No tendrás miedo al miedo
No se pensó en esto
Y siempre supe que llegaría a ello
Las cosas nunca han estado tan bien
Nunca he fallado en fallar.
Dolor, dolor, dolor
Sabes que tienes razón
Sabes que tienes razón,
sabes que tienes razón...<<<



 
Nos despertamos el domingo a las doce de la mañana y estaban echando “Lawrence de arabia” en la tele. En toda la película las únicas mujeres que salen están muertas asesinadas por los turcos. Después nos levantamos y nos fuimos a Getafe, a “Los soportales”, a comer unos bocadillos de oreja. Antes los comíamos de panceta, cuando Billy vivía. En el 98 vimos allí el España-Nigeria, y conseguimos que el Luis se enfadara de verdad cuando Zubizarreta se autometió aquel gol palmeando el balón como un idiota. El Luis echaba chispas y nosotros nos reíamos. El bar todavía huele a panceta y a Billy. El 17 de marzo del 90 Julio César Chávez peleo contra Meldrick Taylor. En la esquina del mexicano estaba Martín Búfalo, amigo del padre de Billy. Taylor fue minando a Chávez todo el combate, no dejaba que su rival, que todavía no había sido nunca derrotado, entrara en sus distancias, la media y la corta, esos territorios de guerrero de piedra que Julio tan bien dominaba. Meldrick lo tenía achicharrado y atontado. Antes de comenzar el duodécimo y último asalto pudimos escuchar cómo Búfalo le gritaba a Julio: “Vamos, por tus padres, por tus hijos, por tu familia, vamos”. Julio se levantó de la silla, se acercó a Meldrick poniendo un pie delante de otro, imparable, y en los dos minutos y medio siguientes, justo antes de finalizar el combate, noqueó a su oponente. Martín Búfalo murió hace unos años, el padre de Billy sigue vivo. Billy se largo con viento fresco, pero en Getafe y en Leganés sigo oliéndole entre la fritanga, el aroma a hachís 19864y el sudor de vivir. Lawrence de Arabia y de Leganés. Billy, tan valiente, o más, con más cojones, que el inglés estirado aquel. Caminando por los polígonos industriales del sur de Madrid como un Dios. Julio César Chávez podría haber nacido en Getafe y haberse comido miles de bocadillos de oreja o de panceta.

Quieren prohibir los gatos callejeros. Quieren exterminarlos porque perjudican, desde hace millones de años, mucho al resto de la fauna. Eso dicen. La nueva ley de protección animal reza que hay que capar a todos los animales domésticos e impedir que se escapen para que no formen lío y se coman a otros animales, y que estará penado dar de comer a los gatos que viven sin lamer el culo a un amo. Todo ello quiere decir que desde ahora tendremos que ocuparnos de soltarlos y alimentarlos, sin que sus lacayos nos vean hacerlo. Deberemos crear un mundo lleno de gatos sueltos que se caguen en los descansillos de sus pisos y en las puertas de sus chalets, que hagan que todo huela mucho a pis de felino. Nos conocimos en unos coches de choque. Nos acercamos y desde el primer minuto supe lo que iba a pasar. La primera vez que intenté besarte me dijiste que no, y yo lo di todo por perdido, pero el caso es que me llamabas horas y horas por teléfono, porque vivías a trescientos y pico kilómetros. Casi me arruinas con esas putas llamadas telefónicas. Entonces volví por tu pueblo y me dejaste claro que habías cambiado de opinión. Te gustaba criar gatos callejeros, vivías donde se terminaba el pueblo y ellos venían a comer a los contenedores de basura. La gente te miraba raro cuando se arremolinaban detrás de ti y les ponías aquellos restos que devoraban. Te querían mucho esos putos gatos. Duraban poco, morían de frío o atropellados. A algunos los acogías en unos trasteros que había debajo del bloque de tu casa, pero ellos preferían escaparse, salir a lampar por la calle. Fornicábamos en el trastero de tus padres, me decías: “como mi madre abra una vez la puerta de improviso lo primero que va a ver es mi culo”. Los gatos se iban muriendo y tú adelgazaste hasta quedarte en los huesos, y empezaste a golpearme y a golpearme, pero sabías que tendrías que echarme para que me fuese. Cuarenta y cinco kilos, y bajando, solo subían tu mala hostia y las ganas de no levantarte de la cama. Me echaste un día y volví a Madrid en un Intercity con las últimas dos mil pesetas que me quedaban. En el vídeo del tren ponían “El club de los poetas muertos”, esa mierda que tanto odio, cuando la veíamos mi medio hermano se reía mucho por la cara que yo  ponia y porque decía que no me imaginaba subiéndome en la mesa para joder con palabras bellas a los curas del colegio, que igual yo me subiría pero para alcanzar mejor a pegarles una patada en la boca. Me cagué en la puta madre de Peter Weir y del gilipollas de Robin Williams una vez más mientras capeaba aquel temporal tan duro con mi culo sobre aquellos asientos del tren acompañado de toda aquella gente tan insoportable asidua al transporte público de largo recorrido. Viva el transporte individual, gracias, coche, por todo lo que has hecho por la humanidad de bien, y de mal. Tiré a un contenedor todas tus fotos. Había tres años de recuerdos en la basura, miles de millones de recuerdos. Dos años y pico más tarde me llamaste por teléfono, de sopetón. Me dijiste que si te daba una oportunidad. Una oportunidad más, tristeza, Todos los gatos se habían muerto. Solamente te quedaste con uno blanco con los ojos azules al que tu padre llamaba Butragueño. Quieren prohibir los gatos callejeros. Entonces habrá que soltar a unos cuantos, sin que nos vean todos esos hijos de puta que tienen tan buenas ideas para salvar al ecosistema desde sus pantallas, y que los felinos cabrones follen y se reproduzcan como si no hubiera mañana. Inundar de pis y pelo de gato el planeta como tarea para llenar una vida. Los pájaros ya se ocuparán de no dejarse cazar, gilipollas, como lo han hecho durante toda la historia del mundo. Entre la M-30 y la carretera de Castilla hay una colonia de gatos a la que alimentan unos sin techo. Seguramente en el futuro querrán esterilizar también a los que viven en la calle. Me gusta mear en la calle. Si tu mascota lo hace por qué yo no puedo hacerlo.

