Atravesar el fuego

Escrito por Bonifacio Singh el .

enero1

El cielo de Madrid es levantarse por la mañana y cuando echas la primera meada mirar al techo y ver las grietas que hay sobre el ya amarillento yeso. Techo de perlas sucias, del color de dientes podridos y rotos. La escayola forma fronteras imaginarias como las de Ucrania o como todas las fronteras, que no son más que anacrónicos inventos de unos mierdas venidos a más que a fin de cuentas se murieron o morirán como el resto. El Dios de la ciudad habita en sucios polígonos indrustriales y en los descampados, en los sucios bares y en las tiendas de los chinos. La china más guapa de Madrid despacha en Plaza de España. Estuvo muchos meses desaparecida, preguntábamos al marido y a los hijos y nos contestaban que estaba mala. El sábado pasado reapareció detrás del mostrador. La saludamos contentos, había vuelto una persona que nos preguntaba qué tal estábamos y a qué dedicábamos nuestras vidas. Los chinos no suelen preguntar nada trascendente porque les importas una mierda seca, tú y lo que te pase. Reapareció nuestras china y la vimos recubierta con un gorro y sin cejas, sin pelo. Se nos cayó el alma al suelo. Una tía tan guapa y tan simpática, una rara avis china, no merece un cáncer. A pocos metros de allí habita en un piso de más de dos mil Euros al mes de alquiler David Broncano, el presentador de televisión, en la Torre de Madrid, y allí abajo está nuestra china jodida por lo que deducimos es un cáncer. Nos sonríe detrás del plástico protector de virus y de la mascarilla, sin cejas, desdibujada, pero sigue estando esa persona allí debajo de toda esa mierda y ese mal. Atravesar el fuego de la quimioterapia o de que la radiología te queme por dentro para ganar unos días, unos meses, unos años a lo sumo, al tiempo.

enero2Cuando el confinamiento medieval de 2020, cuando todos esos hijos de puta nos encerraron porque no sabían cómo meternos sus mentiras y su mediocridad por el culo, tuve que encerrarme con mi madre casi entonces nonagenaria. No me gusta encerrarme, y menos donde no quiero. No fui insumiso en su día por cobarde, me contenté con que me secuestraran como objetor de conciencia, que era un mal menor de secuestro. No tener que soportar al estamento más ladrón e hijo de puta del país raptándote para que trabajes gratis para ellos ya es algo positivo, pero la sensación de que te encierren en un lugar contra tu voluntad sea para el rollo que sea es horrible. Y en 2020 tuve que encerrarme con mi madre para en teoría salvar unos años de su vida. Encerrarse con la persona que antes reía y que ya nunca ríe. Mi madre había tenido una lumbalgia y, como no podía salir de casa, tenía que obligarla todos los días a hacer ejercicio subiendo una escalera de las de limpiar el techo, una y otra vez un rato al día para que pudiese caminar bien un poco de tiempo más. Todos los días escuchando sus protestas y su resistencia a vivir a la fuerza. Transcurrió el mes y medio viendo cómo milímetro a milímetro perdía la cordura sin posibilidad de marcha atrás. Una lucha sin beneficio ni futuro. Atravesar el fuego sin ningún motivo, sin futuro y sin ilusión, solamente por el hecho de que tienes que hacerlo. Va a llegarnos el momento tarde o temprano, da igual correr o no. Mejor tratar de atravesar el fuego, como se pueda.

