Diciembre

Escrito por Bonifacio Singh el .

diciembre1

Madrid. Ayer se murió Pepita. Tenía 92 años. Hacía tiempo que apenas podía caminar. Era una señora simpática y dicharachera. Caen como fichas de dominó, como un castillo de naipes, como un pin pan pun callejero en Madrid. Toda una generación que ya no está. Sólo queda mi madre y tres gatas más, aunque ella nació cerca de Guadalajara. No me atreví a comentárselo, lo de la muerte de Pepita, porque sacar cualquier tema que aporte negritud a su día a día, ya de por sí del color más oscuro entre los oscuros, acarrea aún si cabe más desánimo. Hay mucha oferta de desánimo por aquí, y poca demanda, hay más desánimo que longanizas y se paga inversamente proporcional al precio del puto gas natural del cabrón de Putin. Dejé que continuara viendo “La ruleta de la fortuna”, verlo sin escucharlo ni hacerle el más mínimo caso. Porque ahora mi madre tiene la capacidad de observar las cosas impertérrita sin verlas, como si estuviera mirando al hombre invisible. Nos sentamos al lado suyo en la mesa de la cena de nochebuena los pocos, dos, que quedamos de nuestra casi extinta familia de sangre, y nos dijo que no se acordaba de nosotros de pequeños ni de sus hermanos. Nos mirábamos incrédulos, porque los ancianos son como Pedro avisando de que viene el lobo y nunca sabes cuando viene o cuando son ganas de llamar la atención. Y vi cómo se me venía el mundo encima, cómo frente a mí se encontraba una persona que es ahora mismo como un precipicio al que estoy a punto de caerme, y Roy Batty no vendrá a sacarme agarrándome con fuerza de la muñeca. El dolor lo es todo. Ser consciente del dolor es como llevarlo dentro elevado a la enésima potencia y que esté tan pegado a tus huesos que no haya agua caliente ni Fairy ni estropajos suficientes en el mundo para poder despegártelo.

Es difícil sentir el precipicio, y la soledad que conlleva. Por mucho que entrenes nunca conseguirás tener el hematocrito suficientemente alto para resistir toda la prueba de esfuerzo que es la olimpiada del dolor. El dolor del tiempo. Pregunté a Mincholed que había sentido cuando le pegó el otro día el jamacuco. Me contestó que una punzada fuerte a ambos lados del esternón, pero que no le había faltado el aire. Cuando veo a mi madre así me falta algo la respiración, mi madre es un Covid viviente en realidad. Saqué una caja donde guardé las fotos antiguas para que no me las robara mi hermana, y pensé que sería una buena terapia para la memoria. Pero ni siquiera sonrió, me dijo que me las llevara, que se ponía muy nerviosa al mirarlas, que no quería ni verlas. Me dejó atónito, siempre le gustaron las fotos antiguas, la diferencia es que los que salían en las imágenes estaban antes vivos y ahora están casi todos fiambre. Hay una foto en color sepia que me encanta, en la que todos los actores a excepción de mi madre están bajo tierra, o hechos ceniza, y hay unos veinte personajes en la escena.

diciembre2

Hay días que me ahogo un poco, y necesito salir a Madrid. Tengo la suerte de que puedo pedalear y alejarme, o meterme en una isla de bosque rodeada de autopistas. Ahora ese lugar es un poco más mi hogar que mi cueva, porque allí me refugio. El 16 de diciembre tuve una de esas sobremesas en la que me falta el aire. Y salí a rodar un rato para boquear algo el aire contaminado de Madrid. Ha llegado un momento, una hora, un año, un segundo, en el que ya no sé salir del agujero, no se ven los rebordes, están demasiado altos, y por mucho que bracee no logro agarrarme y saltar fuera. Antes lo conseguía sin demasiado esfuerzo, pero la balanza del tiempo, que se agota, pesa ya casi más en este lado, y me arrastra. Y entonces me bajé a ese bosque y aún en ese lugar no conseguía respirar. Empezó a hacerse de noche y tuve que enchufar unos faros que me compré durante la primera salida del confinamiento del Dios Covid, cuando nos hacían salir de casa casi cuando se ponía el sol para jodernos un poco, porque se ha demostrado palpablemente que solamente sirvió para volvernos un poco locos y para ponernos de mala, muy mala, hostia, y empecé a diluirme en tu negrura gris, pero ni por esas conseguía escabullirme del pozo negro que tengo dentro. De repente, empecé a bajar desde el Lago a Puente del Rey, y allí estaban.