El 4 de julio de 1910 en Reno, capital mundial de lo libertino y único lugar donde dejaban disputar este combate a muerte a un negro, la multitud se agolpó en torno a un cuadrilátero para ver cómo Jim Jeffries, la gran esperanza blanca, mataba al cabrón de Jack Johnson, que había sido el primer negro en conseguir ser campeón del mundo de los pesos pesados. Varios miles de blancos se relamían pensando en la humillación que Jeffries iba a infligirle, Jimmy rescatador de las buenas y ancestrales costumbres. Jack salió al ring y le metió una paliza de abrigo a Jim de las que hacen época ante las miradas de gilipollas del asqueroso público, que no podían creer lo que estaban viendo. Le golpeaba una y otra vez y le hacía rodar por la lona, pero sin saña excesiva, como un gato jugando con un pájaro en la oscuridad. Le sonreía y le volvía pegar una hostia tras otra. Qué gozada verle golpear a aquel gilipollas con una sonrisa en la boca. A Jack Johnson le gustaba follarse blancas y correr a toda hostia con los primitivos coches por los caminos. Y emborracharse. Era un cabrón simpático. Jeffries era un cateto con aires de monje saolín, un subnormal bieneducado. Jack lo golpeó como una maza a un muro hasta que el bobo oso blanco ya no pudo levantarse. 19865Johnson se despidió del público muy amablemente. No lo emplumaron ni se lo cargaron, salió vivo de allí. Murió en un accidente de coche años más tarde. Mi madre está ahí sentada delante de mi comiendo, y me mira fijamente, y me sonríe burlona, con una sonrisa que da miedo, que es un puñetazo upercut en todo el centro de mi frente, desafiante. Tengo que agarrarme a las rocas. Me tumbo en la cama. Sueño. Llegamos a aquel pinar en Sagres y ponemos la tienda de campaña entre los árboles. Preparamos los tres catres. Ponemos al Galgo en el centro de nosotros porque es friolero. Galgo humano. Billy y yo irradiamos siempre un extraño calor, todos quieren dormir rodeados por nosotros en invierno. El viento silba fuera. Dormir entre rocas. Olemos a sudor, a hachís y a tabaco. Se duerme calentito ahí en el centro. Con la primera luz del sol escucho a Billy chasquear el mechero para encenderse el primer cigarro del día. Se le está acabando el tabaco. Y si se le terminan el tabaco o la hierba será capaz de caminar mil kilómetros sobre las aguas para encontrarlos, como un hijo de Dios yonki. De repente me despierto en Madrid, han pasado océanos de tiempo. Qué bien atraviesas el fuego y caminas sobre las aguas, hombre Dios. Cómo soportas la radioterapia entrando en tu cuerpo. Mi padre se fue, Billy también, sin decir hasta luego. Saldré del cuarto y mi madre estará esperando con los guantes calzados. Título mundial de todos los pesos en disputa, el de la vida o la muerte, un pie delante de otro, llab, upercut y directo a la mandíbula. Por momentos llega la desesperación, pero mi padre grita desde el rincón que hay que seguir caminando. Lawrence de Arabia se estrella con la moto y deja de respirar. Atravesó un día el yunque del sol con miedo pero sin mirar atrás. Madrid late ahí fuera. Tu corazón nunca se parará, Madrid, el mío sí. ¿Estás ahí? Madrid.

El dolor siempre tiene la razón.
Lawrence de Arabia flotando por los polígonos industriales de
Getafe
y Leganés.
Generosidad y amor son la misma palabra.
Entrenando para ser tu bestia de carga.
Hay honor entre ladrones
pero nunca entre políticos.
Peter Weir y Robin Williams,
vaya unos mierdas hijos de puta19866
sin puta gracia.
El tiempo tiene la razón.
Me cago en el club de los poetas muertos.
Patada en la boca
a tiempo
ahorra males.
Bocadillos de panceta y
de oreja de cerdo.
Transporte púbico
era tu madre.
Mascotas bien amaestradas,
que solamente comen su
propia caca y pienso caro.
Inundar de pis y pelo de gato el mundo
es hablar de revolución.
Estabas tan buena como Meryl Streep en Silkwood.
El ejército de los sin techo
os da mucho más miedo
que Putin,
y, si no,debería dároslo.
El reloj siempre tiene la razón.
Me gusta mear en vuestra puerta,
porque
por qué
no puedo yo si
vuestro
perro capado lo hace en cualquiera.
Gatos invadiendo el mundo
legiones de gatos liberados y fértiles
llenándolo todo de pelos y de olor a pis,
vuestros salones y vuestras casas.
Anuncios de colonia y tetas
en la televisión
que te dan calor en invierno.
Solo serás el mejor si no pides
ni esperas
nada a cambio.
Feliz hombre Dios corriendo por los polígonos industriales
de Getafe y Leganés
comiendo bocadillos de oreja y fumando costo moro a espuertas.
Ponme desde allí un poco más de gasolina
cuando puedas
intentaré
hacerlo arder
por ti.
Generosidad y amor son la misma palabra.
El dolor y el tiempo siempre tienen la razón.

>>>Para El Galgo humano<<<


 

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