11 de enero. Me despierto algo aturdido, pero rápidamente me doy cuenta de dónde estoy mirando al techo. Hay manchas de humedad sin repintar y unas estrellas que pegué hace muchos años de esas fluorescentes que coloqué en forma de constelaciones. Me viene, no sé por qué, la imagen de un amigo de mi padre, Paco, que fue frutero en el mercado de La Cebada. Hoy hace dieciocho años que murió mi padre. Fue un domingo por la mañana. Nos llamaron a casa desde el hospital cuando estábamos vistiéndonos para salir hacia allá. Se murió sentado en una silla después de terminarse el desayuno. No nos dijeron que había muerto, simplemente usaron el eufemismo de que había empeorado. enero3Paco, otro frutero más llamado Paco, vivía hace décadas en Vallecas en una casa de esas que se construían por la noche en los descampados para que la policía no pudiera derribártela, si amanecía con el techo cubierto no podían hacerlo. Era más pobre que las ratas y un día de desesperación total reunió cuatro perras que tenía, bajó al mercado de la fruta de Legazpi y compró unas cajas de lechugas, las vendió en la calle y con lo que sacó al día siguiente compró más, y luego más cosas, y al final colocó un puesto estabale en un mercadillo, y más tarde se hizo con una frutería en La Cebada. Le llamaban Sandrini, porque se parecía a un actor italiano de ojos saltones. Se casó con Victoria, que era de Soria y había venido a Madrid a servir y limpiar a los doce años. No pudieron tener hijos. Paco bebía cañas como un cosaco y fumaba como un carretero para matar el rato. Y también fue de putas alguna vez que otra que yo sepa. Nadie sabía cómo había aprendido a leer, escribir y hacer cuentas, porque nunca fue al colegio, y su mujer era completamente analfabeta. Se sacó el carnet de conducir con más de cincuenta años, porque tenía los cojones más gordos que tú hayas visto en tu puta vida, y era un peligro al volante. Y a veces jugábamos a las cartas y yo hacía de pareja con él, y tú te crees que tú eres un intelectual e ingeniero de la nada, y yo ganaba al ajedrez a los mayores, pero él podía contar todas las cartas que había en la mesa de todos los palos y era invencible a cualquier juego y yo nunca he podido hacerlo. Tuvo cirrosis, varices esofágicas y un tumor en la boca por el que le tuvieron que extirpar media mandíbula, pero nunca se quejó. Porque tenía en una uña del pie más valentía que tú y toda tu jodida familia en todo vuestro ser. Lo vi muriéndose en una cama de hospital, sabía que iba a palmarla. Nos lo encontrábamos fumando a escondidas y bebiendo cañas prohibidas hasta el día antes de ingresarlo. Nunca se quejó del dolor, ni del frío, ni del calor, solamente quería vivir, atravesar el fuego. Mi padre murió un 11 de enero y ya ni mi madre ni mi hermana se acuerdan ni por asomo de la fecha. Ya no existen las fechas porque pesan como piedras cuando tienes que saltar todos los días para atravesar el fuego. Pisotear Madrid una y otra vez sin rumbo, sin razón.

Guns and Roses me gustan muchísimo más que los putos Beatles, añadiría incluso casi sin dudarlo que son mucho mejor que esos mierdas de Liverpool, y es un hecho que tenían muchísimos más cojones que ellos. Tardé en hacerme adicto a la voz de Camarón de la Isla de Axl Rose, de hecho al principio de sus tiempos me parecían unos macarras con ganas de postureo. Pero eran grandes, al fin me he dado cuenta. Hacen el suficiente ruido y lo suficientemente ordenado y Axl pega los suficientes gritos como para despertarme y consigo por un rato salir de mi cueva interior. Debieron meterse carretillas de cocaína, pero ninguno de ellos ha muerto todavía. Mi padre era como ellos, aunque sin tatuajes, drogas ni música. Mi padre y sus amigos eran como ellos. Les asustaba el fuego pero no tenían más remedio que saltar dentro, lo hacían sin pensarlo, sin problemas. Llegamos al pie del puerto de Canencia, en la ladera norte, y en el cártel ponía “con cadenas”. No pusimos las cadenas hasta pasar el pueblo, donde vivían dos amigos de mi padre que tenían un bar en la calle Villaamil y que ya están más muertos que Carrarcuca. Los tíos de Canencia aguantan muy bien el frío, por la cuenta que les trae. Seguimos subiendo y al enero4atravesar la cima los bajos de los coches ya tocaban la nieve, hacían un ruido como si rascasen suelo blando. Dejaron caer los coches sin que se viera a más de dos metros de distancia y cuando llegamos a la parte baja de la cuesta de los chalets de Miraflores el cartel de entrada al puerto lucía glorioso en letras rojas “CERRADO”. Mi padre nunca conoció a Guns and Roses, le gustaba martirizarnos en el coche con corridos mejicanos. Le gustaba mucho esa canción que dice “pero sigo siendo el rey”. López Obrador, eres un hijo de la gran puta.