El edificio de España fue inaugurado el 6 de octubre de 1953. La Torre de Babel de Madrid cuatro años más tarde, el 15 de octubre de 1957. Miden 117 y 142 metros de alto. Tampoco es que sea gran cosa. Vino un chino hace unos años y le vendieron el edificio rechoncho de España, y el hijo de puta quería tirarlo y hacer una mierda nueva. Yo hubiese sido capaz de matar a aquel puto amarillo. Porque quiero tanto a esas dos moles que sería capaz de asesinar por ellas. Me dí cuenta el otro día bajando la cuesta hasta Puente del Rey, con un cielo azul crepuscular eléctrico de fin de la tarde de fondo, entonces me di cuenta de que esos dos gigantes son como dos personas para mí, como dos familiares, y muchas veces yo te digo que sería capaz de matar por algunas personas, que no dudo que lo sería, y tú no te lo crees pero es la puta y la pura verdad, te lo aseguro. El Edificio de España tiene ahora su fachada toda limpia y refleja la luz como si fuera un pastel por la tarde, y la Torre de Babel está más sucia, pero esbelta y más gris es como una amiga muy zorra y estirada a su lado. Me gustan muy zorras y estiradas. Y estoy tan jodido que casi se me saltan las lágrimas mirándolos, así, en plan cursi barato, pero es que hace tiempo que no tengo lágrimas, porque es como si me las hubiesen robado, pueden clavarme un cuchillo que no me salen, podrían incluso ir al fisio y que me retorciera los huesos sin que me brotaran, es un superpoder que no quiero, prefiero ser llorón como cuando me llevaban al colegio por la mañana de pequeño y siempre vomitaba porque creo que la leche me sentaba mal, y potaba un día tras otro sin remedio, y allí estaba todo aquel charco en medio de la clase cubierto de serrín y yo me sentía una puta mierda. Ahora controlo el vómito muy bien, gracias a todo ello, a aquel pasado, y sin apenas esfuerzo puedo observar todas vuestras putas caras sin que salga un torrente de mi boca como un volcán de ácido estomacal al ver vuestras vidas y la grima que dais con vuestros alardes de gilipollez.

Salí de Puente del Rey y tomé la calle Aniceto Marinas, que no sé quién coño sería el tal Aniceto, quizás otro gilipollas de aquí como yo, y miré hacia la izquierda, y todo el cielo estaba morado. Sí, totalmente morado. Porque a veces, unas cuantas, el cielo de Madrid está naranja fosforito por las tardes, gracias a la sequedad ambiental con alguna nube alta y a la bendita contaminación. Pero el 16 de diciembre se había vuelto morado. Y seguí pedaleando por la ribera del mugriento río que es mi río donde han habitado tribus ocultas desde tiempos inmemoriales, seguí dándole al manubrio co los pies lentamente, porque el cielo estaba emocionante, y por un momento me sentí un privilegiado, por poder caminar por aquí y ver estos cielos que seguramente tú no puedas ver aunque los tengas delante. Y cuando estaba casi parado sucedió aquello: oí cantar a un petirrojo.

diciembre3

Los árboles y los pájaros son lo mejor del mundo. Vosotros sois unos mierdas en comparación con ellos, que son verdaderas buenas personas. Podría vivir sin que estuvieseis dando por culo todos los días, pero no sin árboles y pájaros. Busqué audios con el canto de los petirrojos para poder saber que están allí. Los escuché una y otra vez estas últimas semanas con unos auriculares al estilo como cuando aprendí a escribir a máquina en Mecarrapid, y por fin he conseguido reconocerlos entre los otros ruidos de la ciudad. Y están allí. Hay un vecino cerca de mi cueva que se fabricó una jaula enorme que le ocupa todo el balcón, y el hijoputa tiene allí unos cuantos pájaros que cuando aparcas debajo te cagan todo el coche. Y quiero subir un día y cuando abra la puerta meterle una hostia y romper la puta jaula, porque los pájaros no son para estar así, confinados, hijo de puta, eres un vecino que se parece a un político o a un policía, y a esos hay que darles de hostias y soltarles los pájaros confinados. Pues cuando estaba casi parado escuché en la otra orilla a un petirrojo cantar, haciéndose de noche, con el cielo totalmente morado, y otra vez casi se me saltan las lágrimas como ahora le pasa a Daniel Prieto, que es un puto gallego muy sensible, a veces aún más gracias al alcóhol. El canto de los pájaros, la inteligencia de las aves, todo ello muy superior a la vuestra, hijos de puta, que día tras día me sorprendéis más con vuestras imbecilidades de listorros con seis años de carrera. Hay tanto soplapollas con seis años de carrera que sería un buen tema para escribir una tesis doctoral, y al terminar de leerla ante el tribunal estampársela en el jepeto a los que te examinan, porque cualquier pájaro o cualquier árbol tienen mucho más raciocinio que todos los que van o han ido a la mierda de la universidad, mercado y escaparate de la mierda humana con pretensiones por excelencia. El petirrojo soltó sus pío píos un ratito, y empecé a arrancar, porque por esta puta ciudad resulta peligroso ir en bici de noche, aunque tengas los cojones como los tengo yo cuando me subo en una, que los tengo como el caballo del Espartero, todo hay que decirlo, y que si me pitas te parto la cara en varios trozos. Mucho pitos y pocos pájaros cantando.

