Rock this town

Escrito por Bonifacio Singh el .

No recuerdo qué día de la semana era, sólo que fue a principios de abril. Me despertó el insufrible timbre del teléfono a la una del mediodía. Salté de la cama con la boca seca como una alpargata vieja; la cabeza me daba vueltas como si viajara en una máquina centrifugadora del tiempo y casi me caigo al suelo a causa de un repentino mareo. Ataviado sólo con unos raídos gayumbos del Alcampo muy poco a la moda salí al pasillo y descolgué aquel teléfono que echaba chispas. Al otro lado del auricular una nerviosa voz, rasposa y jadeante, esperaba con ansiedad mi respuesta:

- Síiiiiiii????????????….
- Hola tío, ¿has leído el periódico? Se ha muerto Kurt Cobain. Tío, me he quedado helado cuando lo he leído, dicen que se ha suicidado, que se ha pegado un tiro, no me lo puedo creer tío…
- Pues creételo, coño, pero no hables tan a gritos o me desmayaré…
- Me he quedado helado tío, helado…
- Pues deshiélate. Joder, yo estoy hecho una puta braga, me voy a morir también, como el Kurt, vaya jodida resaca que tengo, cago en Dios…
- Si potas hazlo para otro lado, no me manches. ¿Estuviste ayer con el cabrón del Cule?
- Sí, al salir de clase. Menos mal que tú te fuiste a buscar a Mamen, hiciste buena elección para tu salud. Estuvimos hasta las cuatro y media por los bares de Moncloa, de lo sucedido después tengo una nebulosa mental y acabo de despertarme en mi cama, no sé cómo coño he llegado hasta aquí, pero de algún modo regresé a mi puta casa…Pufff, tengo unas ganas de potar tremendas, me he contenido de hacer el volcán en la cama varias veces…
-Joder, qué puto asco das, ¿Y El Cule?
- Pues no sé, tío, en algún momento de la noche el hijo de puta despareció, como hace siempre, creo que cogió un taxi que pasaba y me dejó despidiéndose a la francesa.
- Pues yo le he llamado a su casa y no ha aparecido todavía.
- No te preocupes, hoy curraba, seguro que cuando me dejó se marchó al puticlub y luego ha empalmado con el trabajo, se iría directamente al bar sin pasar por su puta casa, ya sabes cómo es el cabrón.
- No creo que las negras le hayan dejado quedarse más que una hora en la cama, hora y cuarto como mucho, a esa hora están petadas de clientela y al bar no entra hasta las ocho.
- Pues habrá hecho tiempo por la calle, no sé.
- Espero que aparezca hoy por clase, tiene que traerme el trabajo que le dejé de Gótico y mañana es la fecha límite para entregárselo a la puta de La Coja, me cago en la puta madre que la parió.
- Si no se lo damos mañana no creo que ya nos lo coja la puta Coja, nos tiene un asco que no nos puede ni ver. Jeje, espero que el Cule no lo haya copiado al pié de la letra, como hace siempre, porque como note que son iguales el tuyo y el suyo te veo en septiembre o matriculándotela otra vez el año que viene.
- No me fío de ese cabrón, es capaz de todo, luego sube al despacho de la tía como otras veces y se pone a llorar pidiendo y yo me tengo que aguantar la puta risa en su cara. Y el hijo de puta sale partiéndose el rabo porque le han creído las súplicas y se fuma un porro tan campante, pero a mí me hace pasar el acojone por su culpa como siempre. Hijo de puta.