Tengo dos fortalezas en las que recluirme a resistir el asedio. Una es Madrid. Otra es mi interior. Cada vez necesito menos, solamente a él, la cueva infinita y absoluta. Me meto dentro y paso noches enteras en las que duermo sin dormir, y días íntegros en los que reboto como una piedra plana lanzada fuerte sobre el agua del vivir. Fortalezas en la tormenta, cohetes supersónicos que ayudan a atravesar el fuego universal. Me meto dentro y veo a mi padre a través de mis ojos, como un reflejo igual a mí. Ve a través de mis ojos y yo lo veo a él. Sus cenizas están aquí, debajo de la silla, y de todos los seres del puto universo yo soy el único que es consciente de que están ahí guardadas. Pelear o no pelear, dormir para atravesar el fuego. Dormir como forma de pelear. Pepo, el amigo de mi padre, trabajó una época como camionero. Llegaban él y su copiloto a un pueblo y se metían el bar a comer bazofia y a beber vino, y si alguno les miraba mal gritaban “aire” y se montaba una pelea. Pepo tenía los puños como mazos y su compañero llevaba un anillo de esos gordos que llevan una piedra pero sin piedra, para meterlo hasta el ojo en los puñetazos. Hacían destrozos entre los mozos de los pueblos cercanos a las carreteras. Una vez se peleo con un gitano debajo de mi casa, y cuando le iba a patear la cabeza vino la mujer del gitano, sujetó a Pepo por detrás y el gitano le metió un puñetazo en un ojo y pudo huir corriendo al verle aturdido. Pepo tampoco conoció a los Guns and Roses, y si llega a hacerlo los hubiese aborrecido y hubiese viajado a Estados Unidos para pegarse con ellos. Nunca tuvo tres pesetas juntas, sólo sus puños y un coche, y podía saltar perfectamente a través de las brasas, sin pensárselo. Una vez tenía hambre, cogió una seta del suelo, la calentó con el mechero, o más bien la requemó, y se la comió mirándome con una sonrisa en la boca. Murió caído en el suelo en una esquina de mi barrio, con los zapatos callejeros puestos. Sitting Bull de la calle Margaritas. Orgulloso Toro Sentado, toro tumbado sobre el asfalto.

Tengo que hablarte de Madrid. Ellos están aquí. En las calles. Me protegen y se ríen de mí desde las sombras. Me ayudan a atravesar este puto fuego de Madrid. Tu dinero, tus viajes al fin del mundo, tu familia perfecta, tus fotos aparentando felicidad, no pueden ayudarte cuando te toca saltar a través de la hoguera si te llega el turno. Ahí hay está tu todo y tu nada. Me cuesta un mundo hacer cualquier cosa, levantarme de la cama es jodido. Miro al techo y los veo mirándome a través de las grietas, riendo y bebiendo. Me dicen que siga caminando, con un pie detrás del otro, una y otra vez, una y otra vez, me gritan que allí detrás no hay nada pero que hay que seguir andando con cojones y por cojones, y hay que hacerlo erguido y sin tener miedo, y si lo tienes deberás meterte bien dentro y desde allí saltar con todas tus fuerzas a través del fuego. Madrid, nos despediremos sin hablar la última noche. Madrid.

Atravesar el fuego con
una luz al otro lado,
un espejismo,
un falso reflejo.
No quiero vivir sin discutir,
no quiero vivir sin gritarte
sin pelear y sin odiar.
Cuéntame lo que quieras como excusa.
Pelear y odiar, pelear y odiar.
Tu corazón es gris como el suelo de la calle,
es imposible que me engañes
pero así te quiero.
Sentirse seguro oliendo paredes con aroma a meado de perro.
Guns and Roses son mucho mejor que los Beatles,
aparte de mucho más hijos de puta. enero5
Con todo tu dinero no puedes conseguir
atravesar el fuego,
vas a quemarte quieras o no quieras.
Dios de polígono industrial.
Ángel de descampado.
Hacer todo por cojones con
dolor de piel.
Morir entre la belleza
del Dios cáncer.
Dios es cáncer.
Varices esofágicas mirando la puesta de sol.
Selfies de úlceras de estómago
bailar con omeprazol en vena
por un mundo mejor.
Sabes que en esta vida no podremos estar juntos
que está jodidamente difícil
porque hay que atravesar el fuego
hacia un agujero muy
oscuro
sin rechistar ni quejarse
el tiempo pasa, ha pasado y pasará
a toda hostia y sin pensarlo
y ya no va a poder ser
lo nuestro.
Toca joderse,
poner un pie detrás del otro
pelear a puñetazos y
atravesar el fuego.

>Dedicado a tí, si eres capaz de verte ahí dentro, La respuesta es sí...<


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