Me encontré un petirrojo muerto el otro día en la puerta de un aparcamiento. Lo tiré a un contenedor para que nadie más lo viera así. Yo pensé que los petirrojos eran inmortales. Dicen que son los pájaros de la vida, que traen buenos presagios cuando los ves. Apareció uno en una rama, de repente, junto a mí, paseando por los Jardines del Príncipe en Aranjuez. Estuvo allí un rato, en silencio, sin piar ni cantar, posado en la parte baja del tronco de un árbol, a apenas un metro de mí. Pájaros de vida, petirrojos vivos y petirrojos muertos. Aunque no los vea más que muy de vez en cuando, porque son muy pequeñajos y se confunden entre la hojarasca porque tienen la espalda parda, ahora puedo oírlos entre un mar de ruidos. Y después de ver al pequeñajo fuimos a saludar al plátano de la Trinidad, que es un árbol enorme amigo nuestro que tiene unos doscientos cuarente años de edad y que es una de las tres cosas más impresionantes de Madrid junto con la silueta de la Torre de Babel y del Edificio de España al atardecer. A veces me han sentirme afortunado entre la miseria. Los árboles me dejan mear al lado de ellos.

Hay que estar muy entrenado en la soledad para tratar con la gente de forma justa. Hay que haber aprendido a echar de menos y a echar de más. No se puede tener nada que perder en ese trato con los demás, tienes que aceptar lo que viene, el rechazo o la pérdida de memoria, la soledad, y que todo te resbale, esa es la forma más justa de vivir con la gente en esta ciudad, de presentarle tus respetos y tu afecto a los que lo merezcan, a los árboles, a los pájaros y a Madrid. Igual me ves mañana pedaleando por ahí, y no sé si es mejor que te acerques o que no. En todo caso, no me pites, salvo si eres un árbol, un pájaro o el cielo de Madrid.

 
Feliz vanidad.
El pasado ya no existe,
del futuro solo ves lo oscuro de su espalda.
Tu corazón late dentro
de la M-30.
Caminar a puñetazos.
Lo mejor del mundo es respirar tu sucio aire.
Síndrome de Estocolmo-Madrid
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias y
echarte de menos.
El carro tirando del burro
mientras vosotros
estáis
encantados de
conoceros.
Alemanes cagando libres en Mallorca,diciembre4
mientras en tu calle despachan los del
banco de
alimentos.
Lágrimas que pesan toneladas,
como riadas
que lo arrastran todo
hasta el mar podrido.
Torre de madrid allí al fondo,
Edificio de España Sancho Panza.
tu Torre de la puta babel,
al menos es tuya y jamás será la de ellos.
Estar vivo es
que el cielo esté morado por la tarde
en Madrid.
Nadar sin guardar la ropa,
porque no hay nada que guardar.
Petirrojos palmándola al anochecer, '
pájaros muertos
después de estar vivos.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Cantábamos que olía a cerdo en el Calderón mientras los
Ángeles de Harlem vendían mierda en el Retiro.
Lo mejor del mundo es beber tu agua contaminada.
Ir por Madrid como una patata frita en aceite
con churros en los bolsillos atados con un junco.
Madrid
mi freidora de carne
con aceite siempre muy usado.
Fritanga humana.
Viento que si ya no hiela ni arde
no vale la pena.
Meadas ácidas en los árboles y en las farolas.
Cambiaron tus héroes por fantasmas.
Se marcharon todos,
no dejaron nada
en pie,
pero da lo mismo porque estás tú siempre.
Cansados y sin aliento.
Síndrome de Estocolmo-Madrid
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Hubo noches que me acostaba a las cuatro y me despertaba a las cinco,
y hombres del tiempo que predecían siempre huracanes,
y mujeres que no enseñan las tetas en el cine,
que follan con las bragas puestas y el sujetador,
y payasos tristes a los mandos,
y el tiempo que no espera
y nunca miente.
Espídico y lento.
Mear en las esquinas
y que llegue el afluente hasta el río.
Lo mejor del mundo era abrasarse en tu sol y congelarse en tu invierno.
Libertad de salir
corriendo por la ventana,
salto de altura inverso
hasta el patio interior
y dar las gracias por existir y
no decir ni hasta luego.diciembre5
Síndrome de Estocolmo-Madrid
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Partirte la boca de un puntapie
aunque ya no queden dientes,
hace tiempo que se rompieron.
Antes sangraron las encías
porque el Profiden era demasiado caro y el
bruxismo se puso de moda.
Salir a la calle a la hora que no hay nadie es la mejor hora para salir.
Acostumbrarte a ceder siempre el paso
a ser siempre el último,
hacerse hombre para ser lo mejor
de lo peor.
Borrar las huellas
para ser invisible.
Hubo muchos días que me levantaba a la una y que solamente comía perritos calientes.
No respirar para no ser escuchado.
hasta el infierno de tu cielo.
Vivir es llevar las zapatilla sucias,
echarte de menos
y echaros de más.
Feliz vanidad y
próspero año viejo.
El pasado ya no existe.
Síndrome de Estocolmo-Madrid.



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