El Cule, el Míguel y yo compartíamos equipo de fútbol en la liga de la universidad, Los Mascarrajas. El Cule era un enano cabrón con gran toque de balón, un experto en el uno contra uno. Yo ostentaba el record de expulsión más rápida en la historia del torneo. En un duelo contra nuestros eternos rivales, Los Discípulos de Sodoma, tras el saque de centro inicial  recibí el balón y un bigardo garrulo de aquella infame escuadra futbolera intentó quitármelo dándome una patada. El esférico salió fuera de banda. Efectué el saque manual entregándole el balón a sus pies, me miró sorprendido ante tal regalo, pero tras recibirlo me abalancé sobre él a ras de suelo y lo derribé con un barrido estilo Bruce Lee en “El furor del dragón”. Sólo habían transcurrido treinta segundos de juego. El árbitro me expulsó y salió corriendo del campo. El Cule salió tras él pero no pudo darle caza. El tipo al que yo había lesionado se retorcía sobre el suelo, mientras a uno de sus compañeros otros tres tíos le sujetaban como niñas para que no intentase partirme la cara. Aquel campeonato conseguimos clasificarnos entre los cuatro primeros para jugar el play-off final. En la primera eliminatoria quedamos emparejados con el equipo de los chicos que dirigían el club deportivo de nuestra facultad. Nos frotamos las manos, demasiado bonito para ser cierto, nos caían como el puto culo, teníamos unas ganas tremendas de matarlos. Eran las tres de la tarde de un jueves del mes de mayo, y saltamos a la cancha como barracudas oliendo la sangre de una presa. Las primeras dos entradas fueron asesinas. A los cinco minutos El Miguel marcó un golazo desde fuera del área y lo celebramos haciendo gestos obscenos con nuestras entrepiernas a los suplentes del equipo contrario. Faltando tres minutos para el descanso El Cule se enciscó con uno que le había robado el balón, le persiguió por la banda y le pegó una hostia tremenda por detrás haciéndole añicos el peroné. El chaval estuvo tres meses escayolado. El Cule fue expulsado, tuvimos que sujetarle entre cuatro para que no currase al árbitro y en la segunda parte nos metieron cinco chicharros como cinco putos soles. Se nos quedó cara de gilipollas y esa noche nadie folló con ninguna animadora, en realidad no teníamos animadoras.

Nuestras existencias mundanas no eran edificantes. Vivíamos la mitad del tiempo en el bar de la Facultad y durante la otra mitad de nuestro periodo de formación  universitaria era preferible que no entrásemos a clase, porque dentro no parábamos de hablar, de molestar y de amenazar de muerte a los alumnos que se sentaban en las primeras filas cuando nos chistaban para que callásemos las sucias bocas. Nadie que no fuera de nuestro grupito era capaz de mirarnos a la cara, ya fuera por miedo o por puro asco. Sorprendentemente no suspendí ningún examen durante los cinco años que permanecí en aquel lugar, con el mérito añadido de que nunca estudié más de diez minutos seguidos ninguna asignatura; era una carrera de mentira, inventada para tenernos ocupados un rato, para que las niñas listas se hicieran las sensibles y con el mísero objetivo de que algunos estudiosos de la nada ganasen un alto jornal. Asistíamos a clase borrachos o fumados, nos reíamos a carcajadas en sus caras y no eran capaces ni de afearnos la conducta. En el fondo, el resto de alumnos y profesores eran tan patéticos como nosotros mismos; aunque de forma diferente, todos éramos la misma masa mierdera de chulos y pedantes.

Al Cule le quedaban tres asignaturas para terminar la puta carrera. Como no estudiaba absolutamente nada, tenía el cerebro de mosquito y consumía más alcohol y drogas que los cinco Rolling Stones juntos, parecía imposible que fuera capaz de licenciarse. A Latín de primero, en la que ya iba por la quinta convocatoria, me presenté por él. Sudé mucho durante aquellas dos horas haciendo un examen entre un grupo de personas que sabían perfectamente que yo estaba cometiendo un delito de suplantación de personalidad; me observaban de reojo, pero nadie dijo esta boca es mía. Al segundo parcial de Románico, la única asignatura en la que una vez iniciado el examen no te dejaban a la gente salir del aula hasta que finalizase y te miraban el DNI, El Cule acudió con un auricular colocado bajo las greñas de la oreja derecha mientras nosotros, escondidos en el Citröen AX  del Miguel al otro lado de la ventana, le dictábamos las respuestas mediante un Walkie Talkie. Tras todos aquellos desaguisados a tan inútil personaje sólo le quedaba un obstáculo para concluir la licenciatura: la asignatura de Estética, impartida por el malparido y caradura catedrático Chueca Cromales. El Cule volvió a jugar con fuego al no mirarse los apuntes ni por el forro antes del examen, y en la lista final su calificación fue de un cuatro pelado, suspenso en toda regla. El día de la revisión subimos los tres a la planta 11, donde se encontraba su despacho del señor Chueca. Yo me quedé fuera mirando por una ventana desde la que se divisaba la sierra de Madrid, refulgente desde aquellas alturas de Cuidad Universitaria. A la izquierda, se podía ver también el Palacio de la Moncloa, donde por aquel entonces Felipe González se dedicaba jugar al billar con sus amigotes, a plantar bonsáis y a hundir al país en la crisis económica de principios de los noventa. El Miguel y El Cule salieron al cuarto de hora del despacho. El interfecto suspendedor se limpiaba los ojos, empapados por el llanto, con un pañuelo de tela sobre el que se dibujaban sus iniciales en letras mayúsculas: JC. Mediante el típico gesto de golpearse el canto de una mano con la palma de la otra me encomendaron a darnos el piro. Nos encaminamos a las escaleras y, en pleno descenso desde las alturas del edificio “Caja de cerillas”, comenzaron a partirse el culo de risa. El Míguel relataba jocoso: “tío, qué historia le ha contado al Chueca. El hijo de puta le ha dicho que para presentarse a las oposiciones para Policía Nacional tenía que tener hasta tercero de la licenciatura, que para ello sólo le faltaba por aprobar su asignatura, que aquel suspenso le iba a joder la vida y que sus padres le iban a matar, incluso ha insinuado que iba a suicidarse, que había comprado cinco cajas de Optalidones para tragárselos todos mezclados con whisky. ¿Cómo se puede tener tanto morro? De repente el cabrón se ha puesto a llorar como una magdalena y el tipo le ha dicho que no se preocupara, que le subía la nota a un cinco, que estuviera tranquilo, increíble…” . Increíble pero cierto. Aquel tipo subhumano, el que poco tiempo más tarde fue nombrado por el consejo de ministros director del Museo del Prado, ese gordo sapientísimo con cara de estreñido cuyas clases sonaban a puro paripé y a absoluta tomadura de pelo colectiva, aquella bola de sebo escondía debajo de su capa insulsa superficial  a una buena persona (al mismo tiempo que a un crédulo gilipollas). Llegamos al bar y El Cule se prestó a invitar. Al rato llegó nuestro amigo Nacho Capillas, apodado “Norm Petterson” a causa de su incipiente alcoholismo. Nos bebimos cinco minis para celebrarlo y Norm se quedó después con otra gente para beberse tres o cuatro más. Hace un par de años me enteré que Norm había muerto de un ataque al corazón corriendo la San Silvestre Vallecana.

Kurt Cobain se había pegado dos tiros para no tener que soportar nunca más a la zorra hija de la gran puta de Courtney Love. Fue una decisión a todas luces acertada. El Míguel se hacía pajas viendo el video en el que la viuda de Cobain cantaba “Celebrity skin” mientras se sacaba las tetas del vestido. El Cule siguió trabajando en el bar de su cuñado y frecuentando en compañía de su colega El Samba el puticlub de las negras, que luego fueron sustituídas por ecuatorianas pasadas de kilos en las nalgas y finalmente por chinas enanas amarillentas. El Míguel estuvo saliendo cuatro años con Mamen y lo dejaron después de que él se enteró que ella se estaba trajinando al mismo tiempo a un profesor y a varios alumnos de la facultad de filosofía. El Cule se parecía a Lee Rocker, ahora está calvo. A principios del siglo XXI montó un bar a medias con El Samba, pero a los seis meses dio de quiebra  porque ambos metían mano a la caja; tuvo que volver a currar, con las orejas gachas, en el garito de su cuñado. El Míguel conduce desde hace lustros un taxi a medias con otro tipo, explota la noche de los viernes y el resto de semana las mañanas; libra los miércoles, durante los que pilota el pelas de un viejo que ese día acude a diálisis.

- Te voy a dejar tío, la cabeza me da vueltas. ¿Te vas a pasar luego a la salida por el bar?
– No lo sé tío, igual un rato si me escapo de la clase de La Coja. Pero luego he quedado con Mamen, mis padres están en Galicia y hay que aprovechar…
- pa folgar…
- Uno que puede…Ten cuidado no manches de devuelto toda la alfombra de tu madre como el otro día, jeje.
- Que te den por el miguelito, Miguelito…(clonc, pi, pi, pi, pi)

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<<Brandy oxidado en un vaso de diamante.
Todo parece estar hecho de sueños.
El tiempo está hecho de miel, poco a poco, dulcemente.
Tan sólo los tontos saben qué significa.
Tentación, tentación, tentación.
Oh, tentación, tentación. No puedo resistirlo.
Sé que ella está hecha de humo.
Pero he perdido  mi camino.
Sabe que estoy sin un duro.
Así que tengo que jugar.
Tentación, tentación, tentación.
Oh, tentación, tentación. No puedo resistirlo.
Rosa holandés y azul italiano.
Está esperándote allí.
Mi voluntad ha desaparecido.
Ahora mi confusión, está muy clara.
Tentación, tentación, tentación.
Ohhh, tentación, tentación.
No puedo resistirlo.>> (Tom Waits)


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